Jose Claudio
Forer@ Senior
Sin verificar
Si algo hay que agradecerle a Laurent Cantet, director de la La clase, película que ha obtenido la Palma de Oro en el último festival de Cannes, es la mirada casi documental con la que ha abordado un problema tan complejo como es el de la educación.
Basada en la novela de François Bégaudeau, Entre les murs, que además hace de profesor en película, rodada en un instituto parisino con nombre de psicoanalista ilustre, el Françoise Dolto, perteneciente a un barrio difícil, el 20,y rodada preservando al máximo la espontaneidad de los jóvenes, relata las venturas y desventuras en el interior del instituto de una clase de chavales de 14 años.
Ese microcosmos, convertido en representante de la evolución social francesa, que se ha transformado de modo irreversible en pluricultural y multirracial, refleja en el grupo social más sensible a las trasformaciones sociales y sus contradicciones, chavales en plena adolescencia, los conflictos inherentes a ella. Y así, la relación entre el profesor y los alumnos se convierte en el pivote en torno al cual gira ni más ni menos que el problema de la trasmisión de valores en nuestra cultura.
Tres cosas me han llamado la atención, de entre las muchas que hacen reflexionar.
Primera, la película muestra que, aun a riesgo de exagerar, ser hoy en día profesor en todo su sentido, no es para cualquiera: la cantidad de energía, de temple, de generosidad necesarias para ejercer este oficio en el que no caben medias tintas ( o se es o no se es) es casi heroico. Así, en el único momento en el que el profesor pierde los papeles y situa la relación en términos simétricos, todo se viene abajo y son lo alumnos los encargados de recomponerlo.
Segundo, y al hilo de lo anterior, el valor crucial del profesor en la trasmisión de valores, haciéndolo con hechos cotidianos y no con palabrería. Y de esta manera, cada mañana que se inicia es un ejercio permamente de funambulismo entre la transmisión de libertad, igualdad y solidaridad, los valores republicanos franceses, junto con la tolerencia, el cartesianismo y el laicismo inherentes a la cultura francesa, y por otra parte la no menos indispensable transmisión de unos límites esenciales para cualquier funcionamiento social.
Por último, el avance irreversible de nuestra cultura desde el autoritarismo a la autoridad moral, hecho que resalta el que son los alumnos sus primeros guardianes al colocar en su justo punto al profesor fente a su veleidad arbitraria.
En resumen, una película indispensable para docentes, francófonos y otras gentes de mal vivir.
¡¡¡¡SUBFORO DE CULTURA YA!!!! ( Cine, teatro, música, arte, literatura, etc etc.)!!!
Tras mi grito reivindicativo, que coloco ahí, para los que no lleguéis hasta el final, copio y pego una entrevista al director, extraída de la Cartelera Turia, de Valencia:
El director francés Laurent Cantet, autor de los films Recursos humanos, El empleo del tiempo y Hacia el sur, ha adaptado la obra de François Bégaudeau «Entre les murs», que sigue las peripecias de una clase durante un curso. Ganadora de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes (han pasado veinte años para que el cine francés obtenga este preciado galardón), la película de Cantet es un bello homenaje al mundo de la enseñanza, con todos sus problemas y contradicciones.
—Para el film ha partido de un material preexistente, la novela de François Bégaudeau «Entre les murs» (Gallimard, 2006).
