Hola:
De nuevo, y, como complemento al anterior aporte, os adjunto este gran ensayito, a modo de tragicomedia, que resume en cinco actos la situación económica actual. Como siempre, espero no aburriros con mis manías y, sobre todo, que os guste y os haga reflexionar... Saludos
CRISIS CÍCLICA
Andrè Maurois
UNA TRAGICOMEDIA EN CINCO ACTOS
Primer acto
El telón se levanta sobre una escena alegre. Las fábricas en Europa, como en América, reciben pedidos que sobrepasan sus medios de producción; los grandes almacenes de París, de Londres, de Filadelfia, de Buenos Aires, venden fácilmente las mercancías que compran. Las materias primas, lana, algodón, acero, caucho, al ser muy solicitadas aumentan de precio. Los industriales, al comprobar que cada una de sus compras es más cara que la anterior tienen tendencia a encargar más de lo que exigen sus verdaderas necesidades. El público, que también ha observado que los precios aumentan, compra por su parte, anticipándose a sus necesidades inmediatas, todo cuanto le será preciso. Empleados y obreros se ganan bien la vida. Algunas corporaciones obreras, al ver la situación favorable de la industria, reclaman aumentos de salarios. Los patronos, que temen siempre una huelga en periodo de prosperidad, se los conceden. Esta alza de salarios sirve para acelerar aún la de los productos. Como todas las fábricas están ocupadas, cada sociedad desea aumentar su producción. Construyen edificios, se montan máquinas. Se siente uno tanto más tentado de hacerlo cuanto se ve cómo aumentan los impuestos y al no desear distribuir dividendos por preferir emplear lo sobrante de los beneficios en nuevas construcciones. El hombre medio, que en estas épocas tiene mucho dinero, compra acciones industriales, aunque no le reporten más que un interés pequeño. Primero las compra con sus economías, y luego, al ver que los valores siguen aumentando y que basta comprar para enriquecerse, compra a crédito y se hace especulador. Reina un sentimiento general de satisfacción. Los maridos burgueses son generosos para con sus mujeres y las cubren de joyas y de pieles. Los matrimonios obreros, en América, compran coches y fonógrafos, y en Francia casitas y jardines. Los americanos viajan por Europa; los hoteles y los teatros están llenos. Los editores publican todos los libros. Los autores jóvenes están optimistas. Los impuestos producen cada año más dinero que el anterior, y los presupuestos son fácilmente equilibrados. En toda la Tierra, los hombres políticos subidos al poder son populares. Todas las clases de la sociedad, obreros, patronos, financieros, políticos están convencidos de que esta prosperidad es natural y que durará toda la vida. Claro que en su juventud han oído explicar que a veces ocurren crisis industriales y que el alza no es eterna; incluso algunos de ellos han sido testigos de tales catástrofes. Pero creen que las condiciones han cambiado, que ya no vivimos como nuestros antepasados. Estamos al abrigo de las desgracias del pasado. El telón cae sobre un Himno a la Prosperidad.
