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Las plumas en Duelo.

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Juvenal

Novat@
Sin verificar
Hace unas horas, mi estilográfica se negó a seguir el trazado que con tanto ahínco había comenzado la semana pasada; intentaba agregar algunas páginas de algo que parece una fantasía, pero no lo es, y por eso decidí dejar que las palabras fluyeran por sí solas tomando de ejemplo la obra de Roberto Bolaño, "Amuleto", pero aún así, la pluma negaba el flujo de la tinta. Una Meistertück Solitaire Silver de Montblanc que apenas asomaba un punto por ahí otra raya corta por allá. Hoy mi pluma permanece guardada, en el cómodo estuche cual maja en su dulce lecho. Le he agregado un moño negro, pues un aviso de esos que vienen sin explicación me ha dejado con un espasmo que aún ronda el oscuro laberinto de mi pensamiento. Ha muerto un amigo, un maestro, un sabio y un modelo forjado con el matiz de los ejemplos; descanse en paz José de Souda (mejor conocido como José Saramago) premio Nobel de literatura 1998.

Las plumas se han puesto de duelo, pero en nuestro pensamiento cabe que un hombre de la estatura de José Saramago, muere así; una manera bella para dejar esta vida. Ya viaja, supongo, en ese mar por donde suele navegar la barca de Caronte, burlando al Cancerbero que mi amigo y maestro describió en su novela "La Balsa de piedra". La laguna Estigia está ahí, en la leyenda, como un espejo de las aguas primordiales que antecedieron nuestro primerísimo contacto con la luz de este mundo. Que yo sepa, murió pleno en sus convicciones, ajeno al mito y la fábula divina, ambos, látigos invisibles para las voluntades atemorizadas por la ignorancia y el fanatismo; entre estos convencimientos y el sueño de que un mundo mejor es posible sin dioses, se despidió después de desayunar. Una conversación de esas que solía tener con su esposa y traductora, doña Pilar del Río. La muerte ocurrió rápida, sin agonías, sin rezos y sin extremaunciones inútiles y pueriles; no puede ser más bella la muerte, sobre todo cuando se padece lo que la ciencia médica describe como leucemia. En alguna ocasión nos preguntamos el por qué de la tristeza cuando la muerte hace su labor; hoy tenemos la respuesta, es simplemente una insoportable separación eterna, quizá temporal si prestamos atención a la metempsicosis, invento que parece tener su origen en el Egipto antiguo. En sus últimos días, Saramago no quiso hablar de eso, porque había algo más preocupante, lo que siempre le preocupaba; qué hará el mundo a partir de ésta estocada mortal en su corazón. Hablaba del derrame de petróleo y otras cobardías de los hombres del poder mundial que tienen el destino de la humanidad condenado a un terrible y prolongado sufrimiento.

El follaje literario se ensombrece, algunas flores en el jardín han palidecido mientras otras relucen sus corolas pretendiendo incorporarse al altar dedicado a las letras. Las plumas están de duelo, habrá que aguardar, esperaremos la antítesis, al fluir renovado de las tintas que de por sí ya anuncian lutos. Amenaza la lluvia aquí. El calor, el viento que ulula por los resquicios de las puertas y ventanas vienen como heraldos de una gran tormenta. En tiempos de la superstición se pensaría que se debe a la muerte de un gran hombre, pero estos tiempos son imprecisos y ya se ha visto que un día encierra las cuatro estaciones del año, además pasamos por el temporal donde las lluvias veraniegas acarician los campos para luego entregarse el uno al otro en torbellinos y majaderas copulaciones que no entendemos; sin embargo, todo puede ser tomado como un gesto de despedida del gran amigo y gran maestro. Estamos felices porque estamos ciertos que la muerte cumple su deber inevitable. Este silencio, la dulzura de un tajo limpio y casi instantáneo, alimenta nuestras esperanzas para cuando nos llegue la hora; ojalá la muerte tenga esa misericordia con nosotros, de segarnos sin dolores y sin contratiempos, eso sí, y como lo dice otro poeta, ojalá nos encuentre bien vivos, como sin duda Saramago lo estaba en su momento.

Las plumas están de duelo y lucen el moño negro, símbolo de la ausencia de luz. Tenía guardado éste sentimiento, estimado amigo Saramago, desde aquel día en que aceptaste la tregua que te ofreció la muerte, descansa en paz, nosotros seguiremos aguardando en el sueño, preludio de nuestra propia muerte y las plumas estarán prestas una vez acabado el luto. Mi más sentido pésame.

Juvenal Luz.

Saludos desde Guadalajara, México.
 
Bonita elegía, amigo Juvenal.

Yo no era muy aficionado a Don José, como no lo soy a las novelas digamos "clásicas", pero un amigo me recomendó "ensayo sobre la ceguera" y lo leí con sorprendido gusto, pues había esperado algo más farragoso.

Pero parece que este hombre vivió bastante bien su vida, y durante un buen montón de años, así que solo queda decir eso de "Descanse en Paz"
 
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