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trozos de vida...que se van.

  • Iniciador del hilo urko1000
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Hilo cerrado
  • #26
dije que no era capciosa y asi es, la intención última de mi pregunta es conocer el punto de vista de alguien que piensa diametralmente opuesto a mí, aunque bien es cierto que aquí estoy bastante de acuerdo contigo, harina de otro costal es que a ese supuesto personaje la inmensa mayoria de sus relojes no le durase mas allá de un mes....estarás conmigo en que no seria muy normal.


solo albergo una duda más, cuando afirmas....


"Pero de igual modo que he renunciado a adueñarme de ese paisaje, de esa ciudad, de esa casa o de ese objeto que relaciono con la emoción sentida y vivida, renuncio también a subyugarme a ese reloj que, cumplida su misión en el ámbito de mi ánimo y sentimientos, me impide explorar a otros nuevos a los que, a su vez, asociaré a las nuevas experiencias y vivencias que el incierto futuro me depara, y es que mi afición a los relojes, como tales, está más allá de fundirme emocionalmente con ellos."



pregunto.....no cabria la posibilidad que ese objeto pudiera llegar a emocionarte hasta el fin de tu existencia, o por el contrario esa hipotética misión de colmar tus ánimos y sentimientos tiene siempre fecha de caducidad?



un cordial saludo!




PD: editado para modificar la pregunta.
 
Última edición:
  • #27
Aunque…

dije que no era capciosa y asi es, la intención última de mi pregunta es conocer el punto de vista de alguien que piensa diametralmente opuesto a mí, aunque bien es cierto que aquí estoy bastante de acuerdo contigo, harina de otro costal es que a ese supuesto personaje la inmensa mayoria de sus relojes no le durase mas allá de un mes....estarás conmigo en que no seria muy normal.


solo albergo una duda más, cuando afirmas....


"Pero de igual modo que he renunciado a adueñarme de ese paisaje, de esa ciudad, de esa casa o de ese objeto que relaciono con la emoción sentida y vivida, renuncio también a subyugarme a ese reloj que, cumplida su misión en el ámbito de mi ánimo y sentimientos, me impide explorar a otros nuevos a los que, a su vez, asociaré a las nuevas experiencias y vivencias que el incierto futuro me depara, y es que mi afición a los relojes, como tales, está más allá de fundirme emocionalmente con ellos."



pregunto.....no cabria la posibilidad que ese objeto pudiera llegar a emocionarte hasta el fin de tu existencia, o por el contrario esa hipotética misión de colmar tus ánimos y sentimientos tiene siempre fecha de caducidad?



un cordial saludo!


Creo haber contestado ya a tu pregunta:


Pero cuando en esto de los relojes se es de naturaleza promiscua y gustan todos por lo que son en sí, pero no los podemos poseer todos a la vez por que el bolsillo no da, es inevitable entrar en ese juego de “acierto-error”, de compra y venta, de la que tanto se aprende en criterio y experiencia con ellos y que, en última instancia, nos permite el ir seleccionando y preservando aquellos que, vía comparación, sobresalen en aquellas cualidades que de ellos exigimos, más allá del siempre subjetivo y comedido ánimo que acaso podemos desplegar hacia ellos, teniendo en cuenta que son lo que son, nada más y nada menos, por más que nos empeñemos en tratarlos casi como sujetos…


Matizaré un poquito más.

No conservo mi primer reloj, ese que me regalaron por mi primera comunión, ese con el que aprendí a contar las horas y que un día se ahogó accidentalmente en la piscina.

Tampoco conservo mi primera bicicleta, aquélla con la que aprendí a pedalear y que tanto disfruté en compañía de mis amigos, entre osadías y gamberradas propias de la edad.

Tampoco mi primer coche, con cuya conducción disfruté lo indecible y en cuyo interior viví lo inenarrable.

Tampoco conservo mi primer equipo de música, con el que aprendí a oirla y a comprenderla.

