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Costumbres sexuales en la historia

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SEXUALIDAD DE PUEBLOS & ÉLITES EN LA ANTIGÜEDAD

Antes de que se produjera la catástrofe a escala mundial a la que se refiere Nietszche, el Mundo habitado por los antiguos, nuestros predecesores, no sabía nada de prejuicios sexuales a la hora de sacarle partido a sus genitales. No existía ningún dios castrador que prohibiese el follar por el follar, ni condenase como herejía el amor entre parejas del mismo sexo, y sí existían dioses propicios a las más variadas prácticas sexuales.
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Si mal no recuerdo, creo que fue el dios Seth quien fue erigido como santo patrón de los que practicaban el sexo con semejantes. Con eso quiero decir que Seth era la divinidad, por excelencia, de los gays. De hecho, existen pruebas fehacientes de que los faraones (no todos, obviamente) tenían, además de sus numerosas concubinas, sus amantes masculinos. Podríamos citar a Ptolomeo IV y a Ptolomeo VII, que alternaban indistinta y gustosamente con doncellas y chicos.
El amor entre personas del mismo sexo era tenido por cosa común y socialmente respetada. Las paredes de los templos faraónicos son un ejemplo claro de que ellos entendían de manera muy distinta la sexualidad de cómo la conciben hoy día los cristianos y musulmanes. Cuando en el siglo XIX, las sucesivas expediciones europeas fomentaron el redescubrimiento de la civilización egipcia, a instancias de la, nunca mejor dicho, castradora moral cristiana y musulmana, se cometieron toda suerte de atrocidades contra murales, relieves e imágenes en las que se reproducían miembros viriles en erección o posturas sexuales explícitas.
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Mientras los hijos de Abraham vivían bajo las opresoras leyes de un iracundo Yahvé, los reinos vecinos mantenían prostitutos sagrados como en Corinto, donde los jóvenes efebos formaban parte de ritos de fertilidad realizando orgías con los creyentes que rendían culto a la diosa Afrodita Urania.
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Alejandro el Grande de Macedonia, el genial conquistador más conocido como Alejandro Magno, ese mismo que antes de cumplir los 30 fundó el mayor imperio conocido de la antigüedad, tenía auténtica devoción por su amigo, compañero de armas y amante Hephaestion desde la adolescencia. Su larga relación no impediría que casara por dos veces con princesas extranjeras siguiendo una rigurosa política de alianzas: Roxana de Bactria y Barsine Stateira de Persia. Cuando Hephaestion murió, Alejandro le lloró como una viuda enamorada hasta las trancas.
Si hay un dato interesante que añadir, es el gusto compartido entre Alejandro Magno y su poderoso rival derrotado, el gran Darío de Persia, por el mismo hombre: un bailarín persa llamado Bagoas. Este personaje fue, sucesivamente, el calienta camas de Darío y de Alejandro.
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Busto del rey Filipo II de Macedonia.

Pero no fue el único monarca macedonio en mantener relaciones con personas de su mismo sexo. Filipo II, su padre, fue asesinado por su joven y vengativo amante tras despreciarle y mandar que fuera brutalmente violado por sus soldados.
Otros como Demetrio Poliorcetes -rey de Macedonia entre 294 y 288 a.C.-, Antioquio I (280-261 a.C.) y Antígono II de Macedonia (276-239 a.C.), también se acostaban indistintamente con hombres y mujeres... Con hombres para el placer y con mujeres para obtener descendencia.

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En la Grecia clásica, de sobras es conocida la costumbre en la que los hombres adultos inseminaban a sus jóvenes chavales para inculcarles sus conocimientos, además de ejercer de mentores-tutores hasta que les saliera la primera barba. El papel de la mujer, por aquel entonces, se reducía al de paridoras y ni siquiera tenían el derecho a participar en la educación y manutención de sus hijos varones. Tampoco se permitía a la mujer el acceso, como espectadora, a las competiciones olímpicas en las que los atletas demostraban sus aptitudes y potencial completamente desnudos.
