F
filibustero
Forer@ Senior
Sin verificar
Vicente tiene nombre de persona sencilla, humilde. Vicente puede ser nuestro panadero (“Un par de barras, Vicente”), el camarero de nuestro bar (“Ponme un cafelito de los tuyos, Vicente”) o el quiosquero de la esquina (“Vicente, déjame mi periódico”).
Como para todas las personas sencillas, las cosas para Vicente no fueron fáciles. Lo hubieran sido si se hubiera llamado Vicentoff, Vicentovsky, van Vincent o si su apellido hubiera venido adornado con esos extraños garabatos que sobrevuelan las vocales escandinavas, que a mi siempre me han recordado a los sombreros que lucen (por decir algo) algunas damas en las carreras de Ascot.
¡Eres muy lento! Vociferaban algunos en su contra sin pensar que aquellos otros que se pasaban el partido corriendo y que jaleaban con gran júbilo ¿sabían acaso a dónde iban? y una vez llegaran ¿sabían lo que tenían que hacer? En el fútbol, como en tantas otras cosas en la vida, hay muchos que se han creído esa mentira de que el camino más corto es la línea recta.
¿Lento? Las cosas para hacerse bien requieren de tiempo, de cuidado, de paciencia. ¿O es que es lo mismo ese “algo” que sacamos de un congelador y lo metemos en un microondas a no sé cuántos grados durante no sé cuánto tiempo, que el guiso que hace nuestra abuela después de estar dos horas delante del fogón? ¿Es lo mismo? Pues eso.
Pero a Vicente le llegó una gran oportunidad, más por necesidad ajena que por confianza en él, pero oportunidad al fin y al cabo. Y Vicente hizo muy bien su trabajo, pero … Hay Vicente ¡qué vamos a hacer contigo! Ten en cuenta que lo importante no es que el equipo juegue bien, que gane títulos, partidos, … no, no basta con eso, también hay que vender camisetas, perfumes, gorras, bufandas y todo cachivache imaginable, por el bien del equipo, eso sí. Y claro, Vicente para eso no valía, para eso se necesitaba alguien con más encanto, con más glamour, más... digamos más galáctico, para entendernos.
Recuerdo un diálogo de una película en la que un personaje le proponía algo a otro, éste lo aceptaba y el primero le decía algo así como “Es usted un hombre inteligente”, a lo que el otro respondía “No, no lo soy, pero sé reconocer el talento cuando lo tengo enfrente”. La tendencia de algunos en creerse seres superiores los hace convertirse en necios y no ver el talento que tienen enfrente.
Y a Vicente le llegó otra oportunidad. Y volvió a hacer lo mismo de siempre: trabajo, paciencia, serenidad y cariño por las cosas bien hechas. Y el éxito volvió a llegar.
En el mundo del fútbol (y no sólo del fútbol) nos encontramos a menudo con energúmenos vociferantes apoyados muchas veces por periodistas de encefalograma plano, incapaces de elaborar un titular por sí mismos. Estrellitas fugaces que por tal o cual gol, por esta o por la otra jugada, por uno u otro peinado, por celebrar un gol de esta o de la otra manera ya le hacen sombra a Di Stéfano. Entrenadores gritan, gesticulan, atraen hacia sí los focos, pero cuyos equipos juegan que da auténtico asco. Desgraciadamente, estas actitudes son muy lucrativas en el mundo en el que vivimos y cuanto más las jaleemos más personajes de esta calaña surgirán. Pero su vida siempre será efímera porque en su propia ponzoña llevan su autodestrucción.
Y luego están los Vicentes. Los que hacen bien su trabajo, con conocimiento, paciencia y dedicación, los que no se creen ni más ni menos que nadie, los que prefieren sumar en lugar de restar, los que cuando tienen que decirle algo a alguien se lo dicen a la cara y no delante de un micrófono o de una cámara. Para éstos está reservada la gloria y el cariño de todos.
Felicidades, Vicente. Felicidades, España.
