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Estoy enfadado con Pérez- Reverte

Estado
Hilo cerrado
ICE

ICE

Habitual
Sin verificar
Pues eso, que estoy mosqueado con Pérez-Reverte, y me da igual lo que piense él.:-P Ya veremos cuando se me pasa.

Los que me hayan leído desde antiguo saben de mi debilidad por él, que me he empapado toda su obra -varias veces-, y que incluso colecciono sus artículos desde 1993, pero es que lo de ayer....:-((

Ayer...,¡triste día el de ayer!.
Antes del anochecer
y en mi alazán caballero
iba yo con mi escudero
por el parque de Alcover
cuando cerca de la cerca
que pone fin a la alberca
de los predios de Albornoz,
me llamó en alto una voz.
Una voz que insistió terca.

(La venganza de don Mendo. Es que a veces me dejo llevar...:-P)

La voz era de un libro; "Ojos azules" se titulaba; libro pequeño, de letras grandes y firmado por mi admirado D. Arturo. Lo tomé con reverencia y comprobé que costaba 14 mortadelos; ¡coño! pensé para mí; 14 machacantes con lo poco que abulta. Expectante, como el que sabe que tiene en sus manos una nueva aventura por vivir, abrí el libro y de eso a la vergüenza hubo un corto paso, porque entendí que no estaba ahí para aventuras mías, sino más bien, para aventuras de los de la editorial, los del Corte Inglés y mi amigo el autor, con los trece euros de beneficios que les iba a dejar el librillo. Cada uno que vendan.

El libro, tiene veinticuatro páginas escritas por D. Arturo, cada una de ellas con diecisiete líneas y cada línea con cinco o seis palabras. A ello sumémosle unas bonitas ilustraciones y un prólogo que si se pasa dos hojas es tanto como media obra. Con gesto de dolor y ceño fruncido, dejé el libro en su estantería, y dije en voz alta "esta vez no, amigo Arturo"; no comprendo como un hombre que se viste por los pies ha permitido que tan escaso esfuerzo salga a la venta por un precio como ese.

Lo siento D. Arturo, pero este no se lo compro.

Saludos

ICE

PD.- Para los que se hacen preguntas: En mi fuero interno trato a Reverte de tú, porque le he leído tanto que es como escuchar a un viejo amigo; en voz alta le trato de usted porque sé que no le gusta el tuteo de los desconocidos.
 
Última edición:
Eso te pasa por leer a P.R. Yo, que no lo leo, me mantengo fresco, lozano y de mente despejada y calenturienta, como debe ser :-P
 
Javier, estas cosas pasan hasta en las mejores familias...
quizás mañana ya le habrás perdonado.

Por cierto, si la historia es tan breve, siempre te la puedes leer en el mismo C.I.:-P
 
Creo recordar que leí hace bastantes años en algún periódico o semanal algo de Pérez-Reverte con ese título, algo así como si fuese un capítulo de un libro suyo. ¿Trata de "La Noche Triste"?. No quiero decirte más por si te estropeo el libro...
Desde luego si es así y con la extensión que comentas del libro, me parece que en las 5 páginas que leí estaba el contenido íntegro de ese libro.
 
Yo lo leí hace tiempo en internet. Desconocía que se hubiese publicado en papel. Dada la brevedad del relato, creí que formaba parte de algún libro de cuentos de varios autores o que lo habría escrito para algún evento concreto.
Y sí. Me parece una barbaridad que lo vendad por 13 €. Opino que 5 € hubiese sido un precio más que suficiente como para que resultase rentable su venta. No sé cuánta responsabilidad en esto tendrá Don Arturo...
Para quien lo quiera, aquí está:
lostlink.jpg

Saludos.
 
Creo recordar que leí hace bastantes años en algún periódico o semanal algo de Pérez-Reverte con ese título, algo así como si fuese un capítulo de un libro suyo. ¿Trata de "La Noche Triste"?. No quiero decirte más por si te estropeo el libro...
Desde luego si es así y con la extensión que comentas del libro, me parece que en las 5 páginas que leí estaba el contenido íntegro de ese libro.
Sí, compañero, efectivamente, está ambientado en la "noche triste".
Saludos.
 
