Según me indicas no he entendido bien el mensaje de respeto y tolerancia hacia los otros que me/nos dabas. Es verdad que me ha costado un poco porque empezaba exponiendo lo risibles que eran las personas con mis ideas para otros, en lugar de exponer por qué dichas ideas (que, al contrario que las personas que las tienen, pueden ser atacadas y descalificadas en un debate respetuoso y de calidad) son erróneas, inconsistentes o nocivas.
Debo empezar afirmando que creo firmemente que la descalificación de quien piensa distinto es una de las peores lacras del debate –e incluso del pensamiento- actual, es decir, suponer que quien piensa radicalmente diferente a uno es A) estúpido y/o B) malo. Nuestras historias personales, nuestra formación y muchos otros factores nos llevan a nuestras convicciones y creencias, y hasta ahora no he dejado de encontrar ejemplos de personas admirables en ambos extremos de cada una de las creencias que defiendo o ataco. Por supuesto en cualquier ideología también hay personas ligeras, poco informadas, estúpidas y/o malas. Y estas también hablan, normalmente más alto que las otras, por desgracia para todos.
Yendo al turrón, y haciendo un esfuerzo extra de comprensión, intentaré desglosar y ampliar mi escueta respuesta anterior.
Puesto que destacas como argumento principal el cómo damos la brasa, e intentamos convencer de que se cambien las cosas para adaptarse a nuestras ideas y creencias, cómo intentamos presionar para que así sea, cómo nos vestimos de autoridad moral y descalificamos lo que hacen/piensan otros. Y también está eso tan tremendo de que queremos acabar con los principios de libertad de los individuos y de nuestra sociedad misma, temiendo que algún político nos tome en serio para conseguir votos, concediéndonos alguna de las cosas que pretendemos. Que según tú –martillo de ligerezas- nada tienen que ver con la política.
A mi entender, existen varias interpretaciones de los argumentos que expones (no de los argumentos contra las ideas animalistas, que hay muchos más y que he debatido con especialistas obteniendo provecho de ello, incluso sin llegar a acuerdo o acercamiento alguno).
La primera es que seas un anarquista radical, que está en contra de cualquier tipo de legislación que limite al individuo, pero esta posibilidad la descarto porque no me cuadra con tu digresión sobre el socialismo, que me hace pensar que el primero de mayo prefieres las cestas de flores para celebrar la primavera a las manifestaciones de trabajadores.
La segunda interpretación es, obviamente, que consideres que nuestra sociedad esta regulada de forma perfecta y no debe tocarse la legislación actual en absoluto.
Porque, y me vas a perdonar, esos argumentos llevan a un razonamiento político con menos fondo que una lata de anchoas, puesto que elegimos nuevos representantes para legislar cada pocos años, y todos los grupos con intereses comunes hacen exactamente aquello que según tú descalifica al animalismo: manifestarse, exponer por qué sus ideas son buenas para la sociedad (y la opuestas malas) y hacer presión sobre los políticos a través de los votos que pueden lograrse/perderse si se apoyan/atacan esas ideas e intereses.
Esto es lo que hacen los sindicatos para aumentar los derechos de los trabajadores, las patronales para agilizar y dinamizar el mercado, es lo que se hace cuando se intenta que se aumenten o disminuyan determinados impuestos, que se legalicen o ilegalicen las drogas, que se admitan inmigrantes o que no se admitan, que se conduzca por la derecha o por la izquierda, que se limite la velocidad, el ruido que podemos hacer de noche… (¿eres tan férreamente anti legislación –porque legislar es ese “imponer” y ese “prohibir” que mencionas- en todos estos temas o esa sagrada libertad te parece que puede ¡y debe! estar legalmente recortada en algunos de ellos? A, mí, por ejemplo, me parece bien legislar para prohibir los ensayos de violín a determinadas horas, pero quizá sea porque soy un hotentote antilibertad individual, por eso y porque mi hermana tocaba el violín).
Como decía antes, creo una obligación ética suponer que todos esos grupos hacen lo que lo hacen y proponen lo que proponen creyendo que es lo mejor para todos, y suponerles estúpidos o malvados al proponer y promover dichos cambios legislativos no me parece de recibo. La confrontación estará en convencer al máximo de personas de que las ideas que defiende cada uno son mejores que las contrarias. Y eso se hace en reuniones, con manifestaciones, publicando textos, mostrando realidades subyacentes de las que mucha gente pueda no ser consciente… con acciones de militancia múltiples, que pueden ser vistosas o soterradas, públicas o privadas, amigables o desazonantes.
Y cuando algo que se propone logra suficiente respaldo se cambia la legislación para reflejarlo, para “imponérselo” a la sociedad, en la que hay quienes ni comparten ni desean ese cambio. Pero es que la labor del legislativo es esa: legislar, “imponer” leyes, que suponen prohibiciones y limitaciones a nuestra libertad individual. De hecho, con eso de dar a entender mi extremismo le darías una alegría a mi padre, que siempre consideró que lo más decepcionante de mí era que fuese radicalmente reformista en lugar de mínimamente revolucionario. Yo creo que esta es una buena sociedad, pero que puede y debe ir mejorándose día a día.
Esto es lo que pretendemos desde el animalismo, y hasta hace poco la sociedad no mostraba demasiado interés en nuestras ideas. Pero la cosa está cambiando, que es lo que parece preocupar o molestar. Yo tengo la convicción de que antes de mediados de este siglo veremos la prohibición de la tauromaquia, como ya se ha prohibido el Toro de la Vega, pero solo porque es lo que cada vez más personas desean. Porque será lo que la sociedad mayoritaria, pero no unánimemente, desea para avanzar y mejorar.
Porque, por supuesto, el permitir o prohibir cosas, incluyendo lo que hacemos con los animales (o prohibir pisar el césped, poner la música alta y menudencias similares, que no hace falta irse a los grandes temas) es siempre algo político y responde a la voluntad de reflejar ideas o creencias que han logrado suficiente apoyo. De hecho regular las acciones de personas y entidades con leyes es la misma esencia de la política.
Y creo que usar los sinónimos (con admirable coherencia de estilo) más antipáticos de legislar y regular, que son “prohibir” e “imponer”, vestir de “reeducación ideológica” la acción militante para convencer de la bondad –para todos- de nuestras ideas, a las que tildas de “pajas mentales” y “tonterías”, decir que nuestras posturas son “cool” y “pseudoreligiosas”, mientras que te permites apropiarte de la defensa de la libertad y la igualdad, en lugar de afirmar que defiendes un punto de vista concreto (y lícito) sobre el asunto, me parece un uso torticero del lenguaje, un saco de lugares comunes vestidos con la mayor cantidad posible de purpurina demagógica. Algo que funciona muy bien, y logra muchas simpatías, pero que yo –modestamente- considero ilícito en el debate de ideas.
En todo caso entiendo que no todo el mundo se sienta a gusto con el funcionamiento democrático de las cosas, yo mismo creo que el voto de quienes evitan los argumentos y se centran en la descalificación demagógica del contrario deberían valer la mitad que la del resto, por tramposos. Y si realmente creen lo que dicen, en lugar de usarlo arteramente, creo que no deberían dejarles votar. Y no como castigo, sino porque no han entendido nada sobre cómo son las cosas y no deberían intentar influir en aquello que no alcanzan a comprender.