O
ovalladares
Forer@ Senior
Sin verificar
El reloj de otro
Le reconozco pero no me gusta. En otro, sí. Por qué me ocurre esto tan a menudo. No dejo de mirar su antebrazo, se mueve, explica, señala, gesticula y ese maldito reloj se mueve con él. No le escucho porque le miro el reloj. De vuelta conduzco y no dejo de mirar mi reloj. Ese brillo lo hace más interesante, resalta la marca de las horas, texturiza la esfera, descubre un nuevo tono, quizás demasiado brillo a esta hora, es le segundero que quiero, oh no, no lo es. Metal, cuero, las dudas, siempre las dudas. Es el adecuado o no, es mi reloj o no, está de paso, o no. Ah, no te compras sólo un reloj… Esas agujas parecen tener más personalidad que tal otras, que las mías mismas. Negro, dial negro, son los más elegantes y es lo más razonable, ahora que acabo de decantarme por uno blanco. No da importancia a su reloj, tan sólo lo lleva, como si fuera una simple maquinaria para medir el tiempo. Relojes de un día, de unas horas o para siempre. Y vender todos y quedarme sólo con uno, que me acompañe hasta el último minuto, uno especial, ese reloj. Uno para cada ocasión, como si se tuviera un brazo para cada ocasión, o unos ojos para cada ocasión. A la venta ese reloj, sigue a la venta, maldición, que alguien lo compre ya. Cómo pude llevarlo, en esas fotos no me reconozco, me es tan ajeno ese reloj que ya no está y sin embargo, ahora me parece el reloj de otro y entonces, sólo entonces me gusta. Vendido. Envidio las muñecas que portan un solo reloj en su vida, ese reloj que se hace indivisible, inajenable; ese reloj que sobrevive, que ha marcado absolutamente todas las horas de una vida. Decidido, ese es mi reloj. Lo busco, es él. Sustituido por un nuevo capricho a los dos meses. Pensemos: necesidades, prestaciones y presupuesto; estilo, qué reloj quiero, qué quiero que diga de mí. No hay duda, es este reloj. No, no lo es esta vez tampoco. Es el reloj de otro.
Le reconozco pero no me gusta. En otro, sí. Por qué me ocurre esto tan a menudo. No dejo de mirar su antebrazo, se mueve, explica, señala, gesticula y ese maldito reloj se mueve con él. No le escucho porque le miro el reloj. De vuelta conduzco y no dejo de mirar mi reloj. Ese brillo lo hace más interesante, resalta la marca de las horas, texturiza la esfera, descubre un nuevo tono, quizás demasiado brillo a esta hora, es le segundero que quiero, oh no, no lo es. Metal, cuero, las dudas, siempre las dudas. Es el adecuado o no, es mi reloj o no, está de paso, o no. Ah, no te compras sólo un reloj… Esas agujas parecen tener más personalidad que tal otras, que las mías mismas. Negro, dial negro, son los más elegantes y es lo más razonable, ahora que acabo de decantarme por uno blanco. No da importancia a su reloj, tan sólo lo lleva, como si fuera una simple maquinaria para medir el tiempo. Relojes de un día, de unas horas o para siempre. Y vender todos y quedarme sólo con uno, que me acompañe hasta el último minuto, uno especial, ese reloj. Uno para cada ocasión, como si se tuviera un brazo para cada ocasión, o unos ojos para cada ocasión. A la venta ese reloj, sigue a la venta, maldición, que alguien lo compre ya. Cómo pude llevarlo, en esas fotos no me reconozco, me es tan ajeno ese reloj que ya no está y sin embargo, ahora me parece el reloj de otro y entonces, sólo entonces me gusta. Vendido. Envidio las muñecas que portan un solo reloj en su vida, ese reloj que se hace indivisible, inajenable; ese reloj que sobrevive, que ha marcado absolutamente todas las horas de una vida. Decidido, ese es mi reloj. Lo busco, es él. Sustituido por un nuevo capricho a los dos meses. Pensemos: necesidades, prestaciones y presupuesto; estilo, qué reloj quiero, qué quiero que diga de mí. No hay duda, es este reloj. No, no lo es esta vez tampoco. Es el reloj de otro.