rafagil
De la casa
Sin verificar
Como anuncié el otro día soslayadamente y casi a traición en el hilo de Laguna, paso a mostrar formalmente (ahora sí) mi nuevo - viejo relojín.
Empezaré a lo cangrejo, por el final.
El domingo me regalaron mis tíos un Roskopf. Este Roskopf, bastante común y corriente, tiene un cierto bagaje.
Mis tíos lo heredaron de mi abuelo, Saturnino Gil, que lo recibió de su hermano José Gil, que lo recibió en 1961 como herencia de mi bisabuelo, Rafael Gil.
El reloj está claramente maltratado -sólo hay que ver que me lo traían en una bolsa de plástico junto con el periódico, golpeándose con la funda de las gafas, con la cadena y con otro reloj de bolsillo del que no hablaré. No se ha aceitado desde la guerra (no sé si la de Irak, la Civil, o la de Cuba); tiene algo de óxido claramente visible, y unos desconchones horribles en el cuadrante, en gran parte ocultos por el grueso bisel.
Pero contra todo pronóstico, contra la ley de la naturaleza y contra el pronóstico de las mentes más preclaras y las de los más cenizos, el reloj anda perfectamente. Perfectamente quiere decir que la cuerda dura lo que debe durar la cuerda, que el cambio de hora se hace sin problema alguno y que la marcha es impresionantemente buena, ya sea en vertical o en horizontal, para un centenario que debería estar en coma. En coma de puro aburrimiento, en coma de abandono clínico o en coma etílico, por aquello de olvidar.
En fin, las fotillos de mi Roskopf centenario.
En las dos últimas fotos posa a la fresca de la mañana acompañado del bolsillo de otro bisabuelo, en este caso del de mi mujer.
Empezaré a lo cangrejo, por el final.
El domingo me regalaron mis tíos un Roskopf. Este Roskopf, bastante común y corriente, tiene un cierto bagaje.
Mis tíos lo heredaron de mi abuelo, Saturnino Gil, que lo recibió de su hermano José Gil, que lo recibió en 1961 como herencia de mi bisabuelo, Rafael Gil.
El reloj está claramente maltratado -sólo hay que ver que me lo traían en una bolsa de plástico junto con el periódico, golpeándose con la funda de las gafas, con la cadena y con otro reloj de bolsillo del que no hablaré. No se ha aceitado desde la guerra (no sé si la de Irak, la Civil, o la de Cuba); tiene algo de óxido claramente visible, y unos desconchones horribles en el cuadrante, en gran parte ocultos por el grueso bisel.
Pero contra todo pronóstico, contra la ley de la naturaleza y contra el pronóstico de las mentes más preclaras y las de los más cenizos, el reloj anda perfectamente. Perfectamente quiere decir que la cuerda dura lo que debe durar la cuerda, que el cambio de hora se hace sin problema alguno y que la marcha es impresionantemente buena, ya sea en vertical o en horizontal, para un centenario que debería estar en coma. En coma de puro aburrimiento, en coma de abandono clínico o en coma etílico, por aquello de olvidar.
En fin, las fotillos de mi Roskopf centenario.
En las dos últimas fotos posa a la fresca de la mañana acompañado del bolsillo de otro bisabuelo, en este caso del de mi mujer.