—Se hizo en dos tiempos. En 2003 tuve que aplazar el rodaje de Hacia el sur y exploré diferentes proyectos de guión. El más avanzado era el de un film que se desarrollaba completamente entre los muros de un colegio. Había escrito una trama, que es la historia de Souleymane en el film, este chico que cada vez se siente más desplazado en clase, hasta el consejo de disciplina. La primera escena escrita era la del consejo de disciplina. Tenía ganas de oírle traducir a su madre todo lo malo que decían de él. Lo que más me emociona es cuando él debe traducir a los miembros del consejo de disciplina lo que dice su madre para defenderlo. La primera frase que quería oírle pronunciar era: «Ella dice que soy un buen chico». Para él es el colmo de la humillación. Este personaje existía pues antes de mi encuentro con François. Después nos vimos con ocasión de una emisión de radio. Él presentaba su libro y yo Hacia el sur. Leyó dos o tres pasajes en antena, encarnando a todos los personajes: estuvo formidable. En el ascensor le dije que tenía un proyecto bastante parecido a su libro. Volvimos a hablar de ello un poco más tarde y decidimos trabajar juntos. Pero sin hacer una adaptación. El libro capta los momentos de democracia. Es más documental de lo que yo deseaba hacer y de lo que el cine puede permitirse. Elegimos partir de la crónica y hacer de modo que poco a poco los personajes se impusieran como los hilos de una ficción. François conocía este pequeño mundo por haberlo frecuentado durante casi diez años. Yo pude apoyarme en su experiencia en el lenguaje de los alumnos y en la relación específica de un profesor con su clase.
—¿En qué momento decidió pedir a François Bégaudeau que interpretara su propio papel?
—La decisión se impuso de repente. La encarnación que hacía en sus lecturas cuando nos encontrábamos me pareció evidente. Dudo mucho de la ejemplaridad de los personajes. No quería hacer una figura ideal del profesor. Asumir el hecho de que el autor del libro interpretara su propio papel nos ayudó a mostrar que se hablaba de un profesor particular y no de un profesor modelo. Algunas personas se reconocerán en su pedagogía. Otras no querrán reconocerse en ella. Pero no hemos querido crear un héroe representativo salvo de sí mismo.
—¿Ha tenido el temor o el deseo de integrarse en una tradición de representación popular de los profesores, ya sea burlesco (P.R.O.F.S., de Patrick Schulmann, 1985) o romántico (El club de los poetas muertos, de Peter Weir, 1989)?
—Nací en un medio de enseñantes y he visto a los maestros trabajando: en una clase, pero también alrededor de una mesa y de una buena comida donde se habla de pedagogía. Es una de las profesiones en que la mirada teórica sobre la práctica es más natural. Tenía ganas de mostrar gente en el trabajo, como en mis otros films. Se plantean cuestiones, sin responderlas realmente. En esa época parecía evidente que había mucha ideología a propósito de la escuela. Hoy aún es más cierto. La polémica entre los viejos y los modernos es muy ideológica.
—Dejando esta lectura del film, el trabajo de los actores es sin duda precioso. Porque ha creado usted verdaderos personajes de ficción con ellos.
—Sí. Es chocante en el caso del personaje de Souleymane, por ejemplo. Franck Keïta está en las antípodas del personaje que interpreta. Es un chico de una dulzura y de una gentileza increíbles, retirado, muy discreto. Con los alumnos del colegio Françoise-Dolto (Paris XX) fabricamos verdaderos personajes. Podemos reconocer elementos de la personalidad de cada uno, maneras de ser, gestos, pero han integrado sus personajes hasta el punto de poder hacerlos vivir independientemente de la puesta en escena, reaccionando en la improvisación. Franck estaba muy alejado de Souleymane al principio del rodaje, pero al final era capaz de asumirlo instantáneamente cuando yo decía: «¡motor!».
—¿Cuál fue el margen de creación de los jóvenes actores? ¿Han aportado diálogos, actitudes, vestidos?
—Sucedió poco a poco, durante los talleres de trabajo del miércoles, a lo largo de todo el año, mediante idas y vueltas entre lo que habíamos escrito y sus improvisaciones. De manera que no sé yo muy bien lo que viene del libro, de mí o de la puesta en práctica de lo que habíamos escrito. Nunca intentamos atar nuestros actores a los personajes del guión.
—Finalmente, el profesor baja a la arena.
