La relojería, contemplada desde la butaca de la afición, exige imperiosamente un ánimo, un estado del espíritu, mucho antes que una reacción de los sentidos.
No estoy de acuerdo sin embargo con la comparación que haceis con los coches.
La sensualidad y todo lo que ella comporta es aplicable a los coches y al sexo, porque en ese momento el arte se vuelve función, pones en marcha la maquinaria de la percepción sensorial para alcanzar placer. En este tipo de actividad el placer lo obtienes derivadamente de una cadena de actuaciones tanto tuyas, como del coche o de ella. En los coches, el arte es activo y sensorial.
En los relojes, el arte es pasivo porque el disfrute se genera simplemente con saber que lo tienes, que lo llevas o que existe. La relación con el reloj es mucho menos interactiva que la que existe con el coche. El reloj te ofrece su exclusividad, su carácter y su percepción. Sí, también lo percibes por los sentidos, porque la caja, la esfera o el tacto se ofrecen a los ojos y al tacto, pero el placer esencial de la relojería mecánica deriva del alma, del saber lo que es y lo que llevas dentro de una caja.
El coche es prolongación de tu cuerpo.
El reloj es prolongación de tu alma.
Por su propia naturaleza, el placer que procura el reloj exige que dentro de una caja hermosa exista un mecanismo que te mueva a la pasión y al disfrute, aunque en muchas ocasiones los sentidos no perciban nada, puesto que el mecanismo puede no estar a la vista. Si el mecanismo no fuese relevante, no existiría diferencia entre una buena camisa, unos zapatos y un reloj.
Por esa razón para mi, el mecanismo es el alma de la relojería. El mecanismo hace al reloj en un 65%, y además es condición de su existencia. Lo demás es importante, pero no deja de ser un garaje de lujo.