Estaban asegurados, pero el tema parece que es complejo. Algunos de los relojes que se llevaron no tenían gran valor material, pero sí sentimental para quien los había depositado. La cuestión es que el seguro no reconoce esos sentimientos, y se basa exclusivamente en lo material. Con lo que ahora tienen que hacer frente a las lógicas reclamaciones de los propietarios, que no persiguen una determinada cantidad de dinero, sino la devolución de su pieza querida, lo que, mucho me temo, va a ser ya imposible.
Además, el seguro parece que también exige facturas o recibos de compra, en algunos casos, para resarcir los objetos robados. Pero considerando la antigüedad de ciertos relojes, o que, aunque los relojes sean modernos, suele ser habitual que en su momento la joyería no emitiera factura, la complicación es máxima.
Al final, como suele ocurrir en estos casos, la víctima del robo suele salir perjudicado por partida doble o triple.
Menos mal que Enrique es una persona muy querida por su clientela, y seguro que encontrará una fórmula de salir del paso, con su habitual estilo diplomático.