Es que el tema de la elegancia, la etiqueta y todo eso se puede llevar hasta extremos obsesivos y siempre podrá venir alguien que te diga que no estás cumpliendo con la hortodoxia.
Brummel, la quintaesencia de la elegancia, nunca estrenaba zapatos porque se consideraba una falta llamar la atención llevando un calzado que se notaba que estaba completamente nuevo. Los estrenaba su ayuda de cámara y, cuando estaban un poco llevados, ya se los podía poner él (bien relucientes, eso sí).
En una ocasión se cruzó con un conocido nada más salir de casa que, junto con los buenos días reglamentarios, le espetó: qué elegante está usted hoy, señor Brummel. Nuestro dandy, horrorizado, subió corriendo a cambiarse de ropa. Se consideraba una ordinariez que la elegancia fuera notoria. Todo debía ser extraordinariamente regular.
Vamos, que me parece que ponernos demasiado fundamentalistas con estos temas es una carrera sin fin... que no ganaríamos nunca. Yo más bien creo que, efectivamente, hay unos límites; pero que no se traspasan por el hecho de ponerse un Sub o un crono (sí con un Casio de 10 euros, lo siento) con traje.
Saludos