En Esparta, se veneraba al hombre con un ideal difícilmente comprensible en la sociedad actual, de ahí que se conciba como crueldad el hecho de que al nacer un bebé con malformaciones o defectos que vulneraban los cánones del hombre ideal, tirasen al crío desde una roca para matarlo. Las razones eran obvias: un impedido no era productivo para su sociedad militarizada.
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Por otro lado, desde muy críos, los hijos varones eran separados de sus madres y de las niñas de su edad, para recibir una durísima instrucción y formación militar antes de llegar a la edad adulta. Se fomentaba la relación entre compañeros y que se formasen, en cierto modo, parejas entre ellos; la excusa o motivo eran buenos: cimentaba la unidad y la eficacia de la tropa pues, como explicaba un filósofo, al ser amantes, siempre intentaban superarse el uno al otro, darse mútuo ejemplo de valentía y arrojo, y luchar hasta la muerte para que su pareja nunca sintiera vergüenza de él.
Esta idea fue, curiosamente, retomada y aplicada con éxito por un célebre almirante francés, el Baílio de Suffren de Saint-Tropez, en pleno siglo XVIII.
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Cayo Julio César Augusto, el conquistador de las Galias que cruzó el Rubicón, fue de mozo el muerdealmohadas del rey Nicomedes de Bitinia, quien pasó literalmente de sus exhuberantes esclavas negras para acostarse con el romano Julio; de allí su apodo de "putita de Bitinia".
Tanto es así que la mala fama empezó a perseguirle, arrastrando el rumor de que era "mujer de todos los hombres, y marido de todas las mujeres" porque encima tenía afición por las damas casadas. Los cornudos no debían de llevarlo muy bien, que digamos.
Legendaria y poco conocida también su pasión por el caudillo galo Vercingetorix, del cual, al parecer, estaba prendado como una colegiala cuando éste rindió las armas en el 52 a.C. Pero como el guerrero galo le dio calabazas, Julio lo mandó atar a su carro durante su triunfal entrada en Roma, y luego lo dejó macerar unos cinco años en una celda antes de mandarle ejecutar. Eso si, romántico antes de que existiera el término, mandó guardar la rubia cabellera de Vercingetorix para confeccionar con ella una peluca.
Sin embargo y curiosamente, permanece su tardía aventura con Cleopatra VII Filopator, última soberana de un decadente Egipto y de una dinastía griega caída en la endogamia, madre del supuesto hijo de éste, el archiconocido Cesarión que supuestamente pereció a manos de los soldados del bizarro emperador Octavio Augusto. Y digo supuesto, porque ciertos historiadores dudan de que Cleopatra VII quedase preñada por el César, e insinúan que Cesarión no era más que el bastardo fruto de una coyunda con un apuesto legionario romano.
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Busto del emperador Tiberio.
Sus sucesores y emperadores Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Domiciano,Verva, Trajano, Adriano, Cómodo, Heliogábalo y Valentiniano III le superaron con creces en proezas sexuales. Si a Tiberio le ponía la líbido a cien nadar entre decenas de mozalbetes cachondos en su retiro de Capri, a Heliogábalo le obsesionaba retozar con hombres bien formados, viriles y superdotados, algunos auténticos mandingos de enormes atributos, especialmente traídos ante él de cualquier rincón del vasto Imperio Romano, y disfrazarse para ellos de prostituta. Le pasó incluso por la cabeza que le operasen para convertirlo en una auténtica mujer... cosa que no pudo ser.
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Cabeza del emperador Heliogábalo. Abajo, estátua de Antinoo, el joven amante del emperador Adriano, que se convirtió en un modelo de belleza masculina.
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Si Adriano se nos antoja más tranquilo y romántico, por su gran amor por el adolescente efebo Antinoo, que trágicamente pereció ahogado (no se sabe si por accidente o por ser objeto de un ritual de sacrificio religioso), Calígula se nos presenta como un perverso personaje de gustos eclécticos, de gran lubricidad e incomensurable sadismo que no las tenía todas consigo. Supongo que el hecho de convertir a todas las esposas de senadores y prohombres de Roma en prostitutas de una multitudinaria orgía, cobrando entrada cual proxeneta, rebasó la copa de la paciencia de los que tenían que sufrirle y servirle.
