Yo creo que la cuestión no es exactamente “oro sí u oro no”,
por lo menos hoy en día, ya que hay que reconocer que, si bien en otras épocas la construcción de un reloj con tan precioso y preciado metal era un recurso tanto técnico, por aquello de la ductilidad e inalterabilidad de tal material frente a los elementos y a falta del descubrimiento y capacidad de manejo de otros materiales o aleaciones, como social, en el sentido de reflejar el grado, clase social o categoría económica de su, probablemente exhibicionista, poseedor.
El coste de origen de dicho material, incrementado por los impuestos que sobre el lujo la fiscalidad exige, unido a la moderna capacidad industrial de trabajar nuevos metales y sus aleaciones, ha ido arrinconando el uso del oro en los relojes hasta el punto de preservarlo, con cierta lógica y dignidad, en determinados supuestos, a relojes de una concreta concepción, pretendida categoría y visos de intemporalidad, y en otros, como un elemento estético que, como tal y combinado con otros materiales, cumple su función para cubrir determinados gustos y apariencias, y aún manteniendo su elevado coste, con el consiguiente encarecimiento del producto final, pierde su antaño cometido como elemento delatador del poder adquisitivo de su usuario, para convertirse en un mero elemento configurador de una estética, como lo puede ser el acero, el titanio, el aluminio, el caucho, etc.
Más aún y, por el contrario, opino que el “oro por el oro”, hoy en día, se ha convertido en una apetencia delatadora de unas ansias exhibicionistas que revelan precisamente un status de inferioridad –personal o económica- que torpemente se quiere disimular bajo el brillo, ya demasiado visto y por ello poco original, de un mazacote de amarillento color y, posiblemente, de incómodo peso. Sería algo así como el refrán que reza “dime de qué presumes y te diré de qué careces”…
Creo que ya hoy en día, a casi nadie con un par de dedos de frente, o unas onzas de sentido común, se le ocurre identificar el buen gusto o su categoría personal, social o económica, con la exhibición en su muñeca de un reloj de oro por el mero hecho de serlo, sino más bien al contrario, cual a quien se le ocurriera para ello, enfundarse sus dientes con oro o atiborrarse de pulseras y cadenas del, no obstante, siempre preciado material, pues el efecto va a ser siempre el contrario al pretendido.
Ahora bien, cuando el diseño o compromiso estético del reloj lo exige, partiendo –a mi juicio- de un reloj de cierta categoría intrínseca como tal, no veo tampoco inconveniente en el empleo discreto y no masivo de tal material, o de cualquier otro y, de hecho, cualquier “clásico”, antiguo o contemporáneo, combinado con una bonita correa de piel, es capaz de aunar material, diseño, belleza e intemporalidad. No en vano, aprecio un cierto resurgimiento de excelentes y atractivos relojes con cajas de oro (particularmente oro rosa) combinados con correas de piel (particularmente cocodrilo), que yo creo que harían las delicias de muchos de nosotros.
Eso sí, los “mazacotes de oro”, para los…, bueno, mejor me callo.
¡Saludos!