Montblanc, como otros productos de lujo, vende una imagen de marca. El precio se fija, sobre todo, en torno a ése valor, más que en su calidad intrínseca que puede discutirse como en cualquier otro producto. A veces se discute su originalidad, otras su belleza, las menos su resistencia.
A mí no me parece que las Montblanc sean plumas especialmente resistentes. Ni las de ahora ni las de antes. Me remito al parque de plumas vintage que hay por el mundo. No todos fabricaron las mismas cantidades, es cierto, pero hay plumas de ciertas marcas que arrastran decenas de años de uso y están en perfecto estado de revista.
Cuando alguien paga por la marca más que por el objeto en sí, ocurren estas cosas. Con Montblanc se da una especie de círculo virtuoso que termina por crear una burbuja (con perdón). Solo es necesario mirar los foros de compraventa para darse cuenta de que son las más buscadas, las menos ofrecidas y las mejor pagadas. Como esto es así, todos quieren una pues, en el peor de los casos, se cree que siempre se revalorizará y, por ello, se pagan precios superiores a las bondades intrínsecas de la cosa. El círculo se cierra.
Confieso que me gustan las Montblanc. No tanto las ediciones limitadas pero sí las clásicas Meisterstück y algunas vintage. Estas me parecen elegantes, hermosas y honradas escritoras. El precio que se paga por ellas me parece, sin embargo, excesivo. En cuanto a calidad general, casi cualquier pluma japonesa moderna equivalente las supera. En cuanto a precio, todas. Ni el servicio ni la garantía equilibran la balanza.
Discutir de estas cosas da mucha vidilla.
