Existían unos señores que tenían todo. El dinero, la tierra, el derecho de pernada, el derecho sobre las vidas ajenas.
Se acercaba el siglo XIX, por fas o por nefas, los hijos de los desheredados comenzaban a leer, unos porque se hacían curas, otros porque los negocios prosperaban. Y como es natural llegaron las revoluciones ( eran un millón contra unos pocos ). Se cortaron muchas cabezas, hasta las de los que estaban arriba del todo.
Pero aquellos que lo tenían todo, tenían incluso tiempo para pensar, cosa que no tenían los pobres porque ocupaban el día en trabajar y subsistir. Y pensando, pensando inventaron la clase media. La clase media y los políticos correspondientes.
Antes eran cuatro contra un millón, ahora son cuatro, un muro formado por la clase media y los novecientos y pico mil restantes. Se han demonizado el socialismo, el comunismo, el Estado de Bienestar. Ya es hora de volver a las antiguas usanzas.
Ahora, mientras se logra la vuelta atrás, dejan a los títeres utilizados, con sus barrigas, sus puros, sus yates cutres, su olor a tabaco, sus arrugas. Les dejan mientras se les viene la muerte. Dentro de poco sus nietos comerán lo justo y trabajarán de sol a sol.
Hay una cosa que va a mas. Viendo las series de hace cuarenta años de EE.UU., llama la atención la cantidad de seguridad privada que veía en todos los sitios. Ahora ya lo hay aquí. En el metro de Madrid, se leen datos, ofrecidos con profusión en los diferentes andenes, datos polémicos por otra parte, donde se comparan los precios del billete en Madrid y en otras capitales del mundo mundial, claro que no se dice nada de los sueldos respectivos. La iniciativa es cosa, imagino, de la inefable Esperanza Aguirre Gil de Biedma, condesa de Murillo y grande de España. Ella es una de la que esperan que esos gordos se vayan al hoyo. Llama la atención lo que da una de las notas aludidas, se refiere al personal empleado en Metro de Madrid, el personal de seguridad supera al resto de los técnicos, currantes, etc. Algo así sucedía cuando el señor Conde sacaba sus mesnadas por las puertas del castillo ante la mirada temerosa y atónita del pueblo llano.