Jose Claudio
Forer@ Senior
Sin verificar
Siempre habrá que agradecerle a Ettore Scola que no cumpliera su palabra y no se retirara del cine completamente.
Porque gracias a este incumplimiento nos ha dejado una obra-¿póstuma?- que es un digno broche a toda una vida dedicada al cine.
Ya adelanto que es una película para cinéfilos - y un pelín ajados- con muchas, pero que muchas, películas en los ojos y en la cabeza, y, sobre todo, con mucha pasión por ese llamado séptimo arte que es el cine.
Porque Ettore Scola rinde un homenaje a su amigo Federico Fellini lleno de poesía y de pasión. Desde la primera escena de la película, en la que un director de cine, con un reconocible parecido a Fellini aparece sentado en su silla, de espaldas, frente a una imagen del mar - de la que se sabe enseguida que no es otra cosa que una pantalla en la que se refleja el espléndido paisaje- empiezan a aparecer, progresivamente, los personajes que marcaron la filmografía de Fellini: Mastroianni, Giulietta Masina, Alberto Sordi, Claudia Caurdinale y yo que sé cuántos más, actores que todos pasaron por películas grandes, llenas de imaginación y de cine en estado puro.
Y así desgrana una película que nada tiene que ver con un biopic al uso, pues es seguro que pese a sus 20 años en la tumba, Fellini habría salido para, henchido de cólera, denunciar la banalidad insulsa en la que ha caído el cine hoy en día. Jamás se lo consentiría a su amigo Scola.
Y Scola cumple con su amigo. No sólo hace un rendido homenaje a un inmenso director de cine sino que, de paso, nos recuerda que el cine es arte, transgresión y poesía. Y que si estas cosas faltan, el cine no tiene ningún sentido.
Pero aún iría más lejos. Porque yo creo que Scola hace en su película no sólo un canto al cine sino también un canto a la vida. No es, quizás, ninguna casualidad que el guión de esta película lo haya escrito junto a sus hijas.
¿Se puede vivir sin poesía? ¿Se puede vivir sin cine?.
Sí, se puede vivir, pero la clase de vida que es, ese es otro tema.
Porque gracias a este incumplimiento nos ha dejado una obra-¿póstuma?- que es un digno broche a toda una vida dedicada al cine.
Ya adelanto que es una película para cinéfilos - y un pelín ajados- con muchas, pero que muchas, películas en los ojos y en la cabeza, y, sobre todo, con mucha pasión por ese llamado séptimo arte que es el cine.
Porque Ettore Scola rinde un homenaje a su amigo Federico Fellini lleno de poesía y de pasión. Desde la primera escena de la película, en la que un director de cine, con un reconocible parecido a Fellini aparece sentado en su silla, de espaldas, frente a una imagen del mar - de la que se sabe enseguida que no es otra cosa que una pantalla en la que se refleja el espléndido paisaje- empiezan a aparecer, progresivamente, los personajes que marcaron la filmografía de Fellini: Mastroianni, Giulietta Masina, Alberto Sordi, Claudia Caurdinale y yo que sé cuántos más, actores que todos pasaron por películas grandes, llenas de imaginación y de cine en estado puro.
Y así desgrana una película que nada tiene que ver con un biopic al uso, pues es seguro que pese a sus 20 años en la tumba, Fellini habría salido para, henchido de cólera, denunciar la banalidad insulsa en la que ha caído el cine hoy en día. Jamás se lo consentiría a su amigo Scola.
Y Scola cumple con su amigo. No sólo hace un rendido homenaje a un inmenso director de cine sino que, de paso, nos recuerda que el cine es arte, transgresión y poesía. Y que si estas cosas faltan, el cine no tiene ningún sentido.
Pero aún iría más lejos. Porque yo creo que Scola hace en su película no sólo un canto al cine sino también un canto a la vida. No es, quizás, ninguna casualidad que el guión de esta película lo haya escrito junto a sus hijas.
¿Se puede vivir sin poesía? ¿Se puede vivir sin cine?.
Sí, se puede vivir, pero la clase de vida que es, ese es otro tema.
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