Los coleccionistas de relojes vintage son una especie rara. Intentar saber qué les gusta (y sobre todo, por qué les gusta) es una tarea prácticamente imposible para el no coleccionista. Ya sé que queda muy gracioso decir que son una cuadrilla de zumbados que prefieren las cosas sin arreglar que las cosas arregladas, pero la realidad es un poquito más compleja. Y sí, las obras de arte, y los coches se restauran... cuando están estropeados. Pero... ¿no sería fantástico que un cuadro del Greco se hubiese conservado en estado original? Y ¿no valdría más un alas de gaviota que no hubiese tenido que pasar por chapa y pintura, una auténtica pieza de museo?
Pues con los vintagistas pasa lo mismo; el valor de colección lo da la especialidad de la pieza; y es mucho más especial una pieza en estado original que una pieza restaurada. Un Speedy Pro lo tiene cualquiera que pague tres mil euros y vaya al concesionario Omega más cercano. Un Speedy pro restaurado también lo tiene el que haya conseguido un Speedy pro en cualquier estado de conservación y haya pagado 600 euros (más o menos), para su restauración en la central de Omega, o lo que le cobren en un taller de relojería que no sea concesionario. Para el coleccionista de vintage, el valor lo tiene la pieza rara que puede mantenerse en estado original.
Evidentemente, a partir de un determinado estado, hasta el más acérrimo coleccionista reconocerá que es mejor restaurar una pieza que no restaurarla. Y esa pieza habrá dejado de tener valor de colección en el momento en el que su estado obliga a restaurarla. Con una buena restauración, la pieza estropeada ganará parte del valor que había perdido al deteriorarse, pero nunca recuperará todo el valor de la pieza que no necesita restauración.
Ahora bien, si nos dejamos de bromas, el sueño del coleccionista de vintage es dar con una pieza en perfecto estado original, precisamente porque eso es lo que aporta rareza y valor de colección a la pieza. Tener cuarenta o cincuenta años y no haber necesitado restauración. Ese, y no el tener un dial que parezca salido del mar de los sargazos, es el auténtico grial del coleccionista. Personalmente, nunca he visto a un coleccionista serio tener un reloj lleno de mierda. Normalmente se limpian y en muchas ocasiones, cuando la pieza ha empezado el proceso de deterioro, pero este no está avanzado, se estabiliza el deterioro con lacados correctamente realizados.
Los no coleccionistas de vintage suelen preferir los relojes nuevos, y alternativamente, cuando no les queda más remedio, se conforman con relojes antiguos a los que no dudan en someter a un proceso de rejuvenecimiento. Me parece respetabilísimo. Pero una cosa que se debe tener en cuenta es lo que digo al principio de este párrafo: los no coleccionistas de vintage prefieren los relojes nuevos. Un no-coleccionista siempre pagará menos que un coleccionista vintage por una pieza coleccionable. Que el dueño de una pieza coleccionable elimine el valor que el vintagista atribuye al estado original es una decisión irreprochable, si se toma con conocimiento de causa.
Hablando específicamente de los Speedy, los más valorados son los 321 y los primeros 821, con todas sus infinitas variedades y combinaciones, brazaletes originales o las milanesas JB... hasta se valoran los calendarios mes visto que se ponían en esas milanesas. Esos brazaletes son objetivamente maluchos, pero tienen un tremendo valor económico. También podemos decirle al propietario que los quite y que ponga un brazalete moderno de los buenos, pero en el camino estaría perdiendo más de 1000 euros de valor.
En conclusión, yo, antes de renovar un Speedy pro, trataría de averiguar qué modelo exacto es, qué valor tiene para los coleccionistas, y después tomaría mi decisión. Que perfectamente podría ser venderlo a un coleccionista y comprarme uno nuevo a mi gusto de no coleccionista.