oldchrono
Magister Collector
Sin verificar
Mi primer reloj de pulso
Hola amigos!!
Deseaba compartir con vosotros, mi primer reloj de pulso.
¿Conserva alguno de vosotros, el primer reloj que han tenido?
¡Pues yo sí!
Les cuento que mi primer reloj es muy modesto. Lo obtuve en 1957, por lo cual ya pasó el medio siglo de vida. Es decir, un verdadero “vintage” (como su dueño!
De marca desconocida “Liga” (antimagnetic), origen suizo, como marca orgullosamente en su tapa y movimiento de carga manual: “swiss made” y 15 rubies. El dial es muy sencillo, como su caja, con números arábigos clásicos en dorado, al igual que sus agujas “feuille”, y los números sobre una banda cuadrillé (no me atrevo a calificarla de “guiloché”). El segundero auxiliar, a las 6, le da cierta elegancia.
Antes de mostrarlo, deseo aclarar, sobre todo a los más jóvenes integrantes, que el llegar a tener un reloj, hace unos 50 años atrás, no era lo mismo que hoy día.
Solamente me basta con observar que mi nietita de poco más de 3 añitos, ya tiene su pequeña colección de relojes digitales con los personajes de “Las Princesas” y otros monitos de las seriales televisivas o de cuentos, aunque no sabe todavía leer la hora
(ni tenga necesidad de saberlo!), para darme cuenta de cómo ha cambiado el mundo en todas estas últimas décadas.
Claro, la aparición del reloj de quarzo, del microchip, y los plásticos, han cambiado al mundo, junto a la aparición del ordenador, y hoy día, un relojillo de niño, con todos sus colores y personajes, ha pasado a ser un juguete más, de poco precio, y al alcance de cualquiera.
Igualmente, un reloj “serio” para que lo use un caballero o una dama en su trabajo y vida diaria, también es un objeto muy accesible, y si no se tienen grandes aspiraciones en cuanto a marcas, o lujo, uno puede obtener un reloj muy utilitario, de diseño muy bonito y elegante, por muy poco dinero.
Claro que -digamos de paso- ¿quién necesita verdaderamente de un reloj de pulso hoy día? cuando la hora la tenemos en el andén, en el tablero del automóvil, en el teléfono móvil, en el ordenador, en el televisor, en los aparatos domésticos de la cocina, etc. etc.. ¡Claro, gracias a Dios, existen todavía los amantes de los relojes de pulso!
No era así hace unos 50 años atrás.
El reloj, tenía una connotación muy especial, y aquel “primer reloj” era algo que se esperaba y deseaba mucho, y se recibía, si era un obsequio, en una ocasión muy especial. O se llegaba a determinada edad.
El reloj marcaba por entonces, algo más que la hora. Marcaba un momento especial de nuestras vidas. Obtenerlo era una especie de rito, de pasaje, de trasponer una puerta hacia algo más.
Era la entrega de la confianza que depositaban nuestros padres en nosotros. Teníamos la madurez necesaria para confiarnos un objeto valioso. Para medir el tiempo, y saber que debíamos regresar a casa a la hora acordada, si salíamos a jugar con los amiguitos en la vereda. Ahora sabríamos a qué hora teníamos que ir al colegio, a la profesora de inglés, a la sala de deportes, sin preguntar, sin chistar, y sin poder excusarnos diciendo que “se nos pasó la hora” y nos perdimos la clase.
Y luego, con el correr del tiempo, al observar la esfera de nuestro “primer reloj”, inmediatamente nos venía a la mente la imagen de la persona o personas que nos lo habían entregado (casi siempre eran los padres, o los abuelos, o un tío), y de la ocasión del presente, o la circunstancia en que habíamos accedido al “primer reloj”.
Mi primer reloj, no escapa a esas premisas, como que fue un regalo de mis padres, para mi Primera Comunión, en el año 1957, cuando tenía yo 9 años de edad. Es decir, yo era ya mucho más mayorcito que mi pequeña nieta, que seguramente cuando llegue a esa edad, ya tendrá una colección de relojillos que superará a las de muchos coleccionistas (y espero que para entonces, ya sabrá leer la hora!).
