eufrasia
De la casa
Sin verificar
Una descripción excepcional ...... El autor, hijo de uno de los abogados
argentinos de mayor prestigio - Héctor Mairal, había escrito en la revista
Brando, en 2006, un texto notable acerca de las Tetas. Tras lo cual la
revista Soho, de Bogotá, Colombia, le pidió que escriba sobre el culo.
* Pedro Mairal nació en Buenos Aires en
1970. Cursó la carrera de Letras en la Universidad
del Salvador, donde fue profesor adjunto de la cátedra de Literatura
Inglesa. En 1996 publicó el libro de poesía 'Tigre como los pájaros'
(Mención Premio Fortabat). En 1998 obtuvo el Premio Clarín de Novela por
'Una noche con Sabrina Love', que fue llevada al cine y traducida a varios
idiomas. En el 2001 publicó el libro de cuentos 'Hoy temprano' y en el 2003,
el libro de poesía 'Consumidor final'.
BOGOTÁ (Soho). No suelo concordar con
el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo. Noto un gusto general por el
culito escuálido de las modelos flacas. A mí me gustan grandes,
hospitalarios, macizos. Me gusta el culo balcón, que sobresale y se
autosustenta como un milagro de ingeniería. El culo bien latino, rappero,
reggaetón, de doble pompa viva y prodigiosa.
Me salen versos cuando hablo de culos.
Quizá porque en los culos hay algo más antiguo y atávico que en las tetas,
que en realidad son una intelectualización. Las tetas son renacentistas,
pero el culo es primitivo, neaderthaliano. Con su poder de atracción
inequívoca, su convergencia invitadora, es un hit prehistórico. Despierta
nuestro costado más bestial: el del acoplamiento en cuatro patas. Las tetas
son un invento más reciente, son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico,
musical, candencioso, indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la
batida de la bossa que retrata a la garota que se aleja en Ipanema.
Porque el culo siempre se aleja, siempre se
va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en dirección contraria de las
tetas, que siempre vienen y por eso suelen ser alarmantes, amenazadoras,
casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la novia de Mazinger Z,
que se disparaban como dos misiles). Las tetas confrontan, el culo huye, es
elegía de sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja tristes a los
hombres pensando qué cosa más linda, más llena de gracia aquella morena que
viene y que pasa con dulce balance camino del mar.
Las argentinas tienen orto, las colombianas
jopo, las brasileras bunda, las mexicanas bote, las peruanas tarro, las
cubanas nevera o fambeco, las chilenas tienen poto. O mejor dicho, las
chilenas no tienen poto, según mis amigos transandinos que se quejan de esa
falta y quedan asombrados cuando viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me
encadeno a la muralla del Baluarte de San Francisco, en el último Festival
de Cartagena de Indias, para no tener que volver y poder seguir admirando el
desfile incesante de cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros
merecían no este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario
como el Canto General.
De las cosas que hacen las mujeres por su
culo, la que más ternura me da es cuando lo acercan a la estufa para
calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente a una chimenea o un radiador y
acercan el culo, lo empollan un rato. El culo es la parte más fría de una
mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, el frescor del cachete en
el primer encuentro con la mano.
Durante el abrazo, se puede llegar a los
cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si la mujer tiene puesto un
pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la tela impide la maniobra y
la palmada vital. La otra forma es desde abajo y eso es lo mejor, cuando se
alcanza el culo levantando de a poco el vestido, por los muslos, y de pronto
se llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manos llenas. En ese
instante se siente que las manos no fueron hechas para ninguna otra cosa más
que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos del cuerpo la
blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre.
Se suele pensar que, en el sexo, la posición
de perrito somete a la mujer. Pero hay que decir que abordar por detrás a
una mujer de ancas poderosas puede ser todo lo contrario: es como acoplarse
a una locomotora,
como engancharse en la fuerza de la vida,
hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado a su energía, hay que
trabajar, darle mucha bomba, carbón para la máquina. Es uno el que queda
sometido a su gran expectativa, absorto, subyugado, vaciándose para siempre
en la doble esfera viva de esa mantis religiosa.
Una vez vi un hombre de unos 45 años dando
vueltas al parque, corriendo tras su personal trainer. Lo curioso es que era
una personaltrainer, y las calzas azules de esta profesora de gimnasia
evidenciaban que tenía un doctorado en glúteos. Como el burro tras la
zanahoria, el hombre corría tras ella sin pensar en nada más que ese
seguimiento personal. No me sorprendería que a la media hora hubiera un
grupo de corredores trotando detrás, en caravana. La música de los culos es
la del flautista de Hamelin. Los hombres, con su legión de ratones, van tras
ella, hipnotizados.
