Jose Claudio
Forer@ Senior
Sin verificar
Si algo me gusta de Sam Mendes, el director de Revolutionary Road es su capacidad para despistar al respetable, incluida a la crítica, y contar una historia de aparente contenido social, para esconder una profunda reflexión sobre la naturaleza del ser humano.
Así lo hizo en American beauty, en la que tras la obvia reflexión acerca de la decadencia de una sociedad como la norteamericana, huérfana de valores, se escondía toda la complejidad de unas relaciones familiares y sociales que harían palidecer, por su rigurosidad, a cualquier discípulo aventajado de Freud.
Ocurre exactamente lo mismo en Revolutionarý Road, que está basada en una novela de Richard Yates, de igual título, publicada en 1961.
Y mientras el respetable anda aplaudiendo la descripción del vacío existencial al que llega una pareja norteamericana que parece que, ocupados en tenerlo todo, se quedan sin nada, una lectura muy plausible, Sam Mendes hace una descripción del deseo, más concretamente del deseo femenino y sus dificultades, propia, igualmente, de cualquier aventajado alumno de Freud.
De entrada, no me parece casual la elección de la pareja protagonista: Leo DiCaprio y Kate Winslet, quienes, como todos recordamos, fueron los protagonistas de la empalagosa Titanic. Pues bien, a mi modo de entender, Revolutionary Road podría perfectamente haberse titulado Venturas y desventuras de aquellos dos tortolitos que se enamoraron en el
Porque de eso, de la dificultad para sostener el deseo ( y más concretamente, el deseo femenino, como ya he dicho) cuando al apasionado espejismo del enamoramiento incial, lleno de fantasías, ilusión, sueños y pasión, le sucede un matrimonio confrontado a pagar el último plazo de la hipoteca, la nevera y el cole de los niños, pocos de aquellos sueños inciales parecen capaces de sobrevivir a la tasa del Euribor.
Todo esto lo pone de manifiesto a través de la protagonista, de la que casi pasa desapercibida su incapacidad para disfrutar de unas relaciones sexuales placenteras, y no porque yo crea que el sexo de la cama es lo decisivo, o sí, vete tú a saber, sino porque en ello se concreta la incapacidad para disfrutar de nada de lo que es placentero en su vida, sumergida, como está, en la profunda desilusión de sus sueños, sus fantasías y sus expectativas.
Así, hará lo posible y lo imposible por resituar a su marido en aquel lugar en el que una vez lo deseó ( " Yo también he sentido eso una vez, la primera que me hiciste el amor"), en su sitio de hombre, del que lo descabalga en la primera escena de la película, y en el que desea, más que nada en el mundo, volverlo a ver, a desear, aunque tenga que renunciar a todo para ello.
Y eso, mientras él asiste al espactáculo desesperado, atrapado, confuso y sin poder hacer nada para resolverlo.
En resumen, una excelente película, unos actores magníficos, y unas cuantas reflexiones acerca....de lo complicados que somos. Todos.
Así lo hizo en American beauty, en la que tras la obvia reflexión acerca de la decadencia de una sociedad como la norteamericana, huérfana de valores, se escondía toda la complejidad de unas relaciones familiares y sociales que harían palidecer, por su rigurosidad, a cualquier discípulo aventajado de Freud.
Ocurre exactamente lo mismo en Revolutionarý Road, que está basada en una novela de Richard Yates, de igual título, publicada en 1961.
Y mientras el respetable anda aplaudiendo la descripción del vacío existencial al que llega una pareja norteamericana que parece que, ocupados en tenerlo todo, se quedan sin nada, una lectura muy plausible, Sam Mendes hace una descripción del deseo, más concretamente del deseo femenino y sus dificultades, propia, igualmente, de cualquier aventajado alumno de Freud.
De entrada, no me parece casual la elección de la pareja protagonista: Leo DiCaprio y Kate Winslet, quienes, como todos recordamos, fueron los protagonistas de la empalagosa Titanic. Pues bien, a mi modo de entender, Revolutionary Road podría perfectamente haberse titulado Venturas y desventuras de aquellos dos tortolitos que se enamoraron en el
Titanic, se salvaron y se casaron: segunda parte.
Porque de eso, de la dificultad para sostener el deseo ( y más concretamente, el deseo femenino, como ya he dicho) cuando al apasionado espejismo del enamoramiento incial, lleno de fantasías, ilusión, sueños y pasión, le sucede un matrimonio confrontado a pagar el último plazo de la hipoteca, la nevera y el cole de los niños, pocos de aquellos sueños inciales parecen capaces de sobrevivir a la tasa del Euribor.
Todo esto lo pone de manifiesto a través de la protagonista, de la que casi pasa desapercibida su incapacidad para disfrutar de unas relaciones sexuales placenteras, y no porque yo crea que el sexo de la cama es lo decisivo, o sí, vete tú a saber, sino porque en ello se concreta la incapacidad para disfrutar de nada de lo que es placentero en su vida, sumergida, como está, en la profunda desilusión de sus sueños, sus fantasías y sus expectativas.
Así, hará lo posible y lo imposible por resituar a su marido en aquel lugar en el que una vez lo deseó ( " Yo también he sentido eso una vez, la primera que me hiciste el amor"), en su sitio de hombre, del que lo descabalga en la primera escena de la película, y en el que desea, más que nada en el mundo, volverlo a ver, a desear, aunque tenga que renunciar a todo para ello.
Y eso, mientras él asiste al espactáculo desesperado, atrapado, confuso y sin poder hacer nada para resolverlo.
En resumen, una excelente película, unos actores magníficos, y unas cuantas reflexiones acerca....de lo complicados que somos. Todos.
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