Segundo acto
Sin embargo, y aunque nadie parezca darse cuenta, el alza de todas las cosas ya ha sobrepasado los precios que razonablemente permiten la cantidad de moneda y de crédito disponibles. El oro empieza a faltar, no en todos los países, pero si en la mayoría de ellos: Al ser caros los productos, este oro, que sirve para medirlos, tiene naturalmente, menos valor. Cuesta más extraerlo, porque los salarios de los mineros han aumentado; tiene menos valor adquisitivo porque los productos han aumentado también. Al hacerse menos interesante la producción de oro, disminuye dicha producción. Es un peligro. Hay uno más grande aún. Como todos los seres humanos productores y consumidores compran demasiado y producen demasiado, empiezan a formarse reservas. Al principio estas reservas son invisibles, porque están repartidas en distintos lugares. Madame Vanderhagen, de Bruselas, compró tres docenas de camisas, con anticipación, para sus hijos porque las pagaba más caras todos los años, y quiso resarcirse contra una futura alza. Mistress Lewis, de Hartford (Connecticut), hizo como ella, y también Frau Rosenhart, de Berlín, y madame Omara de Nagasaki. El signor Paciarello, comerciante de camisas al por mayor, de Milán, tiene cincuenta mil camisas de más que su reserva normal por el mismo motivo. Monsieur Riboudet, fabricante de telas de algodón, posee una reserva para dos años. En Texas las balas empiezan a amontonarse en los almacenes. Para ciertos productos, la situación se ha hecho tan difícil, que los Estados se han visto obligados a intervenir. Una parte de las reservas de café del Brasil ha sido comprada por el gobierno. El gobierno egipcio está en tratos para comprar, del mismo modo, una parte de la cosecha de algodón. En las Bolsas del mundo entero, innumerables especuladores a la alza están en descubierto. No desean “alzar” sus valores, porque no podrían pagarlos; sólo los guardan porque esperan una nueva alza. En semejante momento, la máquina mundial está en equilibrio inestable. Al finalizar el acto estos especuladores, unos sobre productos, otros sobre valores de Bolsa, están como suspendidos en el extremo de una inmensa pieza de hierro colocada en falso sobre un abismo y que al menor choque puede hacer que bascule.
Tercer acto
Se produce el accidente. La causa es variable y generalmente pequeña. El equilibrio era ya tan frágil que bastó un movimiento del pulgar para hacer caer aquella enorme máquina. A veces es la quiebra de un Banco, otras, la simple publicación de una cifra que hace aparecer las reservas o los compromisos bastante más elevados de lo que creían los especialistas. Otras, una venta pública de lana en Melbourne o en Buenos Aires, en que de repente los compradores se dan cuenta que ninguno de ellos tiene verdaderas necesidades. Otras, una medida monetaria simplemente que disminuye de pronto la capacidad de adquisición de un gran mercado (vg. una bajada de la moneda en Extremo Oriente). Sea cual sea la causa minúscula que provoca el accidente, éste se produce siempre con tan terrible rapidez, que los especuladores, como tope, se precipitan de cabeza en el vacío. La caída es brusca, y todos ellos en grupo tienen reservas demasiado elevadas, ahora cuando han cesado de creer en el alza, todos desean vender. Mas en un mercado donde no hay más que vendedores, ya nada tiene valor.
El consumidor detallista, al comprobar que todas las veces que hace la compra la realiza en condiciones más baratas que las precedentes, deja de comprar o adquiere sólo lo que le es estrictamente necesario. El comerciante, al darse cuenta de la desconfianza de sus clientes, y al ver la cantidad de dinero que pierde sobre sus reservas, se niega a reponerlas. El industrial quiere producir menos y también él limita sus compras. El productor de materias primas, ganadero, agricultor, propietario de minas, plantador de caucho, ve cómo se le amontonan espantosas cantidades de productos de los que no sabe qué hacer. Le faltan dinero y crédito. Sobre toda la Tierra flota un viento de descontento y revolución. Los políticos que están en el poder son censurados. En las Bolsas, el capitalismo ya no quiere volver a comprar. En las fábricas, el paro es universal. En todo el mundo, en Londres, en Nueva York, en Berlín, se ven largas filas de gente sin trabajo. En Egipto y en Texas no saben qué hacer con su algodón, el Canadá con su trigo, Australia con su lana; en el Brasil se quema el café en los hogares de las locomotoras. Madame Vanderhagen, que en período de alza compraba más de lo necesario, restringe sus compras cuando bajan los precios, porque confía en que podrá comprar en mejores condiciones… Espera y deja de adquirir un traje o un abrigo. Manda componer los zapatos del año anterior. Viste a sus hijos con ropas mal cortadas de las viejas chaquetas de su padre. El obrero sin trabajo es un mal consumidor. El público se deja llevar por el pánico; amontona capitales sin interés ninguno y conserva, sin emplearlos, créditos “dormidos”, “emboscados”. Incluso los que siguen siendo ricos, o porque lo son demasiado para poder arruinarse o porque sus sueldos no han disminuido, son ahora tan absurdamente economizadores como antes eran pródigos. Ya no viajan, ni compran y aumentan con su nuevo comportamiento el desorden de los negocios. De todas partes salen profetas del tiempo que andan propagando la desesperación con alegría maligna: “Todo va mal –dicen– y todo irá peor. Esto es mucho más que una crisis: es el derrumbamiento de un sistema”. Estas profecías apocalípticas se repiten en todas las crisis. “En 1894 Wall Street estaba convencido de que el porvenir económico de América estaba destruido”. En 1921 se hablaba de una Europa en bancarrota y de un mundo arruinado. En 1931 los Jeremías de la economía condenaron al sistema capitalista. El final de un período de prosperidad es considerado, cada vez, como el fin del mundo; nunca más volverán los buenos tiempos. Los filósofos son románticos, los revolucionarios triunfantes y los pesimistas populares. El acto se termina en un coro de lamentaciones.
