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Las plumas y tintas en las obras literarias

Estado
Hilo cerrado
TIGER

TIGER

Milpostista
Sin verificar
Hace algún tiempo, este verano para ser más exacto, comencé a leer las obras completas de Sir Arthur Conan Doyle.

En lugar de leerlas de forma cronológica, decidí comenzar por una obra que nunca antes había leído: "El Sabueso de los Baskerville". Esta novela fue publicada por entregas en el "The Strand Magazine" entre 1901 y 1902.

Recuerdo que al leer un pasaje de la novela, en el que se criticaba la calidad de ciertas plumas y tintas, no pude evitar una sonrisa y tampoco pude evitar pensar en cuántos pasajes literarios, desconocidos para mí, se harían mención de nuestras amadas plumas y tintas.

Antes de poner el pasaje en cuestión, me gustaría invitaros a añadir a este hilo aquellos pasajes literarios que conozcáis en las que las plumas y las tintas sean protagonistas. Así, quizá consigamos entre todos fomentar el interés por la lectura de dichas obras literarias.

El fragmento es este:

"-Estamos entrando en el terreno de las conjeturas -dijo el doctor Mortimer.

-Digamos, más bien, en el terreno donde sopesamos posibilidades y elegimos la más probable. Es el uso científico de la imaginación, pero siempre tenemos una base material sobre la que apoyar nuestras especulaciones. Sin duda puede usted llamarlo conjetura, pero estoy casi seguro de que estas señas se han escrito en un hotel. -¿Cómo demonios puede usted saberlo?

-Si las examina cuidadosamente descubrirá que tanto la pluma como la tinta han causado problemas a la persona que escribía. La pluma ha emborronado dos veces la misma palabra y se ha quedado seca tres veces en muy poco tiempo, lo que demuestra que había muy poca tinta en el tintero. Ahora bien, raras veces se permite que una pluma o un tintero personales lleguen a esa situación, y la combinación de las dos ha de ser bastante rara. Pero todos ustedes conocen las plumas y los tinteros de los hoteles, donde lo raro es encontrar otra cosa. Sí: afirmo casi sin lugar a duda que si pudiéramos examinar el contenido de las papeleras de los hoteles de los alrededores de Charing Cross hasta encontrar el resto del mutilado editorial del Times podríamos descubrir a la persona que envió este singular mensaje. ¡Vaya, vaya! ¿Qué es esto?...."

Espero que os haya gustado.

Un abrazo :friends::popcorn:
 
¡Que buena idea! En alguna ocasión he leído algún párrafo donde aparecen las plumas y siempre pienso en anotarlo... Y no suelo hacerlo.
Ultimamente he visto un párrafo y una portada.
Llama portada es la del libro recién sacado de Paul Auster. Y el párrafo del libro Paprika de un escritor japonés. Voy a ver si lo encuentro, para ponerlo.

Un saludo.

Pepe
 
Os pongo aquí el poema "La mano en libertad" del gran poeta mexicano Eduardo Lizalde... ahi es nada:

Escribir no es problema.
Miren flotar la pluma
por cualquier superficie.
Pero escribir con ella
-Montblanc, Parker o Pelikan-,
sin mesa a mano, tinta suficiente
o postura correcta,
es imposible,
y a veces pernicioso.
Puedo escribir, señores,
con los ojos cubiertos,
vuelta la espalda al piso,
atadas las muñecas,
esparadrapo encima de los labios.
Puedo:
pero no garantizo el producto.
 
Última edición:
Os pongo aquí el poema "La mano en libertad" del gran poeta mexicano Eduardo Lizalde... ahi es nada:

Escribir no es problema.
Miren flotar la pluma
por cualquier superficie.
Pero escribir con ella
-Montblanc, Parker o Pelikan-,
sin mesa a mano, tinta suficiente
o postura correcta,
es imposible,
y a veces pernicioso.
Puedo escribir, señores,
con los ojos cubiertos,
vuelta la espalda al piso,
atadas las muñecas,
esparadrapo encima de los labios.
Puedo:
pero no garantizo el producto.

¡¡¡¡¡ Chapeau !!!!!!! :ok:::ok::
 
De lo último que he leído hace no mucho: La novela negra "Se lo que estás pensando" de John Verdon, donde el asesino escribe con pluma y tinta roja.

Aclaro que Gurney es un expolicía de Nueva York al que un amigo de estudios recurre cuando recibe una carta en la que un anónimo remitente le pide que piense en un número de tres cifras y resulta que el número que se le ocurre aparece escrito en otro sobre adjunto :-) .

Bueno, no se si me he explicado jeje, ahí va el fragmento de la novela:

Gurney cogió el papel y se apoyó en el respaldo de la silla para examinarlo. A la primera notó la pulcritud de la caligrafía. Las palabras estaban escritas de un modo preciso y elegante: de inmediato le vino a la mente la imagen de la hermana Mary Joseph mientras escribía en la pizarra de su escuela de primaria. Sin embargo, más extraño si cabe que la escrupulosa caligrafía era el hecho de que la nota se había escrito con pluma y tinta roja. ¿Tinta roja? El abuelo de Gurney había usado tinta roja. Tenía frasquitos redondos de tinta azul, verde y roja. Recordaba muy poco de su abuelo, pero recordaba la tinta. ¿Aún se vendía tinta roja para pluma?Gurney leyó la nota torciendo el gesto, luego volvió a leerla. No había ni saludo ni firma.

