Rolex4ever
Habitual
Sin verificar
Un caballero inglés se preparaba para un largo viaje al día siguiente. Aunque no era un viajero asiduo, tenía que ir a los Estados Unidos por un par de meses por negocios. Era la primavera de 1960.
Preparando su maleta el día anterior, se dio cuenta de que su reloj de uso habitual, un precioso Datejust de oro, había sufrido un arañazo muy desagradable en el plexiglás y en parte de la carrura. Este caballero, tan escrupuloso como era, no quería que su reloj tuviese esa marca tan notoria. Había sido su compañero todos los días desde que en 1946 se lo regaló su esposa con motivo de su boda.
Apurado por la víspera del viaje y temiendo quedarse sin reloj, se acercó a su concesionario en el centro de Londres. Con pesar recibió la noticia de que sería imposible arreglar esa cicatriz en las pocas horas que quedaban y que además, su preciado guardatiempos ya se podría beneficiar de una revisión completa luego de 14 años de preciso e ininterrumpido servicio.
Nuestro personaje respiró con apuro, ¿Qué podría hacer? Llevarse el reloj tal cual no era opción. La marca era demasiado evidente y comprometía la hermeticidad del reloj..
Estaba sumido en estos pensamientos cuando se dio la vuelta un momento y vio en una de las vitrinas un reloj muy sencillo pero elegante. Se trataba de un Tudor Oyster de tres manecillas, sobrio, recatado, con una esfera negra reluciente. El contraste entre la esfera y manecillas le daban una legibilidad inmediata, algo que él, a sus casi 50 años apreciaba. Le gustaba mucho que tuviese una correa negra, a juego con la esfera. Igual que su querido Datejust.
Al mirarlo de cerca comprobó con gusto que su precio no era tan alto como había intuido. Además este reloj era de acero, lo cual le confería una mayor discreción, no olvidemos que el señor se preparaba para un largo viaje y quizás era más apropiado mantener un perfil bajo. Su tamaño contenido (ligeramente menor que el DJ) y escaso grosor lo haría además muy fácil de disimular bajo la manga de la camisa.
Sin pensarlo más pidió que se lo mostraran. Se lo probó y no pudo resistir, lo compró para llevarlo consigo al viaje. Lo pagó rápidamente y se lo llevó puesto.
Al día siguiente partió para los Estados Unidos. El viaje al final se prolongó por 3 meses. Llegó de regreso a las islas británicas justo antes de Julio. Lo primero que hizo al llegar a casa fue acercarse al concesionario Rolex a recoger su reloj, mismo que estaba ahí, en una bella caja de servicio. Lo cogió y volvió a casa, sólo para guardarlo en la caja fuerte. Algo pasó que quiso darle algunos días más de vida al pequeño reloj que había comprado y que tan buen servicio le había dado durante el largo viaje. Algo así como un pequeño homenaje.
Lo que en un principio fue cosa de unos días, se convirtió en un verano largo con el mismo reloj de recambio. Le gustaba mucho, le daba pesar quitárselo. Aun así lo cuidaba, nunca hizo ninguna tarea física con él en la muñeca, recordaba lo que le pasó a su reloj de bodas.
Pasó el verano y con la llegada de Septiembre empezó el frenesí del día a día. Mirar la fecha era algo necesario y fue entonces que decidió abrir de nuevo la caja fuerte. Ahí estaba la cajita dentro de la bolsa de Rolex. La abrió y adentro estaba ese reluciente Datejust. Su reloj. Como nuevo. Casi sentía que le sonreía. Ni tardo ni perezoso se lo puso de nuevo. A los pocos segundos de tenerlo en la muñeca ya empezaba a trotar la aguja segundera. Lo puso a la hora y fecha y le dio cuerda, algo a lo que ya se había acostumbrado ya que el Tudor era de carga manual. Sin pensarlo mucho más miró su Tudor Oyster, suspiró por el buen servicio prestado y lo dejó en la caja fuerte. Jamás se lo volvió a poner.
Transcurrieron los años y el caballero murió. Sus hijos se repartieron sus bienes, uno de ellos se quedó con la caja fuerte, aparentemente ya sin otra cosa que papeles antiguos sin valor. Al paso del tiempo y en un momento de necesidad, el hijo se encontró al fondo de la caja de caudales la caja con el Tudor dentro. Recordaba como en sueños aquél reloj.
Sin saber mucho de él y quizás pensando que inclusive estuviese estropeado por el paso del tiempo, se acercó a un compraventa y lo vendió. Salió de un pequeño apuro pero sin darse cuenta perdió algo muy valioso; una parte de la historia de su padre.