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Más respetable aparece Claudio, casado con la reina de las putas y de las arpías habidas y por haber, la más que recordada Mesalina que acabó por envenenarle.
Un famoso general romano de la época del emperador Marco Aurelio, de nombre Macrinio, poseía una barba roja y una musculatura impresionante que hacían de él el macho más solicitado y adorado tanto por hombres como por mujeres. Pero estaba locamente enamorado de un joven llamado Cneo Virgilio quien, para colmo, sufría del mismo mal que Julio César: la epilepsia. Eso no impidió que ambos batallaran duramente durante las campañas bélicas de Marco Aurelio, y Cneo Virgilio encontró, precisamente, una muerte heróica al término de una de ellas. Muerto el amante, Macrinio se consoló entre los brazos de un joven robusto y viril guerrero germano al que había hecho prisionero.
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Y siguiendo con el tema de la Roma imperial, recordar que era costumbre entre hombres abrirse la túnica y mostrar sus genitales para indicar que les interesaba mantener relaciones sexuales con el contrario (fuese hombre o mujer). Costumbre también, en el momento de prestar juramento, era la de agarrarse el paquete al jurar, y no como se suele hacer hoy día llevando la mano derecha al corazón.
Pero en aquella Roma antigua, si el sexo entre hombres era permitido y tolerado, era a condición de que el ciudadano libre penetrara a un hombre de estatus inferior, fuera esclavo o prisionero de guerra. Que ocurriera al revés era considerado humillante e inaceptable, una afrenta para el honor y el orgullo romano.
Volviendo a los Judíos, quizá merezca la pena citar la historia de amor existente entre el rey David y Jonathan, hijo del rey Saúl, cuando eran adolescentes.
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Para rematar el apartado, citar como curiosidad la civilización hindú con su famoso kamasutra, especie de bíblia del sexo que no sólo iba dirigida a los amantes heterosexuales, sino que también ofrecía una amplia gama de posturas para los amantes del mismo sexo, y cuyas ilustraciones esculpidas adornan el templo de Khajuraho, en la India.
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Pero, para hacer justicia a los demás pueblos, he de seguir desgranando otras curiosidades dignas de mención.
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En Papúa, Nueva Guinea, existe una tribu bautizada con el nombre de "Pueblo Sambia" por el antropólogo Jared Martin. Su peculiaridad reside en que los hombres y las mujeres viven separados unos de otros, como si de dos comunidades distintas se tratase. Los niños y niñas de la tribu Sambia no pueden jugar juntos y revueltos, ni siquiera tratarse o mirarse. Cuando los varones alcanzan los siete años de edad, abandonan los brazos de sus madres para integrarse en la comunidad masculina donde se practican relaciones sexuales entre ellos; los recién llegados deben iniciarse a un ritual en el que han de practicar felaciones a los adultos y tragarse su semen para, supuestamente, adquirir todo el vigor, la virilidad y la fuerza del sexo masculino. Cuando los chavales adquieren la mayoría de edad, tienen la opción de elegir pareja entre las muchachas núbiles de la tribu para perpetuar su descendencia, aunque para la mayoría de estos jóvenes el contacto con el sexo femenino supone un trauma al estar tan acostumbrados a tener relaciones sexuales con otros hombres.
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En Perú, los indios Moches o Mochicas eran en su mayoría homosexuales y dejaban patente sus prácticas sexuales en todo tipo de objetos de uso cotidiano, sobretodo en vasijas de barro y cerámicas, tal y como atestiguan piezas de arte rescatadas de muchas tumbas moches descubiertas recientemente. Por lo visto, cuando los conquistadores españoles arribaron a Perú y pudieron comprobar las prácticas sexuales de los Moches, éstos no dudaron en reprimir duramente a los nativos, en castigarlos y en destrozar cualquier objeto u obra de arte que recordase aquella manera de entender la sexualidad que iba contra las creencias católicas. En "La Crónica de Perú", se citan a los capitanes españoles Pacheco y Olmos como los que censuraron cruelmente las costumbres Moches.
