Es de esperar; si unimos al promotor de la idea (famoso por querer salvar a la humanidad mientras se derrumba su casa), la forma de pagarlo (hay infinidad de artistas dispuestos a decorar la cúpula sin cobrar ni un duro por ello, e incluso poniendo dinero si es necesario), al encargado de ejecutarla (aún recuerdo el comentario de que no todos los artistas están preparados para acometer una obra de ese tipo), la técnica depurada que se ha utilizado para su realización (muy parecida a como se decora una taza de water cuando uno tiene descomposición), el cúmulo de despropósitos que se han leído sobre la importancia artística de la obra (capilla sixtina del siglo XXI ni más ni menos) y lo grandilocuente de su nombre (no sé qué historias de alianza de civilizaciones), lo raro es que no se desplomase sobre las cabezas de los inauguradores.
Tanta importancia, tanta grandilocuencia, tanto arte y tanta inteligencia concentrada no hay estructura portante que la aguante.
En fin, de lo que no hay ninguna duda es que la cúpula refleja fielmente la sociedad que la ha pagado, una sociedad basada en el ornamento sin consistencia, en los fuegos de artificio, en los colorines. Como dijo el gran profeta bermejo ... el mundo en colores.... coño