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setecientos mil euros

  • Iniciador del hilo Menosde30bi
  • Fecha de inicio
Estado
Hilo cerrado
  • #26
Marjaliza ¡manifiéstate! sabemos que estás entre nosotros... y he visto tu colección, y ahora sé que la pagamos entre todos. Que lo sepas.


Apreciado Hermetic: no dudo que su cuerpo esté entre nosotros (y tampoco deseo otra cosa), pero su espíritu impuro mora en las tinieblas.
 
  • #27


No es un bulo. La foto fue real, y aunque dramática e impactante en su momento (hoy sería una más en el montón de fotos de un periódico de un día cualquiera), recogía el momento en el que un niño hacia de vientre en un secarral, con los buitres de fondo, pero eso no quiere decir que el niño fuera forzosamente a morir, aunque su autor fue crucificado por "no actuar".

Y sí, Kevin Carter recibió el Pulitzer por esa foto, pero se suicidó cuatro meses despues de haberla hecho abrumado por el hecho de no haber hecho nada por ese niño o más bien por los ataques que le hicieron aquellos que hicieron mucho menos que él. Es cierto que no hizo nada en ese momento (aparte de la foto) pero ¿podía hacer otra cosa? ¿podía apartarlo de sus padres y llevárselo a su casa sin más o algo así? ¿sin conocimientos de medicina, sin un hospital, sin medios, sin permisos de las autoridades, sin pasaporte? de hambre no se muere en los minutos que se tarda en hacer una foto, se tardan meses. De hecho ahora se sabe que el niño no estaba muriendo, sólo defecando y que el buitre no iba a por él, sino a comer al vertedero. Es la versión que recoge la Wikipedia o la que vieron unos meses después los españoles José María Arenzana y Luis Davilla... fijaos en la foto de Davilla tomada en el mismo sitio y en como con una focal más corta, los buitres más agallinados y otro gesto por parte de el niño ¿tal vez el mismo, tal vez otro?, la imagen ya no es tan dramática: https://www.periodistadigital.com/periodismo/

La labor del fotógrafo de guerra o de catástrofes humanitarias es ingrata, consiste en documentar lo peor de esta sociedad, y ese no es un trabajo pequeño. Kevin Carter se suicidó quizá asqueado por el premio recibido, por las críticas recibidas, por no poder ayudar como quisiera... quien sabe. Pero la gente se olvida de que gracias a esa fotografía las ONG y los gobiernos de otros países que hasta entonces ignoraban el problema de las hambrunas en Sudán tomaron conciencia y pusieron en marcha campañas de ayuda para evitar que murieran muchos otros niños y niñas... Se olvida también que Carter con sus fotografías, junto a Joao Silva, Ken Oosterbroek (que lo pagó con su vida poco antes de que Carter se suicidara, otro detonante sin duda) y Greg Marinovich, "El Bang Bang Club", fue una de las claves de que el mundo tomara conciencia de hasta que punto era terrible el régimen racista de Sudáfrica, que no habría caído sin sus fotos de denuncia o lo habría hecho mucho más tarde.

Demagogia es decir (como se dijo) que Kevin Carter era un buitre más... sin ese "buitre" quizá no hubieran llegado ayudas a Sudán, como no habría terminado entonces el Apartheid. Greg Marinovich había ganado el Pulitzer en el 91 por una foto en la que un miembro del partido Inkhata era linchado, primero a cuchilladas y luego quemado vivo. Demagogia es pensar que Marinovich pudo hacer algo por evitarlo y demagogia es pensar que el valor de Marinovich estando allí al pie del cañón (fue tiroteado y herido en el mismo ataque en el que murió Oosterbroek, mientras Silva no paraba de hacer fotos de sus colegas malheridos) no sirvió para nada.

Los fotógrafos de guerra, sobre todo los que van a los lugares más conflictivos y arriesgados, más allá de buscarse las habichuelas buscan también dar a conocer al mundo las catástrofes que hay que parar. Demagogia es decir que su trabajo es inútil o superfluo. Los que somos inútiles y superfluos somos los que vemos esas fotografias en los periódicos y seguimos con nuestra vida como si no pasara nada (no voy a excluirme de este comentario, no voy a ser hipócrita).