En "La Historia verdaderad de la Conquista de la Nueva España" de Bernal Díaz, se cuenta que los Huastecos, nativos que vivían cerca del Golfo de México allá en el siglo X, eran todos someticos (homosexuales) y que rendían culto al falo con adolescentes que asumían el papel de sacerdotes de Quetzalcoalt. En sus rituales sagrados, eran práctica corriente aplicarse enemas por puro placer y el cacique, gobernante de Cempoala, era atendido por jóvenes esclavos sexuales.


LA SEXUALIDAD DE LAS ÉLITES EN LA ERA MODERNA
Si hay algo que la Iglesia cristiana se cuidó mucho de relegar al olvido, es que en sus primeros tiempos se celebraban "bodas de semejanza" que, dichos de otro modo, eran matrimonios bendecidos entre personas del mismo sexo, como las que se celebran hoy día. Por tanto, existen precedentes históricos que avalan las actuales bodas civiles entre lesbianas y gays.
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Retrato de San Agustín, obispo de Hipona (354-430).
En la Edad Media, San Agustín, antes de encontrar su vocación religiosa, tuvo sus propias aventuras sexuales con otros hombres. Fue el mismo que, a las monjas recluídas en conventos y monasterios, les tuvo que recordar que el amor entre ellas debía ser espiritual, que no carnal, advirtiéndoles que se abstuvieran de practicar entre ellas vergonzosos juegos eróticos. Es pues lógico concluir que en los cenobios, el lesbianismo estaba en boga.
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La historia nos lleva un poquito más lejos, en Japón, tierra del Imperio del Sol Naciente, para citar la "Historia de amor entre Samuráis" de Saikaku Ihara, en el cual al legendario héroe Kobo Daichi, fundador de la secta budista Shingon, se le atribuye el descubrimiento del placer entre hombres.
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Samurai besando a un actor masculino, obra de Miyagawa Issho (siglo XVIII).
En el siglo IX, durante la era de la dinastía Heian, se documentaron con todo detalle las peculiares relaciones que se daban entre los monjes Bonzos y sus jóvenes discípulos "Shigos", del mismo modo que quedan patentes la formación de parejas entre los aguerridos Samuráis. Y es que los Samuráis de la época dorada japonesa tenían a sus esposas para perpetuar su raza, pero preferían la compañía de jóvenes guerreros tanto en el campo de batalla como en la cama.
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El shogún Tokugawa Tsunayoshi, uno de los grandes generales nipones, tuvo por amante a un joven aristócrata, y sus hazañas bélicas aún perduran en la memoria de la agitada historia nipona (1680-1709). Pero no ha sido el único militar "gay" o bisexual que ha dejado huella en la cronología japonesa... ; se pueden sumar tres shogunes más: Tokugawa Iemitsu (shogún entre 1622 y 1651), el dictador militar Oda Nobunaga (entre 1568 y 1582) y Ashikaga Yoshimitsu ( shogún entre 1368 y 1394).
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Estátua del Shogún Minamoto No Yoritomo (siglos XIII-XIV).
Y si de Japón siempre se recuerda el encantador y ceremonioso papel de las "Geishas", hay que puntualizar que también existió una versión masculina de éstas.
Cambiando de ubicación geográfica, nos podemos fijar en el Imperio Bizantino donde sus monarcas, saludados como "Basileus", alternaban libremente con hombres y mujeres. Podríamos citar a los emperadores Miguel II, Basilio II, Constantino VIII y a Constantino IX.
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Retrato del Basileus Basilio II de Bizancio.
En lo que hoy es Afganistán, el fundador del imperio afgano Sebktigin y su descendiente Mahmud de Ghazni, fueron notoriamente bisexuales.
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Retrato del Gran Mogol Jalaluddin Muhammad Akbar "el Grande" de la India (1542-1605).
En la India, famoso es el hermoso lugarteniente del Gran Mogol Akbar, Savir, uno de los más fieros y apuestos comandantes que no parecía temerle a la muerte; no obstante, huía cobardemente ante cualquier mujer que se propusiera conquistarle con sus encantos. Y es que Savir, a lo largo de su vida, tuvo no menos de 56 amantes varones, todos ellos más jóvenes y, cuando a sus 70 años fue rechazado por el último efebo con el que pretendía ir a la cama, se suicidó.