¿Crees en el destino? Yo sí, porque pensaba que no volvería a verte y, de repente, un día, allí estaba. Todo volvió: cómo sonaba, cómo se movía, y más que ninguna otra cosa, cómo pensaba. Si alguien te pidiera que pensaras en un número, yo sé en qué número pensarías. ¿No me crees? Te lo demostraré. Piensa en cualquier número del uno al mil: el primero que se te ocurra. Imagínatelo. Ahora verás lo bien que conozco tus secretos. Abre el sobrecito.

Un saludo
 
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Esta noche he recordado que en "La sombra del viento" de Carlos Ruiz Zafón se habla de una fabulosa Montblanc Meisterstück.

Daniel, el protagonista, que contaba con cinco años iba paseando de la mano de su padre y en el escaparate de una tienda de estilográficas de Barcelona ven una flamante Montblanc Meisterstück y entran a preguntar al vendedor y éste les asegura que había pertenecido a Victor Hugo :-), pero claro, su padre, librero, no puede permitirse el lujo de adquirirla en aquel momento.

Este es el fragmento:

Hubo un tiempo, de niño, en que quizá por haber crecido rodeado de libros y libreros, decidí que quería ser novelista y llevar una vida de melodrama La raíz de mi ensoñación literaria, además de esa maravillosa simplicidad con que todo se ve a los cinco años, era una prodigiosa pieza de artesanía y precisión que estaba expuesta en una tienda de plumas estilográficas en la calle de Anselmo Clavé, justo detrás del Gobierno Militar. El objeto de mi devoción, una suntuosa pluma negra ribeteada con sabía Dios cuántas exquisiteces y rúbricas, presidía el escaparate como si se tratase de una de las joyas de la corona. El plumín, un prodigio en sí mismo, era un delirio barroco de plata, oro y mil pliegues que relucía como el faro de Alejandría. Cuando mi padre me sacaba de paseo, yo no callaba hasta que me llevaba a ver la pluma. Mi padre decía que aquélla debía de ser, por lo menos, la pluma de un emperador. Yo, secretamente, estaba convencido de que con semejante maravilla se podía escribir cualquier cosa, desde novelas hasta enciclopedias, e incluso cartas cuyo poder tenía que estar por encima de cualquier limitación postal. En mi ingenuidad, creía que lo que yo pudiese escribir con aquella pluma llegaría a todas partes, incluido aquel sitio incomprensible al que mi padre decía que mi madre habíaido y del que no volvía nunca.
Un día se nos ocurrió entrar en la tienda a preguntar por el dichoso artilugio. Resultó ser que aquélla era la reina de las estilográficas, una Montblanc Meisterstück de serie numerada, que había pertenecido, o eso aseguraba el encargado con solemnidad, nada menos que a Víctor Hugo. De aquel plumín de oro, fuimos informados, había brotado el manuscrito de Los miserables.
—Tal y como el Vichy Catalán brota del manantial de Caldas —atestiguó el encargado. Según nos dijo, la había adquirido personalmente a un coleccionista venido de París y se había asegurado de la autenticidad de la pieza.
—¿Y qué precio tiene este caudal de prodigios, si no es mucho preguntar? —inquirió mi padre. La sola mención de la cifra le quitó el color de la cara, pero yo estaba ya encandilado de remate. El encargado, tomándonos quizá por catedráticos de física, procedió a endosarnos un galimatías incomprensible sobre las aleaciones de metales preciosos, esmaltes del Lejano Oriente y una revolucionaria teoría sobre émbolos y vasos comunicantes, todo ello parte de la ignota ciencia teutona que sostenía el trazo glorioso de aquel adalid de la tecnología gráfica. En su favor tengo que decir que, pese a que debíamos tener pinta de pelagatos, el encargado nos dejó manosear la pluma cuanto quisimos, la llenó de tinta para nosotros y me ofreció un pergamino para que pudiese anotar mi nombre y así iniciar mi carrera literaria a la zaga de Víctor Hugo. Luego, tras darle con un paño para sacarle de nuevo el lustre, la devolvió a su trono de honor.
—Quizá otro día —musitó mi padre.

Una vez en la calle, me dijo con voz mansa que no nos podíamos permitir su precio. La librería daba lo justo para mantenernos y enviarme a un buen colegio. La pluma Montblanc del augusto Víctor Hugo tendría que esperar. Yo no dije nada, pero mi padre debió de leer la decepción en mi rostro.
—Haremos una cosa —propuso—. Cuando ya tengas edad de empezar a escribir, volvemos y la compramos.

—¿Y si se la llevan antes?

—Ésta no se la lleva nadie, créeme. Y si no, le pedimos a don Federico que nos haga una, que ese hombre tiene las manos de oro...

....
Don Federico de todo lo que sea alemán entiende un rato y es capaz de hacer un Volkswagen, si hace falta. Además, habría que ver si ya existían las estilográficas en tiempos de Víctor Hugo. Hay mucho vivo suelto. A mí, el escepticismo historicista de mi padre me resbalaba. Yo creía la leyenda a pies juntillas, aunque no veía con malos ojos que don Federico me fabricase un sucedáneo. Tiempo habría para ponerse a la altura de Víctor Hugo. Para mi consuelo, y tal como había predicho mi padre, la pluma Montblanc permaneció durante años en aquel escaparate, que visitábamos religiosamente cada sábado por la mañana.
—Aún esta ahí —decía yo, maravillado.
—Te espera —decía mi padre—. Sabe que algún día será tuya y que escribirás una obra maestra con ella.