—Es la pedagogía de François lo que juega aquí. Él sueña establecer una especie de igualdad con sus alumnos, aunque sabe que eso no es justo del todo. O que para llegar a este sueño hay que asumir riesgos, y los asume. Lo cual puede hacerle cambiar en cosas que lamenta haber dicho.
—La palabra tiene realmente un peso enorme.
—Con frecuencia es también cuestión de los niveles del lenguaje en clase. François sabe llevar la cuestión del lenguaje a la pedagogía, sabe explicar que es preciso saber elegir su registro, se deja atrapar a sí mismo sin embargo en la trampa del lenguaje, lo que pone en marcha la ficción.
—Usted no ha retomado una expresión formidable del libro: «hacer temblar las paredes». Pero es lo que vemos, entre el inicio y el final las paredes han temblado realmente.
—¡Tanto mejor! Después de haber hablado con numerosos profesores (que me permitieron asistir a sus clases, sentado al fondo del aula), tengo la impresión de que la escuela es una especie de gran bazar. Allí pasan a veces cosas inadmisibles y, en un segundo, cosas formidables, como cuando Esmeralda comprende una cosa. Hay cinco minutos milagrosos y cinco minutos después tienes ganas de dejarlo todo. Los profesores pasan sin transición por estos altos y bajos. Aquellos que quieran ver el fondo de la curva dirán que la escuela es insoportable, los que quieran evocar a Esmeralda resumiendo a Platón después de leerlo dirán que la escuela es formidable. Pienso que la escuela es la suma de todos esos momentos y que la fuerza de los profesores es saber navegar sobre esos momentos, no siendo ni depresivos ni angélicos.
—La Palma de Oro en Cannes, ¿va a modificar la distribución?
—Sí, el número de copias va a ser sensiblemente superior a lo que habíamos previsto. El riesgo es que el film nos desborde, porque la gente se forme una determinada imagen. Intentamos preservar a los adolescentes al máximo, que no se exhiban demasiado en los medios de comunicación. Me siento responsable de ellos.
(Entrevista realizada por Elise Domenach y Grégory Valens, publicada en «Positif» nº 571, septiembre de 2008).
Basada en la novela de François Bégaudeau, Entre les murs, que además hace de profesor en película, rodada en un instituto parisino con nombre de psicoanalista ilustre, el Françoise Dolto, perteneciente a un barrio difícil, el 20,y rodada preservando al máximo la espontaneidad de los jóvenes, relata las venturas y desventuras en el interior del instituto de una clase de chavales de 14 años.
Ese microcosmos, convertido en representante de la evolución social francesa, que se ha transformado de modo irreversible en pluricultural y multirracial, refleja en el grupo social más sensible a las trasformaciones sociales y sus contradicciones, chavales en plena adolescencia, los conflictos inherentes a ella. Y así, la relación entre el profesor y los alumnos se convierte en el pivote en torno al cual gira ni más ni menos que el problema de la trasmisión de valores en nuestra cultura.
Tres cosas me han llamado la atención, de entre las muchas que hacen reflexionar.
Primera, la película muestra que, aun a riesgo de exagerar, ser hoy en día profesor en todo su sentido, no es para cualquiera: la cantidad de energía, de temple, de generosidad necesarias para ejercer este oficio en el que no caben medias tintas ( o se es o no se es) es casi heroico. Así, en el único momento en el que el profesor pierde los papeles y situa la relación en términos simétricos, todo se viene abajo y son lo alumnos los encargados de recomponerlo.
Segundo, y al hilo de lo anterior, el valor crucial del profesor en la trasmisión de valores, haciéndolo con hechos cotidianos y no con palabrería. Y de esta manera, cada mañana que se inicia es un ejercio permamente de funambulismo entre la transmisión de libertad, igualdad y solidaridad, los valores republicanos franceses, junto con la tolerencia, el cartesianismo y el laicismo inherentes a la cultura francesa, y por otra parte la no menos indispensable transmisión de unos límites esenciales para cualquier funcionamiento social.