Será culpa de los bancos, o de los hombres de negro.

Saludos
 
Gracias Juli por el enlace.
Al contrario que el libro... tu mensaje no tiene precio.:-P:D
 
  • #10
Imagino mas responsabilidad a la editorial que al autor en cuestión. No es la primera vez que pasa.
 
  • #11
"Ojos azules". El texto del que os hablaba

Muchas gracias por ponerlo, Juli.

Cuelgo el texto:

"Ojos azules".- por Arturo Pérez-Reverte

Llovía a cántaros. Llovía, pensó, como si el dios Tlaloc o la puta que lo parió hubieran roto las compuertas del cielo. Llovía mientras resonaban afuera los tambores, y los capitanes iban llegando cubiertos de hierro, sombríos, con las gotas de agua corriéndoles por los morriones y la cara y las cicatrices y las barbas. Llovía sobre Tenochtitlán, cubriendo la capital azteca de una noche húmeda; lágrimas siniestras que repiqueteaban en los charcos del patio del templo mayor, y disolvían en regueros pardos las manchas de sangre de la última matanza, la de centenares de indios mexicanos, cuando en plena fiesta el capitán Alvarado mandó cerrar las puertas y los hizo degollar, ris, ras, visto y no visto, hombres, mujeres y niños, por aquello de que al que madruga Dios lo ayuda, y más vale adelantarse que llegar tarde. Los he cogido en el introito, dijo luego Alvarado, cuando Cortés fue a echarle la bronca. Se me fue la mano, jefe, se disculpaba, huraño. Pero por lo bajini se reía, el animal. Los he cogido en el introito.

Bum, bum, bum, bum. Apoyado en el portón, bajo la lluvia, el soldado de ojos azules reprimió un escalofrío mientras se ajustaba el peto y ceñía la espada. A su alrededor los compañeros se miraban unos a otros, inquietos. Al otro lado de los muros del palacio, afuera, los tambores llevaban sonando una eternidad. Bum, bum, bum, bum. Había toneladas de oro, pero ahora Moctezuma estaba muerto y se acababan las provisiones y todo se había ido al carajo. Bum, bum, bum, bum. También había miles y miles de mexicanos en la ciudad, alrededor, cubriendo las terrazas, llenando las piraguas de guerra en los canales y la calzada entre los puentes cortados. Mexicanos sedientos de venganza. Bum, bum, bum. Así todo el día y toda la noche, mientras en lo alto de los templos los sacerdotes alzaban los brazos al cielo y preparaban los sacrificios. Bum, bum, bum, bum. Aquello sonaba adentro, precisamente en el corazón, que los más cenizos ya imaginaban fuera del cuerpo, ensangrentado, abierto el pecho por el cuchillo de obsidiana. Bum, bum, bum. Menudo plan, pensó el soldado mirando las caras mortalmente pálidas de los otros. Venir desde Cáceres y Tordesillas y Luarca y Sangonera, que están lejos de cojones, para terminar abierto como un gorrino, con las asaduras hechas brochetas en lo alto de un templo, aquí donde Cristo dio las tres voces. Bum, bum, bum. Y además, de tanto oírlos, aquellos tambores habían adquirido un lenguaje propio. Si uno prestaba atención podía oír que decían: Teules malditos, perros, vais a morir todos hasta el último, y pagaréis el deshonor de nuestros ídolos, y vuestra sangre correrá por las aras y los escalones de los templos. Bum, bum, bum. Eso decían aquella noche, pensó estremeciéndose, los jodidos tambores de Tenochtitlán.