—Yo quiero escribir una carta. A mamá. Para que no se sienta sola.
Mi padre me observó sin pestañear.
—Tu madre no está sola, Daniel. Está con Dios. Y con nosotros, aunque no podamos verla.

.......................................................
Pasados unos años su padre le regala la pluma en uno de los cumpleaños de Daniel:


—Al menos abre tu regalo antes de irte a la cama —dijo mi padre.
Señaló el paquete envuelto en papel de celofán que había depositado la noche anterior sobre la mesa del comedor. Dudé un instante. Mi padre asintió. Tomé el paquete y lo sopesé. Se lo tendí a mi padre sin abrir.
—Lo mejor es que lo devuelvas. No merezco ningún regalo.
—Los regalos se hacen por gusto del que regala, no por mérito del que recibe —dijo mi padre—. Además, ya no se puede devolver. Ábrelo.
Deshice el cuidadoso envoltorio en la penumbra del alba. El paquete contenía una caja de madera labrada, reluciente, ribeteada con remaches dorados. Se me iluminó la sonrisa antes de abrirla. El sonido del cierre al abrirse era exquisito, de mecanismo de relojería. El interior del estuche venía recubierto de terciopelo azul oscuro. La fabulosa Montblanc Meinsterstück de Víctor Hugo descansaba en el centro, deslumbrante. La tomé en mis manos y la contemplé al reluz del balcón. Sobre la pinza de oro del capuchón había grabada una inscripción.

Daniel Sempere,1953

Miré a mi padre, boquiabierto. No creo haberle visto nunca tan feliz como me lo pareció en aquel instante. Sin mediar palabra, se levantó de la butaca y me abrazó confuerza. Sentí que se me encogía la garganta y, a falta de palabras, me mordí la voz.

...
.........................
Pasados más años:

Pasé la noche en vela, tendido sobre el lecho con la luz encendida contemplando mi flamante pluma Montblanc, con la que no había vuelto a escribir en años y que empezaba a convertirse en el mejor par de guantes que jamás se le haya regalado a un manco. Más de una vez me sentí tentado de acercarme a casa de los Aguilar y, a falta de mejor término, entregarme, pero tras mucha meditación supuse que irrumpir de madrugada en el domicilio paterno de Bea no iba a mejorar mucho la situación en la que se encontrase. Al alba, el cansancio y la dispersión me ayudaron a localizar de nuevo mi proverbial egoísmo y no tardé en convencerme de que lo óptimo era dejar correr las aguas y, con el tiempo, el río se llevaría la sangre.


Por favor, que nadie diga que Zafón no tiene ni idea de plumas, que la montblanc no existía en los tiempos de Victor Hugo, como leí en su día en un hilo, porque es una licencia literaria, el propio niño dice: "Yo creía en la leyenda a pies juntillas, ...
Además, habría que ver si ya existían las estilográficas en tiempos de Víctor Hugo". Que se trata de un niño de cinco años!!!


Un saludo













 
Última edición:
Excelentes citas :ok:: Yo también he leído en diversos libros referencias sobre plumas, tintas y escritos... pero lamentablemente no se me ocurrió registrarlas para luego acordarme y recuperarlas. Me habéis dado una nueva idea. Gracias a todos.
 
Esta noche he recordado que en "La sombra del viento" de Carlos Ruiz Zafón se habla de una fabulosa Montblanc Meisterstück.

Daniel, el protagonista, que contaba con cinco años iba paseando de la mano de su padre y en el escaparate de una tienda de estilográficas de Barcelona ven una flamante Montblanc Meisterstück y entran a preguntar al vendedor y éste les asegura que había pertenecido a Victor Hugo :-), pero claro, su padre, librero, no puede permitirse el lujo de adquirirla en aquel momento.

Este es el fragmento:

