socjo
Milpostista
Sin verificar
Por Carlos Blanco.
La lectura del discurso que Barack Obama ha pronunciado en Oslo con motivo de la recepción del premio Nobel de la Paz no puede ser más decepcionante.
Se trata de un discurso que bien podría haberlo pronunciado George W. Bush. Un discurso donde la autocrítica brilla por su ausencia, donde se profundiza en la idea perversa de que la guerra de Afganistán ha sido necesaria, y donde, peor aún, se deja la puerta abierta para guerras futuras. Un discurso que no rompe con la tónica general imperialista y mesiánica que ha presidido la política norteamericana durante las últimas décadas.
Es triste ver la progresiva decantación de Obama hacia posiciones cada vez más conservadores. Resulta enormemente decepcionante, porque quienes le auparon a la presidencia fueron los electores progresistas que querían un cambio real en las formas y en los fondos. ¿Y qué cambio se ha producido, más allá de la recuperación parcial de la imagen de Estados Unidos en el exterior gracias al carisma personal de Obama? ¿Cómo puede Obama decir en su discurso que ha cerrado Guantánamo –cosa que todavía no ha hecho? ¿Cómo puede mostrar esa satisfacción, al menos aparente, un presidente que pronuncia más veces la palabra “guerra” que la palabra “paz” para justificar un aumento de 30,000 soldados que lo único que generará es un incremento de la violencia? ¿Acaso es tan complicado entender que la guerra lleva a más guerra? ¿Y cómo puede traerse a colación el ejemplo de la Alemania nazi cuando se trata de un caso de naturaleza totalmente distinta? Para Obama, Estados Unidos nunca ha luchado contra una democracia (efectivamente: nunca luchó contra Salvador Allende en Chile ni financió las contras en Nicaragua).
Obama se aferra a la idea de “guerra justa” como salvoconducto para justificar la presencia americana en Afganistán. Se trata, evidentemente, de una mera argucia ideológica que no tiene base. La teoría de la guerra justa, en la que descolló Francisco de Vitoria, constituía, en cierto sentido, un instrumento de las clases dominantes (como ha estudiado Ellen Woods) y de los poderes de turno para justificar sus empresas de conquista (en el caso de España, el exterminio de comunidades indígenas del nuevo mundo y la esquilmación de sus riquezas naturales). Y, por otra parte, aun en el caso de aceptarse la guerra justa como un recurso extremo (a mi juicio únicamente legítimo en la situación de legítima defensa), está claro que en Afganistán no hay ningún tipo de proporción entre los medios usados y los fines perseguidos.
Resulta asombroso que se diga que la violencia no resuelve ningún problema y a renglón seguido se defienda el aumento de tropas en Afganistán. ¿Acaso no demuestran los ejemplos de Vietnam y de Irak que semejantes estrategias han fracaso, y lo único que han provocado es el incremento del odio y del resentimiento de las poblaciones locales hacia los occidentales?
Los intentos de Obama de reformar el sistema sanitario estadounidense son laudables, pero las concesiones a los republicanos acabarán convirtiendo su plan en una propuesta de mínimos, y no parece que Obama tenga el coraje suficiente para cumplir la voluntad de las bases que le votaron. Resulta absolutamente intolerable que, incluso en las perspectivas más optimistas, el plan de reforma de Obama siga considerando a los inmigrantes ilegales como no-personas. En política internacional, su actitud titubeante ante el golpe de Estado en Honduras o su falta de voluntad para acabar con un embargo que impone –como dijo el fallecido premio Nobel de literatura Harold Pinter- la violencia económica más despiadada sobre Cuba, un país 84 veces más pequeño que Estados Unidos, por remitirnos sólo a la esfera latinoamericana, no dejan mucho margen al optimismo.
Ha habido aspectos muy positivos en la presidencia de Obama, no lo neguemos. La prohibición de la tortura, inhumana e impropia de un país avanzado, es uno de ellos. Pero todo apoyo debe ser crítico, y la afirmación de lo positivo no puede esconder la necesaria denuncia de lo negativo, que puede ensombrecer e incluso anular el valor de lo positivo.
Las guerras nunca son justas. Otra cosa es la legítima defensa. Pero una guerra, como tal, nunca puede ser justa.
La concesión del premio Nobel a Obama supuso un acto de confianza de los noruegos, representando un sentir general entre los europeos, en lo que el nuevo presidente podía lograr. Tal era la expectación despertada. Es una lástima que Obama esté defraudando las elevadas esperanzas que se habían puesto en él, y que haya asumido sin fisuras una retórica conservadora y regresiva que bien recuerda a administraciones anteriores.
El presidente del comité noruego, Thorbjörn Jagland, dejó claro que la entrega del premio a Obama, aun prematura, tenía que verse como una muestra de apoyo a las ideas del mandatario estadounidense. Obama reconoció (quizás retóricamente) que todavía está en el comienzo para merecer el galardón. Y desde luego lo está, y muy al comienzo: no me imagino ni a Albert Schweitzer, ni a Martin Luther King, ni a Teresa de Calcuta, ni a Nelson Mandela hablando de la guerra en unos términos tan contrarios a un planteamiento pacifista como los empleados por Obama.
Qué diferencia entre el Obama de Oslo y el Obama de El Cairo. Sin duda, me quedo con el segundo, y quiero pensar que el premio Nobel de la Paz ha ido al Obama de El Cairo y no al Obama de Oslo, porque ése es el Obama que verdaderamente necesita el mundo.
