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Segundo concurso de relato corto de Relojes Especiales

  • Iniciador del hilo Goldoff
  • Fecha de inicio
Estado
Hilo cerrado
  • #76
Casi lo mismo

La prostituta se fijó la primera vez en el reloj blanco, grande, raro, descarado en la muñeca, y en la segunda y en la tercera ocasión , si no encontraba el mismo reloj, dejaba asomar en su rostro un gesto de contrariedad.

No le importaban los otros el resto de encuentros, ni su aspecto ni su valor, se conformaba con deslumbrarse por el reluciente amarfilado de cada eslabón tras cada eslabón...y la caja también brillante, de esa noche antigua. Desde luego, desconocía su valor, si lo tuviera, y lo que palpitará en sus entrañas...desconocía todo lo que no le importaba.

De la misma manera, la joven resplandecía con su piel clara y su pelo espeso y enérgico, menos enérgico que su mirada, y menos intenso que su presencia.
Y menos deseable que su cuerpo.

También desconozco su valor, sí conozco su precio...pero aún más rotundamente incierto es para mí el misterio de lo que entraña, al igual, su corazón.

También las otras putas, más o menos caras, más o menos bellas, más o menos posibles, arrancan en mi la misma sombra de desconcierto, y no sustituyen nada. Como a ella los otros relojes, míos o de quien fueran.

Sin embargo tiene suerte: mientras miro sus ojos, sus ojos miran...un reloj blanco y raro, que al menos es sólo una cosa. Yo no sé con cuál de ambas bellezas puedo dejar de despertarme...sin que falte una pieza del puzzle
 
  • #77
"Día 606, año 0."

“Día 606, año 0.”<?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" /><o:p></o:p>
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Dos días atrapado en este clima antártico con una larga noche de lunas llenas. Estaba arrepentido a la primera vuelta de la aguja. Ares se jactaba con dureza contra él y el regalo venenoso del maestro, especialmente diseñado para el viaje. Sí, asustado porque esta tormenta había centrado la atención en su salida y lo descubrirían con el intruso atado al traje.
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Escalar ahora era un acto de irresponsabilidad, le dijo Goosemount. Lo sabía pero el volcán del Monte Olimpo entraría en erupción en menos de un mes y lo hacía ahora o nunca. No resistiría tres viajes más de 60 millones de kilómetros y se lo había prometido al Siniestro. Una foto en la cumbre más alta del Sistema Solar, arriesgando la vida por una imagen. Lo consiguieron, él y su reloj cañí de 25 horas que indicaba, en el momento de coronar, el día 606 del año 0 desde su terminación, dos días antes de la partida desde Houston.
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La tormenta solar duraría meses y la espera bajo la roca roja, para proteger al pequeño, no tenía sentido. Si amainase debía salir hacia la nave pero el reloj perecería entre el polvo, la arena de las dunas y la radiación. El tiempo no era su amigo en esta ocasión. Al menos la restauración sería un reto para el maestro y el polvo no sería el de costumbre.
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No podía demorarlo más, tenía que irse ya, subir a la nave y esconderlo hasta el regreso porque lo vigilarían de cerca. Si el comandante Fake lo Descubría el tiempo marciano estaría perdido….
 
  • #78
Dogma

Faltaban dos días para acabar Julio, pero la mañana parecía más traída del otoño por venir que del verano en curso. La noche había sido fría y a aquella hora, con el sol asomando con timidez entre oscuros nubarrones, la temperatura aún no era agradable. Al otro lado del barranco de la Acebeda se veía el pueblo y en ese día gris se divisaba perfectamente el incendio del ayuntamiento de El Espinar. Se arrebujó en el capote y miró su reloj, regalo de cumpleaños tres semanas antes, justo antes de que empezara todo, y comprobó que aún le quedaba una hora de guardia.

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-El volante vuelve a su posición una y otra vez gracias a la espiral que se enrolla y desenrolla. A cada giro del volante, una pequeña leva en su eje empuja uno de los dientes del áncora. En este movimiento, y en su extremo contrario, el áncora libera un diente de la rueda de escape, para aprisionar otro. El movimiento de la rueda de escape se transmite al tren de ruedas y de este a las agujas, que recorren una fracción del tiempo que miden.
-Asombroso.<o:p></o:p>
-Lo es más aún, porque el volante sólo es el corazón del mecanismo, el elemento que regula su marcha. El motor se encuentra al otro extremo del tren de ruedas, en el barrilete: es el muelle de la cuerda, el que se tensa al dar cuerda al reloj y libera su energía al ritmo que marca el volante.
-Pero, ¿usted cree que tendrá arreglo?<o:p></o:p>
-No le interesa demasiado cómo funciona, ¿verdad?<o:p></o:p>
-Bueno, no es lo que tiene dentro lo que más me importa, sino el valor sentimental de la pieza.<o:p></o:p>
-Bueno, el movimiento es un AS 1130. Muy antiguo este en concreto, pero se fabricó durante muchos años más y lo montaron muchas marcas, entre ellas este DOGMA suyo. Aunque las piezas empiezan a escasear, creo que podremos encontrarlas.