Cortés, con cara de funeral, no se había ido por las ramas: tenían que romper el cerco. Dicho en claro, eso significaba Santiago y Cierra España, todos corriendo a Veracruz, y maricón el último. De modo que cargaron en caballos cojos y en ochenta indios aliados tlaxcaltecas la parte del oro que correspondía al rey, y luego dijo Cortés aquello de ahí queda el oro sobrante, más del que podemos salvar, y el que quiera que se sirva antes de darlo a los perros. De modo que los soldados de Pánfilo de Narváez, que habían llegado los últimos, se atiborraron de botín dentro del jubón y del peto, y bolsas atadas a la espalda, y anillos en cada dedo. Pero los veteranos que habían estado en Ceriñola y en sitios de Flandes e Italia y llevaban con Cortés desde el principio, y nunca se las habían visto como en el matadero de México, procuraban ir sueltos de cuerpo, sin mucho peso. Si acaso, como Bernal Díaz y algún otro, se embolsaron alguna joya pequeña, algún anillo de oro. Cosas que no les impidieran correr en una huida que iba a ser, eso lo sabían todos, de piernas para qué os quiero. Que no era bueno, como decía la mala bestia del capitán Alvarado, pasearse con los bolsillos llenos en noches toledanas como aquélla.

Bum, bum, bum. Seguía lloviendo cuando abrieron las puertas y empezaron a salir en la oscuridad. Sandoval y Ordás en la vanguardia, con ciento cincuenta españoles y cuatrocientos tlaxcaltecas, con maderos paya reparar los puentes cortados. En el centro, Cortés, otros cincuenta españoles y quinientos tlaxcaltecas con la artillería y el quinto del tesoro correspondiente al rey. Después salieron los heridos, los rehenes, doña Marina y las otras mujeres, protegidos por treinta españoles y trescientos tlaxcaltecas, entremetidos entre los capitanes y la gente de Narváez. Y por fin, Alvarado y Velázquez de León en la retaguardia, con un grupo de los cien soldados más jóvenes que debían moverse a lo largo de la columna, acudiendo allí donde el peligro fuese mayor. Eso, en teoría. En la práctica no había más órdenes que andar ligeros, pelear como diablos y abrirse paso por los puentes y la calzada como fuera. A partir de cierto punto, cada uno cuidaría de su pellejo. Dirección: primero Tacuba y luego Veracruz. Eso, los que llegaran.

Era el tumo de los últimos. Tiritando de frío bajo la lluvia, el soldado de los ojos azules terminó de atarse el saco de oro sobre el hombro izquierdo, se ajustó el barbuquejo del morrión, sacó la espada y echó a andar. El agua sobre los ojos lo cegaba, y la oscuridad le impedía ver dónde iba poniendo los pies. La columna se movía con ruido de pasos, oraciones, blasfemias, rumor metálico de armas y corazas. Iba a ser un largo camino, se dijo. Tacuba, Veracruz, Cuba, España. El peso del oro lo reconfortaba. Había venido muy lejos a buscarlo, había peleado y sufrido y visto morir a muchos camaradas por ese oro. Él tenía la certeza de que iba a salir con bien de aquélla; y a su regreso ya no tendría que arar la tierra ingrata en la que había nacido, seca y maldita de Dios, tierra de caínes esquilmado por reyes, curas, señores, funcionarios, recaudadores de impuestos y alguaciles; por sanguijuelas que vivían del sudor ajeno. Con aquel oro tendría para vivir bien y hacer una buena boda, para poseer su propia tierra y su propia casa. Para envejecer tranquilo, como un hidalgo, contándole a sus nietos cómo conquistó Tenochtitlán. Para morir anciano y honrado sin deber nada a nadie, porque hasta el último gramo de oro lo había ganado con su sangre, sus peligros, sus combates, su salud y su miedo.