Por último, el avance irreversible de nuestra cultura desde el autoritarismo a la autoridad moral, hecho que resalta el que son los alumnos sus primeros guardianes al colocar en su justo punto al profesor fente a su veleidad arbitraria.
En resumen, una película indispensable para docentes, francófonos y otras gentes de mal vivir.
¡¡¡¡SUBFORO DE CULTURA YA!!!! ( Cine, teatro, música, arte, literatura, etc etc.)!!!
Tras mi grito reivindicativo, que coloco ahí, para los que no lleguéis hasta el final, copio y pego una entrevista al director, extraída de la Cartelera Turia, de Valencia:
El director francés Laurent Cantet, autor de los films Recursos humanos, El empleo del tiempo y Hacia el sur, ha adaptado la obra de François Bégaudeau «Entre les murs», que sigue las peripecias de una clase durante un curso. Ganadora de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes (han pasado veinte años para que el cine francés obtenga este preciado galardón), la película de Cantet es un bello homenaje al mundo de la enseñanza, con todos sus problemas y contradicciones.
—Para el film ha partido de un material preexistente, la novela de François Bégaudeau «Entre les murs» (Gallimard, 2006).
—Se hizo en dos tiempos. En 2003 tuve que aplazar el rodaje de Hacia el sur y exploré diferentes proyectos de guión. El más avanzado era el de un film que se desarrollaba completamente entre los muros de un colegio. Había escrito una trama, que es la historia de Souleymane en el film, este chico que cada vez se siente más desplazado en clase, hasta el consejo de disciplina. La primera escena escrita era la del consejo de disciplina. Tenía ganas de oírle traducir a su madre todo lo malo que decían de él. Lo que más me emociona es cuando él debe traducir a los miembros del consejo de disciplina lo que dice su madre para defenderlo. La primera frase que quería oírle pronunciar era: «Ella dice que soy un buen chico». Para él es el colmo de la humillación. Este personaje existía pues antes de mi encuentro con François. Después nos vimos con ocasión de una emisión de radio. Él presentaba su libro y yo Hacia el sur. Leyó dos o tres pasajes en antena, encarnando a todos los personajes: estuvo formidable. En el ascensor le dije que tenía un proyecto bastante parecido a su libro. Volvimos a hablar de ello un poco más tarde y decidimos trabajar juntos. Pero sin hacer una adaptación. El libro capta los momentos de democracia. Es más documental de lo que yo deseaba hacer y de lo que el cine puede permitirse. Elegimos partir de la crónica y hacer de modo que poco a poco los personajes se impusieran como los hilos de una ficción. François conocía este pequeño mundo por haberlo frecuentado durante casi diez años. Yo pude apoyarme en su experiencia en el lenguaje de los alumnos y en la relación específica de un profesor con su clase.
—¿En qué momento decidió pedir a François Bégaudeau que interpretara su propio papel?
—La decisión se impuso de repente. La encarnación que hacía en sus lecturas cuando nos encontrábamos me pareció evidente. Dudo mucho de la ejemplaridad de los personajes. No quería hacer una figura ideal del profesor. Asumir el hecho de que el autor del libro interpretara su propio papel nos ayudó a mostrar que se hablaba de un profesor particular y no de un profesor modelo. Algunas personas se reconocerán en su pedagogía. Otras no querrán reconocerse en ella. Pero no hemos querido crear un héroe representativo salvo de sí mismo.
—¿Ha tenido el temor o el deseo de integrarse en una tradición de representación popular de los profesores, ya sea burlesco (P.R.O.F.S., de Patrick Schulmann, 1985) o romántico (El club de los poetas muertos, de Peter Weir, 1989)?
