Sanza
Baneado
Casi lo mismo
La prostituta se fijó la primera vez en el reloj blanco, grande, raro, descarado en la muñeca, y en la segunda y en la tercera ocasión , si no encontraba el mismo reloj, dejaba asomar en su rostro un gesto de contrariedad.
No le importaban los otros el resto de encuentros, ni su aspecto ni su valor, se conformaba con deslumbrarse por el reluciente amarfilado de cada eslabón tras cada eslabón...y la caja también brillante, de esa noche antigua. Desde luego, desconocía su valor, si lo tuviera, y lo que palpitará en sus entrañas...desconocía todo lo que no le importaba.
De la misma manera, la joven resplandecía con su piel clara y su pelo espeso y enérgico, menos enérgico que su mirada, y menos intenso que su presencia.
Y menos deseable que su cuerpo.
También desconozco su valor, sí conozco su precio...pero aún más rotundamente incierto es para mí el misterio de lo que entraña, al igual, su corazón.
También las otras putas, más o menos caras, más o menos bellas, más o menos posibles, arrancan en mi la misma sombra de desconcierto, y no sustituyen nada. Como a ella los otros relojes, míos o de quien fueran.
Sin embargo tiene suerte: mientras miro sus ojos, sus ojos miran...un reloj blanco y raro, que al menos es sólo una cosa. Yo no sé con cuál de ambas bellezas puedo dejar de despertarme...sin que falte una pieza del puzzle
La prostituta se fijó la primera vez en el reloj blanco, grande, raro, descarado en la muñeca, y en la segunda y en la tercera ocasión , si no encontraba el mismo reloj, dejaba asomar en su rostro un gesto de contrariedad.
No le importaban los otros el resto de encuentros, ni su aspecto ni su valor, se conformaba con deslumbrarse por el reluciente amarfilado de cada eslabón tras cada eslabón...y la caja también brillante, de esa noche antigua. Desde luego, desconocía su valor, si lo tuviera, y lo que palpitará en sus entrañas...desconocía todo lo que no le importaba.
De la misma manera, la joven resplandecía con su piel clara y su pelo espeso y enérgico, menos enérgico que su mirada, y menos intenso que su presencia.
Y menos deseable que su cuerpo.
También desconozco su valor, sí conozco su precio...pero aún más rotundamente incierto es para mí el misterio de lo que entraña, al igual, su corazón.
También las otras putas, más o menos caras, más o menos bellas, más o menos posibles, arrancan en mi la misma sombra de desconcierto, y no sustituyen nada. Como a ella los otros relojes, míos o de quien fueran.
Sin embargo tiene suerte: mientras miro sus ojos, sus ojos miran...un reloj blanco y raro, que al menos es sólo una cosa. Yo no sé con cuál de ambas bellezas puedo dejar de despertarme...sin que falte una pieza del puzzle