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Milpostista
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MUCHAS FELICIDADES (Artículo de QUIM MONZO, en la sección “Seré breve”)

Recogido del Suplemento “MAGAZINE” del Domingo 9 de Abril de 2006


Un día, mi amigo el oftalmólogo se pone a ordenar la parte de armario que le toca. Repara en el hecho de que, en el estante superior, en el rincón de las prendas que no se pone nunca, tiene cinco o seis jerséis. Son todos bastante parecidos, en tonos que van del amarillo al ocre. ¿Qué hacen ahí?

Acumulan polvo desde hace años. Seis o siete, unos. Otros, puede que diez. Una vez se puso uno, se miró al espejo y aguantó con él un rato. Pero antes de salir a la calle se lo quitó. Nunca le han gustado los jerséis de colores claros. Y, aunque entre todos los colores claros, los amarillentos le parecen los más soportables, tampoco esos le gustan. Le gustan los colores oscuros. Negro y gris marengo, sobre todo.

Pero a la persona que vive con él –su señora esposa- le encantan los jerséis de colores claros, sobre todo de los tonos que van del amarillo al ocre. Nunca ha entendido cómo su marido –mi amigo el oftalmólogo- no se chifla también por ellos. De modo que, convencida de que la perseverancia es base ineludible de la pedagogía activa, en cada cumpleaños, santo o fiesta en la que sea preceptivo un regalo, ella le regala un jersey entre el ocre y el amarillo, aunque bien es cierto que en una ocasión ya lejana le regaló uno gris. Gris perla, eso sí, porque a ella le gustan los colores claros.

La mujer de mis amigo está convencida de que, a base de insistir, un día el se dará cuenta de la obcecación en la que ha vivido todos estos años. Por eso ha decidido ignorar que en el estante superior de la parte de armario que él ocupa, los jerséis que le regala se acumulan uno sobre otro, uno o dos más cada año. Que los nuevos sean los que van siempre encima está bien, porque así, la capa de polvo se inicia siempre de nuevo sobre la parte superior del jersey recién llegado.

Y como –si siempre le regalase jerséis- en el estante ya no cabrían (y eso que es grande), lo que hace es, a veces, regalarle discos. Y como quiere regalarle lo mejor, le compra lo que a ella más le gusta: Paganini, Mendelssohn, Arriaga, Glinka… La música romántica en pleno, que es la que a ella le emociona. Lástima que a mi amigo el oftalmólogo la música romántica no le interese en absoluto. Igual que no le interesan en absoluto las novelas de Thomas Mann que ella le regala. Para ella, Thomas Mann es la cumbre de la literatura universal y está convencida de que, si mi amigo consiguiese acabar uno de sus libros, se daría cuenta de inmediato.

Pero no desfallece. Podría regalarle lo que a él le gusta: jerséis negros o gris marengo, música de Béla Fleck o de Pascal Comelade, libros de Ben Marcus o de Neil La Bute. Pero eso sería ceder y está convencida de que, si sabe aguantar, un día será su marido quien ceda. Escuchará un disco de los que ella le regala –entero: sin quitarlo a los dos minutos- o se pondrá uno de los jerséis de tonos entre el amarillo y el ocre y –ese día sí- saldrá a la calle y verá que no está tan mal. Ese día será el principio: a partir de ahí, y con más perseverancia aún por su parte, él irá siendo –día a día, pasito a pasito- cada vez más como ella quiere que sea.

Espero que os haya entretenido y el que quiera que de su opinión. A mi me ha pasado un par de veces con los relojes, pero afortunadamente ya es un tema superado: hay parcelas intocables de mutuo acuerdo: mis relojes y sus zapatos:-P
 
Interesantísimo y real como la vida misma. Joer, son constantes, constantes las jodías. Inasequibles al desaliento.
La postura de resistencia pasiva del amigo oftalmólogo es quizás la más rentable: garantiza la resistencia sin apenas sacrificio ni combate.
Sin embargo, no todo el mundo tiene esa envidiable templanza de ánimo, esa actitud de fajador nato. En mi caso (y reconozco la efectividad de la resistencia pasiva), prefiero correr algún riesgo y tirarme al barro, en aras de darme el gustazo de inflijir al enemigo un castigo ejemplar, que además (esto es contingente, jaja) lo llame a la reflexión.
Antes de continuar, quiero comentar que las mujeres (es una generalización pero estoy convencido de que es cierta), se toman mucho más a pecho lo de los regalos y por eso les cuesta más (o simplemente no quieren) disimular su desagrado ante un regalo.
En mi caso, los regalos que a ella le gustaban, casi siempre en forma de curiosos objetos que ella describía como preciosos y elegantes y yo percibía como chorradas inútiles, pero sobre todo como algo que YO NO QUERÍA, se terminaron el día que le regalé la trilogía de Star Wars!!!!! para su cumpleaños. NO quería ni cogerla!!!!! decía que eso no era un regalo, que era algo que me gustaba a mi. No tuve ni que esforzarme, ella solita argumentó el asunto.
Poco más, buen artículo.
Saludos.
 
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