—Nací en un medio de enseñantes y he visto a los maestros trabajando: en una clase, pero también alrededor de una mesa y de una buena comida donde se habla de pedagogía. Es una de las profesiones en que la mirada teórica sobre la práctica es más natural. Tenía ganas de mostrar gente en el trabajo, como en mis otros films. Se plantean cuestiones, sin responderlas realmente. En esa época parecía evidente que había mucha ideología a propósito de la escuela. Hoy aún es más cierto. La polémica entre los viejos y los modernos es muy ideológica.
—Dejando esta lectura del film, el trabajo de los actores es sin duda precioso. Porque ha creado usted verdaderos personajes de ficción con ellos.
—Sí. Es chocante en el caso del personaje de Souleymane, por ejemplo. Franck Keïta está en las antípodas del personaje que interpreta. Es un chico de una dulzura y de una gentileza increíbles, retirado, muy discreto. Con los alumnos del colegio Françoise-Dolto (Paris XX) fabricamos verdaderos personajes. Podemos reconocer elementos de la personalidad de cada uno, maneras de ser, gestos, pero han integrado sus personajes hasta el punto de poder hacerlos vivir independientemente de la puesta en escena, reaccionando en la improvisación. Franck estaba muy alejado de Souleymane al principio del rodaje, pero al final era capaz de asumirlo instantáneamente cuando yo decía: «¡motor!».
—¿Cuál fue el margen de creación de los jóvenes actores? ¿Han aportado diálogos, actitudes, vestidos?
—Sucedió poco a poco, durante los talleres de trabajo del miércoles, a lo largo de todo el año, mediante idas y vueltas entre lo que habíamos escrito y sus improvisaciones. De manera que no sé yo muy bien lo que viene del libro, de mí o de la puesta en práctica de lo que habíamos escrito. Nunca intentamos atar nuestros actores a los personajes del guión.
—Finalmente, el profesor baja a la arena.
—Es la pedagogía de François lo que juega aquí. Él sueña establecer una especie de igualdad con sus alumnos, aunque sabe que eso no es justo del todo. O que para llegar a este sueño hay que asumir riesgos, y los asume. Lo cual puede hacerle cambiar en cosas que lamenta haber dicho.
—La palabra tiene realmente un peso enorme.
—Con frecuencia es también cuestión de los niveles del lenguaje en clase. François sabe llevar la cuestión del lenguaje a la pedagogía, sabe explicar que es preciso saber elegir su registro, se deja atrapar a sí mismo sin embargo en la trampa del lenguaje, lo que pone en marcha la ficción.
—Usted no ha retomado una expresión formidable del libro: «hacer temblar las paredes». Pero es lo que vemos, entre el inicio y el final las paredes han temblado realmente.
—¡Tanto mejor! Después de haber hablado con numerosos profesores (que me permitieron asistir a sus clases, sentado al fondo del aula), tengo la impresión de que la escuela es una especie de gran bazar. Allí pasan a veces cosas inadmisibles y, en un segundo, cosas formidables, como cuando Esmeralda comprende una cosa. Hay cinco minutos milagrosos y cinco minutos después tienes ganas de dejarlo todo. Los profesores pasan sin transición por estos altos y bajos. Aquellos que quieran ver el fondo de la curva dirán que la escuela es insoportable, los que quieran evocar a Esmeralda resumiendo a Platón después de leerlo dirán que la escuela es formidable. Pienso que la escuela es la suma de todos esos momentos y que la fuerza de los profesores es saber navegar sobre esos momentos, no siendo ni depresivos ni angélicos.
—La Palma de Oro en Cannes, ¿va a modificar la distribución?
—Sí, el número de copias va a ser sensiblemente superior a lo que habíamos previsto. El riesgo es que el film nos desborde, porque la gente se forme una determinada imagen. Intentamos preservar a los adolescentes al máximo, que no se exhiban demasiado en los medios de comunicación. Me siento responsable de ellos.
(Entrevista realizada por Elise Domenach y Grégory Valens, publicada en «Positif» nº 571, septiembre de 2008).
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