Cuarto acto
Así como se había subido demasiado en el camino del alza, con igual imprudencia se va demasiado lejos por el camino de la baja. Los productos caen por debajo de su precio de coste. El industrial o el labrador, a los que ya no les interesa trabajar, tratan de limitar su producción. Se han cerrado muchas fábricas. Los productores peor preparados para la lucha han sucumbido. Innumerables Bancos han quebrado. Los créditos se han restringido. Las empresas que aún viven son las más sanas y no cuentan más que consigo mismas. Las reservas visibles e invisibles han disminuido mucho. El gran almacén que tenía veinte mil abrigos de una serie, ahora sólo tiene cinco mil. Las amas de casa viven al día. El poder adquisitivo del oro va en aumento; cada vez es más provechoso extraerlo, y su producción tiende a aumentar. En todo caso, y aun cuando la producción de oro se mantenga estacionaria, los capitales están disponibles en gran cantidad y, en buenas condiciones, porque, como hemos dicho, los capitalistas de esta época de depresión y de guerra económica están en su mayoría “emboscados”. Todos los Bancos conservan en sus arcas grandes cantidades de dinero líquido, porque temen un asalto. En las Bolsas de todos los países son numerosas las posiciones especulativas a la baja. Son tanto más peligrosas cuanto que los millones, temerosos, duermen en los Bancos: los millones tienen espíritu de rebaño. El día en que despierten y huyan hacia delante, el alza será vertical como lo fue antes la baja. Poco a poco se prepara una posición de desequilibrio, tan peligrosa como la precedente, aunque en el otro sentido. Esta vez son los especuladores a la baja los que forman como un racimo humano agarrado al plato más bajo de una inmensa báscula que, al menor choque, los proyectará bruscamente en el aire.
Quinto acto
La violencia de la crisis trae consigo el remedio: debido a la falta de beneficios, la producción ha caído por debajo de las necesidades. La baratura de todos los artículos es tal, que algunos de los más atrevidos especuladores vuelven a cobrar valor. Varios compradores reaparecen en el mercado, y se produce una detención de la baja. Para empezar, son las materias primas las que muestran la nueva orientación. Todos los que desde hace un par de años se niegan a comprar o carecen de reservas, se asustan. Bruscamente vuelve a empezar el pánico, y a subir los precios. Los capitales, sobresaltados, desean de pronto aprovecharse de la baja en el precio de los valores. Todos piensan que, de esperar más, perderán una ocasión favorable. En el mercado no quedan sino compradores. Los mismos hombres que por su falta de estabilidad mental han hecho que la baja sea peligrosa, van ahora a conseguir que el alza sea demasiado rápida y casi loca. La falta de trabajo disminuye. El obrero, que empieza otra vez a trabajar, es, por fin, un consumidor. El gobierno del momento es alabado por la prudencia de sus medidas. Los actores, que no parecen darse cuenta de la comicidad de la obra, repiten exactamente las mismas cosas que en el primer acto. Otra vez gritan que entran en un periodo de eterna prosperidad, que el alza será ilimitada, y que los días malos no volverán. Sin duda se ha evitado una catástrofe. Pero el mundo ha cambiado. Estamos a cubierto de las desgracias del pasado. Y baja el telón a los acordes de un himno de gloria, con orquesta y coros.