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Del lado turco, podemos recordar al sultán Mehmed II "el Conquistador" que se hizo con Constantinopla en mayo de 1435, firmando la liquidación del Imperio Bizantino, y considerado como uno de los mejores gobernantes otomanos. Su fama de guerrero feroz, no le impidió alternar con jóvenes varones cristianos previamente castrados, cuando no le apetecía recurrir a su harén.
Y ya que estamos abordando la monarquía otomana, citemos el particular caso del sultán Bayaceto I, aquejado de priapismo; aquello significaba que no podía pasar una sola noche sin copular con lo que cayese entre sus manos. Todo le era válido: en campaña, los soldados y los prisioneros de guerra, suplían el papel de las mujeres del harén para que pudiese encontrar el sueño. Las fuentes no citan si también cayó en la zoofilia.
Y puesto que estamos en Oriente, quedémonos un ratito más para hablar del famoso libro de los "Cuentos de las Mil y una Noches", auténtico recopilatorio de aventuras y fantasías que han sido almibaradas para consumo de niños y jóvenes. La realidad es bien distinta: la versión original estaba llena de erotismo, en las que se abordaba el amor entre mujer y hombre, y el amor entre hombres en distintas historietas que estaban dedicadas a un público obviamente adulto.
Pese a la fuerte represión y a los castigos legislados contra la homosexualidad en los países musulmanes, los árabes no omitieron disfrutar de lo prohibido y los poetas Hafiz Shirazi y Abu Nuwas, alabaron y maldijeron hipócritamente la belleza de los jóvenes muchachos a los que muchas veces emborrachaban para seducirlos.
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"Dos amantes", obra de Riza Abbazzi.

Hubieron artistas como Riza Abbazzi que deleitaron a reyes y príncipes con hermosas miniaturas y caligrafías persas exquisitamente trabajadas, con relatos de amor entre varones que no tardaron en ser censuradas por los mulás, mientras eran privadamente disfrutadas por califas y notables.
No faltó quien apuntó a los santones Sufíes como homosexuales de tapadillo, al procurar encontrar a Dios en la compañía de bellos, delicados y afeminados muchachos.
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Yendo de Oriente a Occidente, podríamos fijarnos en las Islas Británicas para recordar al fiero y cruzado rey Ricardo I "Corazón de León", y su tendencia a preferir la compañía masculina a la femenina. De hecho, al estar casi siempre fuera de su reino y en campaña, solo podía desahogarse con sus compañeros de armas. Se afirma incluso que tuvo una ardiente pasión por el famoso Saladino, que conquistó el reino cristiano de Jerusalén...
Desde luego, el amor no entiende de razas, de religiones ni de guerras.
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Efigie de Eduardo II de Inglaterra, en su tumba de la Catedral de Gloucester.
Uno de sus sucesores, el polémico rey Eduardo II, casado con una princesa francesa a la que hacía caso omiso (lo que no impidió que cumpliera con su deber dinástico de dejarla preñada), soliviantó a sus súbditos cuando se enamoró de Piers Galveston, de trágico destino. Sus dos últimos favoritos, escogidos en la noble familia de De Spencer, le costaron la corona y un encierro que terminó con su cruel muerte a manos de unos bestias a sueldo de Mortimer y de su esposa la reina.
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Retrato en miniatura del rey Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia.
En cuanto al enclenque y excéntrico rey Jacobo VI de Escocia, hijo de la célebre María Estuardo y sucesor de la no menos famosa reina Elizabeth I de Inglaterra, con el ordinal de Jacobo I, sería repetirse si citaramos sus enamoramientos con galanes y mequetrefes de la corte, dispuestos a todo con tal de amasar fortunas, títulos, tierras, favores y privilegios. Los condes de Southampton y de Somerset, juntos con el duque de Buckingham son buena muestra de lo que es capaz un joven (comerciar con sus favores sexuales) para conseguir un ascenso rápido y con el menor esfuerzo.
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Retrato de Guillermo III de Orange, Rey de Inglaterra, de Escocia e Irlanda, Estatúder de Holanda (1650-1702), según Kneller.
