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Forer@ Senior
Sin verificar
https://blogs.elpais.com/emperrados/2013/05/la-perra-que-le-cambio-la-vida-a-el-comidista.html
Por: Mikel López Iturriaga | 08 de mayo de 2013
Hola. Qué tal. Soy Mikel López Iturriaga, y normalmente escribo sobre gastronomía y alimentación en El Comidista. Pero no he venido aquí a hablar ni de alcachofas ni de pimientos. Ni siquiera de mi libro, aunque aprovecho para recordaros cuánto me duele que no lo hayáis comprado todavía. Este blog va de perros y gatos, así que esta entrada estará dedicada a Chispa, la schnauzer miniatura con la que comparto mi vida. Aclaro: no TODA mi vida, que la zoofilia no ha entrado por ahora en mi catálogo de desviaciones. Dejémoslo en un 90% de ella.
Os preguntaréis, no sin razón, qué demonios os importa a vosotros mi perra. No creáis que a mí no me cuesta perfumarme, ponerme el pañuelo en el cuello y coger el bastón para imitar a Antonio Gala y contar intimidades sobre mi Troylo particular, así que la incomodidad es mutua. Quizá algunos tengáis perro y os sintáis identificados con lo que cuente, y a otros os puede divertir la descripción de su peculiar personalidad. Sed positivos por un día, hombre.
Aunque tiene 10 años, Chispa sólo lleva con nosotros un año y medio. La adoptamos después de que su dueña falleciera, y desde entonces nuestra existencia ha sido mucho mejor. Bueno, mejor en algunas cosas. En otras un poco peor. Dejémoslo en diferente. No estoy deslizando dudas sobre su carácter, ojo: es la bondad personificada, dócil, obediente e incapaz de hacer daño ni a una hormiga. Además no puede ser más cobarde, lo que supone una gran ventaja porque huye de los otros perros y jamás te mete en el tinglado de una pelea canina. Pero tiene sus cositas.
Rascar las alfombras o la moqueta de casa, por ejemplo. No sé muy bien por qué, pero todas mis amenazas de amputación de patas delanteras han caído en saco roto. Supongo que Chispa es suficientemente inteligente como para saber que nunca sería capaz de llevarlas a cabo: pasada la furia, me come el remordimiento por haber gritado semejante barbaridad a un ser angelical como ella. Y entonces es cuando Chispa vuelve a afilar sus uñas en el alfombrón heredado de mi madre.
Otro asunto que desequilibra ligeramente mi estabilidad emocional es su obsesión por olisquear todos, y cuando digo todos quiero decir TODOS, los pises de otros perros del barrio. Ya sé que no hay can que no lo haga, pero ella es como Sherlock Holmes en la escena del crimen: tiene que comprobar hasta el último aroma, no se vaya a perder un matiz de orina de macho labrador de siete años envejecida tres días al sol en esquina de cemento. Sólo existe en el mundo un olor que atraiga más su atención: el destilado de contenedor de basura, auténtico Chanel nº5 para su negra naricilla.
Contando estos detalles morbosos, quizá esté ofreciendo una imagen distorsionada de Chispa, que en realidad es una perra megapija. Se nota que ha vivido toda la vida en Pedralbes, uno de los mejores barrios de Barcelona, y de hecho no sé si lleva muy bien lo de haber bajado de estatus en nuestro piso del Eixample. Desde luego no oculta su desdén por la gente pobre, mal vestida, bajita u oscura, y desconfía de la inmigración más que el abominable Anglada. Yo hago esfuerzos por que cambie, pero me temo que ya es demasiado mayor para dejar a un lado sus prejuicios de animal ultraconservador.
Como buena señorita fina, Chispa está llena de manías, y esa es precisamente la parte que más me gusta de su carácter. Con la que más me identifico. No pisa nada metálico y evita cualquier forma circular de color diferente en el suelo de la calle. Entra en el portal pisando primero una zona de color oscuro y luego sube a una un poco más elevada de mármol blanco, ritual que sólo celebra cuando llega a casa, pero nunca cuando sale. Espera a que te vayas de la cocina para empezar a comer, coge un montón de bolitas de pienso de su cuenco, las lleva al pasillo y se las zampa allí. ¿Por qué? Sólo lo sabe ella. Esto lo hacía ya antes de que su mayor enemigo, la Encarnación del Mal, Satán-Sauron-y-Freddy Krueger juntos, es decir, la Thermomix, llegara a casa. Así que no se puede culpar de esta práctica al trasto, al que no puedo ni acercarme sin que Chispa salga disparada a refugiarse en el rincón más remoto del piso.
Al principio de este texto he dicho que mi vida era diferente desde que tengo a Chispa. Recordando todos estos detalles, y olvidándome de la cruel bajada a la calle de la noche cuando lo que necesito es estar tumbado en el sofá, debo corregirme: es muchísimo mejor. Me río un montón con ella, me lo paso bien paseándola y, sobre todo, me quiere sin ningún tipo de condición, manifestando su cariño en explosivos recibimientos cada vez que llego a casa. Chispa es amor. Y por si no ha quedado suficientemente claro, es la perra más bonita del universo.