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Miró otra vez el reloj y avanzó hacia el barranco despacio. Se paró un instante mirando el incendio a lo lejos, tomó el fusil con ambas manos y lo tiró hacia abajo. El arma voló unos metros y luego golpeó la tierra dura, fría, con un ruido seco. Dio dos pasos más y el tercero ya no encontró apoyo. Descargó todo el peso de su cuerpo sobre ese pié y en un segundo se encontró rondando por la ladera. Sólo alcanzó a pensar que había olvidado quitarse el reloj.<o:p></o:p>
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Lo encontró el relevo unos minutos después, una pierna rota y todo el cuerpo magullado. No era mal balance para una caída tan peligrosa. La pierna sanó como sanaban las cosas hace tantos años. Después, un puesto sellando papeles casi tres años y una ligera cojera para el resto de la vida. Y en un cajón, olvidado, un reloj que nunca tuvo ganas de reparar.

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-Aquí tiene su reloj reparado. Sólo he tenido que poner un cristal nuevo y sustituir el eje del volante, que estaba roto. Por lo demás, parece que el mecanismo no tiene desgaste. Lo he limpiado y engrasado y funciona como nuevo.<o:p></o:p>
-Me parece sorprendente que setenta años después se puedan encontrar piezas de repuesto.<o:p></o:p>
-Bueno, como le dije ya empieza a ser complicado. Pero vale la pena. Este reloj es una gran pieza. Aunque usted está sobre todo interesado en su valor sentimental.<o:p></o:p>
-Sí, este reloj perteneció a un hombre que prefirió arriesgar su vida por no quitar la de otros.<o:p></o:p>
-El merito no parece escaso.<o:p></o:p>
-No, no lo es.<o:p></o:p>
 
  • #79
Relojeria Alemana

RELOJERIA ALEMANA


Pipipiiií, pii, piiiii… Pipipiiií, pii, piiiii…Fran, las siete, levanta.

Vaaale, pero apaga el maldito despertador, no lo soporto. Cualquier dia lo estampo contra la pared.

Venga llegaras tarde y recuerda que a la vuelta de la oficina , le prometiste a tu madre que la llevarías al pueblo. Ya sabes que se ha empeñado en ir al notario a arreglar "sus asuntos", como ella le llama.

A las cinco, cuando ya por fin logró encontrar aparcamiento, se sintió reconfortado. Siempre sentía una agradable sensación, cuando andaba por aquellas calles. Le recordaba a su niñez.........

¡ buenas tardes Fran!, ¿De visita?, da recuerdos a tu madre.

De su parte Dña. Rosa, ..........maldita cotilla, pensó, mientras leía el letrero de la tienda "Todo a cien" que había en los bajos de su casa. Y en el escaparate un despertador idéntico al suyo. Ahora sabía de donde había sacado su madre semejante artefacto. ¡Feliz cumpleaños! le había dicho. Aquí tienes mi regalo.

Si el Sr. Zilbermann, levantase la cabeza y viese en lo que habían convertido su local. En tiempos fue uno de los mejores talleres de Relojería de Madrid "Relojería Alemana", se llamaba.

Miró su reloj y cayó en la cuenta, que a esa misma hora muchos años atrás, el Sr. Zilbermann, estaría dando cuerda a sus relojes. Los había de todos los tamaños y formas. Todos los días, a la vuelta del colegio observaba desde el escaparate el mismo ritual.

-Ven aquí me dijo un día. Toma este reloj de arena. A éste no hay que darle cuerda, sonrió. ¿Ves como caen los granos de arena?. Es el fluir de la vida. Cuando seas mayor lo entenderás.

Desde aquel día cualquier momento era bueno para bajar un rato con el Sr. Zilbermann. Él me hablaba de sus relojes y yo escuchaba:

-Mira Fran. Cada reloj tiene un tic tac distinto, son como corazones. Escuchándoles detenidamente nos hablan. Nos dicen todo lo que necesitamos saber para su puesta a punto. Sólo hay que saber escuchar.

- Tendría que venir un día al pueblo. El reloj de la plaza hace años que no funciona. ¿Tendrá su corazón enfermo?.

- Algún día Fran, algún día. me decía, mientras reía a carcajadas.

Recuerdo esos meses como unos de los mas felices de mi vida.

Un día al volver de la escuela, la relojería estaba cerrada y así permanecido para siempre. Mi madre me explicó que había marchado de viaje. ¿Irse?, ¿sin sus relojes?. Imposible, le dije. Pero jamás volví a verlo. Recordé lo que me dijo un día sobre el reloj de arena, el tiempo y el fluir de la vida.

