Comprendiendo la polémica por la poca corrección política de sus palabras,sinceramente me interesa mucho más la opinión que de la Reina tiene Muhammand Yunus -premio Nobel de la paz y una de las personas que más ha hecho para erradicar la pobreza- que la que pueda tener todo el colectivo de gays,lesbianas y transexuales.
Es un tocho,pero recomiendo su lectura.
Aquí el enlace.
"LA REINA Y LA SOLIDARIDAD
Al ver su majestad en las aldeas más humildes de Bangladesh, deja de parecer una reina. Para saber cómo es ella en realidad, hay que observarla en el interior de una cabaña, rodeada de mujeres, charlando como si fueran amigas de toda la vida. Ella proviene de un planeta completamente diferente –¡occidental y soberana de un estado europeo!–, pero tiene una tendencia natural para llegar a los pobres, no intenta ser amable; simplemente, lo es.
Una vez, cuando visitaba un pueblo en mi país, pasamos ante una cabaña muy pequeña y oscura, hacía un sol de justicia. Ella quiso entrar. Al acercarse a la puerta, alguien gritó: «¡No, no, no, no!». Ella se detuvo, y una persona con una lámpara iluminó el interior, donde una señora estaba tumbada en el suelo. Entre sus harapos reposaba un recién nacido. Había venido al mundo esa noche. La Reina se arrodilló y se aproximó al bebé, diminuto. Alguien pidió que acercaran la lámpara y ella repuso que no hacía falta, que la luz molestaría al niño y a la madre. ¡Tomó al pequeño en brazos con tanto cuidado, tanta dulzura! Yo le dije al bebé: «Eres un niño afortunado. Acabas de venir al mundo y estás en brazos de la Reina de España. Espero que sea un signo de buena ventura en tu vida».
Conocí a Doña Sofía en 1992, en una cena en Bélgica, como invitado del rey Balduino, adonde acudí para recibir un premio. Me sentaron junto a las reinas Sofía y Fabiola. Allí estaba yo, un insignificante hombre de Bangladesh rodeado de reinas y princesas. Me sentía abrumado. Todas empezaron a hacerme preguntas, sobre todo Doña Sofía. Antes de despedirnos, me dijo: «La próxima vez que venga a Europa, si yo lo invito, ¿vendrá a visitarme? Estoy muy interesada en su trabajo y me gustaría presentarle a mi familia».
Un año después vine a España y me recibió en la Zarzuela. Tuvimos una larguísima conversación. Quería saberlo todo. Como si fuera una estudiante haciendo una investigación. «La mejor forma de entender todo esto es que venga a Bangladesh, que visite a estas mujeres en sus aldeas, que le cuenten sus historias», le dije. Recuerdo su reacción. Se me acercó y, entre tímida e ilusionada, susurró: «¿De verdad que puedo ir?». A final de año vino a visitarnos por primera vez. Se quedó cinco días, recorriendo aldeas, de la mañana a la noche, hablando con todos y haciendo miles de preguntas.
Luego, en 1997, la invitamos a un encuentro sobre microcréditos en Washington y desde entonces ha venido a todos: en México, Bangladesh, Chile, Canadá, la India... Ya ha confirmado su asistencia a la próxima, en junio en Colombia.
Yo nunca había tratado antes con una reina. No sabía si podía ser totalmente sincero, si podía discutir con ella, si debía asentir a todo lo que dijera, callar... Pero desde el primer momento ella lo puso todo fácil. Lo importante no es si es ella es Reina o si yo soy de Bangladesh, sino que somos amigos.
Siempre que viene a Bangladesh quiere ver a la gente. Ha estado ya cinco veces y no se trata de visitas de cortesía. No le gustan las ceremonias. Prefiere ir a los pueblos. Por supuesto, la reciben las autoridades y demás, pero no es la parte que más le gusta.
Un día la llevé a una aldea donde las mujeres han organizado un negocio textil. Tenemos un prenda tradicional, gamcha, una toalla fina muy colorida que los campesinos llevan en el hombro para quitarse el sudor de la cara. La Reina quería llevarse unas cuantas. En cada casa elegía varias y uno de mis ayudantes la acompañó para ayudarla a acertar las cuentas. Al verla, me imaginé que las usaría como regalo para sus conocidos o algo así. En 1997 vino al Encuentro Mundial sobre Microcréditos en Washington. La invitamos a copresidir el evento, también a Hillary Clinton. Ésta ofreció un discurso y se fue, pero la Reina se quedó los tres días, vino a todas las sesiones, haciendo preguntas, tomando notas, como una delegada más. Pero a lo que iba… Cuando la vi llegar en la ceremonia de apertura, no pude evitar sonreír. Vestía un traje elegante, pero sobre su hombro reposaba una gamcha, el tejido humilde –cuesta menos de un euro– que había comprado en Bangladesh. Estaba muy guapa. Con su gesto dignificaba el trabajo de aquellas mujeres. Desde entonces, a cada conferencia que viene lleva una gamcha sobre el hombro. Éste es el tipo de gesto que la define. No presume, no habla de ello. Hace lo que cree que debe hacer.
Doña Sofía tiene siempre sus propias opiniones. Si no está de acuerdo con algo, lo dice. El personal de seguridad que la acompaña, a veces, se desespera. Recuerdo un día, en otra aldea, cuando se puso a charlar con una mujer que tenía una vaca. Había comprado el animal con la ayuda del Grameen Bank, y le explicaba el dinero que esperaba ganar con ella, cómo lo pensaba hacer... De pronto, la mujer entró en su casa, trajo un vaso, comenzó a ordeñar la vaca y le ofreció un vaso de leche a la Reina. Ella se lo llevó directamente a la boca, sin dudarlo un segundo, mientras todo el mundo alrededor se echaba las manos a la cabeza, poniendo caras de que no bebiera. Pero se lo bebió entero. Siguió caminando por la aldea, la gente le ofrecía comida y ella la probaba sin problemas. No disimulaba ni intentaba salir del paso, se lo comía de verdad. «Está riquísimo –me dijo tras probar un dulce–. ¿Puedo comer otro trozo?» Entonces vi que se lo guardaba. «Es que quiero llevarle al Rey para que lo pruebe. Le van a encantar.» Fue un detalle muy familiar.
Nuestra deuda con la Reina es enorme. Ha elevado la cuestión de los microcréditos a un nivel internacional. Se ha sumergido totalmente en la materia, visitando pueblos en México, Bangladesh, etc., y discutiendo acaloradamente con políticos y economistas poco entusiastas al respecto. Se ha convertido en nuestra mayor embajadora. Cuando nos dieron el Nobel de la Paz, vino a la ceremonia en Oslo. Habló con los reyes de Noruega para poder estar con nosotros en ese momento. Estaba muy feliz.
Aprovechando esta ocasión quería decirle que tiene muchísimas amigas entre las mujeres pobres en Bangladesh y otros lugares que hemos visitado juntos. En nombre de todas ellas, le deseo un feliz cumpleaños. "