La lectura del discurso que Barack Obama ha pronunciado en Oslo con motivo de la recepción del premio Nobel de la Paz no puede ser más decepcionante.
Se trata de un discurso que bien podría haberlo pronunciado George W. Bush. Un discurso donde la autocrítica brilla por su ausencia, donde se profundiza en la idea perversa de que la guerra de Afganistán ha sido necesaria, y donde, peor aún, se deja la puerta abierta para guerras futuras. Un discurso que no rompe con la tónica general imperialista y mesiánica que ha presidido la política norteamericana durante las últimas décadas.
Es triste ver la progresiva decantación de Obama hacia posiciones cada vez más conservadores. Resulta enormemente decepcionante, porque quienes le auparon a la presidencia fueron los electores progresistas que querían un cambio real en las formas y en los fondos. ¿Y qué cambio se ha producido, más allá de la recuperación parcial de la imagen de Estados Unidos en el exterior gracias al carisma personal de Obama? ¿Cómo puede Obama decir en su discurso que ha cerrado Guantánamo –cosa que todavía no ha hecho? ¿Cómo puede mostrar esa satisfacción, al menos aparente, un presidente que pronuncia más veces la palabra “guerra” que la palabra “paz” para justificar un aumento de 30,000 soldados que lo único que generará es un incremento de la violencia? ¿Acaso es tan complicado entender que la guerra lleva a más guerra? ¿Y cómo puede traerse a colación el ejemplo de la Alemania nazi cuando se trata de un caso de naturaleza totalmente distinta? Para Obama, Estados Unidos nunca ha luchado contra una democracia (efectivamente: nunca luchó contra Salvador Allende en Chile ni financió las contras en Nicaragua).
Obama se aferra a la idea de “guerra justa” como salvoconducto para justificar la presencia americana en Afganistán. Se trata, evidentemente, de una mera argucia ideológica que no tiene base. La teoría de la guerra justa, en la que descolló Francisco de Vitoria, constituía, en cierto sentido, un instrumento de las clases dominantes (como ha estudiado Ellen Woods) y de los poderes de turno para justificar sus empresas de conquista (en el caso de España, el exterminio de comunidades indígenas del nuevo mundo y la esquilmación de sus riquezas naturales). Y, por otra parte, aun en el caso de aceptarse la guerra justa como un recurso extremo (a mi juicio únicamente legítimo en la situación de legítima defensa), está claro que en Afganistán no hay ningún tipo de proporción entre los medios usados y los fines perseguidos.
Resulta asombroso que se diga que la violencia no resuelve ningún problema y a renglón seguido se defienda el aumento de tropas en Afganistán. ¿Acaso no demuestran los ejemplos de Vietnam y de Irak que semejantes estrategias han fracaso, y lo único que han provocado es el incremento del odio y del resentimiento de las poblaciones locales hacia los occidentales?
Los intentos de Obama de reformar el sistema sanitario estadounidense son laudables, pero las concesiones a los republicanos acabarán convirtiendo su plan en una propuesta de mínimos, y no parece que Obama tenga el coraje suficiente para cumplir la voluntad de las bases que le votaron. Resulta absolutamente intolerable que, incluso en las perspectivas más optimistas, el plan de reforma de Obama siga considerando a los inmigrantes ilegales como no-personas. En política internacional, su actitud titubeante ante el golpe de Estado en Honduras o su falta de voluntad para acabar con un embargo que impone –como dijo el fallecido premio Nobel de literatura Harold Pinter- la violencia económica más despiadada sobre Cuba, un país 84 veces más pequeño que Estados Unidos, por remitirnos sólo a la esfera latinoamericana, no dejan mucho margen al optimismo.
Ha habido aspectos muy positivos en la presidencia de Obama, no lo neguemos. La prohibición de la tortura, inhumana e impropia de un país avanzado, es uno de ellos. Pero todo apoyo debe ser crítico, y la afirmación de lo positivo no puede esconder la necesaria denuncia de lo negativo, que puede ensombrecer e incluso anular el valor de lo positivo.
Las guerras nunca son justas. Otra cosa es la legítima defensa. Pero una guerra, como tal, nunca puede ser justa.
La concesión del premio Nobel a Obama supuso un acto de confianza de los noruegos, representando un sentir general entre los europeos, en lo que el nuevo presidente podía lograr. Tal era la expectación despertada. Es una lástima que Obama esté defraudando las elevadas esperanzas que se habían puesto en él, y que haya asumido sin fisuras una retórica conservadora y regresiva que bien recuerda a administraciones anteriores.
El presidente del comité noruego, Thorbjörn Jagland, dejó claro que la entrega del premio a Obama, aun prematura, tenía que verse como una muestra de apoyo a las ideas del mandatario estadounidense. Obama reconoció (quizás retóricamente) que todavía está en el comienzo para merecer el galardón. Y desde luego lo está, y muy al comienzo: no me imagino ni a Albert Schweitzer, ni a Martin Luther King, ni a Teresa de Calcuta, ni a Nelson Mandela hablando de la guerra en unos términos tan contrarios a un planteamiento pacifista como los empleados por Obama.
Qué diferencia entre el Obama de Oslo y el Obama de El Cairo. Sin duda, me quedo con el segundo, y quiero pensar que el premio Nobel de la Paz ha ido al Obama de El Cairo y no al Obama de Oslo, porque ése es el Obama que verdaderamente necesita el mundo.