Otro monarca británico de importación holandesa, Guillermo III de Orange, marido de la protestante reina María II y con la cual compartió cetro, trono y corona, tenía una marcada debilidad por los caballeros de su séquito. Aún resuenan los nombres de los condes de Portland y de Albemarle, como sus dos grandes favoritos. Su sucesora y cuñada, la reina Ana I, pese a parir como una coneja una numerosa prole que no consiguió sobrevivirle, se encandilaba con las damas de su corte; famosa fue su relación con la duquesa de Marlborough, avalada por una abultada correspondencia, y con la rival y pariente de esta última: Abigail Masham.
El Hannoveriano rey Jorge II, pese a su fama de hombre de mal gusto con las mujeres (cuanto más feas y escuálidas mejor), puntualmente sintió gran inclinación por el escocés duque de Argyll. Aparte de ese desliz, lo cierto es que a Jorge II no le gustaban las damas de su época y, de haber vivido en nuestra época, se habría rodeado de mujeres rozando la anorexia.
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Retrato del rey Enrique III de Francia (1551-1589).
Cruzando el mal llamado Canal de la Mancha (que debería designarse más correctamente como Canal de La Manga), encontramos en el rey Enrique III de Francia a un personaje excéntrico y bizarro, que gustaba enjoyarse, maquillarse y afeminar sus atuendos, rodeado de afectados jovenzuelos de noble procedencia que parecían no preocuparse por otra cosa que su aspecto, aunque todos y cada uno de ellos eran temibles espadachines. Fue, sin duda, el primer monarca galo en casarse sin previa consulta con una hermosa princesa de Lorena a la que, sin embargo, jamás pudo preñar. Fábulas aparte, Enrique III importó de Venecia el uso del tenedor (cubierto que sus contemporáneos consideraban una "mariconada" italiana), creó una etiqueta cortesana que hoy llamamos "protocolo", impuso la costumbre del aseo personal, el cambio regular de camisa y ropa interior, los baños de agua jabonosa y perfumada, la manicura... impulsó una especie de "metrosexualidad" entre sus acompañantes que confundió a sus súbditos (llegando éstos a creer que capitaneaba a una compañía de quinientas mariquitas espadachinas) y, por estar siempre rodeado de "mignons", le pusieron el san-benito de maricón en una época en que el 95% de los hombres eran unos auténticos cerdos en cuanto a higiene corporal se refiere, y los baños de agua se veían como causantes de enfermedades y muertes (al estar altamente contaminada).
Y si su sucesor y primo, además de cuñado, el rey Enrique IV fue apodado como el "Vert-Galant" por sus asombrosas conquistas femeninas, recordar que este gran monarca que reconstruyó una nación arrasada y desangrada por una larga guerra civil, apestaba tanto que muchas de sus queridas se desmayaban del tufo en el momento de meterse en la cama. Su aseo personal era nulo, olía a macho cabrón y con decir que tenía ladillas saltarinas hasta en las raíces de sus cabellos, me parece suficiente para que nos figuremos cuan guarra era la gente de su época.
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Retrato del rey Luis XIII de Francia y de Navarra (1601-1643), sito en la Sala del Trono del Castillo Real de Fontainebleau.
Su hijo y sucesor, Luis XIII de Francia, tuvo su primera experiencia sexual no con una dama sino con su Halconero Mayor, el Marqués d'Albert (futuro duque de Luynes, condestable de Francia); por lo visto, fue su valido quien le inició en los placeres prohibidos entre hombres y parece que le gustó. En cuanto a su relación con su mujer Ana de Austria, siempre fue fría, distante, protocolaria; sin duda porque le obligaron a casarse siendo aún un crío... y la infanta española le dejaba frío; tanto, que tardó lo suyo en dejarla preñada. Célebre fue su amor platónico con la damisela de La Fayette, que acabó por refugiarse en un convento sin haber perdido el virgo. Más sonada fue su relación con el marqués de Toiras, y aún más con el bello y presumido marqués de Cinq-Mars, que el Cardenal de Richelieu introdujo sutilmente en su cama para enterarse de todos sus secretos e intimidades.
