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Lo que sé sobre toros y toreros.

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Al hilo del post publicado por Audemars, y siendo aficionado a la estética taurina, os pongo un artículo escrito por Arturo Pérez-Reverte, y publicado el 4 de mayo, en XLSemanal.

Espero que os guste, a los taurinos y a los antitaurinos.

Lo que sé sobre toros y toreros.

Hace cosa de un mes, por una de esas emboscadas que a veces te montan los amigos, anduve metido en pregones y otros fastos taurinos sevillanos. Fue agradable, como lo es todo en esa ciudad extraordinaria; y quedé agradecido a la gente de la Maestranza, amable y acogedora. Pero todo tiene sus daños colaterales. Ayer recibí una carta desde una ciudad donde cada año, en fiestas, matan a un toro a cuchilladas por las calles, preguntándome con mucha retranca cómo alguien que se manifiesta contrario a la muerte de los animales en general, y a la de los toros en particular, habla a favor del asunto. También me preguntan, de paso, cuánto trinqué por envainármela. Y como resulta que hoy no tengo nada mejor que contarles, voy a explicárselo al remitente. Con su permiso.

En primer lugar, yo nunca cobro por conferencias ni cosas así; considérenlo una chulería como otra cualquiera. Las pocas veces que largo en público suelo hacerlo gratis, por la cara. Y lo de Sevilla no fue una excepción. En cuanto a lo de los toros, diré aquí lo que dije allí: de la materia sé muy poco, o lo justo. En España, afirmar que uno sabe de toros es fácil. Basta la barra de un bar y un par de cañas. Sostenerlo resulta más complejo. Sostenerlo ante la gente de la Maestranza habría sido una arrogancia idiota. Yo de lo único que sé es de lo que sabe cualquiera que se fije: animales bravos y hombres valientes. El arte se lo dejo a los expertos. De las palabras bravura y valor, sin embargo, puede hablar todo el mundo, o casi. De eso fue de lo que hablé en Sevilla. Sobre todo, del niño que iba a los toros de la mano de su abuelo, en un tiempo en que los psicoterapeutas, psicopedagogos y psicodemagogos todavía no se habían hecho amos de la educación infantil. Cuando los Reyes Magos, que entonces eran reyes sin complejos, aún no se la cogían con papel de fumar y dejaban pistolas de vaquero, soldaditos de plástico, caballos de cartón y espadas. Hasta trajes de torero, ponían a veces.

Aquel niño, como digo, se llenó los ojos y la memoria con el espectáculo del albero, ampliando el territorio de los libros que por aquel tiempo devoraba con pasión desaforada: la soledad del héroe, el torero y su enemigo en el centro del ruedo. De la mano del abuelo, el niño aprendió allí algunas cosas útiles sobre el coraje y la cobardía, sobre la dignidad del hombre que se atreve y la del animal que lucha hasta el fin. Toreros impasibles con la muerte a tres centímetros de la femoral. Toreros descompuestos que se libraban con infames bajonazos. Hombres heridos o maltrechos que se ajustaban el corbatín mirando hacia la nada antes de entrar a matar, o a morir, con la naturalidad de quien entra en un bar y pide un vaso de vino. Toros indultados por su bravura, aún con la cabeza erguida, firmes sobre sus patas, como gladiadores preguntándose si aún tenían que seguir luchando.

Así, el niño aprendió a mirar. A ver cosas que de otro modo no habría visto. A valorar pronto ciertas palabras –valor, maneras, temple, dignidad, vergüenza torera, vida y muerte– como algo natural, consustancial a la existencia de hombres y animales. Hombres enfrentados al miedo, animales peligrosos que traían cortijos en los lomos o mutilación, fracaso, miseria y olvido en los pitones. El ser humano peleando, como desde hace siglos lo hace, por afán de gloria, por hambre, por dinero, por vergüenza. Por reputación.

Pero ojo. No todo fue admirable. También recuerdo las
charlotadas, por ejemplo. Ignoro si todavía se celebran esos ruines espectáculos: payasos en el ruedo, enanos con traje de luces, torillos atormentados entre carcajadas infames de un público estúpido, irrespetuoso y cobarde. Nada recuerdo allí de mágico, ni de educativo. Quizá por eso, igual que hoy aprecio y respeto las corridas de toros, detesto con toda mi alma las sueltas de vaquillas, los toros embolados, de fuego, de la Vega o de donde sean, las fiestas populares donde un animal indefenso es torturado por la chusma que se ceba en él. Los toros no nacen para morir así. Nacen para morir matando, si pueden; no para verse atormentados, acuchillados por una turba de borrachos impunes. Un toro nace para pelear con la fuerza de su casta y su bravura, dando a todos, incluso a quien lo mata, una lección de vida y de coraje. Por eso es necesario que mueran toreros, de vez en cuando. Es la prueba, el contraste de ley. Si la muerte no jugase la partida de modo equitativo, el espectáculo taurino sería sólo un espectáculo; no el rito trágico y fascinante que permite al observador atento asomarse a los misterios extremos de la vida. Sólo eso justifica la muerte de un animal tan noble y hermoso. Ahí está, a mi juicio, la diferencia. Lo demás es folklore bestial, y es carnicería.
 
