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Habitual
Sin verificar
Buenas, copio un artículo que me pareció muy interesante cuando lo leí -pido disculpas por no haberlo puesto antes-, el periodista nos relata como ha recuperado el gozo físico de la escritura, además, menciona dos auténticas "máquinas de escribir" a las que aquí, tenemos mucha estima. Espero que disfrutéis de la lectura.
Saludos a todos.
ARTÍCULOS
«Es curioso que la necesidad de escribir a mano, que no experimentaba cuando lo hacía a máquina, surja ahora que he traspasado la puerta del futuro-presente/presente-futuro del tratamiento automático de la información»
13.12.10 - 01:00 - ÁNGEL LUIS INURRIA |
El presente título no se refiere a quienes se permiten la libre gesticulación de los amaneramientos que antes ocultaban y con los que ahora se pavonean en nuestra permisiva sociedad. La utilización de la palabra estilográfica hubiera evitado la posible confusión, además de definir con mayor exactitud el objeto al que me refiero, pero pluma, que también significa lo mismo, es más romántico y está más próximo a la magdalena proustiana.
La pluma, sí, aunque antes de glosarla debo relatar el proceso que me la ha devuelto, la sustitución de la máquina de escribir por el ordenador, cambio que acarreó mi conversión en internauta, nueva fe que me recordó conocimientos olvidados y me descubrió otros cuya existencia ignoraba. En dichas consultas tomo notas a mano sobre el propio libro que acompañaba mi travesía, y en cuadernos o cuartillas. Es curioso que la necesidad de escribir a mano, que no experimentaba cuando lo hacía a máquina, surja ahora que he traspasado la puerta del futuro-presente/presente-futuro del tratamiento automático de la información.
Al principio el protagonismo fue del lápiz, lápiz de grafito, HB, o blando del 2, aquellos que están coronados por una goma de borrar errores, algo que sería muy útil para las cabezas coronadas, de los que he adquirido varios, uno para cada libro que consulto, entre cuyas páginas descansan en espera del subrayado o nota oportuna al margen. Pero cuando realmente disfruto con ellos es cuando tomo notas sobre mis cuartillas, lleno de caracteres el papel en blanco, realizo ensayos caligráficos como si fuera un cincelador.
El lápiz, sin embargo, como el escritor, conforme sufre el desgaste de su trabajo, redondea su punta, pierde finura, difumina los rasgos de su trazo gris negro grafito y necesita, como el ingenio, sacarle punta, agudizarlo para recobrar su utilidad; y en cuanto a la gomita, llegados a determinado punto nadie piensa en desdecirse, independientemente del acierto de su juicio. El paso siguiente, despreciado el bolígrafo de impertinente desobediencia a la petición del rasgo deseado, me lleva a la recuperación de la estilográfica, heredera de la primitiva pluma que transmite puntualmente el movimiento de la muñeca para conseguir los trazos apetecidos.
Entre todas las que conservo, unas de ostentoso plumón aúreo y solemne color negro funerario, otras más atrevidas en su color, pero de más discreto plumín, e incluso alguna de artístico diseño, elijo la más modesta, pero a la vez la más universal, la que fue lanzada para ser utilizada diariamente, una Parker 21 roja, de principios de los sesenta, evolución del modelo aparecido a finales de los cuarenta, hermana pobre del anterior modelo 51, también con el plumier cubierto y capuchón metálico a presión, adornado por un clip que representa la flecha que se ha convertido en logo de la marca, y con su tradicional forma de bala. En realidad, una verdadera obra artística del diseño industrial merecedora de estar en los museos con no menor mérito que la botella de coca-cola inmortalizada por Andy Warhol, cuando ya era inmortal, ventajista práctica habitual en él, o el más cercano exprimidor de Philippe Starck. Pero, más allá de su belleza, lo que me maravilla de mi vieja Parker es, probablemente debido a su forma de bala, la naturalidad con la que se que se acopla a mi mano, da igual que la use con o sin capuchón, produciéndome la sensación de ser otro dedo más, el mejor y más logrado ejemplo de logro ergonómico que he disfrutado, tan dócil que apenas debo realizar presión para dirigirla.
Con ella he recuperado el gozo físico de la escritura, más allá del significado de los signos dibujados, amparado en su plumín suave pero rígido que me permite sentir el contacto con el papel, sensualidad prolongada en el delicado fluir de la tinta en mi intento por emplear en la escritura bellos signos, todo un actor de amor, cuyos rasgos correspondan al arte caligráfico atendiendo al canon establecido de las distintas alturas y anchuras para las letras de nuestro alfabeto, alturas que no siempre respeto, redondeces a las que unas veces pongo a dieta y otras empacho, aunque procurando alejarme de las exageraciones. También me divierto tomándome licencias tales como alargar por encima del canon las pes, las jotas, las ges, las efes.., enroscando con ironía el rabo de i griega como si fuera la cola de un gato caprichoso, uniendo el rasgo final de cada letra con el inicio de la siguiente, incluso estilizándolas hasta confundirlas, sobre todos con las ies, las emes, y las enes, y las úes, dejando que el sentido del significado de la palabra en las frases identifique su identidad, o la sílaba en la palabra, proceso de creación, moldeado, deformación de una caligrafía que luego pueden interpretar en falso los grafólogos-psicólogos ignorantes del puro divertimento que la ha alumbrado. A veces caigo en la tentación de escribir todo en mayúsculas, como sucedía en la caligrafía uncial, y en las notas que los atracadores entregaban a los cajeros, 'Falso Culpable'; otras envidio a los monjes copistas y me recreo en las mayúsculas del principio, y en mi borrachera de autocomplacencia intento copiar la caligrafía china.