Demagogia es, ha sido y siempre lo será, echarle la culpa al mensajero.

Para entender en toda su extensión la fotografía de Carter de la niña sudanesa (siempre se pensó que era una niña, desde hace poco se sabe que fue un niño) y el buitre, primero hay que entender que Carter estaba de vacaciones (sólo que mientras otros se van de vacaciones a un hotel en la playa, él eligió irlas a pasar a los campos de refugiados de Sudán, para denunciar las hambrunas); y hay que entender cuál era la "oficina de trabajo" de la que Carter descansaba.

Desde la salida de la cárcel de Nelson Mandela en 1990 y hasta la consecución de la democracia en 1994, en Sudáfrica se vivió un periodo de locura absoluta y violencia extrema todos y cada uno de los días en Soweto y otra media docena de ciudades negras en los alrededores de Johanesburgo. Esta anarquía asesina demencial estaba alentada por opositores al proyecto democrático (negros matando a negros alentados por blancos, básicamente) y en ella murieron miles de personas acuchilladas, apaleadas, quemadas vivas... el asesinato más común era el "necklace", colocarle a alguien un neumático impregnado en gasolina en el cuello y pegarle fuego... la víctima moría carbonizada pero de forma muy lenta. Allí trabajaban Carter y los chicos del Bang Bang Club que cité anteriormente. Cada día, como si ficharan, los cuatro se presentaban allí dispuestos a hacer llegar al mundo un retrato exacto de lo que estaba sucediendo en el confín habitado más al sur del mundo... armados únicamente con sus Nikon.

Kevin Carter, Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y João Silva hacían fotos desgarradoras y se exponían a peligros extraordinarios en lugares como Tokoza o Katlehong, y trabajaban en largas jornadas (normalmente desde las 5 de la mañana hasta el mediodía o hasta que caía de nuevo la noche) expuestos a cualquier cosa, allí donde todos tenían en la mano un Kaláshnikov, una lanza, un machete, la lata de gasolina o una pistola, ellos sólo tenían sus Nikon. Ese era el escenario de trabajo de Carter... lo de Sudán eran unas vacaciones desestresantes...

Para poder desempeñar ese trabajo es imprescindible blindarse, cubrirse de una coraza emocional. No se puede responder a lo que uno ve como un ser humano normal. La cámara, herramienta de trabajo, actúa en ese momento como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión.

Carter y los chicos del Bang Bang Club tampoco eran unos santos. Siendo los cuatro blancos y de clases más o menos favorecidas, de modo que podían haberse quedado al margen y hacer fotos de partidos de polo, de surf o de naturaleza (la gran pasión de Carter, en realidad, a la que nunca se pudo dedicar) habían elegido trabajar para conseguir parar ese horror. Trabajaban sin descanso, dormían poco por esas maratonianas jornadas de trabajo, llevaban una vida desordenada y para poder aguantar el ritmo consumían drogas de todo tipo. Pasaban sus días y sus noches en un estado de aceleración mental y de anestesia emocional permanentes. Porque si se hubiesen detenido un instante a reflexionar sobre lo que hacían, si hubiesen permitido que los sentimientos penetraran en su interior, habrían sido incapaces de hacer su trabajo. La situación era la que era, el entorno era caótico, pero el trabajo era importante y alguien tenía que hacerlo. Si se hubieran quedado en sus casas o se hubieran expuesto a menos peligro yendo a sitios menos conflictivos o haciendo fotos desde más lejos, habría habido más muertos y menos presión política para acabar con la violencia. Ésta era la contribución de Carter y sus colegas a la causa contra el Apartheid.

En marzo de 1993 sus amigos le vieron tan mal que le obligaron a tomarse unas vacaciones. En vez de irse a la playa aceptó una proposición de su periódico para ir a Sudán. Allí, nada más llegar, fue cuando vio la escena del niño y el buitre. Respondió con el frío profesionalismo al que estaba acostumbrado, el único objetivo de un fotógrafo de este tipo es conseguir la imagen más impactante, la que cause más reacciones, la que provoque que la gente despegue el culo del sofá y decida hacer algo para parar las miserias, las matanzas o las injusticias. Y ahí acaba el compromiso de un fotógrafo de este tipo; no se le puede pedir más. Una versión cuenta que Carter pasó 20 minutos esperando a que el buitre abriera las alas para obtener una imagen más dramática, pero no lo hizo, hizo esa foto y luego se desmoronó. hasta hace muy poco no se sabía que había pasado después con el niño.