Sintió un hueco en el corazón, y antes de ser consciente de su pensamiento, supo que pensaba en ella. Los soldados que iban delante se habían parado, y allí, inmóvil bajo la lluvia, mientras esperaba a que la columna reanudara su marcha, recordó. Sólo era una india, se dijo. Sólo era una de esas indias. Las había a cientos, y ésta no tenía nada de particular. No era ni especialmente bonita ni especialmente nada. Pero él la encontró en el momento oportuno, al principio, cuando las relaciones de españoles y mexicanos aún eran buenas. Se la había tirado como lo que era: una perra pagana. Se la había tirado disfrutándola, con rudeza. Sin embargo, ella le cobró afición al Teule barbudo de ojos azules; volvió un día tras otro, y él repetía hembra entre las bromas groseras de sus compañeros. Qué la das, decían socarrones. Aquella mexicana se le quedaba mirando los ojos y lo acariciaba hablando cosas extrañas en su lengua. Era muy joven y muy triste; no se reía nunca, como si viviera envuelta en un presentimiento. Un día, ella le dio a entender que estaba preñada, y él se lo contó a los otros y todos se rieron mucho. Luego se la calzó por última vez antes de echarla a patadas, a ella y al bastardo pagano que llevaba en la tripa. Sin embargo, a la segunda o tercera noche en que no volvió, se sintió extraño. Anduvo un par de días buscándola, sin admitirlo ni siquiera ante sí mismo. Pero no dio con ella. Por fin reconoció, aunque tarde, que añoraba su piel sumisa, y el tono quedo de su voz cuando lo acariciaba, y aquella mirada oscura que a veces fijaba en él, orgullosa y lúcida e inconquistable allá adentro; y experimentaba una indefinible nostalgia de algo que apenas había llegado a conocer. Pensaba en aquella india con un hueco raro en el corazón, igual que el que sentía esta noche. Un hueco cuya intensidad superaba, incluso, la del miedo.

Porque el miedo ya era mucho. Los tambores habían acelerado su batir, y Tenochtitlán entera resonaba de trompetas y gritos de los mexicanos alertados: se van, los teules se van, acudid y atajadlos y que no quede uno con vida. Y de la noche surgían cientos y miles de guerreros que caían en turba sobre la columna, y la laguna y los canales se cubrían de canoas de indios vociferantes, y los pasos y los puentes se taponaban de caballerías muertas, y de fardos con oro abandonados, y de mexicanos armados y feroces tirando con lanzas y flechas y mazas. Resbalaban los caballos en la calzada mojada de lluvia y caían los hombres desventrados, gritando, a los canales, y avanzaban los españoles en la oscuridad, por los vados a medio llenar de los puentes, el agua por la cintura, lastrados por el peso del oro bajo el que se ahogaban muchos. Atrás, volvamos, gritaban algunos, corriendo a encerrarse de nuevo allí de donde ya no saldrían jamás. Otros apretaban los dientes y seguían entre la turba de indios, arremetiendo a cuchilladas, adelante, adelante, a Tacuba y Veracruz o al infierno esta noche; y Cortés y los que iban a caballo se alejaban ya a salvo picando espuelas con la vanguardia, dejando muy atrás los puentes y a los que iban a pie, dejando atrás a esa retaguardia sumergida bajo miles de mexicanos sedientos de venganza, a la retaguardia que ya no era sino un desorden de hombres luchando a la desesperada por abrirse paso, gritos por todas partes, gritos de los hombres que clavaban las espadas ensangrentadas, gritos de los heridos y agonizantes, gritos de los mexicanos que caían con valor inaudito sobre los soldados rebozados de hierro, sangre y fango de los canales, gritos de los españoles apresados a quienes cortaban los tendones de los pies para que no escapasen, antes de arrastrarlos vivos hasta las pirámides de los templos, donde los sacerdotes no daban abasto y la sangre corría en regueros espesos bajo la lluvia.

