Sanza
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Sí, sí...ya se ha comentado más veces, y más veces ha sido interesante...pero parece que o deja de causar huella, o se nos ha olvidado, por qué llevar en la muñeca un chisme mecánico es un compendio de ambición, esfuerzo, necesidad, e ingenio humano.
O pasa algo novedoso, o seguimos con nuestras posibilidades y rutinas diarias, y la sociedad no avanza. Y cuanto más miramos hacia atrás, más impactante y demoledor es el efecto del ingenio sobre nuestra historia.
Cuestión de talento.
A finales del siglo XVII algunas cuestiones de navegación tales como la longitud a la que se encontraba un barco en alta mar (distancia) no se habían resuelto. Es decir, que se las pasaban p. y dar vueltecitas con agua por todos los lados menos por arriba, era un reto y una aventura.
La postura general (a pesar de los intentos de la Royal Society por acercarse al tema, había gente que hacía del progreso su vida -ríase usted del I+D actual-) era que las cuestiones de navegación eran asunto de estado y no de interés social.
En 1685 Samuel Pepys (eso pone, eso pone...) pidió la revisión de todos los documentos sobre navegación de la R.S.
En 1675-76 se crea el observatorio de Greenwich, cuya finalidad es la dedicación a las cuestiones de navegación. Su nacimiento se originó gracias a la formación de una comisión que pretendía investigar la posibilidad de determinar la distancia (longitud) por el método de Bennewitz a partir de la posición de la luna con respecto a las estrellas.Vamos, lo que viene a ser mirar pa´rriba.
Tal comisión está compuesta por: Sir Jonas Moore, Subveyor of the Ornance, Christopher Wren y Robert Hooke, que consultaron a John Flamsteed (1645-1719) acerca de la viabilidad del proyecto (esto que cómo se hace???).
La respuesta de Flamsted le llevó a ser nombrado astrónomo real por parte de Carlos II, ojo con los webbs del rey este, y financió de su propio bolsillo (más webbs todavía) los elementos necesarios para realizar sus investigaciones.
Permaneció cuarenta y cuatro años en Greenwich
realizando mediciones de los movimientos lunares, que fueron publicados a su muerte en 1725, y que aunque mucho más perfectas que tablas lunares anteriores aún eran insuficientes por los medios para medir la longitud al que estaba un barco en el mar.
Es decir...que sí, que ya sabemos, pero a ver quién le pone el collar al gato (o un reloj)
Francia contaba con una institución estatal que poseía su propio observatorio, la Academia de París.
En ella Jean- Dominique Cassini (1625-1712) estudió este mismo problema. Aplicó el método de Galileo, pero las tablas resultantes no fueron demasiado útiles. El aficionado holandés (era panadero, y jugaba de lateral izquierdo en el Amstelveen de la 3ª división ) Christian Huygens (este ya suena, ehhhh?), trató de resolver el problema mediante un reloj mecánico (método Frisius...y paso de seguir metiendo nombres al Google).
Estudió las oscilaciones del péndulo y construyo el primer reloj de péndulo.
En 1659 construyó un cronómetro marino que no funcionó, porque las oscilaciones del barco influían en las del péndulo. Y, gracias a Dios, no optaron por seguir pensando para construir barcos que no oscilen...que oscile otra cosa, leñe, y más pequeña...
Más adelante Huygens Y Robert Hooke hallaron de forma independiente que las oscilaciones de un resorte en espiral eran isócronas, sugiriendo que tal resorte podía ser utilizado como cronómetro. Tachammmmmmmm...en dos líneas, ya tenemos espiral...
Y entonces, el gran aldabonazo que siempre ha movido el interés de la humanidad. la pasta.
Ni Hooke ni Huygens otorgaron una solución práctica, y en 1714, con el problema aún sin resolver el gobierno británico estableció un Consejo de Longitud que ofrecía premios entre diez y veinte mil libras (nótese la relación entre la cantidad y el año...vamos, que es muuuucho dinero) para métodos para hallar la longitud con diversos grados de precisión.
En 1716 el gobierno francés inicia la misma táctica (de los chinos, no dice nada por aquí) con un premio un tanto menor (la proverbial tacañería de los gabachos).
