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La jet de Cap Ferrat estrena terraza,

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De la casa
Sin verificar
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La piscina olímpica es uno de los mayores atractivos del hotel.



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El Grand Hotel du Cap Ferrat está emplazado en Saint-Jean Cap Ferrat, un paraíso peninsular en plena Costa Azul, limítrofe con Niza y Mónaco.

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El Lounge Terrace es el nuevo espacio del Grand Hotel du Cap Ferrat con vistas panorámicas al Mediterráneo y un ambiente chill out único y relajante.









Saint-Jean Cap Ferrat es uno de esos rincones de ensueño con el que sólo pueden soñar unos pocos privilegiados. La recóndita penisula, escondida entre Niza y Mónaco, en plena Costa Azul francesa, ofrece al visitante un ambiente muy particular, en el que la tradición pesquera, que caracterizó tiempo atrás a esta localidad, se fusiona con el lujo y la exclusividad que han impuesto los turistas y nuevos habitantes con sus yates, villas, deportivos y su particular estilo de vida.



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El hotel se beneficia de numerosas terrazas y ventanales en las que poder disfrutar de unas vistas privilegiadas al Mediterráneo.





Es en este lugar de ensueño donde se alza el Grand Hotel du Cap Ferrat, un refugio de cinco estrellas inaugurado hace más de un siglo y rodeado, por al menos tres de sus cuatro costados, de vastos jardines, tras los que se descubre el Mediterráneo. De hecho, uno de los grandes atractivos de este palacio de marcado estilo colonial son sus privilegiadas vistas al cálido mar gracias a los amplios ventanales y extensas terrazas dispuestas por toda la fachada.

Las bondades de su emplazamiento se han aprovechado al máximo con la reciente inauguración de un nuevo espacio exterior que hace las veces de bar chill out y de mirador. Se trata del Lounge Terrace, obra del arquitecto local Luc Svetchine, quien, de forma estratégica, optó por situarla en uno de los laterales del edificio para dotarla de una panorámica total del Mar Mediterráneo.


Los numerosos y cómodos sofás de corte ibicenco hacen el resto, creando un ambiente de tranquilidad y calma cada vez más inusual en los abarrotados destinos vacacionales. Para hacer el momento más especial si cabe, el bar de la terraza ofrece la posibilidad de degustar alguno de los numerosos cócteles que se ofrecen en la carta, elaborados a partir de champagne Dom Pérignon Vintage (desde 35 euros cada combinado), o de los exquisitos aperitivos, entre los que se descubren desde una cesta de fresas (12 euros), hasta manjares como el caviar de esturión (150 euros).


El Lounge Terrace se encuentra ubicado dentro de uno de los espacios más conocidos del hotel, el Club Dauphin. El mayor atractivo de esta zona es, sin duda, la piscina de dimensiones olímpicas que da la sensación de sumergirse en el propio Mediterráneo y de la que también pueden hacer uso los clientes de la nueva terraza, sean o no huéspedes del hotel.

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[h=2]La península de los millonarios[/h]

Si el campo era para Ramón Gómez de la Serna ese lugar donde los pollos se pasean crudos, Saint-Jean Cap Ferrat parece ese lugar donde los miembros de la lista Forbes se pasean en chanclas. Esta península de capricho, estratégicamente situada entre Niza y Mónaco, se erige en perfecto escenario para dejar caer la vieja expresión "qué bien viven los que viven bien". Calas de aguas turquesas, mansiones de ensueño entre pinos, palmeras y olivos, vistas de postal, senderos al borde del mar -sin coches ni turistas- y ese inigualable sabor de la Riviera que impregna el ambiente de cierto glamour y discreto refinamiento.


Frente a los excesos urbanísticos monegascos, el desmesurado amor por la alfombra roja de Cannes y el bullicio chic de Saint-Tropez, Cap Ferrat ha sabido mantener las viejas esencias de la Costa Azul y preservar intactos sus legendarios encantos para el disfrute de unos pocos privilegiados. Aquí todavía queda algo de ese espíritu de pequeño pueblo de pescadores que fue en su día esta localidad costera de algo más de 2.000 habitantes. Es probable que éste sea otro de los atractivos para las élites llegadas de todo el mundo que han hecho de esta península su segunda residencia y desprecian el artificio de los resorts de nuevo cuño que crecen en paraísos sin historia ni caché. Imbatible vieja Europa.


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Los jardines de Villa Ephrussi de Rothschild, abierta al público, dan cuenta del refinanmiento de las mansiones.

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Reconocible por su fachada color salmón, Villa Rose-Pierre se encuentra dentro de la propiedad del Grand Hôtel du Cap-Ferrat


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Vista de la península de Cap Ferrat. La abundante vegetación mediterránea parece 'engullir' las casas.









Los antiguos barcos de pescadores se han transmutado en lujosos yates de exclusivos astilleros como Wally u Oceanca, y que pueden contemplarse amarrados en el pequeño puerto deportivo del centro de la villa o fondeados en la bahía. A veces se atisban las líneas futuristas de maravillas flotantes como el Octopus, uno de los megayates de la 'flota' de Paul Allen, fundador de Microsoft y propietario también de una de las mejores villas del cabo.


NIDOS DE ORO. En tierra firme las cosas no han cambiado tanto en los últimos 100 años. La mayoría de las mansiones y los dos mejores hoteles -y casi únicos- de Cap Ferrat son construcciones centenarias de estilo Belle Époque, de los años en que Leopoldo II de Bélgica, los Rothschild y algunos aristócratas y magnates rusos y británicos se fijaron en este pequeño rincón del mundo y decidieron hacer de él su lugar de recreo veraniego. Villa Ephrussi de Rothschild y Villa Kerylos, ambas propiedad hoy del Estado francés y abiertas al público, dan cuenta del extraordinario refinamiento de sus interiores y de sus magníficos jardines.