El soldado de los ojos azules peleó con bravura, a la desesperada, chapoteando en el barro, abriéndose paso a estocadas. El saco de oro le pesaba en el hombro pero no quiso dejarlo. Había ido muy lejos a buscarlo, y no pensaba regresar sin él. Avanzaba con un grupo de compañeros, batiéndose todos como perros salvajes, matando y matando sin tregua, y de vez en cuando alguno de ellos caía o era arrancado por las manos de los mexicanos y se oían sus gritos mientras se lo llevaban. La noche era cada vez más negra y turbia de bruma y lluvia, y en lo alto de los templos las antorchas ardían iluminando siluetas que se debatían en lo alto de los peldaños rojos, y los cuchillos de obsidiana bajaban y subían sin descanso, y seguían sonando los tambores. Bum, bum, bum, bum. Pero el soldado de los ojos azules ya no oía los tambores porque su corazón latía aún más fuerte en su pecho y en sus tímpanos. Las piernas se le hundían en el barro y el brazo le dolía de matar. Una piragua vomitó más guerreros aullantes que se abalanzaron sobre el grupo, y éste se deshizo, y se oyó la voz del capitán Alvarado diciendo corred, corred que ya no queda nadie detrás, corred cuanto podáis y que cada perro se lama su badajo. Y luego todo fue una carnicería espesa, tunc, y cling, y chas, carne desgarrada y golpes de maza y tajos de espadas, y el soldado oyó más gritos de españoles que morían o pedían clemencia mientras los arrastraban hacia los templos, y se dijo: yo no. El hijo de mi madre no va a terminar de ese modo. Llegaré a Veracruz y a Cuba y a España, y compraré esa tierra que me espera, y envejeceré contando mil veces cómo fue esta asquerosa noche. El oro le pesaba cada vez más y lo hundía en el barro, pero no quiso dejarlo, no lo dejaré nunca, he pagado por cada onza, y sigo pagando. Vio ante sí unos ojos oscuros como los de aquella india en la que pensaba a trechos, pero éstos venían llenos de odio y la mano que se alzaba ante él enarbolaba una maza. Se abrazó al mexicano, un guerrero águila pequeño y valiente, y abrazados rodaron por el fango, golpeando el otro, acuchillando él. Tajó en corto con la daga, porque había perdido la espada. Sácame de aquí, Dios, sácame de aquí, Dios de los cojones, sácame vivo, maldito seas, sácame y la mitad de este oro la emplearé en misas, y en tus condenados curas, y en lo que te salga de los huevos. Llévame vivo a Veracruz. Llévame vivo a Tacuba. Llévame vivo aunque sólo sea hasta el próximo puente, que ya me las apañaré yo luego.

Siguió adelante, y ya ningún otro español iba a su lado. Soy el último, pensó. Soy el último de nosotros en este puñetero sitio. Soy la retaguardia de una vanguardia que ya está a una legua de aquí. Soy la retaguardia de Cortés y de su puta madre, y este oro me pesa tanto que ya no puedo caminar. Estaba cubierto de barro y de agua y de sangre suya y mexicana, y los pies se negaban a moverse, y el brazo le dolía de tanto acuchillar. Estaba ronco de dar gritos y le ardían los pulmones y la cabeza; pero el hueco del corazón seguía allí, y no podía dejar de pensar en ella. Estará en alguna parte de esta ciudad con su bastardo en la tripa, mirando lo que pasa. Mirando cómo a los teules nos hacen filetes. Igual hasta piensa en mi. Igual se pregunta si he logrado pasar. Igual hasta siente que me vaya.

Más Indios. Ahora ya no intentó escapar. Carecía de fuerzas, así que acuchilló resignado, una y otra vez, cuando la turba le cayó encima dando alaridos. Acuchilló a tajos con una mano sobre el saco de oro y la daga en la otra hasta que sintió un golpe en la cabeza, y luego otro, y otro, y varias manos lo sujetaron, y aún intentó clavarles la daga hasta que comprendió que ya no la tenía. Entonces le arrancaron el saco de oro y se lo llevaron por la calzada bajo la lluvia, a la carrera, arrastrando los pies por el suelo, hacia una de las pirámides cuyos escalones brillaban rojos a la luz de las antorchas en las que crepitaba la lluvia. Y gritó, claro. Gritó cuanto pudo, desesperado, de forma muy larga, muy angustiada, a medida que lo iban subiendo a rastras pirámide arriba. Gritó de pavor ante la multitud de rostros que lo miraba, y de pronto dejó de gritar porque la había visto a ella. La había visto allí, entre la gente, observándolo fijamente con aquellos ojos grandes y oscuros. Lo miraba como si quisiera retenerlo en su memoria para siempre; y él apenas tuvo tiempo de verla un instante, porque siguieron arrastrándolo hasta el altar ensangrentado, que rodeaban cadáveres de españoles con las entrañas abiertas. Ahora oía otra vez los tambores. Bum, bum, bum. Tiene huevos acabar así, pensó. Bum, bum, bum. Es un lugar extraño, y nunca imaginé que fuese de esta manera. Sintió cómo lo levantaban en vilo, tumbándolo boca arriba sobre el altar mojado que olía a sangre fresca, a vómitos de miedo, a vísceras abiertas. Le quitaron el peto, el jubón y la camisa. Sentía un terror atroz, pero se mordió la lengua para no gritar, porque ella estaba allí, alrededor, en alguna parte, y él sabía que seguía mirándolo. Varias manos le inmovilizaron brazos y piernas. Quiso rezar, pero no recordaba una sola palabra de maldita oración alguna. Tenía los ojos desorbitados, muy abiertos a la lluvia que le caía en la cara, y de ese modo vio el cuchillo de obsidiana alzarse y caer sobre su pecho, con un crujido. Y en el último segundo, antes de que la noche se cerrara en sus ojos, aún pudo ver latir en alto, entre las manos del sacerdote, su propio corazón ensangrentado. Ojalá, pensó, mi hijo tenga los ojos azules.