El primer premio otorgado por el Consejo británico recayó en un alemán,-toma toma toma toma toma- Tobías Meyer (1723-1763), del observatorio de Gotinga, que «ofreció» en 1753 unas tablas de los movimientos de la Luna relativos a las estrellas fijas que eran lo bastante precisas para una determinación aproximada de la longitud en el mar siguiendo el método de Bennewitz.
A partir de 1767 el observatorio de Greenwich publico dichas tablas en el Almanaque náutico. Este método solo permitía precisión en un margen de veinte millas (ya, ya...pero el premio "pa él") en el mejor de los casos, por lo cual fue superado rápidamente con la aparición de relojes mecánicos precisos.
Durante el siglo XVIII muchos investigadores centraron su atención en la construcción de cronómetros precisos (para hallar la longitud en el mar), entre ellos cabe destacar John Harrison (relojero de Yorkshire 1693-1776) y a Pierre Le Roy (relojero francés 1715-1785) .
Esto ya nos suena más...
Harrison : Construyó cinco cronómetros diferentes en los que fue depurando mediante pura habilidad técnica los defectos de estos (desde el primero que pesaba 30 kilos, y sólo le gustaba al increible Hulk, hasta el último que cabía en un bolsillo, con una exactitud bastante considerable). Tal des cubrimiento le valió el premio del consejo en 1765.
Joé...otro premio...
Le Roy: Su modo de proceder fue muy distinto al de Harrison, ya que en lugar de mejorar defectos por habilidad mecánica, Le Roy creo su cronómetro marino (1763) en función de los principios fundamentales de la construcción de relojes inventando nuevos mecanismos. Esto no sé lo que significa, pero así se queda.
Con estos dos descubrimientos (aunque aun había de pasar un tiempo hasta que se normalizase la utilización de cronómetros marinos) el problema de la navegación y el comercio se resolvía y la atención científica se centraron en los campos industriales. Uno de los problemas industriales más importante era el drenaje de carbón en las minas.
Hala, a por otro problema, que si no, nos aburrimos.
En fin, que ahora mírate el reloj, piensa si dentro hay engranaje y ruedecitas, piensa que podrían comerte a besos en el S. XVIII por medir el tiempo en un barquito...y que le vayan dando al cuarzo, si no quieres que te hubieran quemado en la hoguera, unos añitos antes...
Con Dios.
O pasa algo novedoso, o seguimos con nuestras posibilidades y rutinas diarias, y la sociedad no avanza. Y cuanto más miramos hacia atrás, más impactante y demoledor es el efecto del ingenio sobre nuestra historia.
Cuestión de talento.
A finales del siglo XVII algunas cuestiones de navegación tales como la longitud a la que se encontraba un barco en alta mar (distancia) no se habían resuelto. Es decir, que se las pasaban p. y dar vueltecitas con agua por todos los lados menos por arriba, era un reto y una aventura.
La postura general (a pesar de los intentos de la Royal Society por acercarse al tema, había gente que hacía del progreso su vida -ríase usted del I+D actual-) era que las cuestiones de navegación eran asunto de estado y no de interés social.
En 1685 Samuel Pepys (eso pone, eso pone...) pidió la revisión de todos los documentos sobre navegación de la R.S.
En 1675-76 se crea el observatorio de Greenwich, cuya finalidad es la dedicación a las cuestiones de navegación. Su nacimiento se originó gracias a la formación de una comisión que pretendía investigar la posibilidad de determinar la distancia (longitud) por el método de Bennewitz a partir de la posición de la luna con respecto a las estrellas.Vamos, lo que viene a ser mirar pa´rriba.
Tal comisión está compuesta por: Sir Jonas Moore, Subveyor of the Ornance, Christopher Wren y Robert Hooke, que consultaron a John Flamsteed (1645-1719) acerca de la viabilidad del proyecto (esto que cómo se hace???).
La respuesta de Flamsted le llevó a ser nombrado astrónomo real por parte de Carlos II, ojo con los webbs del rey este, y financió de su propio bolsillo (más webbs todavía) los elementos necesarios para realizar sus investigaciones.