El placer físico, la gimnasia, es lo que me ha devuelto mi vieja pluma con la que he recuperado el tono/voz y colorido de mi discurso, cuyos rasgos de escritura son fruto de los atributos del carácter que me hacen expresar lo que escribo.
Saludos a todos.
ARTÍCULOS
«Es curioso que la necesidad de escribir a mano, que no experimentaba cuando lo hacía a máquina, surja ahora que he traspasado la puerta del futuro-presente/presente-futuro del tratamiento automático de la información»
13.12.10 - 01:00 - ÁNGEL LUIS INURRIA |
El presente título no se refiere a quienes se permiten la libre gesticulación de los amaneramientos que antes ocultaban y con los que ahora se pavonean en nuestra permisiva sociedad. La utilización de la palabra estilográfica hubiera evitado la posible confusión, además de definir con mayor exactitud el objeto al que me refiero, pero pluma, que también significa lo mismo, es más romántico y está más próximo a la magdalena proustiana.
La pluma, sí, aunque antes de glosarla debo relatar el proceso que me la ha devuelto, la sustitución de la máquina de escribir por el ordenador, cambio que acarreó mi conversión en internauta, nueva fe que me recordó conocimientos olvidados y me descubrió otros cuya existencia ignoraba. En dichas consultas tomo notas a mano sobre el propio libro que acompañaba mi travesía, y en cuadernos o cuartillas. Es curioso que la necesidad de escribir a mano, que no experimentaba cuando lo hacía a máquina, surja ahora que he traspasado la puerta del futuro-presente/presente-futuro del tratamiento automático de la información.
Al principio el protagonismo fue del lápiz, lápiz de grafito, HB, o blando del 2, aquellos que están coronados por una goma de borrar errores, algo que sería muy útil para las cabezas coronadas, de los que he adquirido varios, uno para cada libro que consulto, entre cuyas páginas descansan en espera del subrayado o nota oportuna al margen. Pero cuando realmente disfruto con ellos es cuando tomo notas sobre mis cuartillas, lleno de caracteres el papel en blanco, realizo ensayos caligráficos como si fuera un cincelador.
El lápiz, sin embargo, como el escritor, conforme sufre el desgaste de su trabajo, redondea su punta, pierde finura, difumina los rasgos de su trazo gris negro grafito y necesita, como el ingenio, sacarle punta, agudizarlo para recobrar su utilidad; y en cuanto a la gomita, llegados a determinado punto nadie piensa en desdecirse, independientemente del acierto de su juicio. El paso siguiente, despreciado el bolígrafo de impertinente desobediencia a la petición del rasgo deseado, me lleva a la recuperación de la estilográfica, heredera de la primitiva pluma que transmite puntualmente el movimiento de la muñeca para conseguir los trazos apetecidos.
Entre todas las que conservo, unas de ostentoso plumón aúreo y solemne color negro funerario, otras más atrevidas en su color, pero de más discreto plumín, e incluso alguna de artístico diseño, elijo la más modesta, pero a la vez la más universal, la que fue lanzada para ser utilizada diariamente, una Parker 21 roja, de principios de los sesenta, evolución del modelo aparecido a finales de los cuarenta, hermana pobre del anterior modelo 51, también con el plumier cubierto y capuchón metálico a presión, adornado por un clip que representa la flecha que se ha convertido en logo de la marca, y con su tradicional forma de bala. En realidad, una verdadera obra artística del diseño industrial merecedora de estar en los museos con no menor mérito que la botella de coca-cola inmortalizada por Andy Warhol, cuando ya era inmortal, ventajista práctica habitual en él, o el más cercano exprimidor de Philippe Starck. Pero, más allá de su belleza, lo que me maravilla de mi vieja Parker es, probablemente debido a su forma de bala, la naturalidad con la que se que se acopla a mi mano, da igual que la use con o sin capuchón, produciéndome la sensación de ser otro dedo más, el mejor y más logrado ejemplo de logro ergonómico que he disfrutado, tan dócil que apenas debo realizar presión para dirigirla.
Con ella he recuperado el gozo físico de la escritura, más allá del significado de los signos dibujados, amparado en su plumín suave pero rígido que me permite sentir el contacto con el papel, sensualidad prolongada en el delicado fluir de la tinta en mi intento por emplear en la escritura bellos signos, todo un actor de amor, cuyos rasgos correspondan al arte caligráfico atendiendo al canon establecido de las distintas alturas y anchuras para las letras de nuestro alfabeto, alturas que no siempre respeto, redondeces a las que unas veces pongo a dieta y otras empacho, aunque procurando alejarme de las exageraciones. También me divierto tomándome licencias tales como alargar por encima del canon las pes, las jotas, las ges, las efes.., enroscando con ironía el rabo de i griega como si fuera la cola de un gato caprichoso, uniendo el rasgo final de cada letra con el inicio de la siguiente, incluso estilizándolas hasta confundirlas, sobre todos con las ies, las emes, y las enes, y las úes, dejando que el sentido del significado de la palabra en las frases identifique su identidad, o la sílaba en la palabra, proceso de creación, moldeado, deformación de una caligrafía que luego pueden interpretar en falso los grafólogos-psicólogos ignorantes del puro divertimento que la ha alumbrado. A veces caigo en la tentación de escribir todo en mayúsculas, como sucedía en la caligrafía uncial, y en las notas que los atracadores entregaban a los cajeros, 'Falso Culpable'; otras envidio a los monjes copistas y me recreo en las mayúsculas del principio, y en mi borrachera de autocomplacencia intento copiar la caligrafía china.
El placer físico, la gimnasia, es lo que me ha devuelto mi vieja pluma con la que he recuperado el tono/voz y colorido de mi discurso, cuyos rasgos de escritura son fruto de los atributos del carácter que me hacen expresar lo que escribo.