El resto de las grandes mansiones se oculta a los ojos del visitante, fortificadas tras altos muros flanqueados con cámaras de seguridad. Cap Ferrat es un sitio más para adivinar e intuir que para observar, en lo que a celebrity-spotting o avistamiento de famosos se refiere. Con la ayuda de Google Earth y gracias al entusiasmo de algunos blogs, se pueden obtener algunas pistas de estas villas fabulosas y sus moradores. Los folletos de las numerosas inmobiliarias de lujo junto al puerto ofrecen fotos de mejor calidad y anuncian en ruso, alemán e inglés las propiedades en venta y sus desorbitados precios.
Una de las vías principales de Cap Ferrat, Chemin de Saint-Hospice, ostenta el título de ser la calle residencial más cara del mundo: 62.000 €/m2. De cuando en cuando, alguna de sus transacciones rompe el techo del mercado inmobiliario. Según diversas fuentes, Villa Leopolda -antigua propiedad del soberano belga- fue vendida hace tres años por 500 millones de euros a un comprador desconocido por la socialité Lily Safra. Los alquileres no se quedan a la zaga. Villa O, soberbia obra de Norman Foster y una de las pocas construcciones contemporáneas, está disponible este verano a razón de 70.000 €/semana.
Con semejantes propiedades, el deporte preferido de los habitantes del lugar no es otro que estar cómodamente instalados en sus nidos de oro. Como en los Hamptons americanos y en otros parajes exclusivos, buena parte de la vida social consiste en "jugar en casa". Sus visitantes son reacios a los saraos en público y a ese tipo de lucimiento más propio de Marbella o Cala di Volpe, en Costa Esmeralda. Esto se combina con una tranquila rutina que incluye las casi obligadas salidas en yate y las mañanas en los beach clubs de las playas de La Paloma, Mala o Passable Beach. Cuando esta idílica tranquilidad empieza a cansar, nada como recorrer en descapotable los 15 km que separan Cap Ferrat de Montecarlo para entregarse a la diversión, el juego o las compras más lujosas con la American Express Centurión en la mano.

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El lugar para ver y ser vistos, deleitarse y darse un homenaje espléndidamente sin abandonar la península de ensueño no es otro que el legendario Grand Hôtel du Cap Ferrat, con forjados de Eiffel, renovado completamente con ocasión de su primer centenario por Pierre-Yves Rochon y ampliado con nuevas suites con piscinas privadas, el icono de la Costa Azul brilla de nuevo. Se trata de un hotel lleno de rincones exquisitos e historias fascinantes y un funicular futurista que lleva a la mítica piscina del Club Dauphin, donde Pierre Gruneberg enseñó a nadar a los hijos de Picasso, Charles Chaplin o Paul McCartney. Para los amantes del buen vino resultará imprescindible una visita a Le Salons des Caves, donde disfrutar de una cena privada o de una cata rodeados de 141 botellas de Château d'Yquem (1854-2003) y 33 botellas de Château Lafite (1799-1899), entre otras joyas.


PLAYA PRIVADA. Para un escenario menos apabullante y un ambiente más familiar, la opción perfecta para hospedarse en Cap Ferrat es el también clásico Hotel Royal Riviera, magníficamente situado en el arranque del Promenade Maurice Rouvier y él único con playa privada. Ambos hoteles ofrecen además una excelente restauración, a cargo de Bruno Le Bloch en el primero, y de Didier Anies y Luc Debore en el segundo. El Agneau allaitons (cordero) del Grand Hôtel es memorable.


Si el espíritu de la Riviera exige al menos una salida en yate y otro en descapotable, el mejor modo de conocer Cap Ferrat es caminando. Uno de los placeres son sus deliciosos paseos por los 14 km de senderos que recorren la península. No es del todo infrecuente cruzarse en ellos con alguien que hace jogging acompañado de un guardaespaldas o pasar junto a pintores que toman apuntes de las vistas que en otro tiempo fascinaron a Jean Cocteau, Pablo Picasso, Isadora Duncan, David Niven o William Somerset Maugham, antiguos residentes. Pero la visita no estará completa sin una mirada desde arriba, desde la vecina villa medieval de Ez. En un balcón del Château Eza, colgado literalmente de un risco a 800 m del suelo, se puede disfrutar de una excelente comida mientras se contempla la silueta de la península. Siempre hay algún camarero solícito que es capaz de señalar las casas de Bono o de Julian Lennon e identificar ese megayate extraordinario fondeado en la bahía.



REFUGIO DE CELEBRITIES


Con un censo de algo más de 2.000 personas, la ratio de celebrities por habitante en periodos vacacionales es una de las más elevadas del mundo. Paul Allen, fundador de Microsoft, es el dueño de la magnífica Villa Maryland. Algunos medios aseguran que su amigo Bill Gates es el propietario de Villa Leopolda, construida por Leopoldo II de Bélgica, y antes en manos de Giovanni Agnelli y del banquero Edmond Safra. Otras caras famosas con residencia propia son Andrew Lloyd Weber, Tina Turner, Bono, Julian Lennon y el publicista Maurice Saatchi. Entre los habituales de sus hoteles o invitados de amigos con mansiones figuran Jack Nicholson, Elton John, Angelina Jolie, Brad Pitt o Boris Yeltsin.
 
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Me he quedado con los dientes largos
 
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