Con toda seguridad Carter se cruzó con cientos, miles de niñas y niños en situaciones iguales que las de ese/a niño/a; y como es lógico de entender, poco podía hacer para socorrerlos a todo. Pero sí podía hacer algo por ayudarlos a todos, y esa era su misión allí, la meta que se había marcado: conseguir una imagen que removiera nuestras conciencias. Creo que si lo consiguió o no es evidente.

Muy recomendable el documental sobre el Bang Bang Club, para quien no lo haya visto.
 
Última edición:
  • #28
Aclaración:
Mi intención con esta imagen tan desgarradora (seguramente me he expresado mal), es contraponer que mientras para algunos "fulanos" como es el caso expuesto adquieren plumas-joyas que no valen para nada, solo mera ostentación, otros seres desvalidos se mueren de hambre.
Mi respeto al periodismo que nos cuenta las vergüenzas de nuestro mundo.
Saludos.
 
  • #29
Comparto lo comentado por Hermetic.

El valor de una fotografía está principalmente en lo que evoca no en el hecho cierto, frío y aséptico fotografiado. Un ejemplo de ello es la foto de Joe Rosenthal de la conquista de Iwo Jima. Es una de las fotos más famosas de la II Guerra Mundial (posiblemente la más famosa después de las de Robert Capa en Normandía en el Día D) y simplemente es la representación de un grupo de soldados clavando una bandera en un nuevo territorio conquistado. Vamos, una más entre las muchas de ese género que hay. Pero es una foto que evoca como ninguna otra una victoria militar. Ahí reside su fuerza.

Iwo Jima.jpg


La del niño sudanés con el buitre detrás recuerda de una manera sencilla lo terrible de la humanidad. Una situación dramática de la muerte inminente de una criatura y su posterior eliminación por un buitre. Para los occidentales que vivimos cómodamente eso es el caos pero para un pobre entre los pobres que se lo coma un buitre, una hiena o el maestro armero tanto da.

Como bien comenta Hermetic, es muy propio de gente (la inmensa mayoría de la población occidental) que empiece a hacer juicios morales severos de estas cosas que pasan cotidianamente a miles de kilómetros de sus domicilios y que les importan un ochavo hasta que aparecen en los medios de comunicación. Entonces empiezan las campañas de solidaridad con el representado en la imagen. Con su primo, su vecino o el de la otra calle no va la cosa. Porque no ha aparecido en la imagen aunque esté igual de afligido.

Vamos, nada nuevo bajo la capa del cielo.

Sobre el tema inicial del hilo comentar que un amigo presenció de una manera totalmente imprevista una operación frustrada de pelotazo financiero. El protagonista de la misma ganó dinero con ella pero si no se le hubiera venido abajo lo que pretendía, en lugar los cientos de miles de euros que ganó en la misma (quizá llegara al millón de euros de beneficio) hubiera ganado -hablo de beneficio, no de facturación- varios millones de euros, unos cuatro o cinco. Recuerdo que cuando me lo contaba me decía, "ahora entiendo por qué se construyen los Ferraris". Desde luego con esas cantidades le daría para una docenita de ellos, supongo.


Saludos.
 
  • #30
No es un bulo. La foto fue real, y aunque dramática e impactante en su momento (hoy sería una más en el montón de fotos de un periódico de un día cualquiera), recogía el momento en el que un niño hacia de vientre en un secarral, con los buitres de fondo, pero eso no quiere decir que el niño fuera forzosamente a morir, aunque su autor fue crucificado por "no actuar".