Hubo un tiempo, de niño, en que quizá por haber crecido rodeado de libros y libreros, decidí que quería ser novelista y llevar una vida de melodrama La raíz de mi ensoñación literaria, además de esa maravillosa simplicidad con que todo se ve a los cinco años, era una prodigiosa pieza de artesanía y precisión que estaba expuesta en una tienda de plumas estilográficas en la calle de Anselmo Clavé, justo detrás del Gobierno Militar. El objeto de mi devoción, una suntuosa pluma negra ribeteada con sabía Dios cuántas exquisiteces y rúbricas, presidía el escaparate como si se tratase de una de las joyas de la corona. El plumín, un prodigio en sí mismo, era un delirio barroco de plata, oro y mil pliegues que relucía como el faro de Alejandría. Cuando mi padre me sacaba de paseo, yo no callaba hasta que me llevaba a ver la pluma. Mi padre decía que aquélla debía de ser, por lo menos, la pluma de un emperador. Yo, secretamente, estaba convencido de que con semejante maravilla se podía escribir cualquier cosa, desde novelas hasta enciclopedias, e incluso cartas cuyo poder tenía que estar por encima de cualquier limitación postal. En mi ingenuidad, creía que lo que yo pudiese escribir con aquella pluma llegaría a todas partes, incluido aquel sitio incomprensible al que mi padre decía que mi madre habíaido y del que no volvía nunca.
Un día se nos ocurrió entrar en la tienda a preguntar por el dichoso artilugio. Resultó ser que aquélla era la reina de las estilográficas, una Montblanc Meisterstück de serie numerada, que había pertenecido, o eso aseguraba el encargado con solemnidad, nada menos que a Víctor Hugo. De aquel plumín de oro, fuimos informados, había brotado el manuscrito de Los miserables.
—Tal y como el Vichy Catalán brota del manantial de Caldas —atestiguó el encargado. Según nos dijo, la había adquirido personalmente a un coleccionista venido de París y se había asegurado de la autenticidad de la pieza.
—¿Y qué precio tiene este caudal de prodigios, si no es mucho preguntar? —inquirió mi padre. La sola mención de la cifra le quitó el color de la cara, pero yo estaba ya encandilado de remate. El encargado, tomándonos quizá por catedráticos de física, procedió a endosarnos un galimatías incomprensible sobre las aleaciones de metales preciosos, esmaltes del Lejano Oriente y una revolucionaria teoría sobre émbolos y vasos comunicantes, todo ello parte de la ignota ciencia teutona que sostenía el trazo glorioso de aquel adalid de la tecnología gráfica. En su favor tengo que decir que, pese a que debíamos tener pinta de pelagatos, el encargado nos dejó manosear la pluma cuanto quisimos, la llenó de tinta para nosotros y me ofreció un pergamino para que pudiese anotar mi nombre y así iniciar mi carrera literaria a la zaga de Víctor Hugo. Luego, tras darle con un paño para sacarle de nuevo el lustre, la devolvió a su trono de honor.
—Quizá otro día —musitó mi padre.

Una vez en la calle, me dijo con voz mansa que no nos podíamos permitir su precio. La librería daba lo justo para mantenernos y enviarme a un buen colegio. La pluma Montblanc del augusto Víctor Hugo tendría que esperar. Yo no dije nada, pero mi padre debió de leer la decepción en mi rostro.
—Haremos una cosa —propuso—. Cuando ya tengas edad de empezar a escribir, volvemos y la compramos.

—¿Y si se la llevan antes?

—Ésta no se la lleva nadie, créeme. Y si no, le pedimos a don Federico que nos haga una, que ese hombre tiene las manos de oro...

....
Don Federico de todo lo que sea alemán entiende un rato y es capaz de hacer un Volkswagen, si hace falta. Además, habría que ver si ya existían las estilográficas en tiempos de Víctor Hugo. Hay mucho vivo suelto. A mí, el escepticismo historicista de mi padre me resbalaba. Yo creía la leyenda a pies juntillas, aunque no veía con malos ojos que don Federico me fabricase un sucedáneo. Tiempo habría para ponerse a la altura de Víctor Hugo. Para mi consuelo, y tal como había predicho mi padre, la pluma Montblanc permaneció durante años en aquel escaparate, que visitábamos religiosamente cada sábado por la mañana.
—Aún esta ahí —decía yo, maravillado.
—Te espera —decía mi padre—. Sabe que algún día será tuya y que escribirás una obra maestra con ella.

—Yo quiero escribir una carta. A mamá. Para que no se sienta sola.
Mi padre me observó sin pestañear.
—Tu madre no está sola, Daniel. Está con Dios. Y con nosotros, aunque no podamos verla.

.......................................................
Pasados unos años su padre le regala la pluma en uno de los cumpleaños de Daniel:


—Al menos abre tu regalo antes de irte a la cama —dijo mi padre.
Señaló el paquete envuelto en papel de celofán que había depositado la noche anterior sobre la mesa del comedor. Dudé un instante. Mi padre asintió. Tomé el paquete y lo sopesé. Se lo tendí a mi padre sin abrir.
—Lo mejor es que lo devuelvas. No merezco ningún regalo.
—Los regalos se hacen por gusto del que regala, no por mérito del que recibe —dijo mi padre—. Además, ya no se puede devolver. Ábrelo.
Deshice el cuidadoso envoltorio en la penumbra del alba. El paquete contenía una caja de madera labrada, reluciente, ribeteada con remaches dorados. Se me iluminó la sonrisa antes de abrirla. El sonido del cierre al abrirse era exquisito, de mecanismo de relojería. El interior del estuche venía recubierto de terciopelo azul oscuro. La fabulosa Montblanc Meinsterstück de Víctor Hugo descansaba en el centro, deslumbrante. La tomé en mis manos y la contemplé al reluz del balcón. Sobre la pinza de oro del capuchón había grabada una inscripción.

Daniel Sempere,1953

Miré a mi padre, boquiabierto. No creo haberle visto nunca tan feliz como me lo pareció en aquel instante. Sin mediar palabra, se levantó de la butaca y me abrazó confuerza. Sentí que se me encogía la garganta y, a falta de palabras, me mordí la voz.

...
.........................
Pasados más años:

Pasé la noche en vela, tendido sobre el lecho con la luz encendida contemplando mi flamante pluma Montblanc, con la que no había vuelto a escribir en años y que empezaba a convertirse en el mejor par de guantes que jamás se le haya regalado a un manco. Más de una vez me sentí tentado de acercarme a casa de los Aguilar y, a falta de mejor término, entregarme, pero tras mucha meditación supuse que irrumpir de madrugada en el domicilio paterno de Bea no iba a mejorar mucho la situación en la que se encontrase. Al alba, el cansancio y la dispersión me ayudaron a localizar de nuevo mi proverbial egoísmo y no tardé en convencerme de que lo óptimo era dejar correr las aguas y, con el tiempo, el río se llevaría la sangre.