El reloj en cuestión bien podría haber sido este:
Y a lo mejor lo fue.
Saludos,
Preparando su maleta el día anterior, se dio cuenta de que su reloj de uso habitual, un precioso Datejust de oro, había sufrido un arañazo muy desagradable en el plexiglás y en parte de la carrura. Este caballero, tan escrupuloso como era, no quería que su reloj tuviese esa marca tan notoria. Había sido su compañero todos los días desde que en 1946 se lo regaló su esposa con motivo de su boda.
Apurado por la víspera del viaje y temiendo quedarse sin reloj, se acercó a su concesionario en el centro de Londres. Con pesar recibió la noticia de que sería imposible arreglar esa cicatriz en las pocas horas que quedaban y que además, su preciado guardatiempos ya se podría beneficiar de una revisión completa luego de 14 años de preciso e ininterrumpido servicio.
Nuestro personaje respiró con apuro, ¿Qué podría hacer? Llevarse el reloj tal cual no era opción. La marca era demasiado evidente y comprometía la hermeticidad del reloj..
Estaba sumido en estos pensamientos cuando se dio la vuelta un momento y vio en una de las vitrinas un reloj muy sencillo pero elegante. Se trataba de un Tudor Oyster de tres manecillas, sobrio, recatado, con una esfera negra reluciente. El contraste entre la esfera y manecillas le daban una legibilidad inmediata, algo que él, a sus casi 50 años apreciaba. Le gustaba mucho que tuviese una correa negra, a juego con la esfera. Igual que su querido Datejust.
Al mirarlo de cerca comprobó con gusto que su precio no era tan alto como había intuido. Además este reloj era de acero, lo cual le confería una mayor discreción, no olvidemos que el señor se preparaba para un largo viaje y quizás era más apropiado mantener un perfil bajo. Su tamaño contenido (ligeramente menor que el DJ) y escaso grosor lo haría además muy fácil de disimular bajo la manga de la camisa.
Sin pensarlo más pidió que se lo mostraran. Se lo probó y no pudo resistir, lo compró para llevarlo consigo al viaje. Lo pagó rápidamente y se lo llevó puesto.
Al día siguiente partió para los Estados Unidos. El viaje al final se prolongó por 3 meses. Llegó de regreso a las islas británicas justo antes de Julio. Lo primero que hizo al llegar a casa fue acercarse al concesionario Rolex a recoger su reloj, mismo que estaba ahí, en una bella caja de servicio. Lo cogió y volvió a casa, sólo para guardarlo en la caja fuerte. Algo pasó que quiso darle algunos días más de vida al pequeño reloj que había comprado y que tan buen servicio le había dado durante el largo viaje. Algo así como un pequeño homenaje.
Lo que en un principio fue cosa de unos días, se convirtió en un verano largo con el mismo reloj de recambio. Le gustaba mucho, le daba pesar quitárselo. Aun así lo cuidaba, nunca hizo ninguna tarea física con él en la muñeca, recordaba lo que le pasó a su reloj de bodas.
Pasó el verano y con la llegada de Septiembre empezó el frenesí del día a día. Mirar la fecha era algo necesario y fue entonces que decidió abrir de nuevo la caja fuerte. Ahí estaba la cajita dentro de la bolsa de Rolex. La abrió y adentro estaba ese reluciente Datejust. Su reloj. Como nuevo. Casi sentía que le sonreía. Ni tardo ni perezoso se lo puso de nuevo. A los pocos segundos de tenerlo en la muñeca ya empezaba a trotar la aguja segundera. Lo puso a la hora y fecha y le dio cuerda, algo a lo que ya se había acostumbrado ya que el Tudor era de carga manual. Sin pensarlo mucho más miró su Tudor Oyster, suspiró por el buen servicio prestado y lo dejó en la caja fuerte. Jamás se lo volvió a poner.
Transcurrieron los años y el caballero murió. Sus hijos se repartieron sus bienes, uno de ellos se quedó con la caja fuerte, aparentemente ya sin otra cosa que papeles antiguos sin valor. Al paso del tiempo y en un momento de necesidad, el hijo se encontró al fondo de la caja de caudales la caja con el Tudor dentro. Recordaba como en sueños aquél reloj.
Sin saber mucho de él y quizás pensando que inclusive estuviese estropeado por el paso del tiempo, se acercó a un compraventa y lo vendió. Salió de un pequeño apuro pero sin darse cuenta perdió algo muy valioso; una parte de la historia de su padre.
El reloj en cuestión bien podría haber sido este:
Y a lo mejor lo fue.
Saludos,
Última edición: