croma
Habitual
Sin verificar
Penshow Madrid, XI edición.
Ha sido horroroso. Todos los vendedores ofreciendo millares de maravillas al alcance de los dedos. Repasas en un flash mental la lista de piezas que has venido a conseguir como sea y te entran las prisas. Ya has caído en la trampa, al no poner precio en la mayoría, la imaginación vuela y te traiciona. Aumenta la confianza en los 49 euros y 28 céntimos que llevas en el bolsillo.
Te acercas al primer puesto, oteas y ves la primera presa a tiro. Piensas, bueno, este tiene cara de alemán bueno y parece que ya ha comido hoy. Seguro que me deja esta L139 con plumín BB casi nueva en 40 euros y me sobra, así luego ceno en el Vips de en frente. El alemán, con cierto asomo de cansancio y desconfianza la examina como si fuera la primera vez que la tiene en su mano, te ve la cara de bobo ilusionado que se te ha puesto y dice amable pero sin clemencia: esta son 1300 y la de al lado que esta mejor, 1500 (con acento alemán, que hace que los euros sean más gruesos). Notas un ruido seco (la estupidez que se te ha caído al suelo y se ha roto, pero no importa, tienes mucha más). Y piensas, bueno, no importa, mañana seguro que la rebaja.
La abundancia juega en contra tuya. Piensas que sin duda entre tanto bueno y bonito, algo tendrán que será barato. Sigues avanzando, y te crees eso que dicen de que: oye, con eso de la crisis, algunos se han bajado un poco del Olimpo y por dos duros les compras la pluma de tus sueños. Bueno, ha sido el primer intento, no pierdes la esperanza. Será eso.
Otro puesto te encandila, con todas esas cajitas nuevas abiertas como ostras enseñando su perla. Y que perla, oigan, con su bolsita de protección y todo. Montblanes por doquier. Más nuevas imposible. Todas ellas limitadas y numeraditas. Una tentación. Pero aquí ha sido fácil y rápido. Ha bastado con pedir un tintero para probar aquella verdecita y te han echado a zapatazos. Bueno, seguro que mañana no me las rebaja, piensas.
Otro puesto, una etiqueta burlona te susurra 12.
Emocionado la levantas y piensas: ya está, esta es la mía. Parece una Pelikan 100, y no la tengo.
Sin pensarlo, dices al buen hombre que se acerca ceremoniosamente hacia ti: me llevo esta oiga.
Muy bien señor, son 120, pero se la dejo en 110.
Eh..., (con la cara roja como la ebonita de una Big Red), bueno..., verá..., es que..., espere que creo que la tengo..., ahora a la vuelta...
No importa, se la reservo si quiere, se ofrece el buen señor.
Si bueno ..., vale ..., luego me paso ...
Qué fallo, piensas. Hay que leer mejor, qué vergüenza, esto no me pasa otra vez.
Te alejas prudentemente, esperando que baje la temperatura de tu tez y un poco más allá ves una preciosa Omas T2 en puritito Titanio. La agarras con cuidado y amable señor te lanza una parrafada en un ajeno idioma. Le sonríes, ¿qué habrá dicho este?
Miras la pluma y en el acto te pone delante otra soberbia pieza del mismo material, una Serenité de belleza tranquila.
Te tiemblan las piernas, y no entiendes una palabra de lo que te está diciendo aquel buen señor.
Envalentonado de nuevo al haberte percatado sagazmente de que la Omas de metal estaba como perdida entre piezas de corriente celuloide, preguntas el precio y al ver tu cara de incógnita sin despejar, te muestra una calculadora con una cifra con varios ceros y ningún punto decimal.
Mal vamos.
Las dejas. Dices arigató, que es la forma más exótica que te ocurre de decir gracias y te alejas rapidito.
Respiras profundo.
Esto es horrible.
La lista mental comienza a resquebrajarse y hacer aguas.
Haces acopio de nuevas fuerzas y ves cerca un mar de color tortuga con reflejos de oro. Te embarga el entusiasmo y acaparas la mesa. Tanta Pelikan marroncita es un bálsamo visual. Levantas la primera que te está llamando a gritos. Una 100 con extremos rojitos, no tienes mal gusto, piensas, como si eso fuera una ventaja. La etiqueta, como un perro guardián, sale veloz tras de ella y cuelga amenazadora del clip.
La miras esperanzado y una gota de sudor frió brota de tu despejada frente: 1100 euros. La dejas.
Bueno, la de al lado que tiene la cosa esa roja del capuchón más pequeña, como si se les hubiera acabado el material, debe ser más barata. La levantas, la etiqueta atenta a su misión salta del bandejín al rebufo de la pluma: 1500 euros.
Te invade la desesperación.
Deambulas, ya con la confianza mermada y el ánimo por los suelos cubiertos de babas y recalas en un puesto de un sonriente extranjero (los de aquí hace mucho que no sonreímos así) y ves una fabulosa y enorme Montblanc Safety, al lado de otras no menos hermosas piezas de la casa germana. Deduces que el que sonríe es teutón como ellas. Y cuando te aproximas más notas un extraño campo de fuerza que no puedes traspasar, tus ojos han leído el cartelito de 7800 euros que brilla radiante junto a la espectacular pieza negra y tu cerebro ya procesa el dato convirtiéndolo en un potente relajante muscular. Laxo y derrotado, renuncias a intentar franquear el escudo de fuerza. Este tampoco me la va a rebajar mañana.
Finalmente, en un puesto cerca de la salida, ves un cartelito de 7,80 euros. A eso llego, piensas, sea lo que sea. Escoges una de las cajitas, te la meten en una bolsa y pagas. Poco más de una hora después de llegar, con la lista mental licuada como un yogur caducado, te retiras a tu casa con un frasquito de tinta verde.
Ha sido horroroso y no te gusta el verde. Mañana mejor no vuelvo, concluyes por fin.
Saludos.
Ha sido horroroso. Todos los vendedores ofreciendo millares de maravillas al alcance de los dedos. Repasas en un flash mental la lista de piezas que has venido a conseguir como sea y te entran las prisas. Ya has caído en la trampa, al no poner precio en la mayoría, la imaginación vuela y te traiciona. Aumenta la confianza en los 49 euros y 28 céntimos que llevas en el bolsillo.
Te acercas al primer puesto, oteas y ves la primera presa a tiro. Piensas, bueno, este tiene cara de alemán bueno y parece que ya ha comido hoy. Seguro que me deja esta L139 con plumín BB casi nueva en 40 euros y me sobra, así luego ceno en el Vips de en frente. El alemán, con cierto asomo de cansancio y desconfianza la examina como si fuera la primera vez que la tiene en su mano, te ve la cara de bobo ilusionado que se te ha puesto y dice amable pero sin clemencia: esta son 1300 y la de al lado que esta mejor, 1500 (con acento alemán, que hace que los euros sean más gruesos). Notas un ruido seco (la estupidez que se te ha caído al suelo y se ha roto, pero no importa, tienes mucha más). Y piensas, bueno, no importa, mañana seguro que la rebaja.
La abundancia juega en contra tuya. Piensas que sin duda entre tanto bueno y bonito, algo tendrán que será barato. Sigues avanzando, y te crees eso que dicen de que: oye, con eso de la crisis, algunos se han bajado un poco del Olimpo y por dos duros les compras la pluma de tus sueños. Bueno, ha sido el primer intento, no pierdes la esperanza. Será eso.
Otro puesto te encandila, con todas esas cajitas nuevas abiertas como ostras enseñando su perla. Y que perla, oigan, con su bolsita de protección y todo. Montblanes por doquier. Más nuevas imposible. Todas ellas limitadas y numeraditas. Una tentación. Pero aquí ha sido fácil y rápido. Ha bastado con pedir un tintero para probar aquella verdecita y te han echado a zapatazos. Bueno, seguro que mañana no me las rebaja, piensas.