Por favor, que nadie diga que Zafón no tiene ni idea de plumas, que la montblanc no existía en los tiempos de Victor Hugo, como leí en su día en un hilo, porque es una licencia literaria, el propio niño dice: "Yo creía en la leyenda a pies juntillas, ...
Además, habría que ver si ya existían las estilográficas en tiempos de Víctor Hugo". Que se trata de un niño de cinco años!!!


Un saludo














Lo que sí me pareció raro cuando leí la novela es que, en todas las ocasiones en que se menciona la pluma, aparece con una llamativa errata: "Meinsterstück" en lugar de "Meisterstück", como debe ser. ¿Asuntos de derechos? Y creo que en la primera edición al menos no aparecía la marca "Montblanc", sólo "Meinsterstück"...

Saludos.
 
Lo que sí me pareció raro cuando leí la novela es que, en todas las ocasiones en que se menciona la pluma, aparece con una llamativa errata: "Meinsterstück" en lugar de "Meisterstück", como debe ser. ¿Asuntos de derechos? Y creo que en la primera edición al menos no aparecía la marca "Montblanc", sólo "Meinsterstück"...

Saludos.

Tienes toda la razón, yo mismo he corregido esto en la mención que viene en negrita, pero no se a que se debe, puede ser plausible lo de los derechos, aunque se me hace raro que no se pueda citar un objeto cotidiano por su marca y modelo en una novela.
En la edición que yo leí en papel sí aparecía la mención a montblanc.

Por cierto, para mí mucho mejor "la sombra del viento", que la precuela "El juego del ángel" (que me tuve que leer dos veces ante lo sorprendido que me quedé al final). No he leído la tercera, "El prisionero del cielo".

Saludos
 
  • #10
Victor Hugo escribía con tinta Herbin, eso lo he visto en algún sitio pero no recuerdo
 
  • #11
En la novela "Las tres heridas" de Paloma Sánchez Garnica se alude en varios pasajes a plumas y tinta.

La novela transcurre en la época de la Guerra Civil. Los milicianos, al inicio de la guerra, saquean una vivienda en la que el padre de una de las protagonistas (Teresa) tenía una colección de plumas en su vivienda de la calle General Martínez Campos de Madrid. Pongo dos pasajes de la novela:

Teresa no dejaba de observar al hombre al que llamaban Lillo; era alto y delgado, el pelo rubio, los ojos claros, y una piel blanca y pecosa. Llevaba unas gafas de doctor con aire intelectual, que encajaban mal con la ropa poco elegante que vestía: pantalones de loneta oscuros y raídos, atados con una cuerda a la cintura, una camisa blanca, sucia y sudada; sus ojeras y la barba de varios días evidenciaban un cansancio acumulado.
Durante un buen rato, estuvieron sacando cuadros, algunos muebles, mantas, sábanas y todo lo que encontraron que pudiera tener cierto valor, o simplemente, cosas que no habían tenido nunca en sus manos, como parte de una colección de plumas estilográficas, que se repartieron con regocijo.
— Si yo no sé hacer la o con un canuto —rió uno, mirando la pluma sin saber siquiera como abrirla.

— Pues así aprendes, que con una de éstas se firman los menesteres de los ricos.


---------------

Abrió otro cajón y sacó una pluma y varios lapiceros. Se los tendió también, regocijándose en la cara de sorpresa de Mercedes, una sorpresa agradecida.
— La pluma tiene muy poca tinta; luego entraré al despacho de mi padre y le cogeré un tintero. Le gustan mucho las plumas. Había conseguido reunir una colección preciosa, pero los milicianos se llevaron casi todas.
Mercedes cogió la pluma y los lapiceros. Como si fuera una niña al descubrir los juguetes que los Reyes de Oriente le han dejado junto a sus viejos zapatos, abrió uno de los cuadernos, desenroscó la pluma y, con miedo, escribió las primeras palabras rasgando el papel pautado: «Sábado, 12 de septiembre de 1936. Madrid. Mi querido Andrés.» Levantó la cabeza, manteniendo la pluma en el aire sobre el cuaderno. Se dio cuenta entonces que ya había pasado casi un mes desde que se lo habían llevado, arrancándole bruscamente de su vida. Dio un largo suspiro, y se volvió hacia Teresa y notó algo raro en ella.


Un saludo


 
Última edición:
  • #12
Esta noche he recordado que en "La sombra del viento" de Carlos Ruiz Zafón se habla de una fabulosa Montblanc Meisterstück.

Daniel, el protagonista, que contaba con cinco años iba paseando de la mano de su padre y en el escaparate de una tienda de estilográficas de Barcelona ven una flamante Montblanc Meisterstück y entran a preguntar al vendedor y éste les asegura que había pertenecido a Victor Hugo :-), pero claro, su padre, librero, no puede permitirse el lujo de adquirirla en aquel momento.