Tampoco conservo mi primer transmisor de radio, con el que hice amigos al otro lado del charco

Tampoco conservo mi primer teléfono móvil, a pesar de haber caído en su momento derretido ante la magia de su funcionamiento y tecnología, y haber conocido a través de él noticias que, sin duda, marcarían mi devenir futuro.

No vivo en la casa en la que vine al mundo, tampoco en la que me crié, ni si quiera en la misma en la que inicié mi matrimonio.

Y es que hasta las células de nuestro organismo se regeneran y cambian por completo en un decenio.

No, no conservo casi nada material, más allá de lo que preciso, uso y disfruto cuando toca, pero te aseguro que en mis recuerdos y sentimientos, todas esas cosas están tan vivas como cuando las poseí. Recuerdo y recreo todo aquello que me transmitieron, enseñaron e inspiraron.

En cambio, mi primera novia, después de más de treinta años de convivencia, es hoy mi mujer. Conservo a mi familia, a mis hijos, a mis padres y a mis hermanos. Y no cambiaría nada de ello por todo el oro del mundo.

Conservo a mis amigos de la infancia y a todos los que, desde entonces, han ido sobreviniendo. Son “cosas” que no estoy dispuesto ni a perder ni a cambiar.

Eso sí que son cosas realmente importantes y que merece la pena conservar.

En cambio los relojes, por los que siento una indisimulada pasión, no son para mí más que eso: nada más y nada menos que relojes. Maquinitas maravillosas, con cara y todo pero, hasta hoy en día, incapaces de subyugarme hasta el final de mis días. Soy plenamente consciente de que soy yo quien los quiero a ellos, y no ellos a mí y que, por tanto, salvo que me toque la lotería, si quiero alcanzar nuevas cotas en esta afición, ciertos sacrificios se imponen, por lo menos mientras me quede cierto sentido de la racionalidad en el uso y disfrute de esta enganchosa e insaciable afición.

Y, por supuesto, en este recorrido, tan amplio, cierto sentido de la racionalidad invita necesariamente a que ciertas piezas adquieran la vocación de “definitivas”, pero –para mí- siempre por su excelencia intrínseca, según los parámetros ambicionados y no porque, desnaturalizándolos de lo que realmente son, les atribuya emocionalmente cualidades cuasi humanas, como recuerdos o sentimientos que sólo poseo yo pero no ellos.

Simplemente trato de ser pragmático con los relojes y con casi toda la materialidad que me rodea. Rarito que es uno…

Por cierto, si opinas que piensas de forma diametralmente opuesta a la mía, me imagino que tu casa debe ser una especie de museo llena de objetos evocadores de tu propia biografía. ¡A mí no me cabrían! 8o

¡Saludos!
 
  • #28
hombre!, no hay que exagerar, no creo que se trate de conservar absolutamente todo (ni siquiera buena parte), ni creo haber dado a entender semejante barbaridad, simplemente que sí soy capaz de amar y conservar un objeto concreto hasta el fin de mis dias......y no!, yo tampoco conservo mi primera bicicleta, ni mi primer coche, ni primera pelota, ni mis primeras zapatillas, ni tantas otras cosas, en cambio sí conservo por ejemplo un trofeo o un libro concreto, en fin!, tal vez el rarito soy yo....



un saludo!
 
  • #29
Creo que ya está todo dicho ,pero por si acaso,yo me declaro " Pasista " . Por mucho que me guste,creo que los relojes son meros objetos sin alma,y como tales el apego que siento por ellos dura tanto como que la sensación de poseerlos sea o no placentera. Varias veces ha salido de mi boca el consabido "yo nunca venderé este reloj" y pocas se ha cumplido.

Un cordial saludo,
Javier.
 
  • #30
Creo que ya está todo dicho ,pero por si acaso,yo me declaro " Pasista " . Por mucho que me guste,creo que los relojes son meros objetos sin alma,y como tales el apego que siento por ellos dura tanto como que la sensación de poseerlos sea o no placentera. Varias veces ha salido de mi boca el consabido "yo nunca venderé este reloj" y pocas se ha cumplido.