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Retrato en miniatura de "Monsieur" Felipe I de Francia, Duque de Orléans (1640-1701).
Luis XIV odiaba el "vicio italiano" (la homosexualidad, como se llamaba entonces) y era un notorio homófobo que tuvo que aguantarse porque su hermano menor era tan abiertamente lila, que era difícil para él predicar con el ejemplo. Y es que Felipe, duque de Orléans, fue a todas luces un "gay" de cabo a rabo que no dudaba en dar la nota colorida a una fiesta o celebración de la corte de su hermano, apareciendo travestido en dama y seguido por todo un séquito de afectadas damas de compañía que no eran sino señores llamativamente pintarrajeados con colorete y carmín. Aparte de avergonzar a Luis XIV por sus excentricidades principescas, también le puso en ridículo por ser tanto o más valiente que él en el fragor de las batallas.
No fue, obviamente, el único caso de la Familia Real por aquel entonces. El mismísimo Príncipe de Condé, apodado "el Gran Condé", no dudaba en tener sus escarceos amorosos con otros jóvenes militares, igual que su sobrino el Príncipe de Conti, que gustaba alternar con damas y pajes indistintamente. Y pese a sus particulares vicios y disipadas costumbres, nunca dejaron de ser brillantes y victoriosos generales.
Y si Luis XV, como su tatarabuelo Luis XIII, tuvo su primera aventura sexual con un joven compañero de juegos de la adolescencia como el duque de La Trémoïlle, bastante clara fue su orientación cuando empezó a coleccionar una nutrida lista de amantes femeninas hambrientas de poder y riqueza. A diferencia de su bisabuelo, Luis XV jamás se preocupó de sus bastardos y se guardó muy mucho de darles publicidad.
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Retrato del rey Enrique IV "el Impotente" de Castilla y León.
En la vieja Castilla medieval tardía donde un Alfonso X "el Sabio" había legislado contra la homosexualidad, Enrique IV "el Impotente" parecía tener más interés por los de su mismo sexo que por las mujeres, lo que arreglaba los oscuros intereses de su hermana menor y futura reina Isabel I "la Católica". En la célebre "farsa de Ávila" de 1465, los señores rebeldes montan una grotesca pantomima pública, representando el destronamiento del rey castellano con un monigote con un sonoro: "A tierra, ¡puto!" muy significativo.
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La Farsa de Ávila, en junio de 1465, escenificaba el destronamiento de Enrique IV de Castilla.
Y es que el Renacimiento italiano, tuvo mucho que ver en la recuperación de ciertos valores de la antigüedad (léase la Grecia clásica), como el amor poético, cortés y platónico entre hombres. Los desnudos masculinos volvieron a tener su antiguo auge de la mano de un feo Michelangelo Buonarrotti, obsesionado por la belleza física del hombre. Otros artistas de igual inclinación sexual brillaron por su producción artística: Botticelli, Cellini, Donatello, Rafael, Da Vinci y, más tardíamente, el polémico Caravaggio con sus desnudeces barrocas.
Tampoco se dejó de lado la desnudez femenina, que pareció invadir el arte y protestar silenciosamente contra la represión religiosa de aquellos tiempos de contrarreforma.
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Retrato de la reina Cristina I de Suecia, según Wuchters.
En los reinos escandinavos, se recuerda a la famosa y cultivada Cristina I de Suecia por ser una marimacho de compleja sexualidad. Aquejada de una malformación genital (hermafroditismo) y poco agraciada físicamente, Cristina iba y venía entre los dos sexos... Nunca quiso casarse y siempre rechazó las propuestas de matrimonio. Se recuerda su enamoramiento por la lánguida compatriota Ebba Sparre, condesa de La Gardie, y su relación amorosa con el embajador español que influyó decisivamente en su conversión al catolicismo, principal motivo de su abdicación.
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Retrato del rey Carlos XII de Suecia (1682-1718).
Otro monarca sueco que fue considerado un gran guerrero, el espartano rey Carlos XII, también omitió casarse para perpetuar su dinastía oriunda de Baviera en el trono de las tres coronas. Siempre batallando y diseñando estrategias militares, pasaba sus ratos de ocio y de placer en compañía de sus soldados, huyendo de las féminas que le aburrían soberanamente.