PD: Por favor que alguien me ayude a recordar la película (no hago sino darle vueltas y ni me acuerdo del título ni me lo puedo quitar de la cabeza).
Como para todas las personas sencillas, las cosas para Vicente no fueron fáciles. Lo hubieran sido si se hubiera llamado Vicentoff, Vicentovsky, van Vincent o si su apellido hubiera venido adornado con esos extraños garabatos que sobrevuelan las vocales escandinavas, que a mi siempre me han recordado a los sombreros que lucen (por decir algo) algunas damas en las carreras de Ascot.
¡Eres muy lento! Vociferaban algunos en su contra sin pensar que aquellos otros que se pasaban el partido corriendo y que jaleaban con gran júbilo ¿sabían acaso a dónde iban? y una vez llegaran ¿sabían lo que tenían que hacer? En el fútbol, como en tantas otras cosas en la vida, hay muchos que se han creído esa mentira de que el camino más corto es la línea recta.
¿Lento? Las cosas para hacerse bien requieren de tiempo, de cuidado, de paciencia. ¿O es que es lo mismo ese “algo” que sacamos de un congelador y lo metemos en un microondas a no sé cuántos grados durante no sé cuánto tiempo, que el guiso que hace nuestra abuela después de estar dos horas delante del fogón? ¿Es lo mismo? Pues eso.
Pero a Vicente le llegó una gran oportunidad, más por necesidad ajena que por confianza en él, pero oportunidad al fin y al cabo. Y Vicente hizo muy bien su trabajo, pero … Hay Vicente ¡qué vamos a hacer contigo! Ten en cuenta que lo importante no es que el equipo juegue bien, que gane títulos, partidos, … no, no basta con eso, también hay que vender camisetas, perfumes, gorras, bufandas y todo cachivache imaginable, por el bien del equipo, eso sí. Y claro, Vicente para eso no valía, para eso se necesitaba alguien con más encanto, con más glamour, más... digamos más galáctico, para entendernos.
Recuerdo un diálogo de una película en la que un personaje le proponía algo a otro, éste lo aceptaba y el primero le decía algo así como “Es usted un hombre inteligente”, a lo que el otro respondía “No, no lo soy, pero sé reconocer el talento cuando lo tengo enfrente”. La tendencia de algunos en creerse seres superiores los hace convertirse en necios y no ver el talento que tienen enfrente.
Y a Vicente le llegó otra oportunidad. Y volvió a hacer lo mismo de siempre: trabajo, paciencia, serenidad y cariño por las cosas bien hechas. Y el éxito volvió a llegar.
En el mundo del fútbol (y no sólo del fútbol) nos encontramos a menudo con energúmenos vociferantes apoyados muchas veces por periodistas de encefalograma plano, incapaces de elaborar un titular por sí mismos. Estrellitas fugaces que por tal o cual gol, por esta o por la otra jugada, por uno u otro peinado, por celebrar un gol de esta o de la otra manera ya le hacen sombra a Di Stéfano. Entrenadores gritan, gesticulan, atraen hacia sí los focos, pero cuyos equipos juegan que da auténtico asco. Desgraciadamente, estas actitudes son muy lucrativas en el mundo en el que vivimos y cuanto más las jaleemos más personajes de esta calaña surgirán. Pero su vida siempre será efímera porque en su propia ponzoña llevan su autodestrucción.
Y luego están los Vicentes. Los que hacen bien su trabajo, con conocimiento, paciencia y dedicación, los que no se creen ni más ni menos que nadie, los que prefieren sumar en lugar de restar, los que cuando tienen que decirle algo a alguien se lo dicen a la cara y no delante de un micrófono o de una cámara. Para éstos está reservada la gloria y el cariño de todos.
Felicidades, Vicente. Felicidades, España.
PD: Por favor que alguien me ayude a recordar la película (no hago sino darle vueltas y ni me acuerdo del título ni me lo puedo quitar de la cabeza).