Todavía recuerdo el orgullo del momento, al regresar de la Iglesia, después de la ceremonia, con la emoción en el corazón y en el alma, para hacer un modesto brindis en mi casa, en compañía de mis padres, abuelos y tíos. Y allí, frente a todos ellos, mis padres entregando aquel primer reloj, que seguramente a mí me parecería un “Patek”, o un “Rolex” o la más bella pieza de joyería que jamás habré soñado. (Por cierto, que por entonces ni había oído hablar de aquellas marcas, y mi sueño era simplemente, “tener un reloj” mío, propio, que deseaba con ilusión, toda vez que me asomaba a las vitrinas de una relojería)
Y con qué orgullo lucí mi reloj al día siguiente, al ir al colegio. Ya pertenecía a un grupo muy especial, el de los niños que tenían ya su reloj, que por cierto no eran muchos por entonces.
Hoy día sigo recordando con nostalgia y cariño, aquellos días, aquellos momentos, aquellos acontecimientos, toda vez que miro el simpático y humilde relojillo.
Lo considero un verdadero “veterano de guerra”, que pasó por mil y una aventuras y travesuras de niño, y sobrevivió a cientos de golpes, mojaduras y roturas de cristal (plástico), de corona de remontar la cuerda, y de cambios de correas.
Recuerdo, por ejemplo, que el reloj llevaba inicialmente unas correas de cuero, hasta que un día, mi madre ya cansada de tantos cambios de correas destruidas, le compró unas muy prácticas y novedosas en su tiempo, hechas de una especie de tela de nylon color gris oscuro. A mi me gustó mucho el cambio, y le agradecí, con la seguridad de que nunca más debería ir con cierto pudor a decirle, “se me ha roto nuevamente la correa, ¿me la haces cambiar mamá?”.
Hace unos pocos años, encontré a mi relojito en el fondo de un cajón de la mesa de luz.
Lo había dejado olvidado durante muchos años, y al encontrarlo, me dio alegría de hallarlo, y pena de haberlo dejado tan desamparado por tanto tiempo.
Había sido injusto con él. Había sido un amigo fiel y silencioso, y jamás me había fallado, salvo cuando detuvo su tic tac después de un fortísimo golpe que le dí en una caída, o cuando le volé su corona, en un enganche accidental.
Observé su vieja banda de nylon, ahora de un deslucido color gris ratón, y me reí al pensar que seguramente sería aquella, el antecedente más antiguo que existe, de una Nato.
Le di un poco de cuerda, y el viejo mecanismo comenzó a latir: tic tac, tic tac… el relojillo parecía feliz con el reencuentro.
Decidí cambiarle las correas, por unas de cuero, de buena calidad y mejor aspecto, y le compré unas Morelatto italianas que me gustaron mucho, a un precio que debe cuadruplicar al menos, el precio de un reloj como éste.
Me encantó su look renovado, y le di una limpieza con Polywatch al cristal de plástico, mejorando un poco su aspecto, aunque sin poder borrar algunas de sus viejas cicatrices.
Revisé su interior, observando su movimiento de cuerda manual, que parece estar en bastante buen estado, a pesar de las “inmersiones” y golpes sufridos en cientos de travesuras de niño. El interior de su tapa, muestra las múltiples inscripciones de los muchos relojeros de barrio, que acudieron a salvar su vida en varias ocasiones.
Ahora descansa en un estuche de cuero, junto a unos “parientes” más prestigiosos: un par de Rolex, un Panerai, un Omega y un Breguet.
Seguro que el sencillo relojillo, habrá de mirar de reojo a sus vecinos, con cierto pudor debido a su enorme diferencia de linaje, pero también imagino que habrá de susurrarles a los demás, con cierto orgullo: “Es cierto que soy muy humilde, feúcho y pequeño, pero fui el primero que tuvo nuestro amo, y seguramente, yo puedo arrancarle a él, muchos más recuerdos y nostalgias, que cualquiera de vosotros”.
Y al decirles estas palabras, su corazón latirá con un tic tac, tic tac, más fuerte y apresurado. ¿Será por eso que he comprobado que ahora adelanta un poco?
Espero que os guste mi primer relojillo, y que esta historia los motive a recordar y pensar en vuestros respectivos “primer reloj”, y en los recuerdos de cómo llegó a vuestras manos.
¿Se animan a mostrarlos aquí, y contarnos un poco?
Un afectuoso saludo a todos, y que tengais un lindo fin de semana. Tonin.