Su hermana y sucesora, la beata Ulrika-Eleonora I de Suecia, renunció al trono en favor de un marido de sexualidad variopinta, muy putero y poco selectivo cliente de los peores burdeles de Estocolmo.
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Retrato del rey Gustavo III de Suecia (1746-1792), según Lorenz Pasch.
En cuanto al afeminadísimo y estridente rey Gustavo III, que dió su nombre a la brillante Era Gustaviana, de sobras es conocida su afición al sexo masculino y su pronunciada misoginia.
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En Dinamarca, el esquizofrénico rey Christian VII despreció abiertamente a su mujer inglesa, para ir del brazo de apuestos varones y provocar todo tipo de trifulcas en conocidos burdeles de Copenhague; la reina Carolina-Matilde, por su parte, le dió el salto con un médico germano llamado von Struensee convertido en primer ministro danés, mientras conseguía hacer encerrar a su marido y dar a luz a una bastarda para mayor escándalo de su corte.
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Retrato del rey Federico-Guillermo I de Prusia (1688-1740), apodado "el Rey-Sargento", según A. Pesne.
En la militarizada Prusia, el abrupto "rey-sargento" Federico-Guillermo I tenía una fijación por los altos y fornidos soldados hasta el punto de que el zar de Rusia le enviase unos cuantos como regalo diplomático. Igual de marcial y espartano fue su hijo y sucesor Federico II "el Grande", aunque con matices: ligeramente afectado, culto, refinado, aficionado al rapé, queda especialmente reseñada su frustrada huída con su amiguete Von Katte a Francia (al que se sentía especialmente unido) y el trágico final de éste en una sumaria ejecución a la que Federico tuvo que asistir horrorizado.
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Retrato del rey Federico II "el Grande" de Prusia (1712-1786), cuando era Kronprinz de Prusia, según Antoine Pesne. Abajo, retrato de Hans Hermann von Katte (1704-1730), el amigo íntimo de Federico II, que acabó de mala manera...
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Casado a la fuerza, Federico II nunca tuvo descendencia y tampoco llevó una vida íntima con su consorte más allá de lo que exigía el protocolo; su corte, según Voltaire, estaba poblada de hombres uniformados y reglamentada como si fuera un cuartel. Nos podemos imaginar el ambientazo de la corte berlinesa y el disgusto de un Voltaire que no podía vivir sin la encantadora presencia femenina.
La nota discordante la dió su sobrino y sucesor el rey Federico-Guillermo II, putero hasta la médula y casado con una mujer que no dudó en devolverle con creces la cornamenta.
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Retrato del Zar Pedro II Alekseievich, Emperador de Rusia (1715-1730), nieto de Pedro I "el Grande".
En Rusia, se retiene al menos el nombre del zar-emperador Pedro II, de fugaz reinado al fallecer de viruelas poco antes de concretar su matrimonio con una princesa, que le quitase el vicio de compartir lecho con el príncipe Dolgoruki. Sus sucesoras, las zarinas Ana y Elisabeth, se distinguieron por su pronunciada fogosidad y disipada conducta con damas y apuestos varones que, al parecer, seguían los pasos de la casquivana Catalina I, segunda esposa de Pedro I "el Grande", ex-prostituta que hizo en sus tiempos mozos las delicias de la soldadesca rusa.
El caso de Catalina II merece mención aparte. Lo suyo era un caso de ninfomanía que le llevó a tener un cuarto secreto de lo más pornográfico que mente alguna haya podido imaginarse.

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impresionante documento:clap::clap::clap:

y en el supuesto de que la recopilación la hayas elaborado tú, mis más sinceras felicitaciones tanto por la labor bibliográfica como por la atinada redacción:ok::
 
impresionante documento:clap::clap::clap:

y en el supuesto de que la recopilación la hayas elaborado tú, mis más sinceras felicitaciones tanto por la labor bibliográfica como por la atinada redacción:ok::

No es mío, al final pongo el enlace.

Lo ví interesante y lo compartí.
 
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