Por: Mikel López Iturriaga | 08 de mayo de 2013
Hola. Qué tal. Soy Mikel López Iturriaga, y normalmente escribo sobre gastronomía y alimentación en El Comidista. Pero no he venido aquí a hablar ni de alcachofas ni de pimientos. Ni siquiera de mi libro, aunque aprovecho para recordaros cuánto me duele que no lo hayáis comprado todavía. Este blog va de perros y gatos, así que esta entrada estará dedicada a Chispa, la schnauzer miniatura con la que comparto mi vida. Aclaro: no TODA mi vida, que la zoofilia no ha entrado por ahora en mi catálogo de desviaciones. Dejémoslo en un 90% de ella.
Os preguntaréis, no sin razón, qué demonios os importa a vosotros mi perra. No creáis que a mí no me cuesta perfumarme, ponerme el pañuelo en el cuello y coger el bastón para imitar a Antonio Gala y contar intimidades sobre mi Troylo particular, así que la incomodidad es mutua. Quizá algunos tengáis perro y os sintáis identificados con lo que cuente, y a otros os puede divertir la descripción de su peculiar personalidad. Sed positivos por un día, hombre.
Aunque tiene 10 años, Chispa sólo lleva con nosotros un año y medio. La adoptamos después de que su dueña falleciera, y desde entonces nuestra existencia ha sido mucho mejor. Bueno, mejor en algunas cosas. En otras un poco peor. Dejémoslo en diferente. No estoy deslizando dudas sobre su carácter, ojo: es la bondad personificada, dócil, obediente e incapaz de hacer daño ni a una hormiga. Además no puede ser más cobarde, lo que supone una gran ventaja porque huye de los otros perros y jamás te mete en el tinglado de una pelea canina. Pero tiene sus cositas.
Rascar las alfombras o la moqueta de casa, por ejemplo. No sé muy bien por qué, pero todas mis amenazas de amputación de patas delanteras han caído en saco roto. Supongo que Chispa es suficientemente inteligente como para saber que nunca sería capaz de llevarlas a cabo: pasada la furia, me come el remordimiento por haber gritado semejante barbaridad a un ser angelical como ella. Y entonces es cuando Chispa vuelve a afilar sus uñas en el alfombrón heredado de mi madre.
Otro asunto que desequilibra ligeramente mi estabilidad emocional es su obsesión por olisquear todos, y cuando digo todos quiero decir TODOS, los pises de otros perros del barrio. Ya sé que no hay can que no lo haga, pero ella es como Sherlock Holmes en la escena del crimen: tiene que comprobar hasta el último aroma, no se vaya a perder un matiz de orina de macho labrador de siete años envejecida tres días al sol en esquina de cemento. Sólo existe en el mundo un olor que atraiga más su atención: el destilado de contenedor de basura, auténtico Chanel nº5 para su negra naricilla.
Contando estos detalles morbosos, quizá esté ofreciendo una imagen distorsionada de Chispa, que en realidad es una perra megapija. Se nota que ha vivido toda la vida en Pedralbes, uno de los mejores barrios de Barcelona, y de hecho no sé si lleva muy bien lo de haber bajado de estatus en nuestro piso del Eixample. Desde luego no oculta su desdén por la gente pobre, mal vestida, bajita u oscura, y desconfía de la inmigración más que el abominable Anglada. Yo hago esfuerzos por que cambie, pero me temo que ya es demasiado mayor para dejar a un lado sus prejuicios de animal ultraconservador.
Como buena señorita fina, Chispa está llena de manías, y esa es precisamente la parte que más me gusta de su carácter. Con la que más me identifico. No pisa nada metálico y evita cualquier forma circular de color diferente en el suelo de la calle. Entra en el portal pisando primero una zona de color oscuro y luego sube a una un poco más elevada de mármol blanco, ritual que sólo celebra cuando llega a casa, pero nunca cuando sale. Espera a que te vayas de la cocina para empezar a comer, coge un montón de bolitas de pienso de su cuenco, las lleva al pasillo y se las zampa allí. ¿Por qué? Sólo lo sabe ella. Esto lo hacía ya antes de que su mayor enemigo, la Encarnación del Mal, Satán-Sauron-y-Freddy Krueger juntos, es decir, la Thermomix, llegara a casa. Así que no se puede culpar de esta práctica al trasto, al que no puedo ni acercarme sin que Chispa salga disparada a refugiarse en el rincón más remoto del piso.
Al principio de este texto he dicho que mi vida era diferente desde que tengo a Chispa. Recordando todos estos detalles, y olvidándome de la cruel bajada a la calle de la noche cuando lo que necesito es estar tumbado en el sofá, debo corregirme: es muchísimo mejor. Me río un montón con ella, me lo paso bien paseándola y, sobre todo, me quiere sin ningún tipo de condición, manifestando su cariño en explosivos recibimientos cada vez que llego a casa. Chispa es amor. Y por si no ha quedado suficientemente claro, es la perra más bonita del universo.