Permaneció cuarenta y cuatro años en Greenwich
realizando mediciones de los movimientos lunares, que fueron publicados a su muerte en 1725, y que aunque mucho más perfectas que tablas lunares anteriores aún eran insuficientes por los medios para medir la longitud al que estaba un barco en el mar. Es decir...que sí, que ya sabemos, pero a ver quién le pone el collar al gato (o un reloj)
Francia contaba con una institución estatal que poseía su propio observatorio, la Academia de París.
En ella Jean- Dominique Cassini (1625-1712) estudió este mismo problema. Aplicó el método de Galileo, pero las tablas resultantes no fueron demasiado útiles. El aficionado holandés (era panadero, y jugaba de lateral izquierdo en el Amstelveen de la 3ª división ) Christian Huygens (este ya suena, ehhhh?), trató de resolver el problema mediante un reloj mecánico (método Frisius...y paso de seguir metiendo nombres al Google).
Estudió las oscilaciones del péndulo y construyo el primer reloj de péndulo.
En 1659 construyó un cronómetro marino que no funcionó, porque las oscilaciones del barco influían en las del péndulo. Y, gracias a Dios, no optaron por seguir pensando para construir barcos que no oscilen...que oscile otra cosa, leñe, y más pequeña...
Más adelante Huygens Y Robert Hooke hallaron de forma independiente que las oscilaciones de un resorte en espiral eran isócronas, sugiriendo que tal resorte podía ser utilizado como cronómetro. Tachammmmmmmm...en dos líneas, ya tenemos espiral...
Y entonces, el gran aldabonazo que siempre ha movido el interés de la humanidad. la pasta.
Ni Hooke ni Huygens otorgaron una solución práctica, y en 1714, con el problema aún sin resolver el gobierno británico estableció un Consejo de Longitud que ofrecía premios entre diez y veinte mil libras (nótese la relación entre la cantidad y el año...vamos, que es muuuucho dinero) para métodos para hallar la longitud con diversos grados de precisión.
En 1716 el gobierno francés inicia la misma táctica (de los chinos, no dice nada por aquí) con un premio un tanto menor (la proverbial tacañería de los gabachos).
El primer premio otorgado por el Consejo británico recayó en un alemán,-toma toma toma toma toma- Tobías Meyer (1723-1763), del observatorio de Gotinga, que «ofreció» en 1753 unas tablas de los movimientos de la Luna relativos a las estrellas fijas que eran lo bastante precisas para una determinación aproximada de la longitud en el mar siguiendo el método de Bennewitz.
A partir de 1767 el observatorio de Greenwich publico dichas tablas en el Almanaque náutico. Este método solo permitía precisión en un margen de veinte millas (ya, ya...pero el premio "pa él") en el mejor de los casos, por lo cual fue superado rápidamente con la aparición de relojes mecánicos precisos.
Durante el siglo XVIII muchos investigadores centraron su atención en la construcción de cronómetros precisos (para hallar la longitud en el mar), entre ellos cabe destacar John Harrison (relojero de Yorkshire 1693-1776) y a Pierre Le Roy (relojero francés 1715-1785) .
Esto ya nos suena más...
Harrison : Construyó cinco cronómetros diferentes en los que fue depurando mediante pura habilidad técnica los defectos de estos (desde el primero que pesaba 30 kilos, y sólo le gustaba al increible Hulk, hasta el último que cabía en un bolsillo, con una exactitud bastante considerable). Tal des cubrimiento le valió el premio del consejo en 1765.
Joé...otro premio...
Le Roy: Su modo de proceder fue muy distinto al de Harrison, ya que en lugar de mejorar defectos por habilidad mecánica, Le Roy creo su cronómetro marino (1763) en función de los principios fundamentales de la construcción de relojes inventando nuevos mecanismos. Esto no sé lo que significa, pero así se queda.
Con estos dos descubrimientos (aunque aun había de pasar un tiempo hasta que se normalizase la utilización de cronómetros marinos) el problema de la navegación y el comercio se resolvía y la atención científica se centraron en los campos industriales. Uno de los problemas industriales más importante era el drenaje de carbón en las minas.
Hala, a por otro problema, que si no, nos aburrimos.
En fin, que ahora mírate el reloj, piensa si dentro hay engranaje y ruedecitas, piensa que podrían comerte a besos en el S. XVIII por medir el tiempo en un barquito...y que le vayan dando al cuarzo, si no quieres que te hubieran quemado en la hoguera, unos añitos antes...
Con Dios.
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