Hola amigos!!
Deseaba compartir con vosotros, mi primer reloj de pulso.
¿Conserva alguno de vosotros, el primer reloj que han tenido?
¡Pues yo sí!
Les cuento que mi primer reloj es muy modesto. Lo obtuve en 1957, por lo cual ya pasó el medio siglo de vida. Es decir, un verdadero “vintage” (como su dueño!
De marca desconocida “Liga” (antimagnetic), origen suizo, como marca orgullosamente en su tapa y movimiento de carga manual: “swiss made” y 15 rubies. El dial es muy sencillo, como su caja, con números arábigos clásicos en dorado, al igual que sus agujas “feuille”, y los números sobre una banda cuadrillé (no me atrevo a calificarla de “guiloché”). El segundero auxiliar, a las 6, le da cierta elegancia.
Antes de mostrarlo, deseo aclarar, sobre todo a los más jóvenes integrantes, que el llegar a tener un reloj, hace unos 50 años atrás, no era lo mismo que hoy día.
Solamente me basta con observar que mi nietita de poco más de 3 añitos, ya tiene su pequeña colección de relojes digitales con los personajes de “Las Princesas” y otros monitos de las seriales televisivas o de cuentos, aunque no sabe todavía leer la hora
(ni tenga necesidad de saberlo!), para darme cuenta de cómo ha cambiado el mundo en todas estas últimas décadas.
Claro, la aparición del reloj de quarzo, del microchip, y los plásticos, han cambiado al mundo, junto a la aparición del ordenador, y hoy día, un relojillo de niño, con todos sus colores y personajes, ha pasado a ser un juguete más, de poco precio, y al alcance de cualquiera.
Igualmente, un reloj “serio” para que lo use un caballero o una dama en su trabajo y vida diaria, también es un objeto muy accesible, y si no se tienen grandes aspiraciones en cuanto a marcas, o lujo, uno puede obtener un reloj muy utilitario, de diseño muy bonito y elegante, por muy poco dinero.
Claro que -digamos de paso- ¿quién necesita verdaderamente de un reloj de pulso hoy día? cuando la hora la tenemos en el andén, en el tablero del automóvil, en el teléfono móvil, en el ordenador, en el televisor, en los aparatos domésticos de la cocina, etc. etc.. ¡Claro, gracias a Dios, existen todavía los amantes de los relojes de pulso!
No era así hace unos 50 años atrás.
El reloj, tenía una connotación muy especial, y aquel “primer reloj” era algo que se esperaba y deseaba mucho, y se recibía, si era un obsequio, en una ocasión muy especial. O se llegaba a determinada edad.
El reloj marcaba por entonces, algo más que la hora. Marcaba un momento especial de nuestras vidas. Obtenerlo era una especie de rito, de pasaje, de trasponer una puerta hacia algo más.
Era la entrega de la confianza que depositaban nuestros padres en nosotros. Teníamos la madurez necesaria para confiarnos un objeto valioso. Para medir el tiempo, y saber que debíamos regresar a casa a la hora acordada, si salíamos a jugar con los amiguitos en la vereda. Ahora sabríamos a qué hora teníamos que ir al colegio, a la profesora de inglés, a la sala de deportes, sin preguntar, sin chistar, y sin poder excusarnos diciendo que “se nos pasó la hora” y nos perdimos la clase.
Y luego, con el correr del tiempo, al observar la esfera de nuestro “primer reloj”, inmediatamente nos venía a la mente la imagen de la persona o personas que nos lo habían entregado (casi siempre eran los padres, o los abuelos, o un tío), y de la ocasión del presente, o la circunstancia en que habíamos accedido al “primer reloj”.
Mi primer reloj, no escapa a esas premisas, como que fue un regalo de mis padres, para mi Primera Comunión, en el año 1957, cuando tenía yo 9 años de edad. Es decir, yo era ya mucho más mayorcito que mi pequeña nieta, que seguramente cuando llegue a esa edad, ya tendrá una colección de relojillos que superará a las de muchos coleccionistas (y espero que para entonces, ya sabrá leer la hora!).
