G
Garabandal
Forer@ Senior
Sin verificar
Ese viejo reloj que tanto queremos nos hace fugaces y al mismo tiempo centenarios: nos recuerda que la vida pasa por nosotros lo mismo que por sus antiguos poseedores.
Tal vez sea un reloj en el que cientos de miradas se han puesto. Pupilas de todas las razas y condiciones. O, simplemente, una criatura guardada y olvidada durante decenios. Da igual: siempre será un notario de las horas que se van y de los hombres que persisten en situarse en el tiempo. Quizá medirlo.
Llevarlo en la muñeca es sentir la fugacidad y, a la vez, lo que permanece: la memoria de los trabajos y las empresas, de las noches y los días.
Nada sucede por casualidad: hasta el azar tiene un sentido que no vemos. Si somos dueños de ese reloj tal vez sea para ser conscientes de nuestra condición de mortales, aunque toquemos la eternidad en su bisel.
Sentir lo eterno, sabedores de que no lo somos, es la paradoja. Y a la par el significado de ese reloj.
Tal vez sea un reloj en el que cientos de miradas se han puesto. Pupilas de todas las razas y condiciones. O, simplemente, una criatura guardada y olvidada durante decenios. Da igual: siempre será un notario de las horas que se van y de los hombres que persisten en situarse en el tiempo. Quizá medirlo.
Llevarlo en la muñeca es sentir la fugacidad y, a la vez, lo que permanece: la memoria de los trabajos y las empresas, de las noches y los días.
Nada sucede por casualidad: hasta el azar tiene un sentido que no vemos. Si somos dueños de ese reloj tal vez sea para ser conscientes de nuestra condición de mortales, aunque toquemos la eternidad en su bisel.
Sentir lo eterno, sabedores de que no lo somos, es la paradoja. Y a la par el significado de ese reloj.