Un cordial saludo,
Javier.




pero si en eso estamos de acuerdo!, nadie -al menos no yo- le atribuye alma al reloj....simplemente preguntaba que por qué un objeto concreto, un reloj en este caso, no puede gustarnos y desearlo de por vida.........en fin!, no sé, la cuestión es muy sencilla, no hay que buscarle tres pies al gato ni salirse por los cerros de úbeda, al parecer para alguno o guardas absolutamente todo desde que naciste (en cuyo caso eres un fetichista) o no tiene sentido la pregunta.



un saludo!
 
  • #31
Los que me conoceis sabeis que estoy en la linea del Jefe de pensamiento y de obra.

Eso no quita el que efectivamente pienso en los relojes que tuve con cariño y a veces con pena.
 
  • #32
Planteada la pregunta en estos términos…

pero si en eso estamos de acuerdo!, nadie -al menos no yo- le atribuye alma al reloj....simplemente preguntaba que por qué un objeto concreto, un reloj en este caso, no puede gustarnos y desearlo de por vida.........en fin!, no sé, la cuestión es muy sencilla, no hay que buscarle tres pies al gato ni salirse por los cerros de úbeda, al parecer para alguno o guardas absolutamente todo desde que naciste (en cuyo caso eres un fetichista) o no tiene sentido la pregunta.



un saludo!


Creo que carece ya de todo sentido, pues pienso que resulta tan obvio como patente que cualquier objeto y, desde luego un reloj, puede gustarnos lo suficiente como para conservarlo toda la vida.

Ello puede ocurrir simplemente porque nos gusta más que los otros o porque es el mejor que tenemos y nos vemos incapaces –técnica o económicamente- de mejorarlo.

También puede ocurrir lo mismo por el hecho de que dicho reloj nos evoque unas vivencias, unos recuerdos especialmente relevantes o trascendentes o, sencillamente, sea el objeto de un regalo de un familiar o de una persona que apreciamos.

En este último caso, ya no es el reloj, la pluma o el libro que nos regalaron lo que nos importan como tales, sino como materialización de una expresión de afecto o amistad hacia nosotros, y de los que noblemente no deseamos desprendernos por cuanto significan para nosotros más allá de su propia naturaleza.

En ese caso, no es su belleza, ni su perfección, ni su calidad, ni si quiera su utilidad lo que valoramos, sino que lo hacemos como expresión que son del afecto o cariño que otros nos han prodigado a través de su regalo. Ya no se trata solamente de un reloj, ni de un libro ni de una pluma más o, si lo prefieres, se trata de eso, pero condimentado de unos sentimientos que se nos antojan de forma definitiva inseparables de ellos.

Poco nos ha de importar entonces si el libro está mejor o peor encuadernado, si se trata de una edición especial o corriente, o si la pluma es de plástico o de nácar, o si el reloj posee tal o cual calibre, porque en esos objetos volcamos tanto sentimiento que, en nuestra percepción los convertimos en algo distinto y que va más allá de lo que son en sí mismos.

Para muestra, un botón. He aquí el apreciado regalo que me hizo mi buen amigo Augusto y que tengo intención de conservarlo mientras viva:

lostimage.jpg


Esto nos puede suceder –y nos sucede de hecho- a todos. Lo sorprendente para mí es que a algunos parece ser que les sucede con TODOS sus relojes y eso, aunque sea perfectamente legítimo, me da que pensar…

No sé si les ocurrirá también con todos sus objetos o efectos de uso personal, lo que casi me atrevería a preconizar como un síntoma temprano del cada vez más frecuente “síndrome de Diógenes”, o si tan sólo les ocurrirá con los susodichos relojes, en cuyo caso no deja de intrigarme cual es el mecanismo psicológico que sistemáticamente reúne afectos y objetos de forma tan fuerte y definitiva cuando de relojes se trata… :huh:

¡Saludos!
 
  • #33
Creo que carece ya de todo sentido, pues pienso que resulta tan obvio como patente que cualquier objeto y, desde luego un reloj, puede gustarnos lo suficiente como para conservarlo toda la vida.

