Esta es la historia de la primera Montblanc Lorenzo de Medici que compré
El Corazón Sangrante.
La joven llegó a casa presurosa.
Tenía planes para salir aquella tarde, en cuanto su marido llegase de un viaje de trabajo, y quería dejar unas cosas arregladas antes.
Al dejar en el aparador unas tazas del desayuno, reparó en un fajo de papeles, de correspondencia comercial, facturas, etc.
Se dirigió al salón y distraídamente empezó a colocar los documentos. Era raro que Juan los hubiese dejado sin archivar. Era muy ordenado para estas cosas.
Le llamó la atención un sobre bancario abierto, de una cuenta que creía recordar era de su marido cuando estaba soltero.
Abrió el sobre y leyó sin mucho interés algunos pagos con tarjeta, hasta el cuarto renglón.
Se quedó helada
La joven daba vueltas al papel, sin comprender muy bien el alcance de lo que ponía.
Estaba confusa y se estrujaba el cerebro intentando dar significado a aquella cifra, sentada en el tresillo de la casa, en la que aún faltaban detalles.
Llevaba casada poco tiempo y hasta pocos minutos antes se sentía feliz con su vida: razonablemente estable, sin agobios y con proyecto de tener pronto hijos.
Pero aquello lo cambiaba todo.
Hizo comprobaciones. Efectivamente era cierto, no había error alguno.
Su disgusto iba en aumento, aquello era imperdonable.
Era una mujer de carácter y la ira crecía en su interior. Se sentía ultrajada si es que el asunto resultaba lo que estaba sospechando, sí, ultrajada, ofendida y humillada.
Su marido iba a resultar un golfo si no daba una explicación a aquel enredo, pero no podía haber mucha explicación … Se había gastado en flores nada menos que ciento sesenta mil pesetas. Supuso que la fulana a quien estaban destinadas debida de ser monumental o su marido un completo gilipollas, además de un pendón.
Allí lo ponía claro:
Floristería: El Corazón Sangrante -ya tenía cojones el nombrecito, pensó- …… Ciento sesenta mil pesetas, y la fecha y los datos restantes.
Hirviéndole la sangre de indignación, subió a cambiarse al dormitorio: a la mierda los planes de salir.
Estaba muy furiosa e iba a tener una larga conversación con su marido.
El Ford Scorpio volaba por la carretera.
Una larga y pesada jornada de trabajo con un viaje incluido a Ciudad Real, ida y vuelta.
Ya había AVE a Ciudad Real, pero había preferido no tomarlo, por si podía evitar la ampliación del viaje a Córdoba, y así volver a casa al atardecer.
Se felicitó, satisfecho, por haber dilatado la visita todo lo posible, eludiendo el terminar en Córdoba.
El cliente visitado tenía algunos problemas de pago, aún no había montado un adecuado servicio técnico; tampoco la representación de la marca recogía el conjunto de los modelos.
Había resuelto todos los problemas, pero alargando en el tiempo las soluciones, que astutamente había preparado antes.
El joven llevaba casado poco tiempo, su situación era cómoda.
¡La vida le sonreía!
Miró el cielo con cierta preocupación: negros y pesados nubarrones, preñados de amenazas, se extendían a una decena de kilómetros.
¡Va a estallar una tormenta!, se dijo, mientras maldecía su mala suerte.
Tendré que aflojar la marcha, pensó.
¡Esto tiene mal aspecto!, me dije a mí mismo.
Aquello no era muy corriente.
La señora había subido las escaleras farfullando improperios.
Tengo un sexto sentido para estas cosas.
En mi caso el sexto sentido es normal, y va de la mano con el sentido común.
En esta historia el único que tiene ambos sentidos, el sexto y el común, soy yo.
Soy un perro. No soy cualquier perro: soy un pastor alemán de línea de trabajo, mi linaje es antiquísimo: como vuestros aristócratas, pero sin manchas: siempre una vida de fidelidad, amor y afecto a nuestros dueños.
Me llamo Ron.
Mi amo, Juan, me puso así cuando me rescató de mi anterior dueño; un humano aficionado al licor del mismo nombre.
No era mal tipo, pero por mor de su devoción alcohólica me tenía algo descuidado; pero siempre le respeté, y cuando cogía una pítima, le llevaba a casa, a veces tironeando de su ropa.
Total, que a Juan le gusté, habló con el dipsómano y me llevó con él.
Os decía que el asunto que hoy nos ocupa no pinta bien.
Además, mi sexto sentido me advierte que va a haber tormenta.
Seguirá