Aquella tarde, mientras pasaba en el coche por la plaza del pueblo, no pude evitar una sonrisa al escuchar sus campanadas. Aquel era el mismo reloj que tras años sin funcionar, empezó a andar el mismo día de la desaparición del Sr. Zilbermann.
 
  • #80
Venganza

Era un frío día de invierno y a esa hora las últimas luces del día se habían ido hacía rato dejando paso a una luna menguante que iluminaba débilmente aquella vieja plaza de pueblo. Un par de horas antes estaba repleta de niños correteando de un lado a otro mientras sus madres charlaban. Muchos mayores discutían animadamente sentados en los viejos bancos de madera mientras otros, con mirada triste y ausente, apoyados en sus bastones, observaban sin más los retazos de otras vidas que pasaban ante sus ojos y les hacían rememorar las suyas propias. En las dos últimas semanas él se había mimetizado perfectamente con el ambiente y la vida de aquel lugar, pasando inadvertido para la mayoría.
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Ahora la plaza estaba desierta, sólo quedaba él. Estaba sentado y a su derecha descansaba su bastón, fiel e inseparable compañero desde aquel maldito accidente quince años atrás. Vestía un largo abrigo de cashmire de color oscuro, una bufanda de lana a juego, que daba varias vueltas alrededor de su cuello y un sombrero de ala gris. El conjunto le protegía eficazmente de la gélida ventisca que empezaba a levantarse.
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Su rostro surcado de arrugas y aquellas pequeñas gafas redondas de montura dorada sobre su aguileña nariz, le daban habitualmente el aspecto de viejecito amable. Pero en este momento el gesto serio, el ceño fruncido y la fría mirada de aquellos ojos azules destilaban poca amabilidad.
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Levantó ligeramente la manga izquierda del abrigo dejando a la vista el antiguo reloj de oro al que daba cuerda todos los días, y que lo acompañaba infatigable desde hacía más de tres décadas. Marcaba las ocho menos diez. Era la hora. Se levantó con cierto esfuerzo y se dirigió lentamente, cojeando, hacia la tienda de libros antiguos, el único local de la plaza del que todavía salía luz. Llevaba dos semanas observando y sabía que cerraba a las siete y media. El único empleado y todos los clientes se habían ido ya hacía un buen rato. Sólo estaba el dueño. Lo conocía. Desgraciadamente lo conocía.
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Recordó como quince años atrás, una noche no muy distinta a esta, había visto surgir de la nada las luces de un coche que se abalanzaron sobre su él y su mujer. Su siguiente recuerdo fue en el hospital, junto a sus hijos, que con los ojos surcados de lágrimas, le dijeron que mamá había muerto. Nada volvió a ser como antes. Su compañera de tantos años, su amiga, el amor de su vida, había desaparecido para siempre. Y todo porque aquel borracho había perdido el control del coche.Cuando se recuperó de las heridas físicas reclamó justicia, pero la justicia se quedó en una multa para el asesino y una indemnización para él, que avivó aún más su odío y frustración. ¿Cómo podía ponerse precio a una vida? ¿Cómo podía no castigarse a un criminal?
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Había esperado quince años. Era un hombre paciente. Nunca se precipitaba y el tiempo transcurrido lo demostraba, pero ya había llegado el momento de cobrar su venganza.
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Una pequeña campanilla colgada sobre la puerta advirtió al hombre que había dentro, que se giró hacia él, y aunque su cara inició una mueca de disgusto se convirtió rápidamente en la sonrisa amable del dependiente que sabe que su negocio depende también de esos pequeños gestos.
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<!--[if !supportLists]-->-[FONT=&quot] [/FONT]<!--[endif]-->Puedo hacer algo por usted señor? Estaba a punto de cerrar.
<!--[if !supportLists]-->-[FONT=&quot] [/FONT]<!--[endif]-->Si. – Dijo el viejo ásperamente – ¿Recuerda usted a la señora Bluden?
El dependiente cambió su expresión en una mueca de disgusto.
<!--[if !supportLists]-->-[FONT=&quot] [/FONT]<!--[endif]-->¿Quién es usted? ¿Qué quiere? Váyase de aquí.
<!--[if !supportLists]-->-[FONT=&quot] [/FONT]<!--[endif]-->¿No me recuerda? Soy su esposo. Vengo a pedirle que cuando la vea le diga que pronto estaremos juntos…
<!--[if !supportLists]-->-[FONT=&quot] [/FONT]<!--[endif]-->¿Pero que….?
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No le dio tiempo a decir nada más. El viejo sacó un pequeño revolver del bolsillo derecho y sin pensárselo hizo fuego sobre el indefenso hombrecillo. El primer disparo atravesó le atravesó la mano derecha, que en un inútil intento de protegerse había levantado al intuir lo que se avecinaba. Los dos siguientes le alcanzaron en el ojo izquierdo y la nariz, dibujando una caricatura sangrienta en lo que antes había sido su rostro. Se desplomó sin vida tras el mostrador, sobre el que el viejo se inclinó para descerrajar un nuevo disparo, asegurándose así, de que el trabajo estaba bien hecho.
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Como esperaba, no se sintió bien. Sin embargo sabía que tenía que hacerlo. Tenía que hacer justicia. Y aunque muchos no lo comprenderían, esta era su justicia.
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Abrió de nuevo la puerta haciendo repiquetear la campanilla y la cerró tras de sí, alejándose calle abajo, lentamente, camuflado entre las sombras, no sin antes comprobar en su viejo reloj que llegaría para cenar.
 