Este es el fragmento:

Hubo un tiempo, de niño, en que quizá por haber crecido rodeado de libros y libreros, decidí que quería ser novelista y llevar una vida de melodrama La raíz de mi ensoñación literaria, además de esa maravillosa simplicidad con que todo se ve a los cinco años, era una prodigiosa pieza de artesanía y precisión que estaba expuesta en una tienda de plumas estilográficas en la calle de Anselmo Clavé, justo detrás del Gobierno Militar. El objeto de mi devoción, una suntuosa pluma negra ribeteada con sabía Dios cuántas exquisiteces y rúbricas, presidía el escaparate como si se tratase de una de las joyas de la corona. El plumín, un prodigio en sí mismo, era un delirio barroco de plata, oro y mil pliegues que relucía como el faro de Alejandría. Cuando mi padre me sacaba de paseo, yo no callaba hasta que me llevaba a ver la pluma. Mi padre decía que aquélla debía de ser, por lo menos, la pluma de un emperador. Yo, secretamente, estaba convencido de que con semejante maravilla se podía escribir cualquier cosa, desde novelas hasta enciclopedias, e incluso cartas cuyo poder tenía que estar por encima de cualquier limitación postal. En mi ingenuidad, creía que lo que yo pudiese escribir con aquella pluma llegaría a todas partes, incluido aquel sitio incomprensible al que mi padre decía que mi madre habíaido y del que no volvía nunca.
Un día se nos ocurrió entrar en la tienda a preguntar por el dichoso artilugio. Resultó ser que aquélla era la reina de las estilográficas, una Montblanc Meisterstück de serie numerada, que había pertenecido, o eso aseguraba el encargado con solemnidad, nada menos que a Víctor Hugo. De aquel plumín de oro, fuimos informados, había brotado el manuscrito de Los miserables.
—Tal y como el Vichy Catalán brota del manantial de Caldas —atestiguó el encargado. Según nos dijo, la había adquirido personalmente a un coleccionista venido de París y se había asegurado de la autenticidad de la pieza.
—¿Y qué precio tiene este caudal de prodigios, si no es mucho preguntar? —inquirió mi padre. La sola mención de la cifra le quitó el color de la cara, pero yo estaba ya encandilado de remate. El encargado, tomándonos quizá por catedráticos de física, procedió a endosarnos un galimatías incomprensible sobre las aleaciones de metales preciosos, esmaltes del Lejano Oriente y una revolucionaria teoría sobre émbolos y vasos comunicantes, todo ello parte de la ignota ciencia teutona que sostenía el trazo glorioso de aquel adalid de la tecnología gráfica. En su favor tengo que decir que, pese a que debíamos tener pinta de pelagatos, el encargado nos dejó manosear la pluma cuanto quisimos, la llenó de tinta para nosotros y me ofreció un pergamino para que pudiese anotar mi nombre y así iniciar mi carrera literaria a la zaga de Víctor Hugo. Luego, tras darle con un paño para sacarle de nuevo el lustre, la devolvió a su trono de honor.
—Quizá otro día —musitó mi padre.

Una vez en la calle, me dijo con voz mansa que no nos podíamos permitir su precio. La librería daba lo justo para mantenernos y enviarme a un buen colegio. La pluma Montblanc del augusto Víctor Hugo tendría que esperar. Yo no dije nada, pero mi padre debió de leer la decepción en mi rostro.
—Haremos una cosa —propuso—. Cuando ya tengas edad de empezar a escribir, volvemos y la compramos.

—¿Y si se la llevan antes?

—Ésta no se la lleva nadie, créeme. Y si no, le pedimos a don Federico que nos haga una, que ese hombre tiene las manos de oro...

....
Don Federico de todo lo que sea alemán entiende un rato y es capaz de hacer un Volkswagen, si hace falta. Además, habría que ver si ya existían las estilográficas en tiempos de Víctor Hugo. Hay mucho vivo suelto. A mí, el escepticismo historicista de mi padre me resbalaba. Yo creía la leyenda a pies juntillas, aunque no veía con malos ojos que don Federico me fabricase un sucedáneo. Tiempo habría para ponerse a la altura de Víctor Hugo. Para mi consuelo, y tal como había predicho mi padre, la pluma Montblanc permaneció durante años en aquel escaparate, que visitábamos religiosamente cada sábado por la mañana.
—Aún esta ahí —decía yo, maravillado.
—Te espera —decía mi padre—. Sabe que algún día será tuya y que escribirás una obra maestra con ella.

—Yo quiero escribir una carta. A mamá. Para que no se sienta sola.
Mi padre me observó sin pestañear.
—Tu madre no está sola, Daniel. Está con Dios. Y con nosotros, aunque no podamos verla.

.......................................................
Pasados unos años su padre le regala la pluma en uno de los cumpleaños de Daniel:


—Al menos abre tu regalo antes de irte a la cama —dijo mi padre.
Señaló el paquete envuelto en papel de celofán que había depositado la noche anterior sobre la mesa del comedor. Dudé un instante. Mi padre asintió. Tomé el paquete y lo sopesé. Se lo tendí a mi padre sin abrir.
—Lo mejor es que lo devuelvas. No merezco ningún regalo.
—Los regalos se hacen por gusto del que regala, no por mérito del que recibe —dijo mi padre—. Además, ya no se puede devolver. Ábrelo.
Deshice el cuidadoso envoltorio en la penumbra del alba. El paquete contenía una caja de madera labrada, reluciente, ribeteada con remaches dorados. Se me iluminó la sonrisa antes de abrirla. El sonido del cierre al abrirse era exquisito, de mecanismo de relojería. El interior del estuche venía recubierto de terciopelo azul oscuro. La fabulosa Montblanc Meinsterstück de Víctor Hugo descansaba en el centro, deslumbrante. La tomé en mis manos y la contemplé al reluz del balcón. Sobre la pinza de oro del capuchón había grabada una inscripción.

