AbderramanII
Reina Mora
Sin verificar
¡Hola compis golosos! Hoy quiero compartir con vosotros una reciente experiencia relacionada con el mundo del vino que me ha proporcionado mucha satisfacción. Os aclaro desde ya que esto va a ser un relato, no una cata. Ni mis conocimientos ni mi forma de entender y disfrutar el vino me permiten otra cosa.
A principios de este mes cuatro amantes del vino nos escapamos a la Toscana para disfrutar, entre otras muchas cosas, de sus excelentes mostos. De los cuatro, dos están profesionalmente ligados a ese apasionante mundo, para suerte de los otros dos que somos meros aficionados. Es un placer compartir estos momentos con buenos amigos, pero si además esos amigos son entendidos, el placer se multiplica y es un verdadero lujo.
Nos habían concertado visitas a tres bodegas en Siena: una en Montalcino, otra en Moltepulciano y otra de Chianti. Las tres visitas fueron una delicia y nos atendieron fenomenal (otra ventaja de ir con profesionales, jejeje): nos enseñaron todo, respondieron a nuestras preguntas y catamos vinos muy interesantes. Aquí os muestro sus viñedos y sus vinos
Villa Poggio Salvi
Le Bèrne
Y Fontodi
Sin embargo, la magia no la encontramos en las bodegas, sino en una preciosa enoteca situada en la muralla de Montalcino. En ese bello establecimiento se pueden probar y comprar un montón de vinos de esta reducida pero fructífera zona (para mi gusto, los mejores de la región). Ya solo el lugar y los vinos habrían sido suficientes para disfrutar muchísimo, pero la guinda del pastel la puso un fenómeno que allí atiende, Luciano. Es un tipo grande en todos los sentidos, como su tocayo Pavarotti, con una retranca impresionante y con una pasión igualmente impresionante por su tierra y sus vinos. Congeniamos enseguida y ahí empezó la magia. Decidimos probar los tres mejores Brunello que ofrecían y picar algo… y empezamos a hablar de lo que nos parecían los vinos… y a probar más... Al final, terminamos probando nueve vinos y charlando con él de lo divino y lo humano, él en italiano y nosotros en castellano. Os aseguro que el idioma no fue en ningún momento una barrera. Por cierto, aclaro que probamos los vinos por copas, y compartimos las copas por parejas, así que no terminamos tan mal como pudiera parecer
Aquí la muralla...
Aquí casi al principio…
Y aquí al final…
¿Cuál fue el mejor? Pues no hubo unanimidad (otra cosa que me encanta del vino: para gustos, los colores… y los vinos) aunque dos, un experto y un profano, coincidimos en escoger el Tenuta Nuova – 2010, de Casanova di Neri. No siempre me llevo bien con Parker, pero en este caso coincidimos: le había dado 100 puntos.
Para rematar y comentar la jugada, unos trozos de ricas tartas caseras y unos estupendos ristretti sentados en la terraza de otro encantador lugar, Caffè Fiaschetteria Italiana 1888, en la plaza.
(esta última foto es de su web)
Los Brunello que tomamos en aquella muralla de Montalcino, todos ellos, fueron vinazos realmente excepcionales… y sin embargo no fueron ni lo más redondo ni lo que más largo gusto nos dejó aquel mediodía. Fueron solo una parte, muy importante, claro está, de un rato mágico en su conjunto. De esos que no se te olvidan, aun después de haber olvidado cómo se llamaba el vino que más te había gustado.
Pues eso es todo lo que os quería contar, más que nada por si algún día pasáis cerca de allí… para que sepáis que, además de buen vino, tienen magia.
Gracias por llegar hasta aquí. Os dejo con la vista desde el aparcamiento de Montalcino
A principios de este mes cuatro amantes del vino nos escapamos a la Toscana para disfrutar, entre otras muchas cosas, de sus excelentes mostos. De los cuatro, dos están profesionalmente ligados a ese apasionante mundo, para suerte de los otros dos que somos meros aficionados. Es un placer compartir estos momentos con buenos amigos, pero si además esos amigos son entendidos, el placer se multiplica y es un verdadero lujo.
Nos habían concertado visitas a tres bodegas en Siena: una en Montalcino, otra en Moltepulciano y otra de Chianti. Las tres visitas fueron una delicia y nos atendieron fenomenal (otra ventaja de ir con profesionales, jejeje): nos enseñaron todo, respondieron a nuestras preguntas y catamos vinos muy interesantes. Aquí os muestro sus viñedos y sus vinos
Villa Poggio Salvi
Le Bèrne
Y Fontodi
Sin embargo, la magia no la encontramos en las bodegas, sino en una preciosa enoteca situada en la muralla de Montalcino. En ese bello establecimiento se pueden probar y comprar un montón de vinos de esta reducida pero fructífera zona (para mi gusto, los mejores de la región). Ya solo el lugar y los vinos habrían sido suficientes para disfrutar muchísimo, pero la guinda del pastel la puso un fenómeno que allí atiende, Luciano. Es un tipo grande en todos los sentidos, como su tocayo Pavarotti, con una retranca impresionante y con una pasión igualmente impresionante por su tierra y sus vinos. Congeniamos enseguida y ahí empezó la magia. Decidimos probar los tres mejores Brunello que ofrecían y picar algo… y empezamos a hablar de lo que nos parecían los vinos… y a probar más... Al final, terminamos probando nueve vinos y charlando con él de lo divino y lo humano, él en italiano y nosotros en castellano. Os aseguro que el idioma no fue en ningún momento una barrera. Por cierto, aclaro que probamos los vinos por copas, y compartimos las copas por parejas, así que no terminamos tan mal como pudiera parecer
Aquí la muralla...
Aquí casi al principio…
Y aquí al final…
¿Cuál fue el mejor? Pues no hubo unanimidad (otra cosa que me encanta del vino: para gustos, los colores… y los vinos) aunque dos, un experto y un profano, coincidimos en escoger el Tenuta Nuova – 2010, de Casanova di Neri. No siempre me llevo bien con Parker, pero en este caso coincidimos: le había dado 100 puntos.
Para rematar y comentar la jugada, unos trozos de ricas tartas caseras y unos estupendos ristretti sentados en la terraza de otro encantador lugar, Caffè Fiaschetteria Italiana 1888, en la plaza.
(esta última foto es de su web)
Los Brunello que tomamos en aquella muralla de Montalcino, todos ellos, fueron vinazos realmente excepcionales… y sin embargo no fueron ni lo más redondo ni lo que más largo gusto nos dejó aquel mediodía. Fueron solo una parte, muy importante, claro está, de un rato mágico en su conjunto. De esos que no se te olvidan, aun después de haber olvidado cómo se llamaba el vino que más te había gustado.
Pues eso es todo lo que os quería contar, más que nada por si algún día pasáis cerca de allí… para que sepáis que, además de buen vino, tienen magia.
Gracias por llegar hasta aquí. Os dejo con la vista desde el aparcamiento de Montalcino
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