Las mujeres saben aprovechar sus recursos.
Yo trabajé en una empresa en el mismo piso que una arquitecta narigona (esas
narigonas sexys) y con un 'tremendo fambeco'. Ella sabía que era su mejor
ángulo y lo hacía valer, con unos pantalones ajustados que dejaban todo
temblando. Era una de esas oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el
almanaque cuadriculado, la tabla rectangular del escritorio, la ventana, los
estantes, las carpetas de archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el
culo de la arquitecta que a veces pasaba camino a tesorería o a la
fotocopiadora. Su culo era lo único redondo en todo este edificio de
oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un
novio), pero en una época yo pensaba escribir una novela con los
acoplamientos heroicos que imaginé con ella. Una novela que iba a titular,
con un guiño a Greenaway, 'El culo de una arquitecta'.
No escribí ni dos líneas de esa novela,
pero sí algunos poemas que ella nunca leyó. Me acuerdo que la veía antes de
verla, la intuía en un ritmo particular que tenía el sonido de sus pasos, un
peso, un roce de la cara interna de sus muslos de falsa mulata. Cuando
aparecía en el rabillo de mi ojo, ya sabía plenamente que se trataba de
ella. Y pasaba y todo se detenía un instante, el memo, el mail, la voz en el
teléfono, todo se curvaba de pronto, no había más rectas, todo se ovalaba,
se abombaba, y el corazón del oficinista medio quedaba bailando. No exagero.
Además era plena crisis del 2002. Todo se
derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la
moneda, la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la
moral, el ingreso per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta que
parecía subir y subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más esférico,
más encabritado en su oscilación por los corredores, pasando en un meneo
vanidoso que parecía ir diciendo no, mirame pero no, seguime pero no,
dedicame poemas pero no. Ojalá ella llegue a leer esto algún día y se entere
del bien que me hizo durante esos dos años con solo ser parte de mi día
laborable pasando con tanta gracia frente al mono de mi hormona. Y ojalá se
entere también que, cuando me echaron, lo único que lamenté fue dejar de
verla desfilar por los pasillos, respingando el durazno gigante de su culo
soñado.
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argentinos de mayor prestigio - Héctor Mairal, había escrito en la revista
Brando, en 2006, un texto notable acerca de las Tetas. Tras lo cual la
revista Soho, de Bogotá, Colombia, le pidió que escriba sobre el culo.
* Pedro Mairal nació en Buenos Aires en
1970. Cursó la carrera de Letras en la Universidad
del Salvador, donde fue profesor adjunto de la cátedra de Literatura
Inglesa. En 1996 publicó el libro de poesía 'Tigre como los pájaros'
(Mención Premio Fortabat). En 1998 obtuvo el Premio Clarín de Novela por
'Una noche con Sabrina Love', que fue llevada al cine y traducida a varios
idiomas. En el 2001 publicó el libro de cuentos 'Hoy temprano' y en el 2003,
el libro de poesía 'Consumidor final'.
BOGOTÁ (Soho). No suelo concordar con
el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo. Noto un gusto general por el
culito escuálido de las modelos flacas. A mí me gustan grandes,
hospitalarios, macizos. Me gusta el culo balcón, que sobresale y se
autosustenta como un milagro de ingeniería. El culo bien latino, rappero,
reggaetón, de doble pompa viva y prodigiosa.
Me salen versos cuando hablo de culos.
Quizá porque en los culos hay algo más antiguo y atávico que en las tetas,
que en realidad son una intelectualización. Las tetas son renacentistas,
pero el culo es primitivo, neaderthaliano. Con su poder de atracción
inequívoca, su convergencia invitadora, es un hit prehistórico. Despierta
nuestro costado más bestial: el del acoplamiento en cuatro patas. Las tetas
son un invento más reciente, son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico,
musical, candencioso, indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la
batida de la bossa que retrata a la garota que se aleja en Ipanema.
Porque el culo siempre se aleja, siempre se
va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en dirección contraria de las
tetas, que siempre vienen y por eso suelen ser alarmantes, amenazadoras,
casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la novia de Mazinger Z,
que se disparaban como dos misiles). Las tetas confrontan, el culo huye, es
elegía de sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja tristes a los
hombres pensando qué cosa más linda, más llena de gracia aquella morena que
viene y que pasa con dulce balance camino del mar.
