Sanza
Baneado
Es que un señor, en la comida, nos ha contado un sucedido de él, a traición, y muy serio.
Vamos, que la mayoría nos hemos...como diría yo...descojonado...sí, eso diría yo... para su aflicción y sorpresa, pues parecía convencido de que era una cosa muy interesante y tal.
En fin.
Por motivos que no recuerdo, alguien próximo decidió que debía hacerle un favor, y regalarle un cerdito.
Y no un cochino cualquiera, no.
Procedía por lo que se ve de una granja experimental, de experimentales dietas, experimentales métodos de reproducción (no he querido preguntar, pero he tenido una visión fugaz de un granjero loco haciendo de tripas corazón) y fatídicos resultados de vez en cuando.
Tan fatídicos, que les salió un cerdito esmirriado de cuarenta kilos, y les pareció conveniente regalárselo al...sobrino! Eso! El tipo este era el sobrino del granjero reproductor!
(Tengo que dejar de comer en las bebidas, que se me olvidan las circunstancias)
Bueno, pues fue con un amigo a recoger al animal, en lo que venía siendo su coche nuevo, que aparcó primorósamente delante de la dichosa fábrica de purines.
La verdad, no recuerdo que Mazda recomiende sus turismos para el transporte de ganado porcino, pero no están los tiempos como para exquisiteces.
Antes de la marcha, le explicaron los cuidados que necesitaba el bicho, le facilitaron una bolsa de comida patentada que debía costar más que una revisión de un AP baratito, y, con lágrimas en los ojos, metieron al marrano en el...
...maletero.
Bueeeno.
Nada más arrancar, el chon decidió elegir como aseo funcional una esquina del mismo, y en un momento, y como quien no quiere la cosa, hizo todas las necesidades imaginables, como para ir más ligero en el viaje, debió pensar el prudente animal.
Aquí creo que pegó un frenazo y lloro un poco sobre el volante, pero qué es un hombre sin sentimientos!?
En ese instante, mi interlocutor aprovechó para explicarnos que sólo el orín de los cerdos huele, no la parte sólida, lo cual, no sé por qué, disminuyo nuestro apetito por los raviolis de longaniza de Graus, y me disgustó sobremanera e ironicé graciósamente sobre que-si-le-pasaste-la-lengua-cabrón-para-saberlo-o-sólo-la-nariz.
La marcha no era rápida, pues tenía miedo de que el traqueteo animase al experimento ese a seguir llenando su maletero de cosas que casi no apestan, y el guarro, que se ve que se aburría, se puso de pié (de pié, de pies como decimos en Santander) y se dedicó a echarles miradas a todos los vehículos de la autovía, con poco pudor por su parte.
Al parecer, esto era sumamente interesante para los otros coches, y comprobó mi amigo transportista, bastante apesadumbrado, que el resto de conductores reducía la marcha para sonreirle, ora al cerdo, ora a él mismo, y, en general, se pitorreaban.
No imagino el número exacto de kilómetros que sería yo capaz de hacer en esta tesitura, odorizado y con un gorrino mirándome por el retrovisor, sin suicidarme, pero diría que pocos, aunque nunca he brillado por mi paciencia, ni el tipo este premiado con un cerdo anoréxico por su sentido común.
Tamaño viaje merece por lo que se ve un final feliz, acorde a los sinsabores (???) del mismo, y así fue.
Le dió el cerdito al carnicero del pueblo, que hizo lo que hacen los carniceros...no dejar ni los dientes del animaluco, vender toda la matanza, y no darle ni las gracias...
En realidad, amargamente, el Gerald Durrell este de vía estrecha comentó que un año después está esperando a que el matarife se digne a darle algo...una oreja, el morro...o que al menos se deje dar una patada en los huevos...algo.
Epílogo:
Mi amigo ha tenido problemas con sus conocidos con niños, pues estos, viajando en su coche, se han dedicado a degustar el pienso que derramó, por un agujero, la bolsa experimental aeronaútica esa llena de comida para el difunto cerdo.
Los resultados están siendo investigados, pero no descartan llamar a la Corporación Umbrella para que tome las riendas (la manija, que diría Valdano)de la misma.
Los de Mazda dicen que no entra en la garantía la reparación de mordiscos furiosos de los guarnecidos interiores, y que le van a pasar la factura del Hospital del Jefe de Taller tras entrar en contacto con líquidos sospechosos de su maletero.
Ya está bien de epílogos (o epitafios)
Todo esto es verdad. Este mundo que me rodea, se me cae encima, y pesa más que el cerdito viajero.