Ello puede ocurrir simplemente porque nos gusta más que los otros o porque es el mejor que tenemos y nos vemos incapaces –técnica o económicamente- de mejorarlo.

También puede ocurrir lo mismo por el hecho de que dicho reloj nos evoque unas vivencias, unos recuerdos especialmente relevantes o trascendentes o, sencillamente, sea el objeto de un regalo de un familiar o de una persona que apreciamos.

En este último caso, ya no es el reloj, la pluma o el libro que nos regalaron lo que nos importan como tales, sino como materialización de una expresión de afecto o amistad hacia nosotros, y de los que noblemente no deseamos desprendernos por cuanto significan para nosotros más allá de su propia naturaleza.

En ese caso, no es su belleza, ni su perfección, ni su calidad, ni si quiera su utilidad lo que valoramos, sino que lo hacemos como expresión que son del afecto o cariño que otros nos han prodigado a través de su regalo. Ya no se trata solamente de un reloj, ni de un libro ni de una pluma más o, si lo prefieres, se trata de eso, pero condimentado de unos sentimientos que se nos antojan de forma definitiva inseparables de ellos.

Poco nos ha de importar entonces si el libro está mejor o peor encuadernado, si se trata de una edición especial o corriente, o si la pluma es de plástico o de nácar, o si el reloj posee tal o cual calibre, porque en esos objetos volcamos tanto sentimiento que, en nuestra percepción los convertimos en algo distinto y que va más allá de lo que son en sí mismos.

Esto nos puede suceder –y nos sucede de hecho- a todos. Lo sorprendente para mí es que a algunos parece ser que les sucede con TODOS sus relojes y eso, aunque sea perfectamente legítimo, me da que pensar…

No sé si les ocurrirá también con todos sus objetos o efectos de uso personal, lo que casi me atrevería a preconizar como un síntoma temprano del cada vez más frecuente “síndrome de Diógenes”, o si tan sólo les ocurrirá con los susodichos relojes, en cuyo caso no deja de intrigarme cual es el mecanismo psicológico que sistemáticamente reúne afectos y objetos de forma tan fuerte y definitiva cuando de relojes se trata… :huh:

¡Saludos!



Jajajajajaajajajjaajajajajja, debo reconocerlo, eres extremadamente hábil, sintoma de gran inteligencia, manejas el discurso con gran sutileza y aderezado con toques subliminales de forma magistral...:D



un saludo y.....aunque no esté del todo de acuerdo, ha sido un placer leerte ;-)
 
  • #34
Paso es Paso, siempre agudo y magistral ;-) :)
Un abrazo :)
 
  • #35
Creo haber contestado ya a tu pregunta:


Pero cuando en esto de los relojes se es de naturaleza promiscua y gustan todos por lo que son en sí, pero no los podemos poseer todos a la vez por que el bolsillo no da, es inevitable entrar en ese juego de “acierto-error”, de compra y venta, de la que tanto se aprende en criterio y experiencia con ellos y que, en última instancia, nos permite el ir seleccionando y preservando aquellos que, vía comparación, sobresalen en aquellas cualidades que de ellos exigimos, más allá del siempre subjetivo y comedido ánimo que acaso podemos desplegar hacia ellos, teniendo en cuenta que son lo que son, nada más y nada menos, por más que nos empeñemos en tratarlos casi como sujetos…


Matizaré un poquito más.

No conservo mi primer reloj, ese que me regalaron por mi primera comunión, ese con el que aprendí a contar las horas y que un día se ahogó accidentalmente en la piscina.

Tampoco conservo mi primera bicicleta, aquélla con la que aprendí a pedalear y que tanto disfruté en compañía de mis amigos, entre osadías y gamberradas propias de la edad.

Tampoco mi primer coche, con cuya conducción disfruté lo indecible y en cuyo interior viví lo inenarrable.

Tampoco conservo mi primer equipo de música, con el que aprendí a oirla y a comprenderla.