Las argentinas tienen orto, las colombianas
jopo, las brasileras bunda, las mexicanas bote, las peruanas tarro, las
cubanas nevera o fambeco, las chilenas tienen poto. O mejor dicho, las
chilenas no tienen poto, según mis amigos transandinos que se quejan de esa
falta y quedan asombrados cuando viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me
encadeno a la muralla del Baluarte de San Francisco, en el último Festival
de Cartagena de Indias, para no tener que volver y poder seguir admirando el
desfile incesante de cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros
merecían no este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario
como el Canto General.
De las cosas que hacen las mujeres por su
culo, la que más ternura me da es cuando lo acercan a la estufa para
calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente a una chimenea o un radiador y
acercan el culo, lo empollan un rato. El culo es la parte más fría de una
mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, el frescor del cachete en
el primer encuentro con la mano.
Durante el abrazo, se puede llegar a los
cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si la mujer tiene puesto un
pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la tela impide la maniobra y
la palmada vital. La otra forma es desde abajo y eso es lo mejor, cuando se
alcanza el culo levantando de a poco el vestido, por los muslos, y de pronto
se llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manos llenas. En ese
instante se siente que las manos no fueron hechas para ninguna otra cosa más
que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos del cuerpo la
blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre.
Se suele pensar que, en el sexo, la posición
de perrito somete a la mujer. Pero hay que decir que abordar por detrás a
una mujer de ancas poderosas puede ser todo lo contrario: es como acoplarse
a una locomotora,
como engancharse en la fuerza de la vida,
hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado a su energía, hay que
trabajar, darle mucha bomba, carbón para la máquina. Es uno el que queda
sometido a su gran expectativa, absorto, subyugado, vaciándose para siempre
en la doble esfera viva de esa mantis religiosa.
Una vez vi un hombre de unos 45 años dando
vueltas al parque, corriendo tras su personal trainer. Lo curioso es que era
una personaltrainer, y las calzas azules de esta profesora de gimnasia
evidenciaban que tenía un doctorado en glúteos. Como el burro tras la
zanahoria, el hombre corría tras ella sin pensar en nada más que ese
seguimiento personal. No me sorprendería que a la media hora hubiera un
grupo de corredores trotando detrás, en caravana. La música de los culos es
la del flautista de Hamelin. Los hombres, con su legión de ratones, van tras
ella, hipnotizados.
Las mujeres saben aprovechar sus recursos.
Yo trabajé en una empresa en el mismo piso que una arquitecta narigona (esas
narigonas sexys) y con un 'tremendo fambeco'. Ella sabía que era su mejor
ángulo y lo hacía valer, con unos pantalones ajustados que dejaban todo
temblando. Era una de esas oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el
almanaque cuadriculado, la tabla rectangular del escritorio, la ventana, los
estantes, las carpetas de archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el
culo de la arquitecta que a veces pasaba camino a tesorería o a la
fotocopiadora. Su culo era lo único redondo en todo este edificio de
oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un
novio), pero en una época yo pensaba escribir una novela con los
acoplamientos heroicos que imaginé con ella. Una novela que iba a titular,
con un guiño a Greenaway, 'El culo de una arquitecta'.
No escribí ni dos líneas de esa novela,
pero sí algunos poemas que ella nunca leyó. Me acuerdo que la veía antes de
verla, la intuía en un ritmo particular que tenía el sonido de sus pasos, un
peso, un roce de la cara interna de sus muslos de falsa mulata. Cuando
aparecía en el rabillo de mi ojo, ya sabía plenamente que se trataba de
ella. Y pasaba y todo se detenía un instante, el memo, el mail, la voz en el
teléfono, todo se curvaba de pronto, no había más rectas, todo se ovalaba,
se abombaba, y el corazón del oficinista medio quedaba bailando. No exagero.
Además era plena crisis del 2002. Todo se
derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la
moneda, la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la
moral, el ingreso per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta que
parecía subir y subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más esférico,
más encabritado en su oscilación por los corredores, pasando en un meneo
vanidoso que parecía ir diciendo no, mirame pero no, seguime pero no,
dedicame poemas pero no. Ojalá ella llegue a leer esto algún día y se entere
del bien que me hizo durante esos dos años con solo ser parte de mi día
laborable pasando con tanta gracia frente al mono de mi hormona. Y ojalá se
entere también que, cuando me echaron, lo único que lamenté fue dejar de
verla desfilar por los pasillos, respingando el durazno gigante de su culo
soñado.
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