FERNY
Forer@ Senior
Sin verificar
El Abuelo Pepe
Estaba en la cama del fondo, cerca de la ventana, la habitación era oscura, estaba limpia, pero no tenia adornos y era triste. Su única hija y su nieto mayor lo venían a ver todos los días, ella le hablaba, le decía frases cariñosas, le pasaba un pañuelo perfumado por la frente; el nieto se quedaba detrás, como mirando de lejos, le daba mucha tristeza ver al viejo así. Recordaba su niñez, el paso firme del Abuelo, las caminatas por el medio del bosque, como Pepe se agachaba y recogía alguna colilla del suelo y la encendía y le daba dos caladas, -la abuela le tenia prohibido fumar-; aquellas viejas historias de la guerra contra los moros, cuando casi se muere asfixiado al subirse al vagón de un tren que se llenó de humo y vapor dentro de un túnel; cuando fue miembro de la Guardia Real, las charlas debajo de la sombra del cerezo que él mismo había plantado, y cuyos frutos cosechaba año a año subido a una escalera y con un cubo que llenaba varias veces. Lejanos y bellos recuerdos.
Tenía una forma muy particular de mirar su reloj, lo cogía con sus grandes y suaves manos y lo inclinaba hacia abajo, decía –hoy no se ha adelantado- . Por supuesto desde que se lo ingresó su Mervos estaba en la mesita de noche, siempre en hora y con la cuerda suficiente, labor a cargo del nieto. La despedida fue silenciosa esa mañana, como lo era siempre, el beso en la frente de hija y nieto, y la mirada vacía y reposada de Pepe, ese día estiró la mano pero no alcanzó a tocarlos.
El teléfono sonó esa noche, Pepe había muerto luego de 94 años de larga vida. El nieto fue a encargarse de todo recogiendo las pocas cosas que había en la Residencia, el reloj estaba parado a las 19,20 la hora en que el Abuelo murió. Lo guardó en el bolsillo de la chaqueta ; y aunque han pasado muchos años, nunca más se animo a ponerlo en hora ni le volvió a dar cuerda.
Estaba en la cama del fondo, cerca de la ventana, la habitación era oscura, estaba limpia, pero no tenia adornos y era triste. Su única hija y su nieto mayor lo venían a ver todos los días, ella le hablaba, le decía frases cariñosas, le pasaba un pañuelo perfumado por la frente; el nieto se quedaba detrás, como mirando de lejos, le daba mucha tristeza ver al viejo así. Recordaba su niñez, el paso firme del Abuelo, las caminatas por el medio del bosque, como Pepe se agachaba y recogía alguna colilla del suelo y la encendía y le daba dos caladas, -la abuela le tenia prohibido fumar-; aquellas viejas historias de la guerra contra los moros, cuando casi se muere asfixiado al subirse al vagón de un tren que se llenó de humo y vapor dentro de un túnel; cuando fue miembro de la Guardia Real, las charlas debajo de la sombra del cerezo que él mismo había plantado, y cuyos frutos cosechaba año a año subido a una escalera y con un cubo que llenaba varias veces. Lejanos y bellos recuerdos.
Tenía una forma muy particular de mirar su reloj, lo cogía con sus grandes y suaves manos y lo inclinaba hacia abajo, decía –hoy no se ha adelantado- . Por supuesto desde que se lo ingresó su Mervos estaba en la mesita de noche, siempre en hora y con la cuerda suficiente, labor a cargo del nieto. La despedida fue silenciosa esa mañana, como lo era siempre, el beso en la frente de hija y nieto, y la mirada vacía y reposada de Pepe, ese día estiró la mano pero no alcanzó a tocarlos.
El teléfono sonó esa noche, Pepe había muerto luego de 94 años de larga vida. El nieto fue a encargarse de todo recogiendo las pocas cosas que había en la Residencia, el reloj estaba parado a las 19,20 la hora en que el Abuelo murió. Lo guardó en el bolsillo de la chaqueta ; y aunque han pasado muchos años, nunca más se animo a ponerlo en hora ni le volvió a dar cuerda.
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