Daniel Sempere,1953

Miré a mi padre, boquiabierto. No creo haberle visto nunca tan feliz como me lo pareció en aquel instante. Sin mediar palabra, se levantó de la butaca y me abrazó confuerza. Sentí que se me encogía la garganta y, a falta de palabras, me mordí la voz.

...
.........................
Pasados más años:

Pasé la noche en vela, tendido sobre el lecho con la luz encendida contemplando mi flamante pluma Montblanc, con la que no había vuelto a escribir en años y que empezaba a convertirse en el mejor par de guantes que jamás se le haya regalado a un manco. Más de una vez me sentí tentado de acercarme a casa de los Aguilar y, a falta de mejor término, entregarme, pero tras mucha meditación supuse que irrumpir de madrugada en el domicilio paterno de Bea no iba a mejorar mucho la situación en la que se encontrase. Al alba, el cansancio y la dispersión me ayudaron a localizar de nuevo mi proverbial egoísmo y no tardé en convencerme de que lo óptimo era dejar correr las aguas y, con el tiempo, el río se llevaría la sangre.


Por favor, que nadie diga que Zafón no tiene ni idea de plumas, que la montblanc no existía en los tiempos de Victor Hugo, como leí en su día en un hilo, porque es una licencia literaria, el propio niño dice: "Yo creía en la leyenda a pies juntillas, ...
Además, habría que ver si ya existían las estilográficas en tiempos de Víctor Hugo". Que se trata de un niño de cinco años!!!


Un saludo













Yo tambien he leido este libro y al leer de que iba el hilo me he acordado justamente de esto, gracias por refrescarme la memoria con este episodio acerca de Daniel, su padre y la preciosa y ansiada Montblanc Meisterstück.
Un saludo.
 
  • #13
En el Tango de la Guardia Vieja, de Pérez-Reverte el protagonista posee una Duofold
 
  • #14
Hace algún tiempo, este verano para ser más exacto, comencé a leer las obras completas de Sir Arthur Conan Doyle.

En lugar de leerlas de forma cronológica, decidí comenzar por una obra que nunca antes había leído: "El Sabueso de los Baskerville". Esta novela fue publicada por entregas en el "The Strand Magazine" entre 1901 y 1902.

Recuerdo que al leer un pasaje de la novela, en el que se criticaba la calidad de ciertas plumas y tintas, no pude evitar una sonrisa y tampoco pude evitar pensar en cuántos pasajes literarios, desconocidos para mí, se harían mención de nuestras amadas plumas y tintas.

Antes de poner el pasaje en cuestión, me gustaría invitaros a añadir a este hilo aquellos pasajes literarios que conozcáis en las que las plumas y las tintas sean protagonistas. Así, quizá consigamos entre todos fomentar el interés por la lectura de dichas obras literarias.

El fragmento es este:

"-Estamos entrando en el terreno de las conjeturas -dijo el doctor Mortimer.

-Digamos, más bien, en el terreno donde sopesamos posibilidades y elegimos la más probable. Es el uso científico de la imaginación, pero siempre tenemos una base material sobre la que apoyar nuestras especulaciones. Sin duda puede usted llamarlo conjetura, pero estoy casi seguro de que estas señas se han escrito en un hotel. -¿Cómo demonios puede usted saberlo?

-Si las examina cuidadosamente descubrirá que tanto la pluma como la tinta han causado problemas a la persona que escribía. La pluma ha emborronado dos veces la misma palabra y se ha quedado seca tres veces en muy poco tiempo, lo que demuestra que había muy poca tinta en el tintero. Ahora bien, raras veces se permite que una pluma o un tintero personales lleguen a esa situación, y la combinación de las dos ha de ser bastante rara. Pero todos ustedes conocen las plumas y los tinteros de los hoteles, donde lo raro es encontrar otra cosa. Sí: afirmo casi sin lugar a duda que si pudiéramos examinar el contenido de las papeleras de los hoteles de los alrededores de Charing Cross hasta encontrar el resto del mutilado editorial del Times podríamos descubrir a la persona que envió este singular mensaje. ¡Vaya, vaya! ¿Qué es esto?...."

Espero que os haya gustado.

Un abrazo :friends::popcorn:
ç

Precisamente, "el sabueso de los Baskerville" fue la primera novela que leí de Conan Doyle, hace ya muchos años, en la adolescencia. Recientemente y lejana ya la pubertad, leí la segunda: "el valle del miedo". Las dos, son sencillamente deliciosas.
Saludos.
 
  • #15
En el Tango de la Guardia Vieja, de Pérez-Reverte el protagonista posee una Duofold

Precisamente, Pérez Revere escribe a diario a ordenador, lo imprime y realiza las correcciones del día con una Montblanc Meisterstück. En alguna foto de alguna entrevista que le han hecho, he visto a la susodicha y diría que es una 146.
Saludos.
 
