Jose Claudio
Forer@ Senior
Sin verificar
En medio de la calima veraniega que nos invade, una temporada muy propensa a dejar -paradójicamente- las neuronas en estado de hibernación, una película me ha sorprendido gratamente, precisamente por sacarme del sopor atontado de este mes de agosto.
Y como estoy vago, en coherencia con la estación en la que estamos, copio y pego la crítica aparecida en la cartelera Turia de Valencia, que la resume mucho mejor de lo que yo lo haría.
La última palabra es verdad: es una película imprescindible.
En un magnífico compendio de aquello que ha caracterizado el mejor cine argentino de los últimos años —una cinematografía sobria en recursos pero exuberante en ideas y temáticas—, llega a nuestras pantallas el segundo largometraje de ficción de los realizadores Mariano Cohn y Gastón Duprat, un consolidado tándem profesional que se ha labrado un reconocido prestigio en el mundo del cine —el documental Yo Presidente (2006) y la comedia dramática El artista (2008)— y de la TV de aquel país.
Leonardo, un refinado y prestigioso diseñador que vive en la Casa Curutchet de La Plata —el único edificio diseñado por Le Corbusier en Sudamérica— se despierta un día por los ruidos de una obra con la que su vecino Víctor, un hosco y avasallador vendedor de coches usados, pretende hacer una ventana para tener más luz en su domicilio. A partir de ahí se inicia un duelo dialéctico, mentiras y medias verdades mediante, con el que alternando las buenas formas con veladas advertencias, cada uno toma conciencia de la existencia del otro. El hombre de al lado (2009) parte, por tanto, de un suceso aparentemente anecdótico que pronto trasciende gracias a un sólido guión que, plagado de matices y dobles lecturas, elabora un excelente retrato familiar e interclasista a la vez que profundiza en un conflicto humano de naturaleza doméstica bajo el prisma de un humor ácido y corrosivo que no deja títere con cabeza.
Sin duda, lo mejor del film es la brillante descripción —acertado análisis psicológico— de personajes y situaciones que pone de manifiesto la precaria estabilidad de la familia del protagonista, la falsa apariencia de felicidad conyugal que se oculta hipócritamente en toneladas de esnobismo y cierto complejo de superioridad/desprecio frente a los que se considera inferiores. En contraposición al frío y aséptico lujo en el que vive Leonardo, observamos a Víctor, con su lenguaje ordinario, su escasa cultura y su gestualidad vulgar, revelando la falta de sintonía entre ambos y lo forzado de su relación vecinal.
Esta sensacional crítica social de reconocidos arquetipos humanos, fácilmente reconocibles, está narrado con una gran sobriedad, sin elementos decorativos ni artificios estéticos. El hombre de al lado es un ejemplo modélico de lenguaje funcional, que va directamente al meollo de la cuestión, apreciándose en la exacta medición del tamaño y la duración de los planos.
Un desenlace inesperado golpea todos los parámetros de lo políticamente correcto, al evidenciar 1) lo que la gente está dispuesta a hacer para quitarse los problemas de encima y 2) el contraste entre lo que la gente aparenta ser y lo que realmente es. Imprescindible.
Y como estoy vago, en coherencia con la estación en la que estamos, copio y pego la crítica aparecida en la cartelera Turia de Valencia, que la resume mucho mejor de lo que yo lo haría.
La última palabra es verdad: es una película imprescindible.
En un magnífico compendio de aquello que ha caracterizado el mejor cine argentino de los últimos años —una cinematografía sobria en recursos pero exuberante en ideas y temáticas—, llega a nuestras pantallas el segundo largometraje de ficción de los realizadores Mariano Cohn y Gastón Duprat, un consolidado tándem profesional que se ha labrado un reconocido prestigio en el mundo del cine —el documental Yo Presidente (2006) y la comedia dramática El artista (2008)— y de la TV de aquel país.
Leonardo, un refinado y prestigioso diseñador que vive en la Casa Curutchet de La Plata —el único edificio diseñado por Le Corbusier en Sudamérica— se despierta un día por los ruidos de una obra con la que su vecino Víctor, un hosco y avasallador vendedor de coches usados, pretende hacer una ventana para tener más luz en su domicilio. A partir de ahí se inicia un duelo dialéctico, mentiras y medias verdades mediante, con el que alternando las buenas formas con veladas advertencias, cada uno toma conciencia de la existencia del otro. El hombre de al lado (2009) parte, por tanto, de un suceso aparentemente anecdótico que pronto trasciende gracias a un sólido guión que, plagado de matices y dobles lecturas, elabora un excelente retrato familiar e interclasista a la vez que profundiza en un conflicto humano de naturaleza doméstica bajo el prisma de un humor ácido y corrosivo que no deja títere con cabeza.
Sin duda, lo mejor del film es la brillante descripción —acertado análisis psicológico— de personajes y situaciones que pone de manifiesto la precaria estabilidad de la familia del protagonista, la falsa apariencia de felicidad conyugal que se oculta hipócritamente en toneladas de esnobismo y cierto complejo de superioridad/desprecio frente a los que se considera inferiores. En contraposición al frío y aséptico lujo en el que vive Leonardo, observamos a Víctor, con su lenguaje ordinario, su escasa cultura y su gestualidad vulgar, revelando la falta de sintonía entre ambos y lo forzado de su relación vecinal.
Esta sensacional crítica social de reconocidos arquetipos humanos, fácilmente reconocibles, está narrado con una gran sobriedad, sin elementos decorativos ni artificios estéticos. El hombre de al lado es un ejemplo modélico de lenguaje funcional, que va directamente al meollo de la cuestión, apreciándose en la exacta medición del tamaño y la duración de los planos.
Un desenlace inesperado golpea todos los parámetros de lo políticamente correcto, al evidenciar 1) lo que la gente está dispuesta a hacer para quitarse los problemas de encima y 2) el contraste entre lo que la gente aparenta ser y lo que realmente es. Imprescindible.