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El desayuno de Sostres.

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Hilo cerrado
socjo

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Milpostista
Sin verificar
La fuente aqui:
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El texto este:

Columna del día 8/3/12 en el periódico El Mundo por Salvador Sostres
Me gusta desayunar en silencio, sin que nadie me diga nada, leyendo los periódicos, saboreando el jamón y volviendo lentamente al mundo de los despiertos. Siempre en un bar, cerca de casa. Iría a un bar mejor, incluso más cercano, pero allí tendría que saludar a mucha gente y la intimidad de mi momento sería interrumpida constantemente.

Pocos momentos hay en el día tan sagrados y personales como el desayuno. Pocos momentos de estar tan a gusto con uno mismo y de bastarse uno para estar satisfecho y tranquilo. No hay ninguna tensión entre el yo que vive y el yo que se ve vivir. Cuadrado el balance del día anterior, no hay nada todavía que consignar de la nueva jornada. Son horas tibias, son horas dulces, son horas viejas de cuando vivíamos felices al modo inmerecido de los dioses. De ese tiempo ya no guardamos memoria aunque sí su intuición, y por eso cada instante esponjoso y sin angustia es un regreso a un remoto lugar de nuestro pasado que no podemos identificar pero que sentimos que siempre nos ha acompañado.

Desayunar en silencio es el rito del aseo íntimo. Es ducharse por dentro, ponerse una camisa limpia en el corazón y peinarse el alma y perfumarse la voluntad. Te reconstruyes internamente desayunando solo, casi inmóvil y sin decir nada; tomándote tu tiempo, sin ser molestado. Nuestras mujeres no entienden este proceso porque carecen de mundo interior y si algún día nos acompañan -pese a no haberlas invitado- se ofenden cuando en lugar de darles conversación o escucharlas cogemos un periódico y nos sumergimos con pasión en la lectura de cualquier página, por banal que resulte y aunque en el fondo no nos importe nada.

Durante algunos minutos puedes abstraerte de su discurso recriminatorio que ya sabes cómo empieza y cómo acaba, pero cuando el reproche sube de tono tienes que levantar ni que sea levemente la mirada, y más pronto que tarde compren-des que has sido derrotado, que ya nada podrás hacer por reconstruir o salvar tu desayuno sagrado, y con una gran pereza y una gran resignación, y una lágrima de impotencia que cae y resuena en tu espíritu injuriado, pliegas el periódico, lo dejas a un lado, y haces ver que escuchas mordiéndote la lengua y mordiéndote la rabia.

Renunciar a la alegre promiscuidad no es nada en comparación a ver cómo nos profanan uno de nuestros instantes. Soldado de la batalla perdida de la vida, han matado a mi caballo. Algo nos llama de muy adentro a dejar de tener fe en la especie humana, pero como tantas otras veces tomamos conciencia de nuestro deber y de nuestra misión y emergemos de la desolación para sonreír y ser amables y tiernos, y sostener en nuestros brazos heroicos el peso entero de la gran función.
 
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El texto este:

Columna del día 8/3/12 en el periódico El Mundo por Salvador Sostres
Me gusta desayunar en silencio, sin que nadie me diga nada, leyendo los periódicos, saboreando el jamón y volviendo lentamente al mundo de los despiertos. Siempre en un bar, cerca de casa. Iría a un bar mejor, incluso más cercano, pero allí tendría que saludar a mucha gente y la intimidad de mi momento sería interrumpida constantemente.

Pocos momentos hay en el día tan sagrados y personales como el desayuno. Pocos momentos de estar tan a gusto con uno mismo y de bastarse uno para estar satisfecho y tranquilo. No hay ninguna tensión entre el yo que vive y el yo que se ve vivir. Cuadrado el balance del día anterior, no hay nada todavía que consignar de la nueva jornada. Son horas tibias, son horas dulces, son horas viejas de cuando vivíamos felices al modo inmerecido de los dioses. De ese tiempo ya no guardamos memoria aunque sí su intuición, y por eso cada instante esponjoso y sin angustia es un regreso a un remoto lugar de nuestro pasado que no podemos identificar pero que sentimos que siempre nos ha acompañado.

Desayunar en silencio es el rito del aseo íntimo. Es ducharse por dentro, ponerse una camisa limpia en el corazón y peinarse el alma y perfumarse la voluntad. Te reconstruyes internamente desayunando solo, casi inmóvil y sin decir nada; tomándote tu tiempo, sin ser molestado. Nuestras mujeres no entienden este proceso porque carecen de mundo interior y si algún día nos acompañan -pese a no haberlas invitado- se ofenden cuando en lugar de darles conversación o escucharlas cogemos un periódico y nos sumergimos con pasión en la lectura de cualquier página, por banal que resulte y aunque en el fondo no nos importe nada.

Durante algunos minutos puedes abstraerte de su discurso recriminatorio que ya sabes cómo empieza y cómo acaba, pero cuando el reproche sube de tono tienes que levantar ni que sea levemente la mirada, y más pronto que tarde compren-des que has sido derrotado, que ya nada podrás hacer por reconstruir o salvar tu desayuno sagrado, y con una gran pereza y una gran resignación, y una lágrima de impotencia que cae y resuena en tu espíritu injuriado, pliegas el periódico, lo dejas a un lado, y haces ver que escuchas mordiéndote la lengua y mordiéndote la rabia.

Renunciar a la alegre promiscuidad no es nada en comparación a ver cómo nos profanan uno de nuestros instantes. Soldado de la batalla perdida de la vida, han matado a mi caballo. Algo nos llama de muy adentro a dejar de tener fe en la especie humana, pero como tantas otras veces tomamos conciencia de nuestro deber y de nuestra misión y emergemos de la desolación para sonreír y ser amables y tiernos, y sostener en nuestros brazos heroicos el peso entero de la gran función.


Vamos que me abstengo de hacer comentarios a este impresentable...
 
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