Y sí, Kevin Carter recibió el Pulitzer por esa foto, pero se suicidó cuatro meses despues de haberla hecho abrumado por el hecho de no haber hecho nada por ese niño o más bien por los ataques que le hicieron aquellos que hicieron mucho menos que él. Es cierto que no hizo nada en ese momento (aparte de la foto) pero ¿podía hacer otra cosa? ¿podía apartarlo de sus padres y llevárselo a su casa sin más o algo así? ¿sin conocimientos de medicina, sin un hospital, sin medios, sin permisos de las autoridades, sin pasaporte? de hambre no se muere en los minutos que se tarda en hacer una foto, se tardan meses. De hecho ahora se sabe que el niño no estaba muriendo, sólo defecando y que el buitre no iba a por él, sino a comer al vertedero. Es la versión que recoge la Wikipedia o la que vieron unos meses después los españoles José María Arenzana y Luis Davilla... fijaos en la foto de Davilla tomada en el mismo sitio y en como con una focal más corta, los buitres más agallinados y otro gesto por parte de el niño ¿tal vez el mismo, tal vez otro?, la imagen ya no es tan dramática: https://www.periodistadigital.com/periodismo/

La labor del fotógrafo de guerra o de catástrofes humanitarias es ingrata, consiste en documentar lo peor de esta sociedad, y ese no es un trabajo pequeño. Kevin Carter se suicidó quizá asqueado por el premio recibido, por las críticas recibidas, por no poder ayudar como quisiera... quien sabe. Pero la gente se olvida de que gracias a esa fotografía las ONG y los gobiernos de otros países que hasta entonces ignoraban el problema de las hambrunas en Sudán tomaron conciencia y pusieron en marcha campañas de ayuda para evitar que murieran muchos otros niños y niñas... Se olvida también que Carter con sus fotografías, junto a Joao Silva, Ken Oosterbroek (que lo pagó con su vida poco antes de que Carter se suicidara, otro detonante sin duda) y Greg Marinovich, "El Bang Bang Club", fue una de las claves de que el mundo tomara conciencia de hasta que punto era terrible el régimen racista de Sudáfrica, que no habría caído sin sus fotos de denuncia o lo habría hecho mucho más tarde.

Demagogia es decir (como se dijo) que Kevin Carter era un buitre más... sin ese "buitre" quizá no hubieran llegado ayudas a Sudán, como no habría terminado entonces el Apartheid. Greg Marinovich había ganado el Pulitzer en el 91 por una foto en la que un miembro del partido Inkhata era linchado, primero a cuchilladas y luego quemado vivo. Demagogia es pensar que Marinovich pudo hacer algo por evitarlo y demagogia es pensar que el valor de Marinovich estando allí al pie del cañón (fue tiroteado y herido en el mismo ataque en el que murió Oosterbroek, mientras Silva no paraba de hacer fotos de sus colegas malheridos) no sirvió para nada.

Los fotógrafos de guerra, sobre todo los que van a los lugares más conflictivos y arriesgados, más allá de buscarse las habichuelas buscan también dar a conocer al mundo las catástrofes que hay que parar. Demagogia es decir que su trabajo es inútil o superfluo. Los que somos inútiles y superfluos somos los que vemos esas fotografias en los periódicos y seguimos con nuestra vida como si no pasara nada (no voy a excluirme de este comentario, no voy a ser hipócrita).

Demagogia es, ha sido y siempre lo será, echarle la culpa al mensajero.

Para entender en toda su extensión la fotografía de Carter de la niña sudanesa (siempre se pensó que era una niña, desde hace poco se sabe que fue un niño) y el buitre, primero hay que entender que Carter estaba de vacaciones (sólo que mientras otros se van de vacaciones a un hotel en la playa, él eligió irlas a pasar a los campos de refugiados de Sudán, para denunciar las hambrunas); y hay que entender cuál era la "oficina de trabajo" de la que Carter descansaba.