  • #16
Umberto Eco en "El nombre de la rosa" refleja el ambiente de algo tan propio de este foro como es un scriptorium monástico, refiriéndose a plumas y tintas diciendo:

"En cada mesa había todo lo necesario para ilustrar y copiar: cuernos con tinta, plumas finas, que algunos monjes estaban afinando con unos cuchillos muy delgados, piedra pómez para alisar el pergamino, reglas para trazar las líneas sobre las que luego se escribiría... Y algunos monjes tenían tintas de oro y de otros colores..."
 
  • #17
A mi hay un libro que me gusta mucho y en el que el papel y un plumín son eje central de una idea.
En una época en la que pensar y plasmar está prohibido, el protagonista se juega la vida por el simple hecho de hacer algo tan habitual para nosotros. Lo cual si lo pensáis...que duro sería.

Lo que ahora se disponía Winston a hacer era abrir su Diario. Esto no se consideraba
ilegal (en realidad, nada era ilegal, ya que no existían leyes), pero si lo detenían podía
estar seguro de que lo condenarían a muerte, o por lo menos a veinticinco años de
trabajos forzados. Winston puso un plumín en el portaplumas y lo chupó primero para
quitarle la grasa. La pluma era ya un instrumento arcaico. Se usaba rarísimas veces, ni
siquiera para firmar, pero él se había procurado una, furtivamente y con mucha dificultad,
simplemente porque tenía la sensación de que el bello papel cremoso merecía una pluma
de verdad en vez de ser rascado con un lápiz tinta. Pero lo malo era que no estaba
acostumbrado a escribir a mano. Aparte de las notas muy breves, lo corriente era
dictárselo todo al hablescribe, totalmente inadecuado para las circunstancias actuales.
Mojó la pluma en la tinta y luego dudó unos instantes. En los intestinos se le había
producido un ruido que podía delatarle. El acto trascendental, decisivo, era marcar el
papel. En una letra pequeña e inhábil escribió:
4 de abril de 1984
 
  • #18
Conan Doyle prestaba mucha atención a las plumas y las tintas, recuerdo un par de casos en las que Holmes resolvía en parte sus casos por datos sacados de la escritura y peculiaridades de las plumas.
 
  • #19
Hola a todos.

Soy nuevo en este foro (me he presentado en la sección de presentaciones del foro general, no sé si también hay que hacerlo aquí). Espero disfrutar participando tanto como hasta ahora lo he hecho leyendo vuestros valiosísimo comentarios. Para estrenarme se me ha ocurrido reavivar este hilo, que me parece muy interesante.
Hace poco he terminado de leer una excelente novela del escritor irlandés John Banville, "El mar". Al despedirse de la casa de huéspedes en que se alojaba, el protagonista de la novela recibe como regalo de un viejo militar retirado, que también se aloja en el mismo lugar, una estilográfica Swan:

"... me ha entregado un regalo de despedida, una pluma estilográfica, una Swan, es tan vieja como él, diría yo, todavía en la caja, en un lecho de papel amarillento. Estoy escribiendo estas palabras con esa pluma, tiene un trazo elegante, liso y veloz, con alguna esporádica mancha. Me pregunto de dónde la ha sacado, no sé qué decir.
—No diga nada --ha dicho--. Yo nunca la he usado, usted debería tenerla, para escribir y lo que quiera".

A lo mejor alguno de los foreros tiene una Swan como la que desrcibe Banville: de trazo elegante, liso y veloz... ¡Lástima lo de las "manchas esporádicas"!
 
  • #20
Ni que se hubiera inspirado el autor en mi MT Swan Leverless. Una vieja negra con manchas de deterioro de la ebonita, de trazo elegante, liso y veloz.
Buena cita.
 
  • #21
Excelente inicio Sparafucile :ok::.

Por cierto, bienvenido/a al foro :friends:
 
  • #22
Bienvenido al foro Sparafucile (espero que no seas tan malo como el personaje del Rigoletto de Verdi :) ), bonita cita la de la swan. Gracias.

Un saludo
 
  • #23
Sí, cierto, en 1984 el protagonista tiene pluma.

Ana Frank, en su diario, habla de su pluma también... Y cómo esta se quemó, por accidente, en la estufa de su escondite. Si recuerdo en qué parte del diario lo contaba, lo copio por aquí :)
 
  • #24
Bienvenido al foro Sparafucile (espero que no seas tan malo como el personaje del Rigoletto de Verdi :) ), bonita cita la de la swan. Gracias.

Un saludo
Bienvenido... aunque te explico que tu nickname me produce bastante repelús. Lo tengo tan asociado al asesino a sueldo de Rigoletto que me cuesta romper este vínculo mental :-( Tu elección no deja de ser un experimento psicológico, ya que supongo que habrás pensado en que a algunos este fenómeno de rechaza podría producirse. Por lo tanto, presumo ;-) que eres lo bastante joven como para complacerte con ello.
 
  • #25
Gracias a todos por la acogida que habéis tenido con mi primera intervención, ¡pese al recelo que ha despertado mi nickname en Zimmerman y Brigantinus! Rigoletto es una de mis óperas favoritas, aunque confieso que Sparafucile no es el personaje con el que más me siento identificado. Me tira más el Duque de Mantua (aunque tampoco es un ejemplo de virtudes, pero al menos se entrega a placeres menos cruentos que la espada), pero el Duque de Mantua yo lo tengo asociado a la figura de mi admirado Alfredo Kraus y me sabe mal usurparle un personaje que él encarnó a la perfección.
 
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