Tampoco conservo mi primer transmisor de radio, con el que hice amigos al otro lado del charco

Tampoco conservo mi primer teléfono móvil, a pesar de haber caído en su momento derretido ante la magia de su funcionamiento y tecnología, y haber conocido a través de él noticias que, sin duda, marcarían mi devenir futuro.

No vivo en la casa en la que vine al mundo, tampoco en la que me crié, ni si quiera en la misma en la que inicié mi matrimonio.

Y es que hasta las células de nuestro organismo se regeneran y cambian por completo en un decenio.

No, no conservo casi nada material, más allá de lo que preciso, uso y disfruto cuando toca, pero te aseguro que en mis recuerdos y sentimientos, todas esas cosas están tan vivas como cuando las poseí. Recuerdo y recreo todo aquello que me transmitieron, enseñaron e inspiraron.

En cambio, mi primera novia, después de más de treinta años de convivencia, es hoy mi mujer. Conservo a mi familia, a mis hijos, a mis padres y a mis hermanos. Y no cambiaría nada de ello por todo el oro del mundo.

Conservo a mis amigos de la infancia y a todos los que, desde entonces, han ido sobreviniendo. Son “cosas” que no estoy dispuesto ni a perder ni a cambiar.

Eso sí que son cosas realmente importantes y que merece la pena conservar.

En cambio los relojes, por los que siento una indisimulada pasión, no son para mí más que eso: nada más y nada menos que relojes. Maquinitas maravillosas, con cara y todo pero, hasta hoy en día, incapaces de subyugarme hasta el final de mis días. Soy plenamente consciente de que soy yo quien los quiero a ellos, y no ellos a mí y que, por tanto, salvo que me toque la lotería, si quiero alcanzar nuevas cotas en esta afición, ciertos sacrificios se imponen, por lo menos mientras me quede cierto sentido de la racionalidad en el uso y disfrute de esta enganchosa e insaciable afición.

Y, por supuesto, en este recorrido, tan amplio, cierto sentido de la racionalidad invita necesariamente a que ciertas piezas adquieran la vocación de “definitivas”, pero –para mí- siempre por su excelencia intrínseca, según los parámetros ambicionados y no porque, desnaturalizándolos de lo que realmente son, les atribuya emocionalmente cualidades cuasi humanas, como recuerdos o sentimientos que sólo poseo yo pero no ellos.

Simplemente trato de ser pragmático con los relojes y con casi toda la materialidad que me rodea. Rarito que es uno…

Por cierto, si opinas que piensas de forma diametralmente opuesta a la mía, me imagino que tu casa debe ser una especie de museo llena de objetos evocadores de tu propia biografía. ¡A mí no me cabrían! 8o

¡Saludos!
Yo, ni siquuiera me casé con la primera novia :)
 
  • #36
pues a mi un reloj me transmite sensaciones....... mientras estas sean positivas, lo guardare....... y me da igual que lleve un año sin ponermelo, o que sirva para financiar la compra de un nuevo reloj soñado....

en el momento en que un reloj no me diga nada, absolutamente nada, durante un largo tiempo, considerare si merece la pena venderlo, y recuperar algo del dinero invertido en él en el pasado....

en fin, me gusta conservar las cosas que antaño me hicieron feliz, pero dentro de un limite...........y siempre sigo mi dogma.........."la tristeza por el reloj vendido tiene que ser superada ampliamente por la ilusion de la nueva adquisicion",

es un placer leeros..........
 
  • #37
estoy con santi, despacito y sin vender

pero en esta vida no se puede decir "de este agua no bebere"

saludos
 
  • #38
Yo comprendo ambas posturas, pero soy de los de no vender. Tengo una humildísima colección, pero me gustan todos lo suficiente como para no deshacerme de ninguno (y hay alguno que apenas me pongo). Sólo me he deshecho de dos y ha sido para regalarlos a mis hermanos. Unos humildes Citizen y Radiant de cuarzo. Los siguen teniendo bien cuidados después de años (contra todo pronóstico) y eso que los usan a diario, así que me siguen proporcionando satisfacción aunque ya no los posea.
Saludos.
 
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