Todavía recuerdo el orgullo del momento, al regresar de la Iglesia, después de la ceremonia, con la emoción en el corazón y en el alma, para hacer un modesto brindis en mi casa, en compañía de mis padres, abuelos y tíos. Y allí, frente a todos ellos, mis padres entregando aquel primer reloj, que seguramente a mí me parecería un “Patek”, o un “Rolex” o la más bella pieza de joyería que jamás habré soñado. (Por cierto, que por entonces ni había oído hablar de aquellas marcas, y mi sueño era simplemente, “tener un reloj” mío, propio, que deseaba con ilusión, toda vez que me asomaba a las vitrinas de una relojería)
Y con qué orgullo lucí mi reloj al día siguiente, al ir al colegio. Ya pertenecía a un grupo muy especial, el de los niños que tenían ya su reloj, que por cierto no eran muchos por entonces.
Hoy día sigo recordando con nostalgia y cariño, aquellos días, aquellos momentos, aquellos acontecimientos, toda vez que miro el simpático y humilde relojillo.
Lo considero un verdadero “veterano de guerra”, que pasó por mil y una aventuras y travesuras de niño, y sobrevivió a cientos de golpes, mojaduras y roturas de cristal (plástico), de corona de remontar la cuerda, y de cambios de correas.
Recuerdo, por ejemplo, que el reloj llevaba inicialmente unas correas de cuero, hasta que un día, mi madre ya cansada de tantos cambios de correas destruidas, le compró unas muy prácticas y novedosas en su tiempo, hechas de una especie de tela de nylon color gris oscuro. A mi me gustó mucho el cambio, y le agradecí, con la seguridad de que nunca más debería ir con cierto pudor a decirle, “se me ha roto nuevamente la correa, ¿me la haces cambiar mamá?”.
Hace unos pocos años, encontré a mi relojito en el fondo de un cajón de la mesa de luz.
Lo había dejado olvidado durante muchos años, y al encontrarlo, me dio alegría de hallarlo, y pena de haberlo dejado tan desamparado por tanto tiempo.
Había sido injusto con él. Había sido un amigo fiel y silencioso, y jamás me había fallado, salvo cuando detuvo su tic tac después de un fortísimo golpe que le dí en una caída, o cuando le volé su corona, en un enganche accidental.
Observé su vieja banda de nylon, ahora de un deslucido color gris ratón, y me reí al pensar que seguramente sería aquella, el antecedente más antiguo que existe, de una Nato.
Le di un poco de cuerda, y el viejo mecanismo comenzó a latir: tic tac, tic tac… el relojillo parecía feliz con el reencuentro.
Decidí cambiarle las correas, por unas de cuero, de buena calidad y mejor aspecto, y le compré unas Morelatto italianas que me gustaron mucho, a un precio que debe cuadruplicar al menos, el precio de un reloj como éste.
Me encantó su look renovado, y le di una limpieza con Polywatch al cristal de plástico, mejorando un poco su aspecto, aunque sin poder borrar algunas de sus viejas cicatrices.
Revisé su interior, observando su movimiento de cuerda manual, que parece estar en bastante buen estado, a pesar de las “inmersiones” y golpes sufridos en cientos de travesuras de niño. El interior de su tapa, muestra las múltiples inscripciones de los muchos relojeros de barrio, que acudieron a salvar su vida en varias ocasiones.
Ahora descansa en un estuche de cuero, junto a unos “parientes” más prestigiosos: un par de Rolex, un Panerai, un Omega y un Breguet.
Seguro que el sencillo relojillo, habrá de mirar de reojo a sus vecinos, con cierto pudor debido a su enorme diferencia de linaje, pero también imagino que habrá de susurrarles a los demás, con cierto orgullo: “Es cierto que soy muy humilde, feúcho y pequeño, pero fui el primero que tuvo nuestro amo, y seguramente, yo puedo arrancarle a él, muchos más recuerdos y nostalgias, que cualquiera de vosotros”.
Y al decirles estas palabras, su corazón latirá con un tic tac, tic tac, más fuerte y apresurado. ¿Será por eso que he comprobado que ahora adelanta un poco?
Espero que os guste mi primer relojillo, y que esta historia los motive a recordar y pensar en vuestros respectivos “primer reloj”, y en los recuerdos de cómo llegó a vuestras manos.
¿Se animan a mostrarlos aquí, y contarnos un poco?
Un afectuoso saludo a todos, y que tengais un lindo fin de semana. Tonin.
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