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Forer@ Senior
Sin verificar
En algún momento del año 2000 hubo una reunión en el cuartel general de Rolex.
El orden del día era de problemas gruesos. Es decir, con un punto único. Y este tenía pocas palabras: ¿Qué hacer ante la falsificación?
En el siglo XVIII ya se falsificaban los relojes que el maestro Breguet concebía con esfuerzo. Pero el tráfico de estos chismes era marginal. Simplemente no compensaba el riesgo. Era mucho más lucrativo dedicarse a falsificar cuadros, cheques o billetes.
Pero desde que China llegó a la globalización los relojes falsos comenzaron a bullir.
¿Qué hacer? Era una de las claves de la supervivencia a largo plazo.
Por un lado estaba el frente legal. Pero China no tiene en alto concepto la propiedad intelectual, la cual está sumariamente regulada. Incluso en los ámbitos en los que existe una normativa, como en el de nombres de empresas, es difícil instar su ejecución. No se va la cárcel en China por falsificar.
Desde luego que cabía montar un berrinche internacional e intentar sacarle los colores a China, pero resulta que es uno de los mercados principales de Rolex en el mundo. Es el único país dónde rolex tiene cuatro distribuidores oficiales, una para Shanghai, otra para Pekin, el tercero en Guangzhou y el cuarto en Hong Kong. Por poner un ejemplo, en EEUU solo tiene dos, una en Dallas y otra en Nueva York.
La verdad es que parecía un problema de difícil solución, al fin y al cabo un Rolex es fácil de falsificar con ese cierre de chapita, la cadena remachada el bisel de aluminio de cuatro perras…
En algún momento debió de surgir el orgullo suizo y algún lumbrera propuso hacer relojes infalsicables, por ejemplo con un holograma. La idea gustó y como ocurre en todas la empresas suizas se creó un grupo de trabajo a pensar que tecnologías antifalsificación podrían ser compatibles con la estética de la casa.
En una de esas reuniones a alguien se le ocurrió pensar que el brazalete de acero cepillado podría cambiarse por otro pulido, cuyo brillo les pusiera las cosas más difíciles a los malos. A otro se le ocurrió cambiar los biseles por unos de cerámica, o mejor aún pulido y cepillado a la vez. Otro propuso el anillo de seguridad y un cuarto el grabado de laser en el cristal. Las conclusiones de ese grupo de trabajo marcan el diseño del rolex de hoy, dónde a los criterios tradicionales de estética o funcionalidad se le añade el de “difícil de imitar”.
Otras marcas no se dejaron llevar por esa histeria y siguen vendiendo su clasicismo como si nada, véase Patek.
Todo ello, y ya concluyo, nos lleva a que el Rolex de hoy está diseñado por los falsificadores, con algunos ingredientes más, como esos anabolizantes que tan buen resultado le han dado a AP o Hublot.
El orden del día era de problemas gruesos. Es decir, con un punto único. Y este tenía pocas palabras: ¿Qué hacer ante la falsificación?
En el siglo XVIII ya se falsificaban los relojes que el maestro Breguet concebía con esfuerzo. Pero el tráfico de estos chismes era marginal. Simplemente no compensaba el riesgo. Era mucho más lucrativo dedicarse a falsificar cuadros, cheques o billetes.
Pero desde que China llegó a la globalización los relojes falsos comenzaron a bullir.
¿Qué hacer? Era una de las claves de la supervivencia a largo plazo.
Por un lado estaba el frente legal. Pero China no tiene en alto concepto la propiedad intelectual, la cual está sumariamente regulada. Incluso en los ámbitos en los que existe una normativa, como en el de nombres de empresas, es difícil instar su ejecución. No se va la cárcel en China por falsificar.
Desde luego que cabía montar un berrinche internacional e intentar sacarle los colores a China, pero resulta que es uno de los mercados principales de Rolex en el mundo. Es el único país dónde rolex tiene cuatro distribuidores oficiales, una para Shanghai, otra para Pekin, el tercero en Guangzhou y el cuarto en Hong Kong. Por poner un ejemplo, en EEUU solo tiene dos, una en Dallas y otra en Nueva York.
La verdad es que parecía un problema de difícil solución, al fin y al cabo un Rolex es fácil de falsificar con ese cierre de chapita, la cadena remachada el bisel de aluminio de cuatro perras…
En algún momento debió de surgir el orgullo suizo y algún lumbrera propuso hacer relojes infalsicables, por ejemplo con un holograma. La idea gustó y como ocurre en todas la empresas suizas se creó un grupo de trabajo a pensar que tecnologías antifalsificación podrían ser compatibles con la estética de la casa.
En una de esas reuniones a alguien se le ocurrió pensar que el brazalete de acero cepillado podría cambiarse por otro pulido, cuyo brillo les pusiera las cosas más difíciles a los malos. A otro se le ocurrió cambiar los biseles por unos de cerámica, o mejor aún pulido y cepillado a la vez. Otro propuso el anillo de seguridad y un cuarto el grabado de laser en el cristal. Las conclusiones de ese grupo de trabajo marcan el diseño del rolex de hoy, dónde a los criterios tradicionales de estética o funcionalidad se le añade el de “difícil de imitar”.
Otras marcas no se dejaron llevar por esa histeria y siguen vendiendo su clasicismo como si nada, véase Patek.
Todo ello, y ya concluyo, nos lleva a que el Rolex de hoy está diseñado por los falsificadores, con algunos ingredientes más, como esos anabolizantes que tan buen resultado le han dado a AP o Hublot.