Pero por desgracia, al final, siempre muere el toro. Ojala hubiera empate.
 
..........pasopalabra.
 
No siempre estoy deacuerdo con este perodista convertido en academico de la lengua no se sabe muy bien por qué, pero en esta ocasión lo ha bordado.

Ver en el toreo una tortura es lo mismo que ver en las meninas una tela manchada.
 
Pero por desgracia, al final, siempre muere el toro. Ojala hubiera empate.

Este comentario mejor obviarlo porque, vamos,... tela...

Reverte será (para muchos) un misántropo, misógino, creído, etc. pero desde luego, méritos tiene para estar donde está. Vamos, que no le han regalado nada.

Y respecto al tema, sin ser un aficionado a la fiesta nacional (sí, nacional), estoy bastante de acuerdo con lo que dice, salvo en eso de que "es necesario que de vez en cuando mueran toreros..." ¿? , ¿no sería mejor decir que sería más equitativo o proporcionado, pero necesario? ::Dbt::::Dbt::
 
Última edición:
Hace ya muchos años que como cazador y aficionado a los toros asumí una cosa muy sencilla: Ambas aficiones son incomprensibles vistas desde fuera. Me explico:

Hay que haber sido criado en esa mentalidad, educado en esa cultura, y tal vez, y admito que esto es duro, insensibilizado ante la muerte, para entender, valorar y disfrutar de esas artes.

Es muy raro que alguien que no se ha criado entre cazadores y/o aficionados a la tauromaquia se haga cazador o aficionado a los toros por las buenas, al menos en condiciones normales. Ir invitado a una montería a El Alamín (Una finca muy famosa de los montes de Toledo) o a dejarse ver a Las Ventas no es ser aficonado, nótese.

Dicho esto, respeto que a alguien no le gusten los toros, que los encuentre un espectáculo sangriento e incluso anacrónico, y esto lo dice alguien aficionado. Pero posiblemente sea porque no se ha criado en esa cultura, ni con la mentalidad necesaria. Y lo respeto. Pero igual que respeto la opinión contraria, pido que se respete que a mí sí me guste, más que nada porque yo sí estoy criado con esa cultura. Sólo pido eso: que se respeten mis gustos, igual que yo respeto que a alguien no le guste, le desagrade, o no lo entienda.

Lo del empate me parece una salida de tono, más que nada porque el toro bravo es una especie criada y seleccionada genéticamente única y exclusivamente para la lidia. Su fin en la vida es la lidia. Y si no existiese esa lidia, desaparecería.

Insisto, admito que no se entienda, o que no se tenga la mentalidad necesaria. Hay que estar educado en ello desde niño. Por eso mismo no suelo hablar ni de caza ni de toros en ambientes que no sé si son propicios.
 
Este comentario mejor obviarlo porque, vamos,... tela...

Y respecto al tema, sin ser un aficionado a la fiesta nacional (sí, nacional), estoy bastante de acuerdo con lo que dice, salvo en eso de que "es necesario que de vez en cuando mueran toreros..." ¿? , ¿no sería mejor decir que sería más equitativo o proporcionado, pero necesario? ::Dbt::::Dbt::

Si es necesario. En el bien entendido de que demuestra su veracidad, no por justicia.
Ningún aficionado a la tauromaquía desea ver morir a un torero (ni las cornás tampoco; ni ver sufrir más de lo imprescinbible al toro), pero sabe que en cualquier momento puede pasar. Es parte esencial del ritual. El merito -que se supone a cualquiera que se coloca delante del toro- se funda en el riesgo cierto. Si no ocurriera percance alguno, carecería de él. La muerte de un torero actualiza el mérito de todos ellos y, en ese sentido, le concede verdad a la lidia. No tiene nada de sádico ni de morboso, es tan solo la fuerza de la verdad.
 
  • #10
Yo como persona, te respeto y cada uno tiene sus creencias, gustos, etc... Lo que dices de la educación tienes razón: si mi familia hiciera la "matanza del cerdo", por ejemplo, yo lo encontraría normal. Pero, es necesario llegar hasta matar, aunque sea un animal, para satisfacción personal? Eso no lo entiendo. Cuando digo lo del "empate", me refiero que ni toro ni torero deben morir: para eso ya está la silla eléctrica en EEUUAA -el país de las libertades-. Por eso, yo respeto a la persona, no el pensamiento. Un saludo.
 
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