Vamos, que la mayoría nos hemos...como diría yo...descojonado...sí, eso diría yo... para su aflicción y sorpresa, pues parecía convencido de que era una cosa muy interesante y tal.
En fin.
Por motivos que no recuerdo, alguien próximo decidió que debía hacerle un favor, y regalarle un cerdito.
Y no un cochino cualquiera, no.
Procedía por lo que se ve de una granja experimental, de experimentales dietas, experimentales métodos de reproducción (no he querido preguntar, pero he tenido una visión fugaz de un granjero loco haciendo de tripas corazón) y fatídicos resultados de vez en cuando.
Tan fatídicos, que les salió un cerdito esmirriado de cuarenta kilos, y les pareció conveniente regalárselo al...sobrino! Eso! El tipo este era el sobrino del granjero reproductor!
(Tengo que dejar de comer en las bebidas, que se me olvidan las circunstancias)
Bueno, pues fue con un amigo a recoger al animal, en lo que venía siendo su coche nuevo, que aparcó primorósamente delante de la dichosa fábrica de purines.
La verdad, no recuerdo que Mazda recomiende sus turismos para el transporte de ganado porcino, pero no están los tiempos como para exquisiteces.
Antes de la marcha, le explicaron los cuidados que necesitaba el bicho, le facilitaron una bolsa de comida patentada que debía costar más que una revisión de un AP baratito, y, con lágrimas en los ojos, metieron al marrano en el...
...maletero.
Bueeeno.
Nada más arrancar, el chon decidió elegir como aseo funcional una esquina del mismo, y en un momento, y como quien no quiere la cosa, hizo todas las necesidades imaginables, como para ir más ligero en el viaje, debió pensar el prudente animal.
Aquí creo que pegó un frenazo y lloro un poco sobre el volante, pero qué es un hombre sin sentimientos!?
En ese instante, mi interlocutor aprovechó para explicarnos que sólo el orín de los cerdos huele, no la parte sólida, lo cual, no sé por qué, disminuyo nuestro apetito por los raviolis de longaniza de Graus, y me disgustó sobremanera e ironicé graciósamente sobre que-si-le-pasaste-la-lengua-cabrón-para-saberlo-o-sólo-la-nariz.
La marcha no era rápida, pues tenía miedo de que el traqueteo animase al experimento ese a seguir llenando su maletero de cosas que casi no apestan, y el guarro, que se ve que se aburría, se puso de pié (de pié, de pies como decimos en Santander) y se dedicó a echarles miradas a todos los vehículos de la autovía, con poco pudor por su parte.
Al parecer, esto era sumamente interesante para los otros coches, y comprobó mi amigo transportista, bastante apesadumbrado, que el resto de conductores reducía la marcha para sonreirle, ora al cerdo, ora a él mismo, y, en general, se pitorreaban.
No imagino el número exacto de kilómetros que sería yo capaz de hacer en esta tesitura, odorizado y con un gorrino mirándome por el retrovisor, sin suicidarme, pero diría que pocos, aunque nunca he brillado por mi paciencia, ni el tipo este premiado con un cerdo anoréxico por su sentido común.
Tamaño viaje merece por lo que se ve un final feliz, acorde a los sinsabores (???) del mismo, y así fue.
Le dió el cerdito al carnicero del pueblo, que hizo lo que hacen los carniceros...no dejar ni los dientes del animaluco, vender toda la matanza, y no darle ni las gracias...
En realidad, amargamente, el Gerald Durrell este de vía estrecha comentó que un año después está esperando a que el matarife se digne a darle algo...una oreja, el morro...o que al menos se deje dar una patada en los huevos...algo.
Epílogo:
Mi amigo ha tenido problemas con sus conocidos con niños, pues estos, viajando en su coche, se han dedicado a degustar el pienso que derramó, por un agujero, la bolsa experimental aeronaútica esa llena de comida para el difunto cerdo.
Los resultados están siendo investigados, pero no descartan llamar a la Corporación Umbrella para que tome las riendas (la manija, que diría Valdano)de la misma.
Los de Mazda dicen que no entra en la garantía la reparación de mordiscos furiosos de los guarnecidos interiores, y que le van a pasar la factura del Hospital del Jefe de Taller tras entrar en contacto con líquidos sospechosos de su maletero.
Ya está bien de epílogos (o epitafios)
Todo esto es verdad. Este mundo que me rodea, se me cae encima, y pesa más que el cerdito viajero.