Catilina
Milpostista
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Muchas veces se ha leído que los cuarzos no tienen alma, y aunque no comparto esta afirmación la entiendo cuando se refiere a relojes de cuarzos analógicos "tradicionales", relojes iguales a los mecánicos en apariencia, pero que viven y mueren sin nosotros: ni les damos cuerda, ni una masa oscilante se sinergiza con nuestro movimiento para hacerles latir. Es un extraño el que pone y quita sus pilas, están a nuestro lado, pero nos son ajenos de algún modo.
Sin embargo los nuevos cuarzos tecnológicos no son ni parecidos a estos toscos “robots” que imitaban a nuestros relojes mecánicos. Los cuarzos tecnológicos son otra cosa completamente diferente y su alma es aun más evidente que la de los relojes mecánicos, pero está en otro sitio y yerran quienes la buscan en el mismo lugar.
El alma de los nuevos cuarzos tecnológicos está en la interacción y no solo con nosotros, sino con el mundo, con el universo: viviendo del sol, escuchando antenas que les susurran la hora cuando dormimos, buscando satélites más allá de los nubes cuando bajamos de un avión para saber dónde están… y decirnos cuándo estamos. Su alma es inmensa, curiosa y generosa como no entendería ningún reloj mecánico.
¿Y con nosotros? Cuando interactúan con sus portadores los cuarzos tecnológicos juegan, nos hacen jugar a buscar datos: sensores en los relojes de aire libre, el latido de nuestro corazón y nuestra respiración en los relojes deportivos y tantas cosas en los smartwatches. No creo que nadie que posea un cuarzo tecnológico pase un día con él sin aceptar su invitación a tocar botones, a explorar e interactuar… vocación de servicio –cuántos datos- y sensaciones lúdicas al prestarlo. Y es que yo, como en tantas cosas, prefiero tocar que mirar, prefiero el diálogo a la muda admiración.
Y el tamaño, por favor, que nadie mida el tamaño de un cuarzo tecnológico y complejo con parámetros de reloj mecánico, porque eso es juzgar a un gigante con medidas pensadas para las hormigas: ¡¡deben ser grandes!! Para ofrecer sus datos de manera legible y generosa, necesitan espacio para extender ante nosotros su corazón en campos y más campos de generosa y exacta información. No puede haber nada pequeño en relojes que alargan sus oídos más allá del mundo y profundizan su caricia hasta leernos el corazón.
Por eso si los pretendes ver con los mismos ojos que a los mecánicos pueden parecerte grotescos, pero solo es incompetencia de la mirada, es sostener en la retina una comparación imposible por inercia de lo ya visto, conocido y aceptado.
Y por eso necesitamos reordenar nuestro conocimiento (y el foro, pero en eso ya estamos ) para colocarles correctamente en nuestra estima y sorprendernos cuando nos demos cuenta de cuánta maravilla estábamos ignorando por no dejar convivir a las nuevas ideas con las antiguas.
Sólo una cosa hay que no puedo perdonarles a los cuarzos tecnológicos, que son las máquinas más increíbles que podemos llevar en nuestra muñeca: que cada vez me hacen más difícil encontrar el momento para ponerme y disfrutar de esa delicia arcaica, anacrónica y steampunk que son los relojes mecánicos. Y me fastidia, porque los amo casi, casi tanto como a esta nueva especie, este último y desmedido paso de la evolución en relojería.
Sin embargo los nuevos cuarzos tecnológicos no son ni parecidos a estos toscos “robots” que imitaban a nuestros relojes mecánicos. Los cuarzos tecnológicos son otra cosa completamente diferente y su alma es aun más evidente que la de los relojes mecánicos, pero está en otro sitio y yerran quienes la buscan en el mismo lugar.
El alma de los nuevos cuarzos tecnológicos está en la interacción y no solo con nosotros, sino con el mundo, con el universo: viviendo del sol, escuchando antenas que les susurran la hora cuando dormimos, buscando satélites más allá de los nubes cuando bajamos de un avión para saber dónde están… y decirnos cuándo estamos. Su alma es inmensa, curiosa y generosa como no entendería ningún reloj mecánico.
¿Y con nosotros? Cuando interactúan con sus portadores los cuarzos tecnológicos juegan, nos hacen jugar a buscar datos: sensores en los relojes de aire libre, el latido de nuestro corazón y nuestra respiración en los relojes deportivos y tantas cosas en los smartwatches. No creo que nadie que posea un cuarzo tecnológico pase un día con él sin aceptar su invitación a tocar botones, a explorar e interactuar… vocación de servicio –cuántos datos- y sensaciones lúdicas al prestarlo. Y es que yo, como en tantas cosas, prefiero tocar que mirar, prefiero el diálogo a la muda admiración.
Y el tamaño, por favor, que nadie mida el tamaño de un cuarzo tecnológico y complejo con parámetros de reloj mecánico, porque eso es juzgar a un gigante con medidas pensadas para las hormigas: ¡¡deben ser grandes!! Para ofrecer sus datos de manera legible y generosa, necesitan espacio para extender ante nosotros su corazón en campos y más campos de generosa y exacta información. No puede haber nada pequeño en relojes que alargan sus oídos más allá del mundo y profundizan su caricia hasta leernos el corazón.
Por eso si los pretendes ver con los mismos ojos que a los mecánicos pueden parecerte grotescos, pero solo es incompetencia de la mirada, es sostener en la retina una comparación imposible por inercia de lo ya visto, conocido y aceptado.
Y por eso necesitamos reordenar nuestro conocimiento (y el foro, pero en eso ya estamos ) para colocarles correctamente en nuestra estima y sorprendernos cuando nos demos cuenta de cuánta maravilla estábamos ignorando por no dejar convivir a las nuevas ideas con las antiguas.
Sólo una cosa hay que no puedo perdonarles a los cuarzos tecnológicos, que son las máquinas más increíbles que podemos llevar en nuestra muñeca: que cada vez me hacen más difícil encontrar el momento para ponerme y disfrutar de esa delicia arcaica, anacrónica y steampunk que son los relojes mecánicos. Y me fastidia, porque los amo casi, casi tanto como a esta nueva especie, este último y desmedido paso de la evolución en relojería.
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