Arturo Pérez-Reverte
 
  • #12
Me ha gustado y me ha atrapado como siempre que leo algo suyo (Por ahora casi todo).

Ahora decidme que hay una obra con 299 páginas más y me voy como loco a conseguirla, pero pagar esa pasta por el texto que acabo de leer me parece que no es muy de Arturo, espero que a estas alturas no cambie porque si no me han j..... bastante.
 
  • #13
antes de nada aviso que hablo con total desconocimiento del tema, y que no es mi intención defender a P.R., tipo que me no me gusta en absoluto, pero creo yo que debe ser muy muy difícil editar un libro por poco menos de lo que decís que cuesta ese. Me refiero a ponerlo a la venta en condiciones, no tipo hoja parroquial. Los costes supongo que poco tendrán que ver con el número de hojas, ni la tinta utilizada.
a mí me parece que la culpabilidad reside más en el empecinamiento del que ha publicado esa obra en solitario. No sé...
 
  • #14
Puede tener mucha razón aitor-tilla. Este relato, que me gusta mucho, creo que no es como para publicarlo en solitario a no ser en algún diario o semanal, pero no como libro. Sí en una colección de relatos del mismo autor o de varios.
No he querido pegar aquí el cuento, porque no sé como estará el tema de los derechos de autor a este respecto, por eso sólo he puesto el enlace.
Por cierto: ¿os gusta?.
Saludos.
 
  • #15
Por cierto: ¿os gusta?.

El relato me gustó -sí, me lo leí nada más pusiste el enlace- y que lo pusieras, también. :D Y creo que no fui el único.
Como dije en el anterior mensaje, lo tuyo es de Mastercard, no tiene precio.:-P

La verdad es que te pidan catorce euros por el relato, por muy bueno que sea, tiene delito.
 
  • #16
Amigo ICE, desconozco hasta que punto la publicacion del libro depende del Sr. Perez Reverte...Cosas como las que cuentas no suelen gustarle...De hecho, no recuerdo si es en El Húsar o en El Corazón del Aguila, que no estaba de acuerdo con la edición de alguno de estos dos libros porque eran muy cortitos para lo que cobraba la editorial por el libro... Yo le aplicaría la presunción de inocencia...
 
  • #17
Amigo ICE, desconozco hasta que punto la publicacion del libro depende del Sr. Perez Reverte...Cosas como las que cuentas no suelen gustarle...De hecho, no recuerdo si es en El Húsar o en El Corazón del Aguila, que no estaba de acuerdo con la edición de alguno de estos dos libros porque eran muy cortitos para lo que cobraba la editorial por el libro... Yo le aplicaría la presunción de inocencia...

Nada, ya se me va pasando.;-)
 
  • #18
Nada, ya se me va pasando.;-)

Bueno, no pasa nada, a mi me gusta mas leerte a ti y ademas me sale gratis (excepto cuando te invite a unas cervezas y unas papas arrugadas el dia que estes por aqui....:))

Un abrazo
 
  • #19
Bueno, no pasa nada, a mi me gusta mas leerte a ti y ademas me sale gratis (excepto cuando te invite a unas cervezas y unas papas arrugadas el dia que estes por aqui....:))

Un abrazo

Juer Carlos, me voy a poner colorao::blush::...

De lo de las papas y las cervezas no te libras si voy por Las Palmas. O si vienes tú por Valladolid (en ese caso pago yo;-))

Un fuerte abrazo
 
Estado
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