La fábula del Petimetre currutaco.
Antonio, Luis, Ricardo, Mónica y Pedro vivían en la Calle Maíquez, frente al número 36, en Madrid. Allí pasaban el tedio de los días, en un cuartucho hacinados, sin saber cual sería su triste final. Un buen día se dieron cuenta de su destino al fijarse en otros vecinos de la finca. Se organizaron, pidieron informes y les fue dicho que tendrían que entregar su vida a cambio de que Petimetre currutaco, de natural delicado de salud, pudiera salvar su vida. Para ello les iban a ir inoculando virus y unos señores muy sesudos iban a ir analizando como iba a ser su agonía hasta su muerte. Esto iba destinado a Antonio, Luis, Ricardo y Pedro. A Mónica y otras amigas del grupo las iban a hacer algo parecido pero esta vez para que la esposa de Petimetre currutaco pudiera tener en su tocador varios tipos de potingues con los que embellecer su ajado rostro. Todos se entregaban al sacrificio en aras de la mejoría del catarro de Petimetre currutaco.
Juanito era de Cadiz, más concretamente de la zona de Barbate. Tenía por costumbre salir a nadar todos los días junto con el chorpo, el Dani, el Julito y otros de la cuadrilla. Un buen día sin saber por qué, se vieron metidos en una pelea y pagaron cara la osadía de salir al mar. En el fragor de la lucha oían voces que les decían que entregaban su vida en aras del bienestar de Petimetre currutaco y en lucha fraticida, a machetazos, entregaron su vida para la causa. A los pocos días, aterrizaba Petimetre currutaco en Zahara de los Atunes y, previamente informado de dónde servirían en mejor atún, pediría de la carta Tataki de toro, lo cual, tenía algo entre gracioso y premonitorio.
Alfonso era de un pueblo chiquito de León, en él había nacido y se criaba hermoso como un jacinto, llevaba una buena vida (venía de buena familia), le gustaba meditar y reposaba sus comidas sobre el idílico toronjil...todo era bueno. Un buen día llegó un señor y sacó de un maletín una chaira, y a la vez que iba haciéndole referencias de Petimetre currutaco como para convencerlo de algo, ¡zas! de un certero tajo le rebanó las pelotas sin más. Alfonso fue creciendo y engordando con el eco del famoso Petimetre en su cabeza...hasta que un buen día, ya en el otro mundo, le parecía escuchar la vocecilla de un ufano Petimetre diciendo, ¡¡por favor, poco hecha la carne!!
Ya empezaba a sonar el nombre de Petimetre como algo desconcertante, algo arrasador, un sinsentido. Llegaban noticias de León, de Segovia, de Sevilla en las que reportaban millones los insectos que, en aras de que Petimetre currutaco arribase raudo y veloz a sus destinos, habían perdido la vida en el parabrisas de su flamante automóvil. Poco sabíamos de la vida de Petimetre hasta que todos los afectados comenzaron a investigar cuales podrían ser sus ansias o deseos, lo que terminó por ser más desconcertante todavía. No había ni un sólo minuto de su existencia en el que no estuviera poniendo en riesgo a algunos de ellos. Y casi todas las veces por placer.
Un buen día, Petimetre se enteró por la tele, que es la ilusión de estar en un sitio pero sin ir, de que había un grupo de personas (eso le gustaba, pertenecía a un grupo) que se oponían al maltrato animal. Eso pintaba bien ¿quién se iba a oponer? y se unió al grupo. Nunca pensó que quizá podría haber organizado él mismo un grupo que tratase del "buentrato" animal, para ello tendría que haberse parado a analizar qué era buen trato y mal trato, pero no le apetecía lo más mínimo. Tampoco se paró a pensar en todas las ocasiones en las que él mismo o por culpa de él se habían maltratado animales, al igual que tampoco pensó en las veces en que se les había tratado bien durante toda su existencia para su solaz y disfrute, a veces unos instantes, otras, unos minutos u horas. En alguna discusión de bar argüía que era una cuestión de madurez, su propia madurez y esgrimía su superioridad moral, otorgando a unos y retirando a otros la razón, su razón.
Petimetre se fue haciendo conocido y sus círculos se iban ampliando, ya no se reunían en bares...hasta crearon un partido político en su nombre...Igual de ufano que se presentara en su día al restaurante de lujo a pedir Tataki de toro, ahora utilizaba el mítico nombre que los japoneses daban a la ventresca de atún y en España se utilizaba desde los íberos para nombrar a la más alta deidad, para enarbolar su cruzada "anti". Esto le daba fuerza, él creía que su madurez era la responsable de ello. Nunca se planteó si podría estar sirviendo a intereses espurios de razones que se le escaparían a cualquiera y tremendamente lejos de una Dehesa.
En el interín, solterito, negro zaíno y bragao, pacía plácidamente en el campo, hacía ejercicio a diario, su alimentación la controlaba personal especializado, cubría vacas cuando tocaba, sabía que tenía que ser el mejor, igualarse por arriba, el mejor de la camada. Acudía presto al acoso y derribo, deleitaba a sus amos en la tienta, lucía un pelaje extraordinario, tan guapo que un día fueron a hacerle un retrato y siempre nos vigila nuestras carreteras.
Va toro.