Otro puesto, una etiqueta burlona te susurra 12.
Emocionado la levantas y piensas: ya está, esta es la mía. Parece una Pelikan 100, y no la tengo.
Sin pensarlo, dices al buen hombre que se acerca ceremoniosamente hacia ti: me llevo esta oiga.
Muy bien señor, son 120, pero se la dejo en 110.
Eh..., (con la cara roja como la ebonita de una Big Red), bueno..., verá..., es que..., espere que creo que la tengo..., ahora a la vuelta...
No importa, se la reservo si quiere, se ofrece el buen señor.
Si bueno ..., vale ..., luego me paso ...
Qué fallo, piensas. Hay que leer mejor, qué vergüenza, esto no me pasa otra vez.
Te alejas prudentemente, esperando que baje la temperatura de tu tez y un poco más allá ves una preciosa Omas T2 en puritito Titanio. La agarras con cuidado y amable señor te lanza una parrafada en un ajeno idioma. Le sonríes, ¿qué habrá dicho este?
Miras la pluma y en el acto te pone delante otra soberbia pieza del mismo material, una Serenité de belleza tranquila.
Te tiemblan las piernas, y no entiendes una palabra de lo que te está diciendo aquel buen señor.
Envalentonado de nuevo al haberte percatado sagazmente de que la Omas de metal estaba como perdida entre piezas de corriente celuloide, preguntas el precio y al ver tu cara de incógnita sin despejar, te muestra una calculadora con una cifra con varios ceros y ningún punto decimal.
Mal vamos.
Las dejas. Dices arigató, que es la forma más exótica que te ocurre de decir gracias y te alejas rapidito.
Respiras profundo.
Esto es horrible.
La lista mental comienza a resquebrajarse y hacer aguas.
Haces acopio de nuevas fuerzas y ves cerca un mar de color tortuga con reflejos de oro. Te embarga el entusiasmo y acaparas la mesa. Tanta Pelikan marroncita es un bálsamo visual. Levantas la primera que te está llamando a gritos. Una 100 con extremos rojitos, no tienes mal gusto, piensas, como si eso fuera una ventaja. La etiqueta, como un perro guardián, sale veloz tras de ella y cuelga amenazadora del clip.
La miras esperanzado y una gota de sudor frió brota de tu despejada frente: 1100 euros. La dejas.
Bueno, la de al lado que tiene la cosa esa roja del capuchón más pequeña, como si se les hubiera acabado el material, debe ser más barata. La levantas, la etiqueta atenta a su misión salta del bandejín al rebufo de la pluma: 1500 euros.
Te invade la desesperación.
Deambulas, ya con la confianza mermada y el ánimo por los suelos cubiertos de babas y recalas en un puesto de un sonriente extranjero (los de aquí hace mucho que no sonreímos así) y ves una fabulosa y enorme Montblanc Safety, al lado de otras no menos hermosas piezas de la casa germana. Deduces que el que sonríe es teutón como ellas. Y cuando te aproximas más notas un extraño campo de fuerza que no puedes traspasar, tus ojos han leído el cartelito de 7800 euros que brilla radiante junto a la espectacular pieza negra y tu cerebro ya procesa el dato convirtiéndolo en un potente relajante muscular. Laxo y derrotado, renuncias a intentar franquear el escudo de fuerza. Este tampoco me la va a rebajar mañana.
Finalmente, en un puesto cerca de la salida, ves un cartelito de 7,80 euros. A eso llego, piensas, sea lo que sea. Escoges una de las cajitas, te la meten en una bolsa y pagas. Poco más de una hora después de llegar, con la lista mental licuada como un yogur caducado, te retiras a tu casa con un frasquito de tinta verde.
Ha sido horroroso y no te gusta el verde. Mañana mejor no vuelvo, concluyes por fin.
Saludos.