Yo me voy a comprar un reloj…
En este caso, un flamante JLC de más de seis mil euros, convencido por las promesas de la marca de que, antes de comercializar sus relojes, los somete a unos controles que se cuentan entre los más rigurosos que existen. El vendedor, además, acaba de seducirme diciéndome que todo ello es cierto y de que esta pieza que anhelo es una auténtica maravilla de la relojería actual, con la que no he de tener problemas y que habré de disfrutar toda la vida…
Convencido ya ante tanta calidad y cualidad, decido hacer religiosamente el desembolso que me piden a cambio del reloj, y me lo llevo tan convencido como contento: una marca prestigiosa, un establecimiento de renombre y un vendedor profesional y encantador.
Al cabo de unos pocos días me percato de que el reloj no funciona lo correctamente que me habían prometido, ni la marca con su publicidad, ni el profesional que me lo vendió. Me cercioro de que, en efecto, el reloj falla, antes de acudir de nuevo al prestigioso establecimiento y hacer el “ridículo”. Convencido ya de que ese fallo es original y objetivo, me armo de valor y de razón y regreso a la tienda…
No voy a poner en entredicho los valores objetivos de JLC, pues un fallo de funcionamiento puede acontecer con absolutamente cualquier reloj del mercado, y vendedores y fabricantes conocen muy bien los porcentajes de “incidencias” de cada marca que comercializan.
Pero fijaros bien, en esa cadena “fabricante-importador-vendedor-cliente”, ¿quién es el que menos culpa tiene de lo ocurrido y quién ha cumplido fielmente y al cien por cien con sus obligaciones en esa compraventa? Sin ninguna duda, el último eslabón de ella: el cliente. Ha pagado el importe del reloj con dinero real y sin defectos y ha pasado su propio “control de calidad”, el último, el de verdad, el que no miente. ¿Y cuál es su recompensa por haber cumplido fielmente con su obligación de pago y detectar el funcionamiento defectuoso? pues la de quedarse uno o dos meses sin su nuevo reloj y sin el dinero invertido en él… no me parece de recibo, pues la única parte de la “cadena” que está fuera de sospecha en cuanto al cumplimiento de sus obligaciones, está claro que es el comprador del reloj que ha satisfecho su precio.
Eso, no sólo no me parece justo, sino que además no es, o no debe ser así. Una cosa es el mal funcionamiento sobrevenido con el tiempo, a cuyo efecto se extiende la garantía por dos años, y otra cosa es la existencia de defectos o vicios ocultos, en cuyo caso nuestra legislación atribuye al comprador la facultad de elegir entre la reparación, la sustitución o la rescisión del contrato, recuperando en este último caso el precio pagado. La elección es suya y la ley le ampara en este sentido.
Una buena marca (cualquiera) y un establecimiento de prestigio (cualquiera) deberían saber eso y actuar en consecuencia, pero está claro que “si cuela, pues cuela”, ya que siempre resulta más cómodo tratar la cuestión como un tema derivado de la garantía y no como vicio oculto del producto vendido, y así que sea el cliente final quien tenga que pechar con las consecuencias de ello.
El cliente, cumplidor con sus obligaciones, no debería sufrir nunca los inconvenientes derivados de la venta de un producto que no responde a las cualidades o calidades pregonadas por el fabricante o por el vendedor del mismo, pues el fabricante debió de cerciorarse de que el producto salía correctamente de fábrica y el vendedor del correcto estado y funcionamiento del mismo antes de la venta, y es evidente que uno de ellos incumplió una de estas obligaciones antes de trasladar el producto al cliente final, luego es éste quien podrá exigir la reparación, la sustitución o la rescisión de la venta, y, en su caso, el vendedor será el que debe exigir, bien al importador o bien a la marca la solución del problema si tampoco fue culpa suya. De todos modos, el vendedor tampoco se tiene que “comer” nada, pues si se envía al fabricante y se le devuelve de nuevo para la venta en condiciones genuinas: ¿dónde está el perjuicio para el vendedor?
Mi conclusión es que el verdadero prestigio de un establecimiento y de sus responsables se mide, no sólo por la educación y sonrisas que nos puedan prodigar, sino en cómo responden ante situaciones como estas que, además, están amparadas por la ley…
Que cada uno saque su propia conclusión.
¡Saludos!