Desde la salida de la cárcel de Nelson Mandela en 1990 y hasta la consecución de la democracia en 1994, en Sudáfrica se vivió un periodo de locura absoluta y violencia extrema todos y cada uno de los días en Soweto y otra media docena de ciudades negras en los alrededores de Johanesburgo. Esta anarquía asesina demencial estaba alentada por opositores al proyecto democrático (negros matando a negros alentados por blancos, básicamente) y en ella murieron miles de personas acuchilladas, apaleadas, quemadas vivas... el asesinato más común era el "necklace", colocarle a alguien un neumático impregnado en gasolina en el cuello y pegarle fuego... la víctima moría carbonizada pero de forma muy lenta. Allí trabajaban Carter y los chicos del Bang Bang Club que cité anteriormente. Cada día, como si ficharan, los cuatro se presentaban allí dispuestos a hacer llegar al mundo un retrato exacto de lo que estaba sucediendo en el confín habitado más al sur del mundo... armados únicamente con sus Nikon.

Kevin Carter, Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y João Silva hacían fotos desgarradoras y se exponían a peligros extraordinarios en lugares como Tokoza o Katlehong, y trabajaban en largas jornadas (normalmente desde las 5 de la mañana hasta el mediodía o hasta que caía de nuevo la noche) expuestos a cualquier cosa, allí donde todos tenían en la mano un Kaláshnikov, una lanza, un machete, la lata de gasolina o una pistola, ellos sólo tenían sus Nikon. Ese era el escenario de trabajo de Carter... lo de Sudán eran unas vacaciones desestresantes...

Para poder desempeñar ese trabajo es imprescindible blindarse, cubrirse de una coraza emocional. No se puede responder a lo que uno ve como un ser humano normal. La cámara, herramienta de trabajo, actúa en ese momento como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión.

Carter y los chicos del Bang Bang Club tampoco eran unos santos. Siendo los cuatro blancos y de clases más o menos favorecidas, de modo que podían haberse quedado al margen y hacer fotos de partidos de polo, de surf o de naturaleza (la gran pasión de Carter, en realidad, a la que nunca se pudo dedicar) habían elegido trabajar para conseguir parar ese horror. Trabajaban sin descanso, dormían poco por esas maratonianas jornadas de trabajo, llevaban una vida desordenada y para poder aguantar el ritmo consumían drogas de todo tipo. Pasaban sus días y sus noches en un estado de aceleración mental y de anestesia emocional permanentes. Porque si se hubiesen detenido un instante a reflexionar sobre lo que hacían, si hubiesen permitido que los sentimientos penetraran en su interior, habrían sido incapaces de hacer su trabajo. La situación era la que era, el entorno era caótico, pero el trabajo era importante y alguien tenía que hacerlo. Si se hubieran quedado en sus casas o se hubieran expuesto a menos peligro yendo a sitios menos conflictivos o haciendo fotos desde más lejos, habría habido más muertos y menos presión política para acabar con la violencia. Ésta era la contribución de Carter y sus colegas a la causa contra el Apartheid.

En marzo de 1993 sus amigos le vieron tan mal que le obligaron a tomarse unas vacaciones. En vez de irse a la playa aceptó una proposición de su periódico para ir a Sudán. Allí, nada más llegar, fue cuando vio la escena del niño y el buitre. Respondió con el frío profesionalismo al que estaba acostumbrado, el único objetivo de un fotógrafo de este tipo es conseguir la imagen más impactante, la que cause más reacciones, la que provoque que la gente despegue el culo del sofá y decida hacer algo para parar las miserias, las matanzas o las injusticias. Y ahí acaba el compromiso de un fotógrafo de este tipo; no se le puede pedir más. Una versión cuenta que Carter pasó 20 minutos esperando a que el buitre abriera las alas para obtener una imagen más dramática, pero no lo hizo, hizo esa foto y luego se desmoronó. hasta hace muy poco no se sabía que había pasado después con el niño.

Con toda seguridad Carter se cruzó con cientos, miles de niñas y niños en situaciones iguales que las de ese/a niño/a; y como es lógico de entender, poco podía hacer para socorrerlos a todo. Pero sí podía hacer algo por ayudarlos a todos, y esa era su misión allí, la meta que se había marcado: conseguir una imagen que removiera nuestras conciencias. Creo que si lo consiguió o no es evidente.

Muy recomendable el documental sobre el Bang Bang Club, para quien no lo haya visto.

El bulo era que:

El niño muere, no fue así
 
  • #31
Parecido es el caso del famoso reloj de Nadal por algo más de 500.000 napos. Ahí es nada. :yuck::
 
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