Jose Claudio
Forer@ Senior
Sin verificar
Siguiendo el hilo iniciado por Mazel acerca de los Oscars, hay dos películas que a mí, personalmente, me hubiera gustado que de alguna manera hubieran estado presentes, aunque comprendo bien que no hay premio para todos.
De Paolo Sorrentino ya escribí en su momento una reseña acerca de la primera película que vi de él y que me impactó mucho: Il divo, que, a día de hoy, me sigue sorprendiendo.
Algo parecido ocurrió con La gran belleza, que poco tenía que ver con la anterior pero que resultaba igualmente sorprendente.
La juventud consiguió, en los Premios del Cine Europeo de Berlín, los galardones a la mejor película, mejor director y mejor actor para Michael Caine, Curiosamente los mismos que consiguió con La gran belleza.
Estoy totalmente de acuerdo con Paolo Sorrentino cuando, al recoger los galardones, dijo que se trataba de una película sobre la libertad: desde la libertad sexual a la libertad creativa, personal y moral -que no significa ni mucho menos inmoralidad ni amoralidad-la libertad, es el tema central de la película.
Y Sorrentino ejemplifica esa libertad en la juventud porque la juventud tiene futuro y el futuro es la gran oportunidad de la libertad.
De ahí que su película sea también en sí misma una película llena de libertad, una película mosaico que no intenta seguir una coherencia encorsetada en el guión sino que va dando puntadas, a cual más sugestiva, acerca de la relación entre un Michael Caine, un director de orquesta que se resiste a a perder la que quizás sea su última oportunidad de libertad ante la mismísima reina de Inglaterra, y un Harvey Keitel, incapaz de terminar su última película en tanto en cuanto supone el punto final a una carrera.Ambas posiciones implican un duelo:La primera, el duelo de libertad personal que no se fue capaz de defender, la segunda de una libertad creativa que ya nunca será.
El amor está presente en toda la película, casi como aquello que es lo único que queda al final de este incomprensible viaje llamado la vida: el amor de un padre por su hija, el amor de unos amigos, el amor que fue, el amor que no pudo ser.
Un Michel Caine, que desborda una vejez llena de dignidad y una amable distancia frente a las cosas,y un Keitel que no ha perdido la pasión, producen un debate sugerente y sin desperdicio.
Si a ello le sumas la belleza de los paisajes- en los Alpes suizos, en el mismo hotel en el que Thomás Mann Escribió La montaña mágica- tienes una película redonda, con una sensibilidad desbordante que hubiera merecido un Oscar sobradamente si no fuera porque .....no hay sitio para todas.
De Paolo Sorrentino ya escribí en su momento una reseña acerca de la primera película que vi de él y que me impactó mucho: Il divo, que, a día de hoy, me sigue sorprendiendo.
Algo parecido ocurrió con La gran belleza, que poco tenía que ver con la anterior pero que resultaba igualmente sorprendente.
La juventud consiguió, en los Premios del Cine Europeo de Berlín, los galardones a la mejor película, mejor director y mejor actor para Michael Caine, Curiosamente los mismos que consiguió con La gran belleza.
Estoy totalmente de acuerdo con Paolo Sorrentino cuando, al recoger los galardones, dijo que se trataba de una película sobre la libertad: desde la libertad sexual a la libertad creativa, personal y moral -que no significa ni mucho menos inmoralidad ni amoralidad-la libertad, es el tema central de la película.
Y Sorrentino ejemplifica esa libertad en la juventud porque la juventud tiene futuro y el futuro es la gran oportunidad de la libertad.
De ahí que su película sea también en sí misma una película llena de libertad, una película mosaico que no intenta seguir una coherencia encorsetada en el guión sino que va dando puntadas, a cual más sugestiva, acerca de la relación entre un Michael Caine, un director de orquesta que se resiste a a perder la que quizás sea su última oportunidad de libertad ante la mismísima reina de Inglaterra, y un Harvey Keitel, incapaz de terminar su última película en tanto en cuanto supone el punto final a una carrera.Ambas posiciones implican un duelo:La primera, el duelo de libertad personal que no se fue capaz de defender, la segunda de una libertad creativa que ya nunca será.
El amor está presente en toda la película, casi como aquello que es lo único que queda al final de este incomprensible viaje llamado la vida: el amor de un padre por su hija, el amor de unos amigos, el amor que fue, el amor que no pudo ser.
Un Michel Caine, que desborda una vejez llena de dignidad y una amable distancia frente a las cosas,y un Keitel que no ha perdido la pasión, producen un debate sugerente y sin desperdicio.
Si a ello le sumas la belleza de los paisajes- en los Alpes suizos, en el mismo hotel en el que Thomás Mann Escribió La montaña mágica- tienes una película redonda, con una sensibilidad desbordante que hubiera merecido un Oscar sobradamente si no fuera porque .....no hay sitio para todas.