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Ramón Gómez de la Serna escribía en 1915: "¿Todo está en crisis? No, lo que pasa es que todo es cada vez más torpe, más trabado, más insidioso y más retardatario, lo que pasa es que todo es lo que era más descaradamente, con más cinismo y con más alardes de un declarado empedernimiento. Todo es más atravesado, más híbrido, más promiscuado. Todo está más encallecido, todo es más procaz bajo una etiqueta impasible y los móviles de todo son más serviles, más tendenciosos, más exclusivamente así que nunca”. Quizá aquel pronóstico encajaría mejor hoy con un público dispuesto a salir de otra crisis muy distinta.
El blanco y negro de Sorolla, cuya pintura arrastraba en sus primeros años naturalismo y coqueteos decadentistas, fue igualmente promiscuo. Unamuno despreciaba al pintor valenciano, inclinándose por la paleta negra de su contemporáneo Ignacio Zuloaga. Así mismo, Valle-Inclán, muy ligado al simbolismo, tampoco se decantaba por Sorolla. En un lado opuesto estaba el confeso “sorollista” Aureliano de Beruete, fundador de una dinastía de célebres historiadores del arte y cuyo hijo, Aureliano de Beruete y Moret, sería director del Museo del Prado entre 1918 y 1922. Por su parte, Blasco Ibáñez miraba con buenos ojos la obra del valenciano. También Azorín reconoció a Sorolla como gran pintor “desposado con la luz”, decía. Azorín fue, quizá por su estilo literario velado y sugerente, quien mejor conectó con alguna etapa de Sorolla, sobre todo con esos cuadros de costa valenciana donde “el aire da vida a los grises”, pues fue, según sus propias frases, “aire lo que ha pintado Sorolla y lo que sublima su pintura”.
Esa España en dos colores inspiró también el noventayochismo, los estudios estéticos sobre la propia imagen de España calaron en la vida cultural. Ciudades literarias como Madrid, Barcelona, Bilbao o Valencia, discutían sobre la identidad nacional, siempre dividida en dos corrientes genéricamente circunscritas a los cada vez más vagos conceptos de España negra (católica, tradicional, conservadora) y España blanca (pagana, liberal, progresista). Difuminadas aproximaciones a una realidad y un arte bien distintos, pues no se nutrían de una sola cosa, sino más bien, de la presencia esencial de dos elementos en conflicto: negro y blanco.
Pero lo que importa ahora es Soralla no Soroya.
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