  • #81
Seudónimo: "manolo (el del bombo)"

[Nota del admin: este mensaje me fue enviado dentro del plazo, pero estuve de viaje y no he podido insertarlo hasta ahora]

BOCKSCAR

Kermit ignoró el reloj oficial, echando un vistazo nervioso al viejo Leonard Hall de su abuelo. Nunca le había parecido bien utilizar herramientas tan impersonales como un cronómetro digital en el ejercicio de la horrible tarea que tenía asignada. Cuando se trataba de matar seres humanos, el tiempo era algo sagrado, y la instrumentación electrónica, un sacrilegio. Con la mirada perdida entre los ábacos, tablas y mapas que desbordaban su reducido espacio de trabajo, se sintió confuso de pronto, aturdido por un ruido al que hacía años se había acostumbrado. “Un minuto diecisiete”, se repitió para centrarse. “A partir de ahí, los segundos son vidas”.
El tiempo, esta vez el meteorológico, había estado a punto de frustrar los planes de Kermit, con lo que una parte importante de él se había sentido profundamente aliviada. Desde el punto de vista profesional, con los ojos de toda una nación sobre él y un puñado más de hombres, estaba claro que aquella no era la mejor ocasión para el examen de conciencia, el arrepentimiento, y la redención. Significaría el hundimiento de su carrera y quién sabía qué más. Pero aquel claro alargado entre nubes a última hora le había devuelto la esperanza y el miedo; el oficial de armamento F. Ashworth había renunciado a regañadientes al papel protagonista en favor de Kermit; el encargado del lanzamiento mientras hubiera contacto visual. La batuta de mando de la operación volvía a ser suya, así como la responsabilidad sobre varios cientos de miles de personas, cuyas vidas dependían de la pequeña arista metálica que marcaba el paso de los segundos en el viejo cronómetro. Cronómetro que sostenía ahora con los nudillos blancos; extensión mecánica de su propio cuerpo.
“32 segundos”
Lo recalculó todo con la rapidez de la experiencia, el lápiz blando resbalando sobre el áspero papel con membrete, escupiendo cifras y letras. Absorto de todo, ignorando la tensa respiración del hombre a su espalda y el desacostumbrado zumbido procedente del engendro científico, mezcla de refrigeración y circuitería bajo la cubierta metálica, a unas pocas yardas. Sólo consciente de los imperceptibles golpes de la maquinaria que latía en su mano izquierda, con la que latían también mil corazones ignorantes. Inocentes.
“12 segundos”
Desde su puesto de observación, por la mirilla graduada, las calles y las diminutas casas pasaban a toda velocidad, indistinguibles los seres humanos. Cincuenta segundos después de que la personal cuenta atrás de Kermit llegase a cero, el comandantea su espalda tosió, impaciente, y Kermit se volvió a mirarlo, apartando la vista del catalejo de suelo con una sonrisa infantil. En ese preciso instante Ashworth comprendió que algo no iba bien, y leyó en los ojos desafiantes y eufóricos de Kermit lo que acababa de suceder. No quedaba combustible para otro intento; aquel capitán irresponsable había saboteado la misión delante de sus narices.

Arrestado en la cubierta inferior del B-29, el capitán bombardero Kermit Beahan sintió un vacío en el estómago cuando el avión botó por la pérdida de empuje causada por la colosal onda expansiva.

Modificarían la historia, obligándole a aceptar el éxito y el orgullo de la misión, pero no le importaba. Conocía la verdad. Solo deseaba que los 78 segundos que había conseguido robar antes de que Ashworth pulsara la doble palanca fueran suficientes. Que aquellas dos millas de distancia entre el punto de explosión previsto y el real fueran suficientes para que su viejo cronómetro, instrumento de muerte y precisa destrucción en tantas ocasiones, se redimiese junto a él a treinta mil pies sobre Nagasaki, salvando, al menos, a unos pocos.
 
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