Jesús
Gran Cruz al Mérito Forero
Sin verificar
Gran cruz
Fue ayer por la mañana, pero todavía tengo la carne de gallina.
Eran las once y media de la mañana recién dadas, y él, tan puntual como siempre, ya me estaba esperando. Junto a él, como una fiera que se estuviera dando un descanso en su jornada de caza, dejando que el sol calentara su cuerpo musculado, brillando gris plata como un moderno cyborg, poderoso e invencible, su BMW M3 E46.
¿Nos tomamos algo en Getaria?
Venga, ¿lo llevas tú?
Ya tengo las llaves en la mano, y mi amigo se acomoda en el asiento del pasajero. Mejor así, no ha habido tiempo de pensarlo dos veces.
Entro en el asiento del conductor (no es que me siente en él; así te recogen los pétalos laterales en un M3), compruebo pedales y retrovisores (no toques nada, eh? que soy muy quisquilloso), inserto la llave, giro el contacto. Su corazón responde con un bramido, lleno, complejo, sinfónico. Me pongo en marcha.
Cauteloso, me encamino desde el parking a la salida a carretera abierta. Una vez en ella, acelero despacio. Me asombra ese sonido. Un par de rotondas más, pasar la variante, y ya estamos en camino.
Las marchas se suceden. Primera, segunda, tercera, cuarta. A medida que recorro los kilómetros voy atreviéndome más: treinta, cuarenta, cincuenta, kilómetros por hora... El corazón se me acelera. El motor sube y sube de vueltas, siempre pletórico de par.
Unos ciclistas ocupan casi todo el carril. Me sitúo detrás de ellos. Espero a tener visibilidad. Indico la maniobra de adelantamiento. La inicio, paso junto a ellos, y me pongo delante. Este coche es un aluvión de sensaciones.
Un leve repecho. Estoy en cuarta y recupero desde abajo. Ningún mal gesto, ningún tirón. Sólo par y más par. Bajo a tercera.
Entonces llega una pequeña recta. Acelero progresivamente. Dos mil, tres mil revoluciones... A cuatro mil revoluciones, con el corazón en un puño, meto cuarta. La curva está cerca, a quinientos metros. No dejo que el pánico se apodere de mí. Freno enérgicamente y me preparo para trazarla. El coche responde suave, neutro. Este coche lo perdona todo.
Al rato, ya hemos llegado. Me siento extenuado, enamorado, arrebatado.
El BMW M3 E46 es una bestia. Y yo la he dominado.
Eran las once y media de la mañana recién dadas, y él, tan puntual como siempre, ya me estaba esperando. Junto a él, como una fiera que se estuviera dando un descanso en su jornada de caza, dejando que el sol calentara su cuerpo musculado, brillando gris plata como un moderno cyborg, poderoso e invencible, su BMW M3 E46.
¿Nos tomamos algo en Getaria?
Venga, ¿lo llevas tú?
Ya tengo las llaves en la mano, y mi amigo se acomoda en el asiento del pasajero. Mejor así, no ha habido tiempo de pensarlo dos veces.
Entro en el asiento del conductor (no es que me siente en él; así te recogen los pétalos laterales en un M3), compruebo pedales y retrovisores (no toques nada, eh? que soy muy quisquilloso), inserto la llave, giro el contacto. Su corazón responde con un bramido, lleno, complejo, sinfónico. Me pongo en marcha.
Cauteloso, me encamino desde el parking a la salida a carretera abierta. Una vez en ella, acelero despacio. Me asombra ese sonido. Un par de rotondas más, pasar la variante, y ya estamos en camino.
Las marchas se suceden. Primera, segunda, tercera, cuarta. A medida que recorro los kilómetros voy atreviéndome más: treinta, cuarenta, cincuenta, kilómetros por hora... El corazón se me acelera. El motor sube y sube de vueltas, siempre pletórico de par.
Unos ciclistas ocupan casi todo el carril. Me sitúo detrás de ellos. Espero a tener visibilidad. Indico la maniobra de adelantamiento. La inicio, paso junto a ellos, y me pongo delante. Este coche es un aluvión de sensaciones.
Un leve repecho. Estoy en cuarta y recupero desde abajo. Ningún mal gesto, ningún tirón. Sólo par y más par. Bajo a tercera.
Entonces llega una pequeña recta. Acelero progresivamente. Dos mil, tres mil revoluciones... A cuatro mil revoluciones, con el corazón en un puño, meto cuarta. La curva está cerca, a quinientos metros. No dejo que el pánico se apodere de mí. Freno enérgicamente y me preparo para trazarla. El coche responde suave, neutro. Este coche lo perdona todo.
Al rato, ya hemos llegado. Me siento extenuado, enamorado, arrebatado.
El BMW M3 E46 es una bestia. Y yo la he dominado.